martes, 20 de septiembre de 2016
HISTORIAS DE VIDA
Mabel Lanabere, de 60 años, atiende y cuida a perros y gatos abandonados que encuentra en Escobar
Mabel, la “proteccionista de la bicicleta”. Foto Diego Spivacow
Adentro de un folio hay una pila pequeña de hojas y en cada carilla figuran los datos de 50 perros y gatos. Suman 3000. Mabel Lanabere, de 60 años, anota en letra cursiva la fecha en la que encontró cada animal, la calle y el barrio, si tenía dueño y cuándo lo llevó a castrar. Se ríe de ese registro meticuloso que lleva en medio del caos en el que está convertida su casa: 33 perros en un terreno de 10 metros de frente por 28 de fondo. Vive en Escobar y reconoce que hace tiempo dejó de ser una vecina más.
La apodaron "la proteccionista de la bicicleta". Hace una década que pedalea ese municipio para ubicar perros callejeros, averiguar si son de alguien y llevarlos a operar.
La casa de Mabel es sencilla. Pocas habitaciones, paredes de ladrillo y techo de chapa. Un construcción bastante baja como para que los caniles que tiene en el frente la oculten casi por completo.
Dice que crió cuatro hijos y antes de empezar su cruzada de castraciones esperó a que todos se independizaran. Cuando tuvo la casa para ella, tomó más horas como empleada doméstica y se reservó un tiempo para salir en su bicicleta dos veces por semana. "Empecé a hacerlo con Mónica, una amiga. Las demás proteccionistas nos llamaban «El comando de esterilización». Ella dejó", cuenta.
Mabel siguió. Al principio, identificaba perros que andaban en la calle, hablaba con sus dueños o los vecinos y sugería que los llevaran a castrar. Después le pidió a un herrero que le agrandara la base del portaequipaje como para montar un canasto. Y empezó la tarea por la que hoy es conocida: tomar perros callejeros, cargarlos en la bicicleta y llevarlos a esterilizar a Zoonosis de Escobar. Jura que nunca la mordieron. "Al perro lo acaricio y cuando está tranquilo, lo alzo y lo siento en el canasto. Con una mano lo sujeto de un collar y con la otra sostengo el manubrio. Y vuelvo caminando junto a la bici".
Cada perro que encuentra necesita una noche de ayuno antes de la operación. Por eso, armó caniles para que pernocten y luego pasen los dos días de posoperatorio. "Algunos están lastimados, enfermos o fueron atropellados. A esos no los adoptan y no los puedo devolver al lugar donde los encontré. Y fueron quedando en casa". Cuando lo explica lo hace en un tono de justificación. Sabe que los perros ladran y generan olores. Sabe que sus hijos admiran lo que hace, pero no les gusta cómo vive. Sabe que no todos los vecinos de Corrientes al 200 la apoyan.
Con el tiempo Mabel tomó riesgos. Increpó a vecinos que tenían atados y desnutridos a sus perros. Se enojó con personas a las que les consiguió un turno para hacer una castración y luego no fueron.
En su barrio la conocen todos. "Tengo 79 años y no podía llevar a castrar a mi gata. Ella la metió en una bolsa de cebolla, la cargó en la bici y la llevó a operar", cuenta Mirtha López .
Mabel tiene una relación de amor y odio con los veterinarios de Zoonosis que hacen las castraciones. Les reconoce el esfuerzo, pero les vive remarcando que 30 castraciones diarias no alcanzan en un municipio de 213.000 habitantes. Pero trabajan codo a codo. "El principal aporte es que nos acerca animales en edad reproductiva que de otra manera nadie se ocuparía de traer", dice Cristian Pisaco, director de Zoonosis.
Mabel siempre trabajó en negro, pero en enero pasado se jubiló con la moratoria. Con los descuentos, cobra $4000, más lo que recibe por limpiar una casa en un country. De sus ingresos, $800 se le van en alimento para perros, y algo más en cloro y desodorante. Le cuesta pedir ayuda. "Me vendrían bien donaciones de comida para perros. Pero lo que más me gustaría es que me llamara el intendente, que me diga que hago el bien. Porque te juro que hay menos perros abandonados. Te lo juro".
J. D.
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