martes, 4 de diciembre de 2018

LA PÁGINA DEL MORDAZ,


DMITRI SHOSTAKOVICH FRENTE AL RÉGIMEN
José Stalin pertenece al grupo de los más grandes estadistas de la historia por haber realizado dos logros fundamentales: ser el artífice esencial de la derrota de la Alemania nazi y por haber transformado al país más atrasado de Europa en la segunda potencia mundial. También se lo conoce, y en esto sus detractores cuentan con sobradas pruebas y argumentos, como uno de los dictadores más terribles de su tiempo.
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Nada escapaba a su control y la más leve sospecha, una metáfora mal interpretada, un comentario adverso a su gestión o su persona, eran despiadadamente castigados. Las artes, particularmente la música, debían estar al servicio del proceso revolucionario del “gran conductor”. En la Rusia de Stalin solo había dos clases de compositores: los que estaban vivos y asustados y los que estaban muertos. Dmitri Shostakovich (1906-1975) perteneció al primer grupo y fue un caso paradigmático que vivió todos los estados de la matriz dictatorial del sistema: fue ensalzado, sospechado, criticado, ridiculizado y perseguido durante las décadas del estalinismo.
En 1925 cuando tenía 19 años compuso la Sinfonía número 1. Al año siguiente la obra fue estrenada por la Orquesta Filarmónica de Leningrado y el júbilo se apoderó de los medios artísticos de la joven República soviética. El caluroso recibimiento de la sinfonía se extendió por Europa y América donde Shostakovich fue considerado como el primer gran autor de la nueva Rusia.

Dmitri Shostakovich en los tiempos de su primera sinfonía
En los años siguientes compuso las sinfonías 2 y 3 que fueron muy bien recibidas por el público y por el régimen, hasta que en 1934 produjo la ópera Lady Macbeth de Mtsenks donde incorporó elementos del impresionismo y del verismo. El argumento está inspirado en el relato del escritor ruso Nikolái Leskov y es un drama trágico donde abundan escenas de sexo explícito (no faltan quienes aún la consideran una obra pornográfica), crímenes y amor pasional. El personaje principal es Katerina Ismailova, una mujer casada con un pusilánime vendedor viajero en un oscuro lugar de la Rusia profunda. En la vida de hastío e insoportable rutina, Katerina es vigilada día y noche por su suegro, un hombre primitivo desagradable y violento.
Cuando se incorpora a la chacra un joven y recio empleado, Katerina cree encontrar el amor perdido y la tabla de salvación para cambiar su tediosa existencia. Con complicidad de éste, la mujer asesina a su esposo y su suegro, cae en la cárcel. Todos terminan mal.
La obra fue un éxito rotundo y tuvo 200 representaciones hasta que dos años más tarde Stalin, interesado por la celebridad que la rodeaba asistió a una de las funciones junto con gran parte de la plana mayor del Comité Central. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que Stalin se levantó disgustado antes de que comenzara el tercer acto.
Al día siguiente, el diario Pravda publicó un editorial devastador bajo el título “Caos en lugar de música”. Entre otras cosas decía: “…el oyente es abrumado desde el primer instante de la ópera por un flujo de sonidos deliberadamente desmañado y embrollado. Amagues de melodía, embriones de frases musicales, se ahogan, escapan y vuelven a ahogarse entre choques, rechinadas y alaridos. Seguir esta 'música' es difícil; recordarla es imposible".
La realidad es que el argumento era un verdadero culebrón ya que incluía una historia con tres asesinatos, un suicidio, una violación, una adúltera y tres hombres de baja categoría, todos personajes ajenos a la tarea de educar al pueblo ruso para una sociedad mejor. Además, para el régimen el sexo estaba al servicio de la procreación y no del placer. Como si esto no bastara había una escena donde la protagonista soborna al comisario del pueblo, algo impensable en un sistema que consideraba a la policía como químicamente pura.
Lady Macbeth de Mtsenks recibió el rótulo de “obra contrarrevolucionaria” y salió de cartelera durante 26 años en que se volvió a representar cuando ya habían pasado 7 años de la muerte de Stalin. En el resto del mundo continuó subiendo a escena y siempre resultó un acontecimiento y éxito de taquilla, ya que no es fácil conseguir un buen elenco lírico que hable y cante en ruso.
Para Shostakovich la prohibición de la obra estuvo lejos de ser lo peor, se convirtió en un leproso entre sus pares. Antiguos amigos dejaron de verlo y algunos desaparecieron, la gente le rehuía y nadie se atrevía a tocar sus composiciones. Sus ingresos se redujeron y algunos compañeros fieles, subrepticiamente le suministraron hojas con el pentagrama para que siguiera trabajando en absoluta soledad. A llegar la noche solía acostarse vestido con una valija preparada al pie de la cama, a la espera de que en cualquier momento se presentaran miembros de la NKVD para arrestarlo.
Un día le mandaron una citación para presentarse ante una de los distritos de la temible institución. En la fecha designada se despidió de su esposa e hijos, pensando que no volvería a verlos. Al llegar a la oficina se produjo el siguiente diálogo:
─¿A quién viene a ver camarada?─le preguntó el recepcionista.
─Al investigador camarada Zakowesky─respondió Shostakovich.
─Usted no figura en la lista de hoy─ le respondió el recepcionista luego de revisar la agenda─ regrese cuando lo llamen. Poco después se enteró que al investigador lo habían arrestado.
En 1936 compuso la Cuarta Sinfonía, pero mantuvo la partitura guardada para el día en que mejorasen los tiempos. En cambio la Quinta y Sexta sinfonías las dio a publicidad, fueron aceptadas por el régimen y decrecieron la vigilancia y los ataques a su persona y su música.
En 1941 los ejércitos alemanes, rompiendo el pacto de no agresión firmado por ambas partes, invadieron Rusia llegando hasta 30 kilómetros de Moscú. Stalin no se movió del Kremlin y pronunció uno de sus discursos más memorables, calmando a la población que permaneció en sus casas.
Shostakovich se encontraba en Leningrado y produjo su Séptima Sinfonía que lleva el nombre de la ciudad. A un radiante comienzo de carácter épico le sigue el suave sonido de los verdugos alemanes invadiendo Rusia, cada movimiento tenía un simbolismo. El éxito fue rotundo en todas las ciudades donde se estrenó y Stalin, quien la consideró su melodía favorita, ordenó tocarla en Leningrado. Por entonces la ciudad estaba sitiada y la población sin alimentos perecía de hambre, gatos y perros habían desaparecido y abundaron los casos de canibalismo sobre los muertos. La gente se caía en las calles cubiertas de nieve para no levantarse más. La ciudad carecía de iluminación, de agua y faltaba la leña en los hogares.
En esas circunstancias le tocó al director Karl Eliasberg la difícil misión de conducir la Séptima Sinfonía y comenzó a reunir a los músicos sobrevivientes. Faltaban la mitad de los violines y la misma merma existía con los instrumentos de viento: las maderas y los metales. Tres de los intérpretes murieron durante el único ensayo que se pudo realizar. Las camisas y los sacos sobraban en los cuerpos escuálidos de los músicos y sus rostros reflejaban el sufrimiento causado por el frío y la falta de alimentos.

Karl Eliasberg (1907-1978)
Antes de iniciar la función se produjo un feroz contraataque ruso para silenciar a las fuerzas alemanas durante la interpretación. Eliasberg se subió al podio y con manos temblorosas comenzó a dirigir a la fantasmal orquesta y la sinfonía se retransmitió a las líneas alemanas a través de altavoces como una táctica de guerra psicológica y con el mensaje al enemigo de ¡nunca nos vencerán! Cuando finalizaron los últimos acordes, los exhaustos músicos fueron gratificados con ovaciones interminables de un público que parecía haber olvidado el hambre y las penurias.
No existió ni existe en la historia de la música un antecedente con estas características. El director manifestó que “ese momento, supuso un triunfo sobre la desalmada maquinaría de guerra nazi”. La Séptima Sinfonía se convirtió para el pueblo ruso, tanto combatientes, como obreros y campesinos, en el símbolo de la resistencia. Stalin y la gente la silbaban y tarareaban porque significaba el mensaje de que nada ni nadie podía detener a Rusia, su cultura y su revolución.
La Octava Sinfonía fue una creación excelente de Shostakovich y la produjo en 1943 cuando los ejércitos alemanes habían iniciado una retirada permanente con derrota tras derrota ante la fuerza arrolladora de las armas soviéticas. A Stalin no le gustó, consideró que le faltaba fuerza en momentos en que el enemigo huía precipitadamente.
En 1945 con la derrota definitiva de Alemania y las fuerzas rusas en Berlín, Shostakovich estaba imbuido por sentimientos ambivalentes, por un lado la alegría del triunfo sobre el salvajismo nazi y por otro el miedo ante la posible consolidación del despotismo y dictadura estalinista. En este aspecto no se equivocó, el culto a la personalidad alcanzó ribetes superlativos. Stalin bañado de gloria y adulación intensificó las persecuciones, las torturas, los fusilamientos y las deportaciones a los campos de trabajos forzados. El mayor ensañamiento se hizo contra los judíos y los pogroms no tenían nada que envidiar a los de la Rusia zarista.
En tal estado de ánimo compuso su Novena Sinfonía que carecía de los aires de victoria que el régimen esperaba. Stalin que imaginó una obra apoteósica, estaba furioso. La música de Shostakovich fue prohibida, Se lo expulsó del Congreso Nacional de Compositores y debió humillarse en un discurso público cuyo contenido le fue entregado por un oficial de alto rango en el instante en que tuvo que enfrentar al micrófono. ─Lea esto, dice todo lo necesario─ le dijeron. Este tipo de autocondenas obligadas era un método habitual en esos tiempos.
El documento redactado en primera persona era una suma de críticas contra sí mismo y cuando llegó al punto que decía: “He estado componiendo música contra el pueblo”, Shostakovich dejó los papeles de lado, miró hacia el infinito y dijo perplejo como si fuera un niño: “Pensaba que si expreso sinceramente mis sentimientos con la música, no podría ir nunca contra el pueblo, porque yo soy parte del pueblo”. Seguidamente recompuso su postura y siguió leyendo lo que le habían ordenado.
A partir de entonces fue obligado a escribir música para películas de pésima calidad que ensalzaban la figura de Stalin y la revolución. Esa claudicación, así como su autoincriminación y declaraciones descalificadoras que tuvo que hacer contra su voluntad hacia otros colegas, le valieron muchas críticas desde occidente por su sumisión y cobardía ante el régimen. Quienes tan duramente atacaron a Shostakovich, no se ubicaron ni en el tiempo ni en las circunstancias. De haberse negado le esperaba la muerte o en el mejor de los casos la cárcel en condiciones infrahumanas. Además, la ira de Stalin generalmente solía hacerse extensiva hacia los familiares del condenado. Por lo tanto, aquellos que adoptaron una postura de superioridad moral, tendrían que haberse preguntado qué habrían hecho ellos en esas circunstancias.

Foto de Shostakovich tomada durante la década de 1960
Hubo quienes después se retractaron como el reconocido director Georg Solti. Cuando le preguntaron en una ocasión cual fue su mayor arrepentimiento, su respuesta fue:“No haberle pedido perdón a Shostakóvich por menospreciarlo y considerarlo un lacayo del Estado”.

Jason Cafrey. La hambrienta orquesta que desafió a Hitler y tocó una sinfonía durante el asedio a Leningrado. BBC News, 17/01/2016.
Rodrigo González M. Lady Macbeth: La ópera por la que Shostakovich se enfrentó a Stalin. La Tercera, 04/07/2009.
Rafael Fernández de Larrinoa. Shostakovich contra Stalin. Documental. Netherland’s Radio Philarmonic. Disponible en:https://www.youtube.com/watch?v=89258H0_dKQ
Julian Barnes. Shostakovich, entre el arte y el poder. El País, 07/05/2016.
Andrés Amorós. Shostakovich, el músico del miedo. Libertad Digital, 01/07/2016.
Enrique López Aguilar. Los dos rostros de Shostakovich. La Jornada Semanal, 10/09/2006

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