Una década de venganzas y muertes en Rosario
El asesinato de Pájaro Cantero, en 2013, originó la guerra de bandas narco.
Germán de los SantosLa imagen de Pájaro Cantero, en la tribuna de Central, en 2015
ROSARIO.- Un crimen, entre los más de 2500 asesinatos que se cometieron en la última década, marcó el inicio el 26 de mayo de 2013 de una nueva etapa en el negocio narco dentro de los márgenes de Rosario, que empezaba a tener como engranaje fundamental a la violencia, un rasgo que diferencia a esta ciudad de otros distritos del país, que se trasluce en una tasa de homicidios cuatro veces mayor que el promedio nacional. El asesinato de Claudio “Pájaro” Cantero, líder de Los Monos, consolidó el inicio de ese capítulo que hoy parece interminable. Pero el negocio del narcotráfico se moldeó antes de este crimen y de las venganzas que ayudaron a exhibirlo, cuando las balas no eran un sonido natural.
“La angustia del crimen es demasiada para un solo hombre”, escribió Nicholas Blake, autor de La bestia debe morir. Las historias que salpican a la banda Los Monos están manchadas de sangre. Y forman parte de un engranaje que aceitó este grupo al colectivizar los crímenes, que hicieron visibles las biografías de estos nuevos hampones ligados a la narcocriminalidad. Para Los Monos esa angustia por matar está ausente, lejos. En las conversaciones telefónicas y videos registrados en decenas de causas contra los miembros de la banda la muerte parece banal, cotidiana, como cuando un policía le cuenta a Guille Cantero el resultado de un ataque a balazos en medio de la venganza de la muerte de su hermano Pájaro: “Siete en el blanco. Dos en el chope, dos en la zapán, dos en el brazo, uno en la pierna”. Y él contesta: “Buenísimo”.
La violencia que estalló en Rosario dejó a flote esas historias, al entretejerse venganzas predecibles entre dos bandos antagónicos que pisan fuerte en la zona sur de la ciudad, donde Los Monos y los Bassi se trenzaron en una guerra sangrienta para controlar la venta de drogas. En esa periferia perforada por una pobreza endémica e inalterable apareció el búnker como una especie de fenómeno folklórico, un punto de venta blindado, atendido por soldaditos, en su mayoría menores de edad, para despachar por una ventanita dosis de una cocaína berreta y barata, adaptada al mercado popular en medio de esa tensión emergente, que el Gobierno intentó esquivar con la mirada.
La familia Cantero era hasta entrada una década y media atrás una banda de delincuentes bravos, pero de poca monta. Surgieron en villa La Granada, un asentamiento que se gestó unos meses antes del Mundial 78, cuando los militares decidieron subir en camiones a los pobres que no debían ser vistos y los depositaron en la frontera sur de la ciudad. Allí se formó un barrio cuyas calles tienen nombres de flores, pero están despojadas de poesía.
El poder de las armas
El asesinato de Claudio Ariel Cantero, alias Pájaro, catalogado como el cerebro de la banda, el 26 de mayo de 2013 encendió un raid de venganzas que terminó con cuatro homicidios en menos de una semana. Diego Demarre, alias Tarta, fue ultimado en Maipú y Seguí cuando llegaba de los tribunales, adonde había ido preocupado porque el asesinato de Cantero había ocurrido frente a su boliche, Infinity Night. Lo sindicaban como un “coronel” de Los Monos en barrio Tablada y como jefe de otro sicario: Milton César. Familiares de este supuesto asesino a sueldo también fueron atacados horas después del crimen del Pájaro, con un mortal resultado en avenida Francia y Acevedo: su hermano Nahuel César resultó muerto, su madre quedó cuadripléjica (y luego falleció) y su padrastro y dos hermanos más pequeños salvaron su vida de milagro. Un acompañante, Marcelo Alomar, también fue asesinado.
El crimen de Pájaro Cantero, que cambió la historia de Rosario, no tiene culpables identificados por la Justicia. Quienes vengaron su muerte lo hicieron por fuera de los fallos de los tribunales. El 29 de marzo de 2017 el silencio se rompió cuando el presidente del tribunal pronunció la palabra “absolución” para los tres acusados de ese homicidio emblemático. El murmullo corrió rápido por la sala de audiencias de los tribunales de Rosario, y la sorpresa invadió el lugar donde los acusados Luis Bassi y Milton Damario sonreían con frialdad.
El tercer imputado, Facundo Muñoz, no pudo escuchar el veredicto debido a las heridas que le provocó la emboscada que una semana antes habían sufrido los tres acusados cuando desde dos vehículos les dispararon 14 balazos en la autopista Rosario-santa Fe, en momentos en que eran trasladados en dos camionetas al penal de Coronda.
Después de diez años, la banda Los Monos no es la misma. Mutó su fisonomía y su estructura, a partir de la muerte y la detención de sus integrantes. Pero, además, esa dinámica logró atomizar y a su vez expandir la organización, que antiguamente tenía el liderazgo central de Pájaro Cantero.
Hoy la banda más conocida de Rosario, que tiene trascendencia incluso por fuera de las fronteras de la ciudad, está dividida en cuatro partes, que no son iguales. Cada una de las llamadas terminales actúa de manera independiente. Ya no es un clan familiar como el que surgió hace dos décadas en el barrio La Granada, donde libraban batallas contra Los Garompas.
Esta fragmentación parecería a simple vista representar una debilidad, pero esa mirada no parece real, sobre todo si la tabulación que se hace es en base a la generación de violencia y al poderío económico, que es mucho mayor al de hace diez años.
El crimen de Nahuel Cantero, de 20 años, nieto del fundador de Los Monos, Máximo Cantero, que está preso, el 23 de septiembre pasado, expuso cómo los engranajes de violencia moldean una organización narcocriminal que sigue siendo rústica, pero que alcanza niveles de recaudación muy altos.
El más poderoso de la banda sigue siendo Ariel “Guille” Cantero, quien está preso en el penal de Marcos Paz. Guille, detenido desde hace más de una década, fue el más violento del grupo y quien logró expandir el negocio criminal por fuera de las fronteras de la zona sur de Rosario. Acumuló más poder en las siete cárceles por las que pasó que en libertad. Sumó en los últimos años más de 100 años de condena y todavía tiene juicios pendientes en la Justicia Federal, como una causa por lavado de dinero, cuya fotografía es antiquísima.
Guille es el dueño de una especie de franquicia que opera en distintas zonas de Rosario y en el área metropolitana, como Pérez y el excordón industrial. También tiene vínculos con narcos de Buenos Aires, en la villa 1-11-14, y con engranajes de la barra brava de Boca. Domina la hinchada de Newell’s y tiene fuerte injerencia en las tribunas de Rosario Central. Recauda de una decena de sindicatos, que pagan para no ser baleados y usan su poder de fuego en las internas gremiales, como en la de los Peones de Taxis.
Todos los viernes las diferentes vertientes que alimentan sus bolsillos rinden su recaudación a gente vinculada a su pareja, Vanesa Barrios. Ese dinero, como determinaron varias causas judiciales, termina en cuevas financieras para obtener dólares blue -una de ellas en España al 800, propiedad del extitular de Terminal Puerto Rosario Gustavo Shanahan-, una divisa que sirve para evitar que la inflación deteriore esa renta y que, además, es imprescindible para adquirir la cocaína que se vende en los racimos de búnkeres que están distribuidos en todos los barrios de Rosario.
Franquicias narco
Otra pata de Los Monos es la que conduce Celestina Contreras, la madre de Guille Cantero, que está actualmente detenida. La Cele, como le dicen en el barrio, maniobra en el mundo criminal con Dylan Cantero, el hijo menor que tuvo con El Viejo, detenido el 26 de septiembre pasado con una ametralladora cuando escapaba por los techos de su casa.
El otro sector de la nueva generación es el que lidera Luciano Cantero, de 19 años, que está preso desde enero del año pasado, cuando también detuvieron a su madre, Lorena Verdún, actualmente detenida en el penal de Ezeiza por narcotráfico. Lucho es el hijo de Pájaro Cantero, y con la chapa mística de su padre ganó espacio en la geografía narco de manera desenfrenada, algo que -aunque parezca paradójico- generó resquemor con su tío Guille, que le reclamaba que actuara con menos virulencia. El cuarto sector de Los Monos es hoy uno de los más importantes después del que conduce Guille, y es el que domina Máximo Cantero, también preso.
La banda Los Monos gobierna en el narcotráfico desde hace más de dos décadas. Lo hizo con ayuda del Estado, a través de la policía, una pata siempre leal a la banda, aceitada con fuertes sumas de dinero, y hoy con la colaboración del Servicio Penitenciario, que permite que los miembros de la organización operen desde la cárcel, como si fuera un home office. Las nuevas generaciones de la organización siguen siendo personas rústicas, muchas de ellas semianalfabetas, pero el poder económico es cada vez mayor, incluso se cotiza un dólar especial en el mercado cambiario rosarino: el “dólar banana”, que marca las ganancias de la banda que se expandió desde la venta de drogas.
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