viernes, 20 de mayo de 2016
GUILLERMINA TIRAMONTI....OPINIÓN
Guillermina Tiramonti
La sociedad moderna estructuró su orden en base a un conjunto de principios y valores con los que articuló sus grandes relatos, los que fueron modificando el sentido común imperante mediante la redefinición de lo bueno y lo malo en la consideración de la población. La caracterización del trabajo como un valor que dignifica es una invención de la modernidad: antes, dignos eran los nobles que no trabajaban. La valoración del trabajo fue acompañada por la del esfuerzo y el sacrificio como cualidades que merecían el reconocimiento social.
La escuela fue el instrumento que privilegió la modernidad para instaurar su visión del mundo. La lectura sobre el ejemplar comportamiento del hornero que con sacrificio y esfuerzo construye el nido con su pico o la fábula de la hormiga y la cigarra de Lafontaine, en la que las hormiguitas trabajadoras son recompensadas por su esfuerzo mientras que la ociosa cigarra es forzada a mendigar alimento, fueron un contenido obligado de la bibliografía escolar.
Basada en esos principios, la escuela acreditó conocimientos y méritos a través de pruebas y exámenes. Estas pruebas daban cuenta de los esfuerzos hechos por los alumnos para incorporar los conocimientos o de la excepcionalidad de los talentos que lograban mejores calificaciones.
La modernidad también desarrolló la estadística como método científico para caracterizar y medir los fenómenos sociales y desplazar así las interpretaciones religiosas o folclóricas de la realidad. O sea, la modernidad se legitimó con sus relatos, pero también nos proporcionó la herramienta para poner a prueba su veracidad.
En la segunda mitad del siglo pasado, los denominados sociólogos críticos, mediante el uso del instrumento estadístico, mostraron que las pruebas y los exámenes escolares tenían un claro sesgo clasista en sus resultados: las calificaciones escolares no resultan sólo de los esfuerzos personales sino también de los recursos que cada uno porta por su condición de origen. Es decir, lo contrario a la promesa emancipadora de la escuela moderna.
La evidencia científica marca los límites de la propuesta pedagógica moderna para enseñar a todos los chicos por igual. Este hecho era funcional en una sociedad hegemonizada por el pensamiento ilustrado y con una distribución matricular donde los sectores populares asistían a la escuela primaria y sólo un grupo muy reducido accedía a la escuela secundaria. A pesar de las evidencias estadísticas, de los cambios en los parámetros culturales y de la apertura de la escuela a todos los grupos sociales, la sociedad insiste en relacionar notas con esfuerzo, exigiéndoles a los chicos pobres una marcha forjada en el esfuerzo y sacrificio para mantener sus trayectorias escolares. La alternativa no se presenta en términos de replantear un modelo pedagógico que educa para un mundo que ya no existe y que además discrimina socialmente, sino en discutir si nivelamos para arriba o para abajo.
La administración anterior cambió la forma de calificar a los alumnos, pero al no modificar el paradigma pedagógico los mantuvo en la escuela sin que, para muchos de ellos, se concretaran sus aprendizajes. El gobierno actual, preso de las mismas referencias, reinstauró el aplazo pretendiendo mejorar los resultados. Las consecuencias pueden ser las mismas: aplazo, repitencia y abandono escolar para los socialmente rezagados.
Existen en la actualidad propuestas pedagógicas en nuestro propio territorio y en otros países -algunos europeos, otros regionales- que ofrecen aprendizajes relevantes a la luz de la cultura y la tecnología actuales y que parecieran (falta mucha investigación por hacer) neutralizar el impacto de la desigualdad. Estas experiencias ya han dado prueba de su capacidad de recrear el interés de sus alumnos y maestros. Hacia ese futuro debemos caminar sin detenernos en las disputas del pasado.
Como las políticas de un gobierno, sea cual fuere, no siempre son coherentes, estamos trabajando con el beneplácito de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires y su ministro de Educación en desarrollar un programa de capacitación de docentes inspirado en la transformación del paradigma educativo vigente. Con las escuelas y los docentes que tenemos, en diálogo e intercambio con la experiencia y el conocimiento que los diferentes actores aportan, se puede construir una escuela que asocie el esfuerzo al placer, donde se festeje no a la hormiguita que sufre sino a la que canta como la cigarra mientras se participa de un proceso de aprendizaje gratificante tanto para los alumnos como para los docentes. Es el desafío de una escuela relevante culturalmente y para todos, sin distinción social.
Investigadora principal del área de Educación de Flacso y miembro del Club Político Argentino
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