Por fin, una semana política muy divertida
— por Carlos M. Reymundo Roberts
Cristina vive momentos críticos: Alberto no depone armas y se sigue pavoneando como candidato
Los políticos argentinos, habitualmente tristones y amarguetis, pueden volverse divertidos. En la semana en que empezaron a calentar motores para el año electoral, Alberto lanzó su candidatura a no presidente desde la Antártida; Horacio Rodríguez Larreta anunció su postulación con un video grabado en Cabo Vírgenes (Santa Cruz), provisto de camiseta de frisa y dos buzos; Mauricio Macri barrunta si va o no por el segundo tiempo navegando las heladas aguas del Nahuel Huapi, y Cristina Fernández de Hotesur disfruta su libertad condicional contemplando el glaciar Perito Moreno. No me digan que no son gestos simpáticos, frescos y llenos de simbología. Alberto fue a la Antártida a blanquear que lleva tres años congelado; Horacio, cuya demorada presentación como candidato se debe a que antes quería presentar a su joven novia, convocó a una guerra contra la grieta desde la provincia de los fundadores de la grieta; Mauricio encuentra en los idílicos paisajes del sur la calma que le quitan sus molestos viajes por medio planeta; a Cristina, siempre cristinocéntrica, le da por mirarse en el estiempos pejo del glaciar: tan majestuoso, tan imponente, y un buen día empieza a derrumbarse.
A veces tiendo a pensar que nada es lo que parece. Al profesor no le creo que de veras aspire a la reelección: lo que busca con esta impostada centralidad, con estos viajes por el interior para asistir a tristes actos en los que deja tristísimos discursos, es que lo sigan llamando presidente y no le cierren la puerta en la cara. Lo decía, con humor riojano, Carlos Menem: “Cuando en la Casa Rosada empiezan a oler que ya no tenés poder, el café te lo sirven frío y el vasito de agua te lo niegan”. Alberto sabe que para verse bien en las encuestas tiene que dar vuelta la planilla. El 24 de junio vence el plazo para presentar candidaturas; el 25, el profesor va a llegar a su despacho con un termo.
El que le da ánimos es Grabois: “El año que viene no quiero a otro mediocre, otro tibio, otro cobarde”.
Con perdón de Macri ( juro que no soy tan mala persona como sugiere esta comparación con Alberto), su travesía no es muy distinta. Expresidente, figura consular de Juntos por el Cambio y exhibiendo en estos una picardía que no le conocíamos, mientras mantenga latente la posibilidad de ir por un nuevo mandato el sol seguirá saliendo para él. Por eso, en la puerta de su casona de Cumelén siempre hay dirigentes esperando para entrar. Incluso digita los tiempos de las visitas. “A Patricia [Bullrich] la invitó a quedarse a dormir, mientras que a Horacio lo fletó rapidito”, cuentan las crónicas sureñas. Las fotos con él se cotizan cada vez más alto. Un amigo le presentó un desafío épico: “Tenés que pensarte como el salvador de la patria”. Mauricio agradeció el piropo y dijo que era un tema interesante para considerar a la vuelta de su próximo viaje a Italia.
Por si los planetas no terminan de alinearse en este rubro, nunca deja de atender su business plan. Hijo ‘e tigre, a los 64 años es lógico que lo desvele el futuro de su descendencia.
Con Cristina no estoy tan seguro de qué le depara el destino. Por de pronto, el business plan lo tiene resuelto hace años. Consulté a tres fuentes del Instituto Patria sobre si realmente no va a ser candidata ni a presidenta ni al Senado. Una me dijo que es una decisión irreversible; otra, que le parecería raro no verla en alguna papeleta, y la tercera, que no tiene la más mínima idea. A los colegas que quieran citarme como fuente, mi conclusión es que hoy se autopercibe proscripta; sobre todo, proscripta por las encuestas: no le dan tan mal, pero odia eso de tener que estar contando monedas; más odiaría, por supuesto, perder el segundo puesto con Casta Milei.
La vice vive momentos críticos: Alberto no depone armas y se pavonea como candidato; la fuga de cuatro soldados –cuatro, por ahora– de su bloque del Senado la deja ahí más perdida que Cafierito en la Cancillería, y además lo que acaba de nacer no es una nueva bancada, sino una alianza de peronistas no kirchneristas de cara a octubre; el juicio a la Corte, que sigue sin perder detalle, suscita en la gente el mismo interés que las conferencias de prensa de la vocera Gaby Cerruti; Aníbal Fernández, pérfido, está comprando pistolas Taser, y Mirtha Legrand no la invitó a su fiesta de cumpleaños. El fin del mundo, a la vuelta de la esquina. Su único alivio son los traspiés de Massita: la perspectiva de que triunfara un plan de ajuste ortodoxo monitoreado por el Fondo Monetario no la dejaba dormir. Otra vez, terminó exiliándose en El Calafate. Allí, lejos de las peroratas de Máximo, de la melosa pleitesía de Parrilli, del sórdido recuerdo de Uruguay y Juncal, le gusta poner su mente en blanco o, los días en que está más animada, meditar sobre la fugacidad del hielo.
Cristina, Alberto, Mauricio, Horacio, coincido con ustedes: el sur también existe; pero da la impresión de que perdieron el norte.
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