No todo es lucha por el poder en la política
— por Héctor M. Guyot
Han andado por la vida en veredas opuestas. Pero, ya avanzado el viaje, una sabiduría en sabia clave menor los ha hecho encontrarse en las cosas que verdaderamente importan. Uno vivió entre libros, en el mundo del periodismo y la política, con intereses paralelos en el fútbol, el arte y la historia, mientras que el otro se define como “un campesino medio urbano de chacra chica” con vocación por la tierra; uno cree en las formas y el otro se ha encargado, sin el ánimo banal de transgredir, de relativizarlas con gestos espontáneos; uno es traje bien cortado y el otro, camisa leñadora. Uno liberal, el otro socialista. Ambos tienen más de 80 años y fueron presidentes de Uruguay, pero no es esto lo que los iguala. Acaso sea, más bien, una cuestión de estilo definida por el carácter. Ellos lo llaman sobriedad.
“Para mí, la sobriedad es una forma de vivir, es una pelea por sostener un amplio margen de libertad. Porque si dejo que se multipliquen las necesidades al infinito, tengo que vivir para cubrir las necesidades y no me queda tiempo para hacer las cosas que a mí me motivan”, dice José Mujica. Del otro lado de la mesa, Julio María Sanguinetti responde así: “Sellando las palabras de Pepe, yo no me considero austero, pero sí sobrio también. Nosotros nunca tuvimos casa en la playa, en la época en que todos los muchachos compraban un terreno en El Pinar o Punta del Este, que eran baratos. Siempre todo lo metimos adentro de la casa, porque nuestra vida eran los libros y los cuadros”.
Leído desde esta orilla del río, el diálogo entre estos dos curtidos lobos de la política uruguaya despierta esa inexplicable nostalgia que a veces se siente por aquello que nunca se tuvo. En el libro El horizonte. Conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica, de los periodistas Alejandro Ferreiro y Gabriel Pereyra, recién publicado, hay anécdotas personales y reflexiones que van de la política a la religión o de la tecnología al amor. Sin embargo, lo que resulta irresistible es el tono del ida y vuelta entre estos viejos adversarios, el espacio que ambos le conceden a la duda, la forma en que se escuchan y piensan juntos. Todo lo que acaso explique en parte el presente de Uruguay, un país igualitario y de una calidad institucional envidiable, con ciudadanos que valoran la democracia que tienen. Tan cerca de nosotros y sin embargo tan lejos.
Sanguinetti y Mujica son la contracara del político argentino populista con ambiciones, tan proclive a la megalomanía y a la ficción redentorista, siempre empeñado en presentarse como el salvador de la patria, siempre listo para descalificar todo aquello que se aparte de su relato o su dogma y se interponga en el camino hacia el poder.
“Yo vine a poner a la Argentina de pie”, dijo Javier Milei. ¿No han escuchado eso antes? Hay que cuidarse de los políticos que se las saben todas y relegan al ciudadano a un rol pasivo o, peor, le dan trato de súbdito. Cínicos o alienados, son los vendedores de humo o los convencidos. De la mano de unos y otros hemos llegado a este presente en el que casi la mitad del país vive en la pobreza. Milei parece un convencido. Pero en su mirada desorbitada, en su lengua agresiva, lleva la marca de los mesiánicos. La bronca y el resentimiento capitalizados por la ambición de poder nos han traído hasta aquí. ¿Adónde nos llevaría reincidir?
Milei se perfila, acaso a conciencia, como el Trump o el Bolsonaro local. Representa la antipolítica. Juntos por el Cambio no debería leerlo en clave ideológica, sino en términos de fondo: la disyuntiva hoy no es izquierda o derecha, sino república o populismo, política o antipolítica, diálogo o monólogo. En esta perspectiva, Milei está más cerca del kirchnerismo que de la coalición opositora. Y hacen falta políticos con los pies en la tierra, que comprendan que la fuerza de la democracia no reside en líderes iluminados que tienden a fagocitársela, sino en ciudadanos que aspiran a una administración razonable y valiente capaz de poner al país en el arduo camino de la recuperación.
En este sentido, Mauricio Macri tuvo el domingo una actitud “uruguaya” que lo enaltece y que representó un soplo de aire fresco en una atmósfera tóxica. No todo es lucha por el poder. Estamos acostumbrados, incluso los periodistas, a que lo sea. Como los uruguayos, tenemos que empezar a cultivar una épica menor, la del protagonismo cívico. A eso invitó Macri. Eso sí, el otro Macri, ese “ego” que el expresidente busca dominar, impuso antes de eclipsarse la candidatura de su primo en la ciudad.
Uruguay necesitó tanto a Mujica como a Sanguinetti. En ese espacio de diálogo que ambos consolidan de forma natural, se complementan. Ambos reniegan de las utopías absolutistas, que terminan indefectiblemente en gobiernos autoritarios. Creen en el sueño de construir una sociedad que, perfectible, sea cada día mejor. Con ese anhelo ambos han consagrado su vida al servicio público. Para los que no sientan ese llamado, vale el consejo de Mujica: “Lo he dicho siempre, estoy convencido: a los que tienen la pasión del dinero, de la acumulación de dinero, habría que correrlos de la política”. Así sea.
La bronca y el resentimiento capitalizados por líderes mesiánicos con ambición de poder nos han traído hasta aquí. ¿Adónde nos llevaría reincidir en esto?
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