viernes, 23 de septiembre de 2016
TEMA DE REFLEXIÓN....MUCHO MÁS QUE UN BAÑADOR
El burkini muestra más de lo que cubre
Ni Karl Largerfeld, ni Marc Jacobs, ni Stella McCartney. La figura del mundo de la moda que este verano europeo ha estado en boca de todos es una hasta hace poco desconocida diseñadora australiana, responsable de la creación de la prenda de vestir que más controversia generó en Occidente desde la invención de la minifalda: Aheda Zanetti. Nacida en El Líbano, pero radicada junto a su familia desde los dos años de vida en Australia, fundó hace algo más de una década Ahiida, una marca de ropa deportiva para mujeres musulmanas. Aunque lleva casi doce años comercializando exitosamente la hijood, la indumentaria que el mundo vio usar a varias atletas islámicas en los recientes Juegos de Río, fue su última creación la que le permitió multiplicar las ventas, pero también la que ha generado la última gran polémica en Europa acerca del extremismo religioso, la tolerancia y los valores occidentales. Se trata del burkini (o burqini; ambas denominaciones son sus marcas registradas), una mezcla, aunque sólo idiomática, entre la clásica bikini y el ominoso burka -la prenda que los talibanes impusieron a las mujeres de Afganistán bajo pena de muerte-, que cubre la totalidad de su cuerpo y sólo les permite ver a través de una rejilla de tela. El burkini deja al descubierto pies, manos y rostro de quien la usa y, a decir verdad, no difiere demasiado de los trajes de baño que se utilizaban en las playas europeas, o argentinas, a comienzos del siglo XX. Para los defensores de su uso, no es tampoco muy distinta de los trajes de neoprene que cubren casi la totalidad del cuerpo de los surfistas. Pero la diferencia no radica en lo que cubre o deja al descubierto, sino en su significado.
Con el argumento de que representa un símbolo de la sumisión a la que se ven obligadas las mujeres en muchos países musulmanes, varios alcaldes franceses decidieron prohibir su uso. El gobierno francés, acosado por los avances electorales de la extrema derecha, defendió la prohibición, que se suma a la que desde hace un tiempo impide el uso del velo. Otros países europeos, como Alemania o Italia, se declararon, en cambio, en contra de prohibirlas. Allí se invoca el respeto hacia otros valores y principios religiosos. Pero muchos creen que incluso la tolerancia tiene un límite y cuestionan, como ejemplo, la poco racional decisión de las autoridades italianas que a comienzos de este año aceptaron tapar las estatuas con desnudos de Roma, las célebres Venus, para no ofender al presidente de Irán, Hasan Rohani, de visita en la ciudad.
Desde la Revolución de 1789, que no sólo depuso a la monarquía absoluta sino que también separó a la Iglesia del Estado, Francia ha levantado la bandera del laicismo como uno de los pilares de la república. Pero nadie considera casual que la polémica por el burkini se haya instalado en las mismas playas que este verano se vieron ensangrentadas por el terror que causó una masacre en Niza y a las que cada semana llegan oleadas de refugiados.
El miedo a lo culturalmente diferente, el temor real al extremismo, el repudio a prácticas denigrantes y la intolerancia de siempre se mezclan en un debate que ha probado más que nunca la relación entre la moda y la cultura, entre la forma de vestir y lo que ese vestir transmite. En realidad, el burkini muestra más sobre los temores de Occidente que lo que cubre en los cuerpos islámicos. Y en esta polémica prevalece un temor mayor: la terrible paradoja de que Occidente extravíe sus valores al invocar defenderlos
J. N.
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