miércoles, 28 de septiembre de 2016
HISTORIAS DE VIDA...
Verónica Boyd, maestra del colegio privado de mujeres Santa Inés, de San Isidro, recibió un anillo por sus 20 años como docente en una de las pocas instituciones que no son mixtas. Desde hace un mes, Celina Bermejo se las arregla, como puede, para dar sus clases de Lengua en un laboratorio porque un incendio intencional destrozó el aula. Mariano Fouiller se las ingenia para enseñar robótica en una escuela privada. Marcelo Benítez da clases en una localidad de frontera en Misiones, donde los vecinos a veces lo llaman hasta para que dirima dónde termina un campo y empieza otro.
Estas cuatro historias muestran que además de su rol institucional, cada vez más los docentes deben atender realidades educativas y sociales diversas y, en algunos casos, complejas.
La tarea se vuelve mucho más difícil en un contexto atravesado por paros para reclamar mejoras salariales, menor interés de los jóvenes por estudiar la carrera docente y estadísticas que indican, por ejemplo, que la mitad de los alumnos no logra terminar el secundario en el tiempo programado.
"El sistema argentino consolida la desigualdad. Porque la conclusión de los estudios secundarios está vinculada al nivel socioeconómico. Las familias que tienen ingresos bajos son las primeras castigadas por la deserción", señala el director del Centro de Estudios de la Educación Argentina de la Universidad de Belgrano, Alieto Guadagni. El especialista indica que de cada 100 chicos que ingresan a primer grado en una escuela privada, 70 egresan en los tiempos esperados. Mientras que en las públicas sólo lo logran 27.
Guadagni afirma que para revertir esta situación hay que comenzar por lo elemental: "Garantizar 180 días de clase. Y eso que el calendario escolar argentino es uno de los más cortos del mundo. Son 720 horas al año contra, por ejemplo, 1100 en Chile".
"La escuela no se adapta a la necesidad de contener a todos los sectores sociales y compensar a aquellos chicos que vienen con un déficit de instrucción. Debería tener políticas de nivelación para retener a todos los alumnos", considera la doctora en Pedagogía y ex directora general de Cultura y Educación de la provincia, Adriana Puiggrós. Y sugiere: "Los docentes deben tener un cargo único en una escuela. No pueden ir de una escuela a otra".
Sin muchas estadísticas nacionales representativas y sostenidas en el tiempo, el especialista en educación y director del Centro de Estudio de Políticas Públicas, Gustavo Iaies señala que los números del Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA) muestran "que de 2000 a 2013, la Argentina está más o menos en el mismo lugar".
El experto considera que el principal punto a resolver es el de jerarquizar y darle poder al docente: "Eso requiere una escuela contracultural, donde docentes y directivos puedan armar un proyecto y definir condiciones para enseñar. Hay que trabajar para que la sociedad vuelva a darles el poder a los maestros y directores. Porque lo mejor que le puede pasar a los chicos es recuperar al maestro que enseña, educa y guía".
Para garantizar los días de clases, extender la jornada completa y sumar maestros niveladores hacen falta docentes. Sin embargo es una profesión en retroceso. En la ciudad, en 10 años bajó un 25 % la cantidad de maestros que egresa de los profesorados y ya hay 300 cursos sin clases por falta de profesionales. El retroceso se debe, entre otras razones, a que es una carrera que demanda un promedio de seis años y medio y no ofrece las mismas oportunidades salariales que una universitaria.
"En la Capital faltan docentes, es cierto. Pero en el resto del país, no. Sin embargo, muchos maestros toman otros trabajos, mejores remunerados. Por eso, creemos que lo que hace falta es mayor financiamiento, una ley que lleve la inversión educativa del 6 % al 10 % del PBI. No puede ocurrir que un docente deba tomar hasta tres turnos en primaria o seis escuelas en secundaria para conformar su sueldo", apunta Sonia Alesso, secretaria general adjunta de Ctera.
¿Qué haría Domingo Faustino Sarmiento ante el panorama que presentan algunos especialistas? El profesor Rodolfo Giunta, a cargo del área de Historia Cultural Urbana del Museo Histórico Sarmiento, acepta el desafío que implica un ejercicio poco usual entre los historiadores: "Hoy la escuela tiene un doble rol: uno académico y otro asistencial. Lo primero que haría Sarmiento sería restablecer el rol académico. Y para eso antes habría que sanear la situación nutricional para poder llevar a la escuela al plano que le corresponde que es el de formar al alumno. En segundo lugar, Sarmiento jerarquizaría el rol del docente con una formación actualizada, mayor capacitación y una retribución salarial que implique un reconocimiento social".
Celina Bermejo: enseñar en una escuela vandalizada
Dos personas marcaron la vocación docente de Celina Bermejo. Primero, la impulsó su madre, una profesora de matemáticas que eligió dar clases particulares para estar cerca de ella y su hermana. "¿8 por 7?", las sorprendía en la fila de un supermercado. "Capitales de países", soltaba en una sobremesa.
Cuando cumplió 15 años, un profesor joven la enamoró de la materia Lengua y literatura. La hizo leer a Cortázar y Quiroga. Así, se volvió adicta a las palabras. Cuando terminó el secundario, ingresó en el profesorado de Lengua y Literatura. Y en 2004, comenzó a trabajar como profesora en el colegio Esteban Echeverría de Hurlingham, la primera secundaria pública del partido donde nació y vive con su esposo y sus dos hijos, de 8 y 10 años.
"A veces entran y roban. A veces entran y rompen. A veces entran y grafitean. A veces entran y queman." Así explica la vulnerabilidad de la escuela. El 11 de agosto pasado llegó para dar clases y había un patrullero en la puerta. No se imaginó lo peor, sino lo de siempre: "Me di cuenta que habían vuelto a entrar. Otra vez el vandalismo". Dice que debe ser la décima vez desde que ella es profesora. Además de la sala de profesores y el quiosco de la cooperadora, habían quemado el salón de 2° año donde da clases. A Celina le duele. Son heridas que tardan en cicatrizar. Más en los chicos. La mayoría proviene de familias en situación de vulnerabilidad social.
Hasta que no refaccionen el aula, debe dar clases en la biblioteca y el olor a quemado "es espantoso". A veces, se mudan al laboratorio y trabajan entre tubos de ensayo y bateas. Dice que lo más terrible para los 21 alumnos de su curso es ese deambular y "no tener un lugar propio". Apenas señala que son 21, se corrige y cuenta que tres abandonaron. No dice que haya sido el incendio. Lo más probable es que la causa se deba a los problemas en los hogares.
Por estos días, leen Prohibido suicidarse en primavera. Una obra de Alejandro Casona que, según Celina, "ayuda a reflexionar sobre la tristeza y cómo salir adelante en un tono risueño". A sus 36 años, está segura de que "muchos descubren que disfrutan de la lectura", "entienden que lo que hacen en clase los ayudará a vivir mejor" y que "pensar los hará vivir con mayor libertad".
Marcelo Benítez: ser referente en un paraje rural
A Marcelo Benítez lo mortifica un caso que no puede resolver: los cinco hijos de una madre soltera no van a la escuela. Son los únicos del paraje El Progreso que están en edad escolar y no estudian. Viven a unos siete kilómetros de la primaria pública N° 634 de Misiones y pese a que la visitó varias veces, la mujer no quiere mandarlos.
Benítez, de 45 años, es el director de esa escuela rural levantada a 1500 metros del río Uruguay, en la frontera con Brasil. Es eso y mucho más: es maestro de grado de los talleres de electricidad y huerta, mediador de vecinos y un trabajador social ad hoc. "Soy el líder de una comunidad de 500 familias campesinas". Lo dice sin pretensión de jactarse. Es lo que le tocó. Sin embargo, algo de eso eligió cuando en 2000 aceptó hacerse cargo de la dirección de la escuela, que acababan de construir gendarmes del cuartel de la ciudad cabecera de Colonia Aurora con dinero donado por la Asociación de Clubes Argentinos de Servicio y en un terreno cedido por un vecino. "Acá el maestro sigue siendo la máxima autoridad y la escuela es el centro de todo. A veces hago de juez para dirimir dónde termina un campo y empieza el del vecino. O converso con la familia de una chica que se enamoró y quiere irse de la casa. Si no intervengo o no me vienen a ver a mí, ¿a quién recurrirían? No hay juez ni destacamento policial", explica. Y agrega: "Conmigo, somos nueve los maestros. Era la salida laboral que teníamos los que vivíamos en Colonia Guaraní, cerca de Oberá".
La escuela de El Progreso está a tres horas y media en auto desde Posadas. Ahí estudian 85 chicos de un territorio de 10 kilómetros a la redonda, la mayoría son hijos de brasileños que se establecieron en la zona para cultivar tabaco. "Son tantos los inmigrantes que tuve que aprender portugués para dar clases y que me entiendan", cuenta.
En la escuela, los chicos desayunan, almuerzan y meriendan. "El edificio está bien, tenemos útiles y todo lo necesario para dar clases. Pero los principales problemas son dos: hay chicos, los hijos de los peones que trabajan por día, que comen poco y están muy bajos de peso; y otros, algunos de los que desde muy chicos trabajan con el tabaco, tienen un retraso en el aprendizaje. Creemos que es por los pesticidas que usan en el campo", escribe.
Mariano Fouiller: ayudar a pensar desde la tecnología
Mariano Fouiller es profesor del secundario de la ORT y se recibió de Técnico Superior en Electrónica. Aunque tiene otros tres títulos compartidos con sus alumnos. Los robots fabricados en el colegio son campeones nacionales en la categoría Carreras y Mini Sumo de la Liga Nacional de Robótica y ganadores de Manejo en el RoboTraffic que se hizo en Israel. Los alumnos que él supervisó desarrollaron varios robots. Uno de esos fue el que recorrió más rápido una distancia valiéndose de su inteligencia artificial. Otro fue tan fuerte como para sacar de un área delimitada a todo robot que le hiciera frente. Y el tercero, un auto autónomo, fue el que mejor se desenvolvió en una ciudad en miniatura. Fouiller dice que lo relevante no es ganar, que lo más importante es que hayan experimentado con la programación y la física mecánica.
A sus 33 años, suma 11 de docencia, un tiempo suficiente para que este año fuera nombrado jefe del Departamento de Electrónica del ORT, una escuela de 6000 alumnos que, entre sus especializaciones, ofrece la de Electrónica.
Fouiller está a cargo del "Proyecto final", una asignatura anual en la que los chicos de 6° año deben elaborar su trabajo, por decirlo de alguna manera, consagratorio. Trabajan en un ebook que permite la lectura en braille, una app para personas con movilidad reducida y en un sistema de riego automatizado para una escuela entrerriana.
El curso de Fouiller es un desorden planificado. Chicos en el piso desarmando un robot, otros trabajando sobre una pierna hecha en una impresora 3D y tres mirando un tutorial en Youtube. "No es necesario que miren al frente. En el aula pasan muchas cosas en simultáneo", explica.
Skype, Street View, Prezi o Tinkercard son algunos de los programas que usan para consultar a un especialista en otro país, comprender el entorno de una nación que no conocen, preparar una presentación dinámica de un proyecto o diseñar una pieza robótica. "Lo importante no es la herramienta, sino la capacidad para buscar una solución determinada a través de ella. Porque hoy son esos programas y cuando egresen serán otros", explica. Y cuenta que da cursos y talleres para docentes que quieren innovar en sus clases.
Verónica Boyd: educar en un ámbito femenino
Verónica Boyd es maestra. No sabe por qué lo decidió. Pero cuenta que tiene tres hermanas mayores que eligieron la profesión. Cree que ese antecedente pudo haberla influido. Y recuerda que cuando era chica, una de sus hermanas la sentaba en el patio de su casa de Martínez frente a un pizarrón para jugar a la maestra. Ahora, a sus 45 años, en el colegio Santa Inés, de San Isidro, le dieron el anillo de plata con el escudo de esa escuela católica en la que estudian únicamente mujeres, para celebrar sus dos décadas como maestra.
Le parece lógico jubilarse en ese rol, en ese colegio, a los 60 años. Para entonces habrá sumando un reloj, que no recuerda si lo regalan a los 25 o a los 30 años. "Te juro que todas las mañanas me levanto contenta de ir a trabajar. El colegio es muy familiar. Sino, no mandaría a mi hija". Al principio, a la clase le ponía el cuerpo: trataba de ser creativa todo el tiempo, inventar juegos e innovar con trucos de magia. Pero, cuenta, que la experiencia le indicó que es mejor poner el corazón: "Los nenas necesitan que las comprendan. Son muy sensibles. Con ese vínculo, el aprendizaje es más sencillo". Así, se refiere a sus 28 alumnas de primera grado.
Cuando recién se recibió trabajó en dos colegios mixtos: San Carlos, de Olivos, y Nuevo Las Lomas, de San Isidro. "Un curso con todas chicas tiene a favor que hay intereses parecidos, una maduración similar. Cuando trabajamos la idea de los juegos en el tiempo, hacemos muñecas o jugamos al elástico. Y si leemos un cuento de princesas no hay necesidad de pensar en una opción para nenes", cuenta.
Reconoce que en el colegio no encuentran la diversidad que implica estar integrados con varones. Sin embargo, no es algo que le preocupa. No le parece que sea un problema.
A la primaria del Santa Inés van 360 alumnas. Por el Día del Maestro los padres de sus estudiantes hicieron una colecta para hacerle un regalo. Eso sucede todos los años. Y aunque no le gusta poner un presente sobre otro, cuando tiene que pensar en momentos que no va a olvidar emerge el día de su casamiento. En 1998, a Verónica le abrieron la puerta de la iglesia San José, de San Isidro. Allí vio cómo sus alumnas formaban una suerte de pasillo hasta el altar.
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