Crecen entre adolescentes varones los trastornos de alimentación
Cada vez es mayor la cantidad de menores que desarrollan trastornos de este tipo; es una tendencia que, según los especialistas, se profundizó a partir de la pandemia
María Ayuso“Es reimportante qué nos decimos cuando nos vemos en el espejo”, admite Numa Díaz
A partir de la pandemia de Covid-19 se profundizaron los graves problemas de alimentación en varones adolescentes que enfrentan dietas extremas y se entregan de forma extenuante a pasar horas en el gimnasio para verse bien.
Aunque en la Argentina no hay estadísticas sobre esta problemática, los especialistas admiten que hace una década la proporción de quienes desarrollaban trastornos de la conducta alimentaria era de un varón cada 10 mujeres y, en la actualidad, es de uno cada cuatro o seis. Anorexia, bulimia, teria son algunos de los desórdenes que tienen hoy los varones adolescentes. No apuntan a la delgadez, sino que buscan aumentar la musculatura.
Numa Díaz se remonta a los 12 años cuando busca en su historia las primeras señales de lo que se convertiría en una anorexia. “Siempre sentí que había algo malo con mi físico, porque era un poquito más grandote que los demás chicos. Además, los modelos de cuerpos de hombres que veía en series, dibujitos y en redes sociales eran distintos al mío: con un porcentaje de grasa muy bajo y supertonificados. En esa época, empecé a hacer ayunos o a tomar tés que se denominaban adelgazantes”, recuerda hoy el adolescente, que tiene 17 años, vive en Vicente López y cursa la secundaria en un colegio privado.
Su trastorno de la alimentación se desarrolló de a poco, tomó impulso en la pandemia y se instaló con fuerza arrolladora a sus 16 años. Una dieta muy restrictiva y la selección minuciosa de los alimentos lo empujaron a vivir días en los que solo se permitía una ensalada de lechuga sin condimentos. Tapaba la sensación de hambre con litros de gaseosa light y lavándose los dientes hasta siete veces por día. Estaba cada vez más delgado y cuando se paraba de la silla sentía que se iba a desmayar.
Además, pasaba mucho tiempo en el gimnasio: iba cinco o seis días por semana y a veces se quedaba tres horas. La obsesión por mirarse a cada rato en el espejo lo cegaba: “Tenía una necesidad de chequearme. Cuando volvía del gimnasio tenía que parar en un local de comidas rápidas a medio camino: entraba al baño, me miraba al espejo y seguía. No aguantaba hasta llegar a casa”.
Un día, una amiga lo alertó: “O buscás ayuda o en cuatro meses terminás internado”. Su madre también estaba preocupada y así llegó a La Casita, un centro de atención y prevención especializado en trastornos de la alimentación. Cuando le hablaron de anorexia, no se sorprendió. “Sabía que estaba en una encrucijada: recuperarme o llegar a peores. Me había encerrado a mí mismo en una enfermedad muy grave y aunque tuve un momento de claridad y pude pedir ayuda, me costó muchísimo”.
Como le pasó a Numa, cada vez son más los casos de niños, preadolescentes y adolescentes varones que desarrollan trastornos de la conducta alimentaria. Es una tendencia que, según los especialistas, se profundizó en los últimos tres años, a partir de la pandemia, como ocurrió con otras problemáticas de salud mental.
Psicólogas, psiquiatras y nutricionistas consultadas por la nacion explican que a sus consultorios concurren una mayor cantidad de varones y a edades más tempranas (hay pacientes de 12 años y menos) y ven casos más graves, algunos de los cuales requieren internación.
Aunque en la Argentina no hay estadísticas sobre el problema, las profesionales subrayan que hace una década la proporción de quienes desarrollaban estos trastornos era de un varón cada 10 mujeres; hoy es de uno cada cuatro o seis.
“Antes era una novedad que llegara un varón. Ahora se ven mucho más y después de la pandemia el aumento de casos en general fue brutal”, indica Gimena Fiunte, psicóloga del Equipo Libertador, que desde 2006 trabaja en esta problemática.
No debe perderse de vista, además, que en los varones suele haber un subregistro de casos. “En general, les cuesta reconocer que pueden desarrollar enfermedades consideradas ‘femeninas’ y hay mucho estigma alrededor de eso”, señala Guillermina Rutsztein, doctora en Psicología y directora del posgrado Programa de Actualización en Trastornos de la Alimentación de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
En esa línea, la psiquiatra Juana Poulisis, que al igual que Rutsztein es fellow de la Academy for Eating Disorders, suma que históricamente la mayoría de los mensajes o campañas de concientización sobre estos trastornos apuntaron –y apuntan– a mujeres, lo que profundiza en los chicos la dificultad para reconocer la enfermedad. “Cuando los varones comparten sus experiencias, ayudan a internalizar la idea de que no es una problemática exclusiva de las mujeres”, plantea la experta.
Poulisis tuvo varios pacientes varones con anorexia, muy severa en algunos casos. Dos están internados y requirieron de renutrición por sonda nasogástrica. “Hablamos de cuadros que no se pudieron manejar de forma ambulatoria. En los chicos con estos trastornos, especialmente con anorexia, muchas veces nos encontramos con otras problemáticas psiquiátricas que acompañan, como trastornos de ansiedad de base”. Las personalidades muy autoexigentes, perfeccionistas y obsesivas son las más vulnerables.
Numa cuenta: “Sentía que esas conductas que tenía me daban cierto control. No necesitaba estar con mis amigos o hacer otras cosas que me hacían bien. Me iba aislando”. Vienen a su memoria recuerdos precisos que reflejan las obsesiones que consumían sus días, como el día que fue al supermercado y, al no encontrar las galletitas de bajas calorías que solía elegir, le agarró “una crisis tremenda”. Lo sintió como “un descontrol absoluto”.
“Al principio, iba a las salidas sociales con una ensalada y decía que estaba a dieta, pero después empecé a dejar de ir porque la posibilidad de estar tentado con alguna comida y salir de ese plan era peor que perder a mis amigos. El trastorno empieza a ser un tapón para tus problemas, y con ese tapón desaparecen la felicidad, el placer y un montón de cosas lindas”, describe el joven.
Aunque ven más casos de anorexia y bulimia nerviosas, las especialistas coinciden en que prevalecen otros trastornos en los varones. A edades tempranas, es frecuente el diagnóstico de teria (trastorno por evitación o restricción de alimentos). En la adolescencia irrumpen el trastorno por atracón y la dismorfia muscular o vigorexia. En este último caso, el ideal de un físico fuerte y musculoso genera una espiral de ejercicios compulsivos y dietas superestrictas: “Los chicos buscan poder moldear el cuerpo como si fuera de plástico”, detalla Rutsztein.
En cuanto al teria, hay tres tipos: evitación y asco por las características de ciertos alimentos, miedo a atragantarse o a vomitar y falta de interés por comer o alimentarse. Es más frecuente en la infancia, cuando se construye la relación con la comida. “En varones pequeños las consultas que más recibo se vinculan a esta patología. Llegan con bajo peso y la sospecha de una anorexia, pero el diagnóstico diferenciado es teria. Vemos niños de 10 años; antes no nos pasaba”, explica Alejandra Freire, nutricionista del Servicio de Cirugía del Hospital de Clínicas.
A diferencia de la bulimia y la anorexia, en el teria no hay una preocupación excesiva por adelgazar ni una distorsión de la imagen corporal. “No son personas caprichosas ni selectivas. Hablamos de un trastorno psiquiátrico relacionado con el funcionamiento del cerebro: algo generó los hábitos y las selecciones de la comida”, describe Poulisis. Los casos se distinguen por la persistencia, la severidad clínica (malnutrición, problemas de crecimiento y falta de concentración) y las consecuencias sociales (evitan ir a casas de amigos o a cumpleaños y se aíslan).
Sobre el trastorno por atracón, suele instalarse en la adolescencia y, aunque tiene menos “prensa” que la bulimia y la anorexia, es más frecuente y se da en varones en la misma proporción que en mujeres (con el teria pasa lo mismo). Afecta a una gran población de quienes tienen sobrepeso. “En los varones estas conductas suelen estar más ‘normalizadas’ que en las mujeres. Es frecuente escuchar frases como: ‘Me comí todo, así que el finde me mato corriendo’”, dice Poulisis.
Visibilizar y generar conciencia fue el motivo por el que Numa accedió a esta nota: quiere ayudar a otros. “Para mí hubiese sido muy útil ver a otros varones hablando de sus problemáticas con la alimentación. Me hubiese ayudado a darme cuenta de las señales más rápidamente. A los varones les suele dar vergüenza pedir ayuda y estas enfermedades tienden a cronificarse, con consecuencias como el suicidio. En mi caso, fui un privilegiado”, dice.
Los trastornos de la alimentación son siempre enfermedades serias de la salud mental en las que intervienen una multiplicidad de factores, como la predisposición biológica, la vulnerabilidad emocional, las características de la personalidad (la sobreexigencia, la impulsividad o la dificultad de poner en palabras las emociones) y del entorno social.
En el caso de esta última variable, generalmente se habla del peso que tienen en las mujeres los estereotipos de belleza instalados en medios de comunicación y redes sociales, pero poco del impacto que esos mensajes generan en los varones. “En Tiktok y Youtube veía videos sobre alimentación y me iba haciendo ideas fijas. Una vez vi a un influencer diciendo que el aceite engordaba muchísimo y a partir de ahí pensé: ‘Nunca más toco una gota’. Hay mucha desinformación y, si no la sabés distinguir, puede ser peligroso”, afirma Numa.
Gisela Rotblat, jefa interina del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano de Buenos Aires, sostiene: “El ideal de delgadez como modelo de éxito y belleza genera una gran influencia en las redes y los medios, donde se promueven métodos y estrategias muchas veces encubiertas en la moda de ‘estar fit’. Todo esto afecta negativamente en la autoestima de muchos preadolescentes o adolescentes en un momento de gran vulnerabilidad y de cambios físicos que requieren tiempo de adaptación”.
El año pasado, The New York Times publicó un artículo en el que citó un estudio en The Journal of Adolescent Health (una reconocida revista norteamericana de medicina), que analizó los trastornos alimentarios en varones jóvenes. De los 4489 chicos de entre 16 y 25 años que participaron de la investigación en 2021, un 25% dijo que le preocupaba no ser suficientemente musculoso, mientras que un 11% reportó que consumía productos para el desarrollo muscular, como la creatina o los esteroides anabólicos.
Julieta Ramos, coordinadora de psicología de La Casita, señala: “Aunque nos estamos deconstruyendo, se siguen sosteniendo estereotipos sobre cómo tienen que ser una mujer y un varón, y escuchando frases como: ‘Qué linda estás, estás reflaca’ o, en el caso de los chicos: ‘¡Qué groso te pusiste!’. Son cuestiones que impactan en los jóvenes de forma distinta, dependiendo de su vulnerabilidad y, sobre todo, en una etapa en la que están forjando su identidad a partir del feedback positivo que reciben de los otros”.
“En el consultorio vemos un aumento de varones preadolescentes y adolescentes de 13 o 14 años, por ejemplo, donde el trastorno de la alimentación no apunta a la delgadez, sino que se busca aumentar la musculatura. Se obsesionan con la actividad física, con el consumo de proteínas, suplementos nutricionales y esteroides, en
casos extremos”, detalla Ramos.
La psicóloga de La Casita considera que es clave que la consulta sea siempre a profesionales especializados: “No podemos pretender evaluar los trastornos de la alimentación en los varones de la misma manera que en las mujeres”.
“A nivel familiar, hablar de lo saludable en exceso hace ruido en la cabeza de los varones desde la adolescencia temprana. Hay un fenómeno que vemos en la generación de padres de 35 o 40 años, influenciados por un cambio en las indicaciones de los pediatras, que evitan todo lo que sea procesado y privilegian la alimentación hecha en casa. Está buenísimo, pero muchas veces, y sin quererlo, se les da a los chicos un mensaje de que hay alimentos que hacen daño y eso puede ser muy problemático para algunos”, reflexiona Poulisis.
Facundo, de 19 años, estudia una carrera de la rama de las ciencias exactas. Vive en la zona norte del conurbano con sus padres, ambos profesionales. Cuando tenía 16, su familia comenzó a detectar algunos comportamientos llamativos.
“Siempre tuvo un nivel de autoexigencia general muy alto y notamos que empezó a hablar todo el tiempo de comidas saludables. Eso comenzó a derivar en restricciones o reglas que se iban exacerbando. Para él eran como la ley, imposibles de vulnerar”, cuenta su padre, Leandro (sus nombres fueron cambiados para preservar sus identidades).
Más allá del descenso de peso y el miedo a engordar, lo que más notaba Leandro en su hijo era “la pérdida de brillo en sus ojos”. Finalmente, le diagnosticaron anorexia y pasó por dos internaciones, que implicaron un proceso de renutrición y estabilización de sus funciones vitales. “Todavía está luchando. Es un camino que tiene subidas y bajadas”, cuenta su padre.
En el último período, Poulisis hizo dos diagnósticos de anorexia y trastorno del espectro autista en varones. “No hay que perder de vista que una de cada 36 personas está dentro del espectro: es algo muy frecuente. Hay rasgos como la rigidez, la obsesividad, la dificultad ante los cambios, los intereses selectivos y el tomar mitos como verdades absolutas, que las vuelven más vulnerables”, sostiene la psiquiatra.
Numa recuerda cómo, al comienzo de su trastorno, todo el mundo lo felicitaba porque estaba más flaco: “Me sentía poderoso. Mamá se empezó a preocupar por mi peso, pero estaba tan consumido por la enfermedad que la trataba muy mal, la manipulaba”.
Para él, el acompañamiento de sus padres y de sus amigos fue fundamental para salir adelante. “Muchas veces, y en contra de lo que se piensa, estos trastornos se desarrollan en chicos que pertenecen a familias superamorosas y contenedoras, porque son enfermedades con una base biológica muy fuerte”, describe Poulisis.
El rol de las redes de apoyo es siempre indispensable para la recuperación. “Son tratamientos que tienen una duración de por lo menos dos años y requieren de mucho acompañamiento. La escuela también es fundamental, por eso damos charlas para docentes y comunidades educativas”, cuenta Fiunte.
Numa tuvo recaídas. El año pasado, recibió el alta en La Casita y está lleno de proyectos. “Estoy recontracontento porque me dieron herramientas para afrontar lo que me pasa y pude construir una relación linda con la alimentación”, cuenta.
A partir de la pandemia de Covid-19 se profundizaron los graves problemas de alimentación en varones adolescentes que enfrentan dietas extremas y se entregan de forma extenuante a pasar horas en el gimnasio para verse bien.
Aunque en la Argentina no hay estadísticas sobre esta problemática, los especialistas admiten que hace una década la proporción de quienes desarrollaban trastornos de la conducta alimentaria era de un varón cada 10 mujeres y, en la actualidad, es de uno cada cuatro o seis. Anorexia, bulimia, teria son algunos de los desórdenes que tienen hoy los varones adolescentes. No apuntan a la delgadez, sino que buscan aumentar la musculatura.
Numa Díaz se remonta a los 12 años cuando busca en su historia las primeras señales de lo que se convertiría en una anorexia. “Siempre sentí que había algo malo con mi físico, porque era un poquito más grandote que los demás chicos. Además, los modelos de cuerpos de hombres que veía en series, dibujitos y en redes sociales eran distintos al mío: con un porcentaje de grasa muy bajo y supertonificados. En esa época, empecé a hacer ayunos o a tomar tés que se denominaban adelgazantes”, recuerda hoy el adolescente, que tiene 17 años, vive en Vicente López y cursa la secundaria en un colegio privado.
Su trastorno de la alimentación se desarrolló de a poco, tomó impulso en la pandemia y se instaló con fuerza arrolladora a sus 16 años. Una dieta muy restrictiva y la selección minuciosa de los alimentos lo empujaron a vivir días en los que solo se permitía una ensalada de lechuga sin condimentos. Tapaba la sensación de hambre con litros de gaseosa light y lavándose los dientes hasta siete veces por día. Estaba cada vez más delgado y cuando se paraba de la silla sentía que se iba a desmayar.
Además, pasaba mucho tiempo en el gimnasio: iba cinco o seis días por semana y a veces se quedaba tres horas. La obsesión por mirarse a cada rato en el espejo lo cegaba: “Tenía una necesidad de chequearme. Cuando volvía del gimnasio tenía que parar en un local de comidas rápidas a medio camino: entraba al baño, me miraba al espejo y seguía. No aguantaba hasta llegar a casa”.
Un día, una amiga lo alertó: “O buscás ayuda o en cuatro meses terminás internado”. Su madre también estaba preocupada y así llegó a La Casita, un centro de atención y prevención especializado en trastornos de la alimentación. Cuando le hablaron de anorexia, no se sorprendió. “Sabía que estaba en una encrucijada: recuperarme o llegar a peores. Me había encerrado a mí mismo en una enfermedad muy grave y aunque tuve un momento de claridad y pude pedir ayuda, me costó muchísimo”.
Como le pasó a Numa, cada vez son más los casos de niños, preadolescentes y adolescentes varones que desarrollan trastornos de la conducta alimentaria. Es una tendencia que, según los especialistas, se profundizó en los últimos tres años, a partir de la pandemia, como ocurrió con otras problemáticas de salud mental.
Psicólogas, psiquiatras y nutricionistas consultadas por la nacion explican que a sus consultorios concurren una mayor cantidad de varones y a edades más tempranas (hay pacientes de 12 años y menos) y ven casos más graves, algunos de los cuales requieren internación.
Aunque en la Argentina no hay estadísticas sobre el problema, las profesionales subrayan que hace una década la proporción de quienes desarrollaban estos trastornos era de un varón cada 10 mujeres; hoy es de uno cada cuatro o seis.
“Antes era una novedad que llegara un varón. Ahora se ven mucho más y después de la pandemia el aumento de casos en general fue brutal”, indica Gimena Fiunte, psicóloga del Equipo Libertador, que desde 2006 trabaja en esta problemática.
No debe perderse de vista, además, que en los varones suele haber un subregistro de casos. “En general, les cuesta reconocer que pueden desarrollar enfermedades consideradas ‘femeninas’ y hay mucho estigma alrededor de eso”, señala Guillermina Rutsztein, doctora en Psicología y directora del posgrado Programa de Actualización en Trastornos de la Alimentación de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
En esa línea, la psiquiatra Juana Poulisis, que al igual que Rutsztein es fellow de la Academy for Eating Disorders, suma que históricamente la mayoría de los mensajes o campañas de concientización sobre estos trastornos apuntaron –y apuntan– a mujeres, lo que profundiza en los chicos la dificultad para reconocer la enfermedad. “Cuando los varones comparten sus experiencias, ayudan a internalizar la idea de que no es una problemática exclusiva de las mujeres”, plantea la experta.
Poulisis tuvo varios pacientes varones con anorexia, muy severa en algunos casos. Dos están internados y requirieron de renutrición por sonda nasogástrica. “Hablamos de cuadros que no se pudieron manejar de forma ambulatoria. En los chicos con estos trastornos, especialmente con anorexia, muchas veces nos encontramos con otras problemáticas psiquiátricas que acompañan, como trastornos de ansiedad de base”. Las personalidades muy autoexigentes, perfeccionistas y obsesivas son las más vulnerables.
Numa cuenta: “Sentía que esas conductas que tenía me daban cierto control. No necesitaba estar con mis amigos o hacer otras cosas que me hacían bien. Me iba aislando”. Vienen a su memoria recuerdos precisos que reflejan las obsesiones que consumían sus días, como el día que fue al supermercado y, al no encontrar las galletitas de bajas calorías que solía elegir, le agarró “una crisis tremenda”. Lo sintió como “un descontrol absoluto”.
“Al principio, iba a las salidas sociales con una ensalada y decía que estaba a dieta, pero después empecé a dejar de ir porque la posibilidad de estar tentado con alguna comida y salir de ese plan era peor que perder a mis amigos. El trastorno empieza a ser un tapón para tus problemas, y con ese tapón desaparecen la felicidad, el placer y un montón de cosas lindas”, describe el joven.
Aunque ven más casos de anorexia y bulimia nerviosas, las especialistas coinciden en que prevalecen otros trastornos en los varones. A edades tempranas, es frecuente el diagnóstico de teria (trastorno por evitación o restricción de alimentos). En la adolescencia irrumpen el trastorno por atracón y la dismorfia muscular o vigorexia. En este último caso, el ideal de un físico fuerte y musculoso genera una espiral de ejercicios compulsivos y dietas superestrictas: “Los chicos buscan poder moldear el cuerpo como si fuera de plástico”, detalla Rutsztein.
En cuanto al teria, hay tres tipos: evitación y asco por las características de ciertos alimentos, miedo a atragantarse o a vomitar y falta de interés por comer o alimentarse. Es más frecuente en la infancia, cuando se construye la relación con la comida. “En varones pequeños las consultas que más recibo se vinculan a esta patología. Llegan con bajo peso y la sospecha de una anorexia, pero el diagnóstico diferenciado es teria. Vemos niños de 10 años; antes no nos pasaba”, explica Alejandra Freire, nutricionista del Servicio de Cirugía del Hospital de Clínicas.
A diferencia de la bulimia y la anorexia, en el teria no hay una preocupación excesiva por adelgazar ni una distorsión de la imagen corporal. “No son personas caprichosas ni selectivas. Hablamos de un trastorno psiquiátrico relacionado con el funcionamiento del cerebro: algo generó los hábitos y las selecciones de la comida”, describe Poulisis. Los casos se distinguen por la persistencia, la severidad clínica (malnutrición, problemas de crecimiento y falta de concentración) y las consecuencias sociales (evitan ir a casas de amigos o a cumpleaños y se aíslan).
Sobre el trastorno por atracón, suele instalarse en la adolescencia y, aunque tiene menos “prensa” que la bulimia y la anorexia, es más frecuente y se da en varones en la misma proporción que en mujeres (con el teria pasa lo mismo). Afecta a una gran población de quienes tienen sobrepeso. “En los varones estas conductas suelen estar más ‘normalizadas’ que en las mujeres. Es frecuente escuchar frases como: ‘Me comí todo, así que el finde me mato corriendo’”, dice Poulisis.
Visibilizar y generar conciencia fue el motivo por el que Numa accedió a esta nota: quiere ayudar a otros. “Para mí hubiese sido muy útil ver a otros varones hablando de sus problemáticas con la alimentación. Me hubiese ayudado a darme cuenta de las señales más rápidamente. A los varones les suele dar vergüenza pedir ayuda y estas enfermedades tienden a cronificarse, con consecuencias como el suicidio. En mi caso, fui un privilegiado”, dice.
Los trastornos de la alimentación son siempre enfermedades serias de la salud mental en las que intervienen una multiplicidad de factores, como la predisposición biológica, la vulnerabilidad emocional, las características de la personalidad (la sobreexigencia, la impulsividad o la dificultad de poner en palabras las emociones) y del entorno social.
En el caso de esta última variable, generalmente se habla del peso que tienen en las mujeres los estereotipos de belleza instalados en medios de comunicación y redes sociales, pero poco del impacto que esos mensajes generan en los varones. “En Tiktok y Youtube veía videos sobre alimentación y me iba haciendo ideas fijas. Una vez vi a un influencer diciendo que el aceite engordaba muchísimo y a partir de ahí pensé: ‘Nunca más toco una gota’. Hay mucha desinformación y, si no la sabés distinguir, puede ser peligroso”, afirma Numa.
Gisela Rotblat, jefa interina del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano de Buenos Aires, sostiene: “El ideal de delgadez como modelo de éxito y belleza genera una gran influencia en las redes y los medios, donde se promueven métodos y estrategias muchas veces encubiertas en la moda de ‘estar fit’. Todo esto afecta negativamente en la autoestima de muchos preadolescentes o adolescentes en un momento de gran vulnerabilidad y de cambios físicos que requieren tiempo de adaptación”.
El año pasado, The New York Times publicó un artículo en el que citó un estudio en The Journal of Adolescent Health (una reconocida revista norteamericana de medicina), que analizó los trastornos alimentarios en varones jóvenes. De los 4489 chicos de entre 16 y 25 años que participaron de la investigación en 2021, un 25% dijo que le preocupaba no ser suficientemente musculoso, mientras que un 11% reportó que consumía productos para el desarrollo muscular, como la creatina o los esteroides anabólicos.
Julieta Ramos, coordinadora de psicología de La Casita, señala: “Aunque nos estamos deconstruyendo, se siguen sosteniendo estereotipos sobre cómo tienen que ser una mujer y un varón, y escuchando frases como: ‘Qué linda estás, estás reflaca’ o, en el caso de los chicos: ‘¡Qué groso te pusiste!’. Son cuestiones que impactan en los jóvenes de forma distinta, dependiendo de su vulnerabilidad y, sobre todo, en una etapa en la que están forjando su identidad a partir del feedback positivo que reciben de los otros”.
“En el consultorio vemos un aumento de varones preadolescentes y adolescentes de 13 o 14 años, por ejemplo, donde el trastorno de la alimentación no apunta a la delgadez, sino que se busca aumentar la musculatura. Se obsesionan con la actividad física, con el consumo de proteínas, suplementos nutricionales y esteroides, en
casos extremos”, detalla Ramos.
La psicóloga de La Casita considera que es clave que la consulta sea siempre a profesionales especializados: “No podemos pretender evaluar los trastornos de la alimentación en los varones de la misma manera que en las mujeres”.
“A nivel familiar, hablar de lo saludable en exceso hace ruido en la cabeza de los varones desde la adolescencia temprana. Hay un fenómeno que vemos en la generación de padres de 35 o 40 años, influenciados por un cambio en las indicaciones de los pediatras, que evitan todo lo que sea procesado y privilegian la alimentación hecha en casa. Está buenísimo, pero muchas veces, y sin quererlo, se les da a los chicos un mensaje de que hay alimentos que hacen daño y eso puede ser muy problemático para algunos”, reflexiona Poulisis.
Facundo, de 19 años, estudia una carrera de la rama de las ciencias exactas. Vive en la zona norte del conurbano con sus padres, ambos profesionales. Cuando tenía 16, su familia comenzó a detectar algunos comportamientos llamativos.
“Siempre tuvo un nivel de autoexigencia general muy alto y notamos que empezó a hablar todo el tiempo de comidas saludables. Eso comenzó a derivar en restricciones o reglas que se iban exacerbando. Para él eran como la ley, imposibles de vulnerar”, cuenta su padre, Leandro (sus nombres fueron cambiados para preservar sus identidades).
Más allá del descenso de peso y el miedo a engordar, lo que más notaba Leandro en su hijo era “la pérdida de brillo en sus ojos”. Finalmente, le diagnosticaron anorexia y pasó por dos internaciones, que implicaron un proceso de renutrición y estabilización de sus funciones vitales. “Todavía está luchando. Es un camino que tiene subidas y bajadas”, cuenta su padre.
En el último período, Poulisis hizo dos diagnósticos de anorexia y trastorno del espectro autista en varones. “No hay que perder de vista que una de cada 36 personas está dentro del espectro: es algo muy frecuente. Hay rasgos como la rigidez, la obsesividad, la dificultad ante los cambios, los intereses selectivos y el tomar mitos como verdades absolutas, que las vuelven más vulnerables”, sostiene la psiquiatra.
Numa recuerda cómo, al comienzo de su trastorno, todo el mundo lo felicitaba porque estaba más flaco: “Me sentía poderoso. Mamá se empezó a preocupar por mi peso, pero estaba tan consumido por la enfermedad que la trataba muy mal, la manipulaba”.
Para él, el acompañamiento de sus padres y de sus amigos fue fundamental para salir adelante. “Muchas veces, y en contra de lo que se piensa, estos trastornos se desarrollan en chicos que pertenecen a familias superamorosas y contenedoras, porque son enfermedades con una base biológica muy fuerte”, describe Poulisis.
El rol de las redes de apoyo es siempre indispensable para la recuperación. “Son tratamientos que tienen una duración de por lo menos dos años y requieren de mucho acompañamiento. La escuela también es fundamental, por eso damos charlas para docentes y comunidades educativas”, cuenta Fiunte.
Numa tuvo recaídas. El año pasado, recibió el alta en La Casita y está lleno de proyectos. “Estoy recontracontento porque me dieron herramientas para afrontar lo que me pasa y pude construir una relación linda con la alimentación”, cuenta.
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