Luis Felipe Noé, a los 90: “No le tengo ningún miedo a la muerte, pero le tengo pánico a la muerte en vida”
"Todos los días uno tiene una nueva experiencia", dice Noé, a los 90 años
El artista asegura que maneja la pintura más que antes y repasa los grandes hitos de su vida, los viajes y la representación de la Argentina en la Bienal de Venecia
Celina Chatruc
“Es un dibujito”, comenta con humildad sobre la obra en la que trabaja, muy concentrado, cuando llega a su casa-taller de la calle Tacuarí. A los 90 años, que cumple hoy, Luis Felipe “Yuyo” Noé avanza también en la creación de una pintura de cuatro metros por tres y en su intervención con vitrales en la sede del Hotel de Inmigrantes del Muntref. Acaba de terminar además Asumir el caos, libro que espera publicar este año, dedicado a uno de sus temas preferidos.
“Es un dibujito”, comenta con humildad Noé sobre la obra en la que está trabajando
“Estoy muy contento de conservar mi lucidez, tanto para escribir como para pintar –confiesa en su comedor, rodeado de obras de amigos como Jorge de la Vega, León Ferrari y Marta Minujín-. La pintura la domino más que antes, incluso. Pero siento los años en lo motor: como esos almanaques en los que día por día arrancás una hoja, siento que cada día pierdo algo en el movimiento y en la estabilidad. No le tengo ningún miedo a la muerte, pero le tengo pánico a la muerte en vida. Me refiero al Alzheimer, o a cosas peores incluso”.
"No le tengo ningún miedo a la muerte, pero le tengo pánico a la muerte en vida", confiesa Noé. En la imagen, detalle de A cara tapada, una de las obras que realizó durante la cuarentena
Cuál es el secreto para mantener la lucidez, asegura no saberlo. “Practicar”, sugiere. Tal como lo hizo en esta entrevista, durante una hora, al repasar algunos hitos personales de las últimas nueve décadas. “Todos los días uno tiene una nueva experiencia –reflexiona, con su humor habitual-. Pero la acumulación de experiencias hace que se destruyan entre ellas, y al final uno termina no siendo un hombre de experiencia”.
Luis Felipe "Yuyo" Noé en su casa-taller de la calle Tacuarí
Cuando yo nací mi padre, Julio, tenía cuarenta años. Y ya había publicado dos ediciones de la Antología de la poesía argentina moderna. Fue director de Nosotros, la revista literaria por antonomasia hasta que Sur la reemplazó, y secretario de la Asociación Amigos del Arte. Mi padre ha gravitado muchísimo en mí. No era del mundo de la pintura pero tenía una muy buena biblioteca, y a mí siempre me atrajo mucho la imagen. Cuando a mi madre le preguntaban: “¿Qué se le puede regalar a Yuyo?”, ella contestaba: “Algún libro sobre un pintor”.
La vocación
En esa época no había lo que hay ahora, excelentes formadores de pintura para los chicos. Entonces mi relación con la pintura siempre fue más bien visual: de verla en libros, muchos de los cuales eran en blanco y negro. Después empecé a ir a las exposiciones. Iba con mi padre hasta los trece años, cuando empecé a ir solo. Vivíamos cerca de la plaza San Martín, entonces enseguida llegaba a Florida, donde estaban las galerías. En lugar de reconocer las marcas de los autos, como suelen hacer lo chicos, yo reconocía a los pintores. Y siempre decía: “Yo quiero ser pintor. Y si no, seré dibujante. Y si no, seré crítico de arte”.
Noé pintando Pequeña historia de la incontinencia humana, en el taller de la calle Independencia, en 1960S
Formación
Yo quería entrar en la escuela de artes y mi padre dijo: “No, hacé un bachillerato como corresponde”. Y fui al Sarmiento. Cuando terminé el bachillerato, quería entrar a la escuela de artes y me dijo: “No, si querés entrá al taller de un pintor, pero hacé una carrera”. Entonces elegí a Horacio Butler. Mi padre, entre otras cosas, era abogado; entonces entré en Derecho. Estuve cuatro años en la facultad, y ahí conocí a Nora.
Nora
Nora estudiaba Derecho y Servicio Social. Cuando se recibió se fue a Londres, donde estuvo un año y medio. Mi noviazgo con ella fue más bien por correspondencia. Volvió en enero del 57, y en abril nos casamos. Me faltaba un mes para cumplir 24; ella me llevaba dos años y medio. Yo era muy joven y ella ya era una mujer; las mujeres tienen una madurez más lograda que la de los hombres. Después de la influencia que tuvo mi padre sobre mí, la suya también fue grande. Hasta ideológicamente me cambió muchas cosas.
Nora Murphy y Noé con sus hijos Gaspar y Paula disfrazados en su departamento de Buenos Aires, en 1969
El periodismo
Con ayuda de mi padre entré en el diario El Mundo, y a los 23 años tuve la audacia de pedir que me dieran la crítica de arte, y me la dieron. Después pasé a otros diarios, como El Nacional, La Prensa y La Razón, donde trabajé en la sección Política. Era una época en la que existían los partidos pero no había Congreso, entre el 55 y el 61.
Primera muestra
El día más importante en mi proceso pictórico fue el 8 de octubre de 1959, cuando se inauguró mi primera muestra. Llegué con miedo a la galería Witcomb y Horacio Butler estaba en la puerta. Me dice: “Llegué temprano por si no me gustaba. Pero lo estaba esperando para decirle que, haciendo lo contrario de lo que yo le enseñé, ha hecho una pintura que le ha dado muy buen resultado.” Hay que ser una magnífica persona para animarse a decir una cosa así. Era una etapa de transición entre la formación que había tenido y el informalismo. Todavía no me había puesto con las medidas grandes. Ese día me hice amigo de personas que apenas conocía: Alberto Greco, Rómulo Macciò y Jorge de la Vega.
Jorge de la Vega, Ernesto Deira, Rómulo Macciò, Noé y Hugo Parpagnoli en la Plaza San Martín
La Nueva Figuración
Al poco tiempo mi padre me dice que estaba liquidando la fábrica de sombreros que había sido de mi abuelo, y que ahí tenía un gran espacio para trabajar. Enseguida Greco se agregó, después Mcciò, y De la Vega iba y venía. Ahí nació la idea de la Nueva Figuración, el grupo. Yo lo propuse. Greco decía, en ese momento con una perspectiva informalista, que la figuración era como dar un paso atrás. Debo reconocer que Greco me gravitó con su libertad... Por ejemplo, le gustaba orinar el cuadro, e invitaba a los amigos a colaborar. Eso me dio una libertad de acción en la pintura muy particular. Pero creo que yo también lo gravité a él, porque superó el prejuicio de la figuración y volvió a un dibujo figurativo.
El caos, los hijos y el Di Tella
Tres años después de casarnos nació Paula, en el 60. Con Paula muy chica fuimos a Francia, con una beca. Primero viajé yo, en barco, con De la Vega. Había hecho la Serie Federal, que tuvo mucho éxito, y le decía a Jorge: “Me doy por artista de vanguardia, pero en realidad estoy vendiendo chocolates. El mundo contemporáneo es de rupturas”. Ahí empecé a asumir el caos, a hablar de caos. Y a hacer cuadros bien de ruptura, como Mambo. Interrumpí mi trabajo de periodista y viví un gran tiempo entre algunas ventas y becas. En el 63 me dieron el Premio Di Tella, y me fui a Estados Unidos. También fui solo primero, porque acababa de nacer Gaspar. Nora ahí estuvo magnífica, porque estaba con dos chicos chiquitos. Entonces concebí Antiestética, libro que publicaría Van Riel en 1965.
Noé entre sus instalaciones Introducción al desmadre y Balance 1964-65, en 1966 en la Galería Bonino, Nueva York
Nueva York
Aproveché para candidatearme para una beca Guggenheim, y la gané. A fines del 65 ya fuimos con toda la familia, y hasta el 68 estuve en Nueva York. Fueron años de cierta conmoción para mí. Era la época pop, pero también de grandes cambios. En ese momento predominaba el descubrimiento de las posibilidades de la tecnología, que estaba cambiando el concepto de arte. El pop me interesaba, pero para mí era una cosa americana. Cada vez dominaba más el concepto de lo industrial, de la terminación: el arte tenía que terminar como una máquina, con perfección. Y eso no era para mí. Todo eso me llevó a una crisis interna. Rompí unas instalaciones que eran muy difíciles de transportar. Dije que las tiré al Hudson, cosa que en realidad no es cierta: yo vivía a orillas del Hudson y las tiré al tacho de basura, en la puerta. Pero el efecto era mejor. Y como los mitos se van deformando, después me dijeron: “Cuando tiraste tus pinturas al Sena...”
Noé rodeado de clientes y amigos detrás del mostrador del Bárbaro, en 1969
El Bárbaro y una pausa en la pintur
Cuando volví a Buenos Aires era un tiempo de mucha politización. No había renunciado a la pintura, eso parecía. Ahí nace mi amistad con León Ferrari y con Ricardo Carpani. Tenía que vivir de algo y se me ocurrió hacer un bar con un espíritu como los que había en Nueva York. Así nació el Bárbaro, con amigos. Éramos doce socios. La gente se confundía y creía que también estaban Deira y De la Vega, pero simplemente les hice pintar los vidrios de las ventanas. Cuando estaba por alquilar el local, en la calle Reconquista, el agente inmobiliario me dice: “Usted está loco”. Porque era una calle de marineros, de prostitución y de depósitos. Yo le decía: “Pero si está a dos cuadras de la calle Florida”. En ese momento el bar de moda era el Moderno, que se había mudado y había entrado en una etapa que ya no era lo mismo. Ahí aproveché el auge, y durante diez años vivió un tiempo extraordinario. El día de la inauguración fue notable, con Nora Lange subida a una mesa recitando poesía.
La terapia y el regreso a la pintura
Personalmente, estaba en cierta crisis. En el 71 empecé a hacer terapia con Gilberto Simoes, que era brasileño pero se había formado acá. Ahí había papel y lapiceras, y mientras hablaba, dibujaba. Ahí salió una serie de dibujos. Volvía a casa y seguía dibujando. Esos dibujos los edité después en el libro En terapia. En el 75 vuelvo a la pintura, pero cargada con la experiencia que me abrió el dibujo en terapia.
Noé se hizo muy amigo en París de Fernando "Pino" Solanas, director de Tres en la deriva del acto creativo, de conversaciones con el artista y "Tato" Pavlovsky
El exilio
Algunos utilizan la palabra exilio como si fuese un título de nobleza. Lo que sé es que el secretario que tenía en la universidad, enseguida desapareció. Nora me dijo que se quedaba más tranquila si me iba. Me fui seis meses, antes que ella. Llegué a París el 1° de junio del 76. Y como cada vez estaba peor, Nora se vino con los chicos en enero del 77. Ahí me hice muy amigo de Pino Solanas, y sus hijos amigos de los míos. Me quedó la convicción de que soy más feliz viviendo en Buenos Aires. Los intelectuales franceses son muy pedantes, ellos lo saben todo. Hay que leerlos pero no conocerlos.
Noé trabajando en su casa de la calle Tacuarí
Tacuarí
Mis hijos se quedaron en Francia. En cambio, Nora y yo siempre tuvimos nostalgia de la Argentina. Ella se volvió un poco antes que yo, en el 85, y yo me volví en el 87. Pero entretanto ya en el 83 había comprado esta casa en la calle Tacuarí, porque había muerto mi padre. Cuando volví empezamos a arreglarla. Empecé a dar clases acá. Para mí, la docencia era fundamentalmente estimular a lanzarse a la aventura, más que enseñar metodologías.
Noé y Stupía pintando a cuatro manos, en el documental de Osvaldo Tcherkaski
La línea piensa
En el Centro Cultural Borges yo había dirigido Ojo al país, un programa que consistía en organizar exposiciones de artistas de las provincias. Llegamos a hacer treinta. Tenía el apoyo de la Fundación Antorchas y del Fondo Nacional de las Artes. Pero era un proyecto caro, y no duró mucho tiempo. Entonces propuse La línea piensa, para rescatar el dibujo de pura línea, y dirigirla con Eduardo Stupía. Como estoy cada vez más viejo y Eduardo tenía más impulso, con los años preferí que continuara él. Y el proyecto sigue.
Noé trabajando para el envío de la 53ª Bienal de Venecia en el edificio Central Park, en 2009
La Bienal de Venecia
La invitación a la bienal de 2009 me sorprendió mucho. Fabián Lebenglik me invitó porque creyó que mi pintura coincidía con las bases que el curador general de esa edición había propuesto. Era un poco retornar a la pintura, al dibujo. Como generalmente invitaban gente joven, yo ya creía que jamás iba a ser invitado. Alguna lágrima corrió, porque realmente me emocionó. Tenía muy poco tiempo. Hice un viaje para ver el espacio e hice dos obras enormes que considero bien importantes en mi proceso de evolución. Ahora están desarmadas, pero las he expuesto muchas veces.
Biografía, el Bellas Artes y la fundación
En 2015 El Ateneo publicó Mi viaje/Cuaderno de Bitácora, dos tomos que juntos pesan cinco kilos. Uno compila mi obra pictórica y el otro, testimonios y fotos de vida. Se hizo eso que en broma llamo “El libro gordo de Petete”. Dos años después se hizo la muestra Mirada prospectiva en el Bellas Artes, donde había hecho una retrospectiva en el 95. La curadora fue Cecilia Ivanchevich, que era colaboradora mía. Ella, junto con mis hijos y otras personas, me estimularon a hacer la fundación.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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