Humoristas, vírgenes y madres
ARTURO PÉREZ-REVERTE
Hubo revuelo mediático en España –sólo un par de días, lo que duran esas cosas– porque unos humoristas de un programa de televisión emitido en Cataluña se chotearon, con esa gracia natural que allí tiene algún que otro hijo de la gran puta, de la Virgen del Rocío y del acento andaluz. La parodia tenía mala sombra y fue asunto, sobre todo, del público que la vio: quien está dispuesto a zamparse programas como ése, como otras telebazofias sobre islas de pendones desorejados y macarras analfabetos, o ciertas tertulias donde todo cristo sabe tanto de todo que acabas echando la pota, conoce a qué se expone. Si hay oferta de basura es porque no faltan consumidores. Así que la verdadera culpa no es de quien rentabiliza el asunto, sino de los espectadores que lo hacen rentable.
Dicho lo cual –aquí me tienen, haciendo amigos–, algunas de las indignaciones con el asunto virginal rociero tienen su puntito curioso. Desde espectadores normales, de infantería, que protestaron heridos en sus tradiciones o sentimientos religiosos y regionales, hasta periodistas y políticos catalanes o andaluces, muchos alzaron la voz pidiendo una disculpa de los responsables del programa; a lo que éstos, desde la altura moral de saberse cultural, económica y étnicamente superiores a la sucia chusma meridional que roe sus zancajos, respondieron: «Pueden esperar sentados». Estoy seguro de que los españoles, o como nos llamemos ahora, podemos también esperar sentados a que esos ingeniosos humoristas hagan otra broma semejante con el profeta Mahoma y el Corán, imitando el acento árabe mientras parodian arrodillarse en dirección a La Meca, hasta que se nos parta a todos –o les partan a ellos– el ojete de risa.
Pero esta página no va de eso, sino de algo en lo que me quedé pensando a causa del pifostio rociero. Y es que las protestas por el asunto fueron más allá, por lo que pude leer y escuchar, de los aspectos religioso y tradicional del asunto. O sea, que los fulanos de una tele autonómica insultaran la dignidad de la Virgen María, las tradiciones y el habla andaluzas, no fue todo lo que hubo en cuestión. Gente que nada tiene que ver con Andalucía, ni tampoco con la religión católica ni ninguna de las otras, incluso voces públicas que no pueden calificarse de meapilas sino de lo contrario, opuestas a toda clase de religiones, expresaron su desagrado. Y aquí estoy yo, expresando el mío. Porque hay un enfoque de la cosa virginal que no debe pasarse por alto. Que no es ninguna tontería.
Las razones históricas son lo de menos. Pudo ser de otra forma, pero un modo de verlo es éste: en España, como en otros lugares del mundo, la imagen de la Virgen María está a menudo vinculada a la de la madre, aunque eso no provenga sólo del ámbito judeocristiano. Desde la Antigüedad, la imagen materna está presente en la historia universal: la egipcia Isis con Horus –salvador de la Humanidad– en el regazo, la Cibeles sobre cuyos lugares sagrados se levantaron iglesias, y tantas otras divinidades femeninas, o simplemente mujeres al modo de la bíblica esclava Agar que lleva de la mano a su hijo Ismael, o la Maryam madre del profeta Jesús, única mujer a la que menciona por su nombre el Corán. Porque lo que perfila esa imagen, diosa o no, virgen o no, en el corazón de los seres humanos, lo que suscita veneración o respeto, no es tanto su carácter divino como su papel de madre. Y el afecto por ella procede menos de creencias religiosas que de sentimientos relacionados con la infancia, la familia, la melancolía de la ausencia, la madre tarde o temprano perdida por el curso natural de la vida. Y cuanto quieran añadir.
Más que por razones piadosas, como digo, es por eso por lo que respetan a la Virgen incluso quienes desprecian a los que se apropiaron de lo que Jesucristo significa, o simboliza. Hemos visto a ateos recalcitrantes llorar ante una imagen en Semana Santa; a hombres y mujeres que se sobrecogen ante el rostro dolorido –qué madre no lo tendría– que ve sufrir al hijo. Si la Caridad de Cartagena no fue destruida en la Guerra Civil fue porque las prostitutas locales impidieron el paso a los milicianos que querían quemar la iglesia. Y tantos ejemplos más. Sin llegar a esos extremos, yo también me conmuevo ante ciertas imágenes. No porque esa mujer-madre-virgen, o lo que sea, figure en la pasión de Jesús, que eso me importa un pimiento frito y allá cada cual; sino porque representa el amor, la ternura y la tragedia de quien trae hijos a la vida, los acuna en el regazo, guía sus primeros pasos y a veces los ve morir. Es a la madre que para muchos, creyentes o no, contiene a todas las madres, y no a un mito religioso más o menos discutible, a quien los humoristas de la televisión catalana insultaron con su infame parodia.
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