miércoles, 12 de diciembre de 2018
LECTURA RECOMENDADA,
El galán imperfecto
Rafael Gumucio
Random House. Barcelona, 2018. 208 páginas
Rafael Gumucio El autor de cómic Moebius imaginó a un Empalmado loco en el mejor de sus divertimentos, un tipo que lidiaba con un falo priápico empeñado en no reducir sus proporciones a cotas más normales; su sexo, por así decir, se había emancipado del cuerpo. En la primera línea de El galán imperfecto, este despiporre inteligentísimo de Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970), un doctor con retórica de vendedor de crecepelo le expende el siguiente diagnóstico a su protagonista: “Tu cuerpo rechaza a tu pene, compadre”. Mismos actores (“el pirulo” y el resto de la anatomía) en un proceso inverso: he aquí dos personajes cuya identidad pende de lo genital.
Si el libro de Gumucio estuviera firmado por una mujer, bastaría una atención al cuerpo bastante menor para que la crítica sacase a pasear el término “literatura femenina”. ¿Es El galán imperfecto literatura masculina? Desde luego, sus páginas tienen bastante que decir acerca de la masculinidad y sus arquetipos, su representación de la sexualidad (“no es mi gusto pero es gusto de hombres”), su relación con la figura materna, sus crisis sucesivas frente al envejecimiento. Su debilidad inasumida, que recae casi siempre sobre las figuras femeninas, también está aquí. Su infantilismo, no menos. Siendo uno de los libros más divertidos que he leído en los últimos tiempos, y estoy hablando de que mis carcajadas han desvelado a quien vive conmigo, hablamos aquí de una bufonada en el fondo terrible, un callejón sin salida para este pobre galán que siente celos hasta de un ficus y no parece tener ni idea de qué quiere en la vida, colgado a años luz del decisionismo que debería caracterizar a un hombre-hombre, sea eso lo que sea. Vamos: he aquí un callejón sin salida contemporáneo.
En El galán imperfecto, un tipo chileno, católico y sentimental se somete a una circuncisión porque su médico está buscando el modo de romper “el muro de Berlín en el pene” que le provoca… ¿Qué? ¿Qué le provoca, qué dolencia tiene? ¿Dolor, incapacidad, reacciones dermatológicas, llana insatisfacción? El caso es que nuestro protagonista, cuya edad es la de Jesucristo, tiene una madre (¡con la que vive!), una novia que decide irse a ver mundo (Camboya para empezar, nada menos), y una amiga-confesora que también, llegado el caso, podría ser otra cosa. Y así circula, de mujer en mujer, inventando dramas, pidiendo cobijo, complicándose la vida para responder a no se sabe qué fantasías, complicando la vida a esas mujeres para que puedan fantasear también. Y ahora, corrijamos un poco lo dicho antes: porque si el término “literatura femenina” resulta francamente ineficiente para entender nada, lo mismo ocurre con ese “literatura masculina” que, miren por dónde, nunca se nos ocurre utilizar a los críticos. La novela de Gumucio habla de masculinidad, pero es “literatura de Gumucio”: he aquí su prosa disparada, la intervención de voces obsesivas o paródicas, enajenadas o irónicas; he aquí su musicalidad y sentido demencial del ritmo; he aquí Santiago de Chile, y con ella todas las placas tectónicas de la sociedad de ese país cuya capital un personaje describe como “fea” y por eso mismo fascinante, digna de amor, su hogar.
I. E. escribía que al fondo de toda novela de Gumucio se encuentra “el miedo a no ser querido”: es exacto, tal vez en El galán imperfecto más que nunca. Aquí, ese miedo se relaciona con el prepucio perdido de un hombre que se siente “recortado de mi sobra”, abatido por la “nostalgia del prepucio” consecuente. Un prepucio entendido como cordón umbilical definitivamente desaparecido, como parodia de un anillo de Moebius que mostrase al hombre en su única cara real: niño arrojado a un mundo imposible.
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