miércoles, 5 de diciembre de 2018

LA PÁGINA DE JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ,



La mujer que se rebeló contra su clase y levantó la bandera del feminismo

Jorge Fernández Díaz leyó un artículo de 

Alfredo Serra que cuenta la extraordinaria vida de una de las grandes pioneras del feminismo en el siglo XX: Simone de Beauvoir.

Fue la mejor del colegio… y la peor del colegio. Fue muy rica y muy pobre. Fue, por ancestros y nacimientos, la flor y nata de la burguesía francesa. Pero odió hasta los huesos a la burguesía.
Fue casi toda su vida pareja de Jean Paul Sartre… pero nunca vivieron bajo el mismo techo y lo hicieron sin promesas de fidelidad: infieles por definición y decisión. No fue la primera feminista de la historia, pero sí la más influyente. Nació y murió en París: 9 de enero de 1908–14 de abril de 1986. Está sepultada en el cementerio de Montparnasse… junto a la tumba de Jean Paul Sartre.
Abrió los ojos en uno de los pisos más lujosos del aristocrático boulevard Raspail parisino, rodeada de prosapia, dinero, cristianismo y códigos morales estrictos: cuatro cadenas que la asfixiarían día y noche.
Su nombre completo: Simone–Lucie–Ernestine–Marie Bertrand de Beauvoir. Más que un nombre, un escudo heráldico… Padre: Georges Bertrand de Beauvoir, abogado y actor aficionado, más amante del escenario de que los tribunales: una gota de poesía en un océano de convencionalismos…
Madre: Françoise Brasseur, católica de comunión diaria.
Por supuesto, Simone y Hélène (Poupette), su hermana, educadas desde los cinco años en el Cours Désir, petit ciudadela de las hijas de familias con todas las materias de la burguesía aprobadas.
Simone, brillante. Altísimo coeficiente intelectual. Primera de la clase año a año. Medalla que compartía con Elizabeth Lacoin (Zaza), su mejor amiga.
Primer signo de alarma en la fortaleza del boulevard Raspail: junto con su primera menstruación, su primer sabotaje contra el perfecto equilibrio familiar:
–No creo en Dios. Soy atea. La religión esclaviza.
Cosas de chicos, pensaron mamá y papá…
Y a sus 10 años, sobre el fin de la Primera Gran Guerra, la catástrofe. Su abuelo materno, el poderoso monsieur Gustave Brasser, presidente del Banco de la Meuse… ¡quebrado!
Entre lágrimas y vergüenza, Simone, Hèléne y sus padres, detrás de los camiones de mudanza que se llevaban los pocos tesoros salvados de la quema, llegaron a su nuevo reino: un oscuro departamento, quinto piso sin ascensor, calle de Rennes.
Por supuesto, la dote de las niñas, humo y nostalgia… Y la relación del matrimonio, en lenta barranca abajo.
Dato para el diván: el padre de Simone quería un varón, no una mujer, para verlo como avanzado estudiante en la Escuela Politécnica de París, la mejor del mundo. Y cada tanto le deslizaba un elogio que más sonaba a puñalada:
–Tu cerebro es de hombre.
Pero lo equilibraba así:
–El oficio más lindo del mundo es el de escritor.
No sólo le creyó. A los 15 años juró ser escritora…
Ya bachiller en 1925, empezó su tercer nivel de estudios en el Instituto Católico de París, con mayoría de “muchachas de buena familia”.
Y en adelante fue un alud intelectual. Una tormenta cerebral. Títulos en matemáticas, literatura, latín, filosofía, letras, ética, psicología, una tesis sobre Gotfried Leibniz, y en 1929, profesora suplente de filosofía. Castor, como la apodaba su amigo René Maheu y repitió Sartre toda su vida (un juego de palabras entre Beauvoir y Beaver, en inglés), ya estaba lista para lanzarse a cuanto fue: filósofa, periodista, novelista, ensayista, crítica literaria… Pero por sobre todo, feminista. La columna vertebral de su vida.
Ya conocía a Sartre. Ya eran inseparables. Pero el primer destino de Simone como profesora fue Marsella, y él logró un puesto similar en Le Havre.
El trance dse separarse la destrozó. Pero él le propuso una solución:
–Para que nos nombren en el mismo instituto, podemos casarnos.
Ella se negó. Y explicó en su libro La fuerza de las cosas (1963): “No pensé en rechazar esa propuesta ni un segundo. El matrimonio multiplica por dos las obligaciones familiares y sociales. Sólo podía encontrar libertad en mi cabeza y en mi corazón. Y también decidí no tener hijos”.
El año 1932 los encuentra a ambos en Ruan. Simone conoce a otra profesora, Colette Audry… y tiene relaciones lésbicas con varias alumnas: entre ellas, Olga Kosakiewitcz y Bianca Bienenfeld. Y también un touch con un alumno de Sartre, “el pequeño Bost”, como lo llamaban… y futuro marido de Olga.
En realidad, Jean Paul y Simone, en sus largos años juntos, pactaron absoluta libertad sexual. Según él, la unión con Simone era “un amor necesario”, pero los dos debían permitirse “amores contingentes”. Contrato que a veces pagó alto precio. En 1943 fue suspendida como profesora “por incitación a la perversión de menores”, luego de la denuncia de la madre de Nathalie Sorokine, una de sus alumnas.
Reintegrada tras la liberación de París, ocupada por los nazis, con Sartre, Raymond Aron, Michel Leiris, Maurice Merlau–Ponty, Boris Vian y otros intelectuales de izquierda, Simone fundó la revista Les Temps Modernes: vía para difundir la corriente filosófica existencialista a través de la literatura. Por cierto, abrazó la rama del existencialismo ateo: el más radical del trío, completado por el cristiano y el agnóstico.
Comprometida con el comunismo, ya decidida a ser escritora, y sin apuros de dinero, viajó larga e intensamente por los Estados Unidos, China, la Unión Soviética, Cuba… entrevistó a Mao, a Fidel Castro, a Ernesto Guevara, y vivó una llameante pasión con el escritor norteamericano Nelson Algren. Por años seguirían unidos a través de más de trescientas cartas…
Pero su año de luz fue 1949. La consagración literaria. Aparición de su libro El segundo sexo. El mayor himno feminista todavía vigente. Un terremoto: ¡veintidós mil ejemplares agotados en la primera semana! Escándalos. Debates. El Vaticano, enfurecido. François Mauriac (luego premio Nobel de Literatura en 1952), escribiendo en sorna, en Les temps Modernes, la revista de Simone, “Ahora lo sé todo sobre la vagina de vuestra jefa”.
Pero el aluvión no cesó: sólo en los Estados Unidos, ¡un millón de copias! Y biblia para casi todos los movimientos de liberación de la mujer.
¿Qué dice, en esencia? Que la sociedad instala –y degrada– a la mujer en un rol de inferioridad. Y desde siempre: en los mitos, en las civilizaciones, en las religiones, en las tradiciones, y hasta en la anatomía. Según su tesis, “el matrimonio es una institución burguesa repugnante, similar a la prostitución, ya que la mujer depende económicamente de su marido y sin posibilidad de independizarse”.
En 1958, consagrada –premio Goncourt por su novela Los Mandarines– emprendió su autobiografía: una vivisección del mundo burgués (su claro origen natal), sus prejuicios, sus tradiciones –que llama “degradantes”– y la batalla que libró para despojarse de esa herencia”.
Para entonces, ella y Sartre ya no eran una pareja en el sentido sexual, aunque ella no lo confesara en sus libros.
En 1964 publicó Una muerte muy dulce, impresionante relato del final de su madre. Y según Sartre, “su libro mejor escrito”.
Mientras cumplía con el ritual del duelo conoció a Sylvie Le Bon, una estudiante de filosofía con quien vivió una ambigua relación: madre e hija, amiga, y pareja sexual.
Pero tan fuerte, que Simone la adoptó legalmente como hija, y la nombró heredera de su obra literaria y todos sus bienes.
Una obra aluvional: siete novelas, diez ensayos, nueve diarios de memorias, una pieza teatral (Las bocas inútiles, 1945), y más de mil cartas.
Siempre polémica, escribió sobre el aborto, hoy en primer plano en la Argentina y otros países, en abril de 1971, en la revista Le Nouvel Observateur. Planteó allí que “el aborto es parte integral de la evolución en la naturaleza y la historia humana. Esto no es un argumento ni a favor ni en contra, sino un hecho innegable. No hay pueblo ni época donde el aborto no fuera practicado legal o ilegalmente. Está completamente ligado a la existencia humana”.
Sartre murió el 15 de abril de 1980, a los 74 años. Su agonía fue larga y dolorosa. Y Simone la describió, día a día, con precisión y crueldad. Se regodeó en los detalles de esa declinación hasta lo francamente repugnante. Y publicó esa crónica, para muchos perversa, en su libro La ceremonia del adiós.
Otro caso de diván: ¿dolor infinito por la degradación del cuerpo y la mente del hombre que amó y que –propia confesión– “el único que me superó intelectualmente”, o una venganza?
Simone pidió ser enterrada junto a Sartre… pero con el anillo que le dio el norteamericano Nelson Algren después de la primera noche de amor.
Nada más que decir.
Todo otro secreto está oculto en sus huesos.

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