martes, 13 de septiembre de 2016

TEATRO RECOMENDADO


Chéjov, con acento argentino

Mis tres hermanas sombra y reflejo / Libro y dirección: Marcelo Savignone / Intérpretes: Merceditas Elordi, Belén Santos, Mercedes Carbonella, Sofía González Gil, Andrea Guerrieri, Marta Rial y Marcelo Savignone / Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez / Iluminación: Nacho Riveros / Vestuario: Mercedes Colombo / Asistencia y colaboración artística: Sergio Berón y Chusa Blázquez / Producción: Sebastián Romero / Sala: La Carpintería, Jean Jaures 858 / Funciones: domingos, a las 16 / Duración: 80 minutosTres de las seis actrices de la puesta de Savignone.Dos momentos para contar la misma historia. Uno, con las hermanas jóvenes, expectantes; el otro, con todo ya vivido. Un tránsito que aplanó las esperanzas y las dejó sin futuro. Pero se tienen a ellas mismas, a ellas jóvenes y a ellas viejas para consolarse, contenerse y cuidarse. Eso parecen hacer estos tres pares de hermanas que son las mismas, pero distintas.
Marcelo Savignone toma el clásico de Antón Chéjov Tres hermanas y lo lee con nuestros tiempos, idiosincrasias y dolores. Y Chéjov se deja; perfectamente, se deja. Ya no es la lejana Rusia sino una Argentina atravesada por la dictadura militar de los 70, mirada treinta o cuarenta años después. El nuevo contexto le deja mostrar al director (a cargo de la adaptación y también de uno de los personajes) el vínculo entre estas tres jóvenes y sus sueños, y lo que el tiempo y la historia hace de ellos. La anécdota es pequeña y habla de amor, de deseo y de mandatos que se vuelven rencores. Pero ellas la hacen más grande, en un ir y venir de miradas y sentires que las cuentan a cada una.
Con una mano especial para pintar momentos de alta sensibilidad, Savignone moldea los trabajos de sus seis actrices hasta lograr un perfecto ensamble entre ésas que fueron y éstas que son. Y ellas lo hacen con gran fluidez y entrega (si bien las seis están de verdad muy bien, es difícil no destacar el trabajo de las dos Irinas, Merceditas Elordi y Belén Santos). Cantan, bailan, juegan, se reconocen y se perdonan sus flaquezas. La eterna melancolía de Chéjov que hace parecer que todo sucede detrás de un vidrio empañado por el frío y la lluvia está, y duele. Duele el paso del tiempo, la historia, las ilusiones rotas, los recuerdos; duele esa juventud. Y es algo que se potencia, hacia el final de la obra, con el ingreso de Andrés, el hermano varón de Irina, María y Olga. Con él se termina de hilvanar el sentido de algunos de los guiños familiares que aparecían en los juegos, en los recuerdos, y que se vuelven profundamente conmovedores.
El director apela, además, a un trabajo espacial muy efectivo en el que la escenografía y la luz juegan un rol central, ya que permiten descubrir los mismos momentos desde nuevas perspectivas a través de un mecanismo escénico que las mismas actrices accionan, sumándole así algo lúdico, y también algo dramático. Otro tanto se puede decir de la música, de las canciones que cantan, de las melodías que bailan. Hay un entramado narrativo pensado al detalle que no da puntada sin hilo.
Sí se podrían señalar algunas literalidades que subrayan demasiado la época, sin tanta necesidad; pero son detalles. El resultado, en definitiva, es un hermoso Chéjov, más nuestro, más cercano, más reconocible y por eso más doloroso. Para ver, pañuelo en mano.
V. P.

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