LOS ADULTOS, ANTE LOS DESAFÍOS QUE PLANTEA EL BULLYING
La tragedia de las gemelas argentinas reaviva la problemática del acoso escolar; para los expertos, es clave acompañar a los menores en las dificultades que enfrentan entre sus pares
Lucila Marin|
La tragedia de las gemelas argentinas en Barcelona reinstala la preocupación por un fenómeno enquistado entre chicos y adolescentes.
“Para qué le voy a decir a la seño si no puede hacer nada”. “No soy capaz de decírselo a mis padres porque tengo miedo de que eso empeore las cosas”. La primera frase la pronunció una nena de nueve años en Buenos Aires, la segunda un chico de diez en Barcelona. La adolescencia parece tener rasgos comunes en diversos puntos del planeta. Uno de ellos, la desilusión de los chicos con los adultos, no quieren hablar con ellos porque los sienten impotentes. Se cruza con un momento evolutivo complejo marcado por una angustia central en la etapa escolar como es la pertenencia al grupo de amigos que se enmarca, además, en un aumento de la violencia.
Así lo describe Mónica Toscano, que desde hace 20 años dirige una investigación que ya alcanzó a más de 33.000 chicos. La psicóloga argentina desarrolló un sistema de prevención de la violencia en el aula cuando sintió que la prevención teórica no alcanzaba y necesitaban crear un espacio para que los chicos pudieran hablar.
El drama de las gemelas argentinas en Barcelona Alana –quien transicionaba de género y había pedido que la llamaran Iván– que falleció luego de lanzarse desde un tercer piso del departamento donde vivían en Sallent, España, junto con su hermana Leila, que permanece internada y grave, expone una vez más lo que no alcanzó.
Según relataron sus familiares, en el Institut Llobregat, el colegio al que concurrían, las molestaban porque no hablaban catalán. Las burlas se intensificaron cuando Alana pidió que la llamaran Iván. “Es increíble que haya llegado a semejante decisión por bullying, porque en el colegio primero la molestaban porque no hablaba catalán y ahora porque había decidido cambiar de género”, dijo a la nacion su abuelo Gustavo Lima, sobre una postura que la adolescente planteó clara y expresamente en la carta que dejó en la habitación, con fundamentos de por qué llegó a quitarse la vida. Decisión en la que la acompañó su hermana.
“Me siento incómoda diciendo las gemelas porque una de las cosas que pedía era que le dijeran Iván”, se sincera María Zysman, psicopedagoga y directora de la asociación Libres de Bullying, mientras intenta buscar un término como reemplazo. “Tenemos que hacer el ejercicio de plantearlo, nombrar esa incomodidad como primer paso si queremos que no haya transfobia y bullying”, agrega, y remarca: “Creo que hay mucho que hacer desde lo macro, el Ejecutivo, pero también tenemos que hacer algo desde lo personal”.
Por su parte, Toscano apunta: “Un chico que quiere hablar de su indefinición sexual siente el dolor de desilusionar a sus padres. Hemos podido observar que, además, siempre se esconde un trasfondo de dolor, tristeza, posible depresión. Acompañarlos es el camino”.
En ese sentido, la psicóloga remarca que es importante que los chicos sepan que sus padres creen en su dolor y pueden conmoverse. “Hay que escucharlo con la rigurosidad del respeto que merece, tenga la edad que tenga. Respuestas como: ‘No es nada’ no ayudan. Muchas veces no los escuchan por miedo a lo que tengan que decir. Hay que trabajar para que sus padres no teman. No podemos minimizar el dolor porque está siendo acosado o no se sienten cómodos con su cuerpo. Si el dolor lo toma, el chico pasa a la autoagresión”, indicó la profesional.
Apunta, también, la necesidad de crear un espacio para escucharlos “sin ser autoritarios” y “sin que se sientan traicionados”.
Toscano desarrolló un método que lleva su nombre –Mónica Toscano Prevention in Act– y hoy se aplica en distintas ciudades de la Argentina, España, Austria y Alemania. Capacitan a padres y docentes para que puedan leer los signos que dan los chicos sin naturalizarlos. Según coinciden varios especialistas, muchas veces en la adolescencia ciertas señales se confunden con actitudes típicas de esa etapa y esas alertas quedan escondidas detrás de frases como “todos los adolescentes se cierran”.
“El camino tiene que ver con que como adultos tomemos conciencia de la gravedad de la situación que vivimos. No se agota en la gravedad del acoso, sino que hay muchísimas situaciones que no estamos viendo. Crear un puente, un espacio para que los jóvenes vuelvan a acercarse sin el miedo a ser tomados como niños. Muchas veces se pasa de un extremo al otro o se los sobreprotege o se los deja solos”, precisa.
En este punto describe que la pandemia produjo una regresión. Los especialistas hablan de una epidemia de salud mental, sobre todo entre los adolescentes. “A los chicos los dejó sumidos en sus hogares y muchos padres los han vuelto a tratar como niños, y cuesta la salida al mundo aún más”, explica y agrega que también es necesario trabajar en los límites: “Tiene que ser un límite que lo respete, que no sea autoritario. Un chico sin límites no puede pensar, amar, estudiar”.
Zysman y Toscano coinciden en la necesidad de crear equipos entre los colegios, los padres y los servicios de salud para enfrentar esta problemática. La directora de Libres de Bullying apunta que muchas veces hay un “terreno gris” cuando se identifica un caso de bullying en donde las familias y las escuelas se pasan la pelota.
“Las escuelas tienen un trabajo enorme para hacer sobre cómo es recibir a las familias ante un reclamo o un pedido ayuda para que no se sienta juzgada y con las familias hay que trabajar para que bajen el nivel de expectativas sobre el rol que tienen las escuelas”, plantea. Enumera que es necesario preguntarse por qué aparecieron estas situaciones en la institución, analizar cómo es el clima del aula, qué hizo que se construyera eso, pero también que los docentes deben convocar a las familias en cuanto detectan cualquier tipo de alarma. “A veces es superfrustrante que trabajás con 300 docentes, 1000 chicos y vienen 20 padres”, lamenta.
Buscan diseñar estrategias concretas que le sirvan a cada colegio y piensan intervenciones posibles sobre la base de los recursos que tienen. Trabajan con capacitaciones a docentes y la especialista señala que también es importante que las instituciones incorporen al personal no docente –porteros, gente que trabaja en el comedor– que muchas veces observa en otras situaciones a los alumnos y pueden aportar mucha información.
La primera etapa, explica Zysman que el año pasado recorrió 54 escuelas, es delimitar qué es bullying y qué no. “Cuando es bullying se interviene de una manera y cuando no, de otra. Uno puede actuar en base a los primeros signos y casi siempre son los de discriminación. Si mi hija invita a almorzar a 9 de las 10 chicas que tiene la clase, o le digo que invite a tres o vienen todas”, grafica.
“Hay que mostrarles a los chicos que frente a eso yo actúo. Fundamentalmente lo que tiene que haber es una posición clara de los docentes y de la institución de que hay cosas que no se van a permitir. Hay un límite y el límite siempre es el sufrimiento de alguien. Es necesario que los chicos se pregunten si lo que están haciendo a ellos les parece bien o no, que no necesiten que aparezca una prohibición. No sirve hacer un taller por mes, hay que trabajar de manera sostenida. Hay que pensar acuerdos de convivencia. Hay que ver qué pasa con la fluidez, dar entidad de lo que les pasa a los chicos”, remarca.
Juana Poulisis, psiquiatra de extensa trayectoria y especialista en la atención de trastornos de la alimentación, también resalta la importancia del entrenamiento de las autoridades escolares y agrega: “Es importante que haya un espacio de reflexión, en donde se puedan armar grupos, se pueda trabajar en este tipo de problemática que se puedan hablar en la clase. Hay que buscar demostrar que la expresión de las emociones está buenísima”.
“Mientras más redes tengamos,
María Zysman asociación Libres de bullying “a veces es superfrustrante: trabajás con 300 docentes, 1000 chicos y vienen 20 padres”
menos posibilidades hay de que se nos escapen estas cosas”, señala en el mismo sentido Mariana Gallagher, directora de Educación Emocional en el colegio Michael Ham.
Hace seis años que implementaron el programa Kiva, un método finlandés, que busca trabajar con la víctima del acoso, con el victimario y con todo el grupo escolar, es decir, incluye a padres, docentes y alumnos. “Los colegios somos un agente de detección, no somos responsables únicos de la solución, pero para solucionar tenemos que trabajar en conjunto con los especialistas y con la familia”, apunta en la misma línea Gallagher.
“Tenemos protocolos de detección donde uno puede detectar una ausencia a determina materia, desgano, monitoreo de los recreos. Se observa el comedor, lugares que pueden ser esos semáforos. Buscamos que sepan que estamos para ocuparnos”, describe.
Espacio seguro
El programa se implementa en primaria y con los años lo han ido complementando. En secundaria sumaron un programa de orientación educativa con psicólogos y psicopedagogos y tutorías, espacios para que los chicos tengan un lugar seguro con quién hablar. Suman además actos concretos con especialistas durante el año y asambleas donde los temas varían por edad.
“Mientras más redes tengamos, menos posibilidades hay de que se nos escapen estas cosas. No es que no suceden, porque los casos siguen sucediendo, en la convivencia escolar estas cosas pasan, pero los vamos detectando más a tiempo”, apunta Gallagher.
“En la secundaria, al adolescente le cuesta pedir ayuda y los pares pasan a ser los más importantes. Muchas veces pedir ayuda está vinculado con el buchón, se trabaja mucho con esa idea. Pedir ayuda está bien. Necesitamos que la víctima cambie de lugar y el bully se transforme. Que los espectadores, quienes se ríen también cambien de lugar. Con los adolescentes trabajamos desde la educación orientativa, cómo pueden ubicarse en un lugar diferente para que esto deje de pasar. Hay que ir trabajando en los sistema, cuando una persona del sistema cambia, todos nos tenemos que reubicar”, detalla.
Pese a que los especialistas coinciden en que no hay escuelas en donde el bullying no aparezca, también lamentan que todavía existen instituciones que no se involucran. “Están los colegios donde están super involucrados y atienden la cuestión particular de cada chico. Pero hay otros en donde no se involucran, inclusive cuando el equipo terapéutico se comunica con el colegio para advertir, pedir flexibilidad, no sucede”, describe Poulisis.
El bullying, sin embargo, no se agota allí. La problemática se extiende a todos los escenarios en donde hayan chicos: barrios, clubes y el mundo digital. Es por eso que la prevención debe extenderse a todos esos espacios.
Resulta difícil encontrar estadística para dimensionar la problemática, entre otras cosas, porque todavía no hay un acuerdo en cómo medirlo. Sin embargo, números de Unicef de 2019 permiten un acercamiento: 1 de cada 3 estudiantes de entre 13 y 15 años sufre acoso escolar.
La tragedia de las gemelas argentinas en Barcelona reinstala la preocupación por un fenómeno enquistado entre chicos y adolescentes.
“Para qué le voy a decir a la seño si no puede hacer nada”. “No soy capaz de decírselo a mis padres porque tengo miedo de que eso empeore las cosas”. La primera frase la pronunció una nena de nueve años en Buenos Aires, la segunda un chico de diez en Barcelona. La adolescencia parece tener rasgos comunes en diversos puntos del planeta. Uno de ellos, la desilusión de los chicos con los adultos, no quieren hablar con ellos porque los sienten impotentes. Se cruza con un momento evolutivo complejo marcado por una angustia central en la etapa escolar como es la pertenencia al grupo de amigos que se enmarca, además, en un aumento de la violencia.
Así lo describe Mónica Toscano, que desde hace 20 años dirige una investigación que ya alcanzó a más de 33.000 chicos. La psicóloga argentina desarrolló un sistema de prevención de la violencia en el aula cuando sintió que la prevención teórica no alcanzaba y necesitaban crear un espacio para que los chicos pudieran hablar.
El drama de las gemelas argentinas en Barcelona Alana –quien transicionaba de género y había pedido que la llamaran Iván– que falleció luego de lanzarse desde un tercer piso del departamento donde vivían en Sallent, España, junto con su hermana Leila, que permanece internada y grave, expone una vez más lo que no alcanzó.
Según relataron sus familiares, en el Institut Llobregat, el colegio al que concurrían, las molestaban porque no hablaban catalán. Las burlas se intensificaron cuando Alana pidió que la llamaran Iván. “Es increíble que haya llegado a semejante decisión por bullying, porque en el colegio primero la molestaban porque no hablaba catalán y ahora porque había decidido cambiar de género”, dijo a la nacion su abuelo Gustavo Lima, sobre una postura que la adolescente planteó clara y expresamente en la carta que dejó en la habitación, con fundamentos de por qué llegó a quitarse la vida. Decisión en la que la acompañó su hermana.
“Me siento incómoda diciendo las gemelas porque una de las cosas que pedía era que le dijeran Iván”, se sincera María Zysman, psicopedagoga y directora de la asociación Libres de Bullying, mientras intenta buscar un término como reemplazo. “Tenemos que hacer el ejercicio de plantearlo, nombrar esa incomodidad como primer paso si queremos que no haya transfobia y bullying”, agrega, y remarca: “Creo que hay mucho que hacer desde lo macro, el Ejecutivo, pero también tenemos que hacer algo desde lo personal”.
Por su parte, Toscano apunta: “Un chico que quiere hablar de su indefinición sexual siente el dolor de desilusionar a sus padres. Hemos podido observar que, además, siempre se esconde un trasfondo de dolor, tristeza, posible depresión. Acompañarlos es el camino”.
En ese sentido, la psicóloga remarca que es importante que los chicos sepan que sus padres creen en su dolor y pueden conmoverse. “Hay que escucharlo con la rigurosidad del respeto que merece, tenga la edad que tenga. Respuestas como: ‘No es nada’ no ayudan. Muchas veces no los escuchan por miedo a lo que tengan que decir. Hay que trabajar para que sus padres no teman. No podemos minimizar el dolor porque está siendo acosado o no se sienten cómodos con su cuerpo. Si el dolor lo toma, el chico pasa a la autoagresión”, indicó la profesional.
Apunta, también, la necesidad de crear un espacio para escucharlos “sin ser autoritarios” y “sin que se sientan traicionados”.
Toscano desarrolló un método que lleva su nombre –Mónica Toscano Prevention in Act– y hoy se aplica en distintas ciudades de la Argentina, España, Austria y Alemania. Capacitan a padres y docentes para que puedan leer los signos que dan los chicos sin naturalizarlos. Según coinciden varios especialistas, muchas veces en la adolescencia ciertas señales se confunden con actitudes típicas de esa etapa y esas alertas quedan escondidas detrás de frases como “todos los adolescentes se cierran”.
“El camino tiene que ver con que como adultos tomemos conciencia de la gravedad de la situación que vivimos. No se agota en la gravedad del acoso, sino que hay muchísimas situaciones que no estamos viendo. Crear un puente, un espacio para que los jóvenes vuelvan a acercarse sin el miedo a ser tomados como niños. Muchas veces se pasa de un extremo al otro o se los sobreprotege o se los deja solos”, precisa.
En este punto describe que la pandemia produjo una regresión. Los especialistas hablan de una epidemia de salud mental, sobre todo entre los adolescentes. “A los chicos los dejó sumidos en sus hogares y muchos padres los han vuelto a tratar como niños, y cuesta la salida al mundo aún más”, explica y agrega que también es necesario trabajar en los límites: “Tiene que ser un límite que lo respete, que no sea autoritario. Un chico sin límites no puede pensar, amar, estudiar”.
Zysman y Toscano coinciden en la necesidad de crear equipos entre los colegios, los padres y los servicios de salud para enfrentar esta problemática. La directora de Libres de Bullying apunta que muchas veces hay un “terreno gris” cuando se identifica un caso de bullying en donde las familias y las escuelas se pasan la pelota.
“Las escuelas tienen un trabajo enorme para hacer sobre cómo es recibir a las familias ante un reclamo o un pedido ayuda para que no se sienta juzgada y con las familias hay que trabajar para que bajen el nivel de expectativas sobre el rol que tienen las escuelas”, plantea. Enumera que es necesario preguntarse por qué aparecieron estas situaciones en la institución, analizar cómo es el clima del aula, qué hizo que se construyera eso, pero también que los docentes deben convocar a las familias en cuanto detectan cualquier tipo de alarma. “A veces es superfrustrante que trabajás con 300 docentes, 1000 chicos y vienen 20 padres”, lamenta.
Buscan diseñar estrategias concretas que le sirvan a cada colegio y piensan intervenciones posibles sobre la base de los recursos que tienen. Trabajan con capacitaciones a docentes y la especialista señala que también es importante que las instituciones incorporen al personal no docente –porteros, gente que trabaja en el comedor– que muchas veces observa en otras situaciones a los alumnos y pueden aportar mucha información.
La primera etapa, explica Zysman que el año pasado recorrió 54 escuelas, es delimitar qué es bullying y qué no. “Cuando es bullying se interviene de una manera y cuando no, de otra. Uno puede actuar en base a los primeros signos y casi siempre son los de discriminación. Si mi hija invita a almorzar a 9 de las 10 chicas que tiene la clase, o le digo que invite a tres o vienen todas”, grafica.
“Hay que mostrarles a los chicos que frente a eso yo actúo. Fundamentalmente lo que tiene que haber es una posición clara de los docentes y de la institución de que hay cosas que no se van a permitir. Hay un límite y el límite siempre es el sufrimiento de alguien. Es necesario que los chicos se pregunten si lo que están haciendo a ellos les parece bien o no, que no necesiten que aparezca una prohibición. No sirve hacer un taller por mes, hay que trabajar de manera sostenida. Hay que pensar acuerdos de convivencia. Hay que ver qué pasa con la fluidez, dar entidad de lo que les pasa a los chicos”, remarca.
Juana Poulisis, psiquiatra de extensa trayectoria y especialista en la atención de trastornos de la alimentación, también resalta la importancia del entrenamiento de las autoridades escolares y agrega: “Es importante que haya un espacio de reflexión, en donde se puedan armar grupos, se pueda trabajar en este tipo de problemática que se puedan hablar en la clase. Hay que buscar demostrar que la expresión de las emociones está buenísima”.
“Mientras más redes tengamos,
María Zysman asociación Libres de bullying “a veces es superfrustrante: trabajás con 300 docentes, 1000 chicos y vienen 20 padres”
menos posibilidades hay de que se nos escapen estas cosas”, señala en el mismo sentido Mariana Gallagher, directora de Educación Emocional en el colegio Michael Ham.
Hace seis años que implementaron el programa Kiva, un método finlandés, que busca trabajar con la víctima del acoso, con el victimario y con todo el grupo escolar, es decir, incluye a padres, docentes y alumnos. “Los colegios somos un agente de detección, no somos responsables únicos de la solución, pero para solucionar tenemos que trabajar en conjunto con los especialistas y con la familia”, apunta en la misma línea Gallagher.
“Tenemos protocolos de detección donde uno puede detectar una ausencia a determina materia, desgano, monitoreo de los recreos. Se observa el comedor, lugares que pueden ser esos semáforos. Buscamos que sepan que estamos para ocuparnos”, describe.
Espacio seguro
El programa se implementa en primaria y con los años lo han ido complementando. En secundaria sumaron un programa de orientación educativa con psicólogos y psicopedagogos y tutorías, espacios para que los chicos tengan un lugar seguro con quién hablar. Suman además actos concretos con especialistas durante el año y asambleas donde los temas varían por edad.
“Mientras más redes tengamos, menos posibilidades hay de que se nos escapen estas cosas. No es que no suceden, porque los casos siguen sucediendo, en la convivencia escolar estas cosas pasan, pero los vamos detectando más a tiempo”, apunta Gallagher.
“En la secundaria, al adolescente le cuesta pedir ayuda y los pares pasan a ser los más importantes. Muchas veces pedir ayuda está vinculado con el buchón, se trabaja mucho con esa idea. Pedir ayuda está bien. Necesitamos que la víctima cambie de lugar y el bully se transforme. Que los espectadores, quienes se ríen también cambien de lugar. Con los adolescentes trabajamos desde la educación orientativa, cómo pueden ubicarse en un lugar diferente para que esto deje de pasar. Hay que ir trabajando en los sistema, cuando una persona del sistema cambia, todos nos tenemos que reubicar”, detalla.
Pese a que los especialistas coinciden en que no hay escuelas en donde el bullying no aparezca, también lamentan que todavía existen instituciones que no se involucran. “Están los colegios donde están super involucrados y atienden la cuestión particular de cada chico. Pero hay otros en donde no se involucran, inclusive cuando el equipo terapéutico se comunica con el colegio para advertir, pedir flexibilidad, no sucede”, describe Poulisis.
El bullying, sin embargo, no se agota allí. La problemática se extiende a todos los escenarios en donde hayan chicos: barrios, clubes y el mundo digital. Es por eso que la prevención debe extenderse a todos esos espacios.
Resulta difícil encontrar estadística para dimensionar la problemática, entre otras cosas, porque todavía no hay un acuerdo en cómo medirlo. Sin embargo, números de Unicef de 2019 permiten un acercamiento: 1 de cada 3 estudiantes de entre 13 y 15 años sufre acoso escolar.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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