lunes, 3 de diciembre de 2018

SEVERINO Di GIOVANNI


Severino Di Giovanni
Hacemos un breve repaso de la ideología anarquista y la vida fugaz e intensa de quien fuera "el terror de la burguesía".

Nacido un 17 de marzo de 1901 en Chieti, Italia, las imágenes de su alrededor marcaron a fuego a Severino: la Primera Guerra Mundial, hambre, pobreza y la violencia de la Squadra d’ Azione (movimiento paramilitar del fascismo).
Estudió para maestro y sin graduarse dio clases en su pueblo. Simultáneamente, y de forma autodidacta, aprendió el oficio de tipógrafo y se acercó a las ideas libertarias con Bakunin, Kropotkin, Proudhon y Malatesta.
El advenimiento del fascismo lo arrasa todo, a decir de Bayer: “Todo lo que es oposición es barrido por los squadristas. Al antifascista se lo humilla hasta el hartazgo: la cárcel, el exilio, la pérdida de su subsistencia, la bastonatura, el olio di ricino, cuando no el asesinato”. En este contexto y sin empleo, Severino y su esposa Teresina, con quien tendrá luego tres hijos, abandonaron Italia para instalarse en América del Sur.
En 1923 llegaron a Ituzaingó y el futuro "terror de la burguesía" se dedicó a la venta de flores. Pronto se empleará en una imprenta en Morón y de ahí en adelante hará lo que todo obrero anarquista: trabajo duro durante el día y participar de reuniones y discusiones, anarquistas y antifascistas por la noche. Pero para entender el rol de Severino, primero tenemos que entender al anarquismo.
El anarquismo como estrategia
Dentro del anarquismo, existían muchas variantes. Para simplificar, podríamos mencionar dos: por un lado, los “organizadores” que pregonaban la ligazón de las organizaciones ácratas a la naciente clase obrera y, por otro lado, los “individualistas” (como Severino). Algunos de estos serán, además, partidarios de la violencia o acción directa como recurso principal. Se negaban a impulsar cualquier tipo de organización, rechazaban las organizaciones obreras, salvo ”grupos de afinidad”, que se reunían espontáneamente para realizar un acto y luego se disolvían. Tenían una concepción espontaneísta de la revolución. La misma podía estallar en cualquier momento, por lo tanto, no era necesaria una organización estable.
Más allá de que comparten los mismos objetivos: la destrucción del capitalismo, la explotación y la opresión; la diferencia reside en la forma de alcanzar esos objetivos, y, en este sentido, hay dos puntos en los que marxismo y anarquismo difieren profundamente. En primer lugar la concepción del Estado: los anarquistas sostienen la necesidad de una revolución social, que destruya al Estado de una vez y para siempre, sin transición y sin clarificar como hacerlo. Niegan que los trabajadores, luego de destruir al Estado capitalista (dictadura del capital sobre los trabajadores y el pueblo pobre), construyan un Estado propio o un Estado obrero (dictadura del proletariado) porque esto reproduciría formas autoritarias (la diferencia entre Estado burgués y Estado obrero les es indiferente). Para el marxismo son los trabajadores quiénes deben luchar para tomar el poder, destruir al Estado capitalista y formar uno propio.La dictadura del proletariado es la forma más democrática posible, ya que es el gobierno de las mayorías trabajadoras.
La segunda diferencia reside en que el anarquismo no es “clasista”. Si bien hay ciertas excepciones, consideran que el antagonismo de clases no es la contradicción fundamental del sistema capitalista sino, más bien, el amplio espectro de “opresores y oprimidos”.
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El contexto y la militancia de Severino
La residencia de Di Giovanni en Argentina estuvo cruzada por los gobiernos radicales de Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear, sumándole los hitos que marcarían la conciencia, el accionar y los límites del "Robín Hood moderno" (así lo apodó un policía). La ejecución de los mártires de Chicago en 1886, el advenimiento del fascismo en Italia, el encierro de Simon Radowitzky (anarquista de origen ucraniano que mató al comisario Falcón en un atentado, por ser el máximo responsable de la gran represión de la Semana Roja de 1909), la Semana Trágica, la ejecución de Sacco y Vanzetti en 1927 y la gran crisis capitalista de 1929.
Severino, como muchos obreros, tenía espíritu internacionalista, aunque su mayor pelea fue contra el fascismo luchó con gran ahínco por la liberación de Sacco y Vanzetti. Por esto no tardó en hacerse famoso entre las autoridades argentinas. El 6 de junio de 1925, en el Teatro Colón, un grupo de anarquistas –entre ellos Severino– se inmiscuyeron en el edificio para arrojar panfletos y denunciar al grito de “¡assassino!” a un invitado de honor: el embajador fascista Luigi Aldrovandi Marescotti. El joven Severino abrazó la violencia y la volvió su estrategia, colocando explosivos en cualquier sucursal del poder yanqui que encuentre en venganza por el del fusilamiento de Sacco y Vanzetti.
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Cuando Severino optó por esa "estrategia”, no contempló que el anarquismo ya había pasado su cuarto de hora. Su concepción individualista tuvo fuerza desde fines del siglo XIX hasta principios del XX (con el nacimiento de la clase obrera argentina cuando los trabajadores se organizaban por oficios en 1910).
Le siguió una dura represión cuando la oligarquía pasó a la ofensiva deportando a los mejores a sus dirigentes. Además, las disputas internas de las variantes libertarias, hicieron que el movimiento estallara en mil pedazos entrando en una definitiva decadencia.
El accionar de Severino perjudicó a la organización de los trabajadores debido a que, por dichos actos de” terrorismo individual”, la ofensiva reaccionaria fue profunda: varias veces la sección de Orden Social de la Policía de la Capital, allanó las redacciones de prensas anarquistas y detuvo a cientos de militantes y obreros.

Severino en la corte
A la par de sus hazañas, comenzó un tórrido romance con América Scarfó. Severino era un joven de 25 años y América una muchacha de 14, devenida en anarquista, por lo cual el romance fue cual novela romántica de amor imposible con militancia cruzada. Sin embargo nada obstruyó ese amor y las ideas del “Robin Hood” tampoco hasta que, el jueves 29 de enero de 1931, fue cercado por los chacales de uniforme en Burzaco.

La joven América Scarfó
Tres días después de su captura, Severino fue ejecutado, ante la presencia del entonces periodista Roberto Arlt. Antes pudo despedirse por unos minutos de América, su joven y eterno amor. Sus últimas palabras en el cadalso: ¡Viva la anarquía!

 “He visto morir”, Roberto Arlt sobre el fusilamiento de Severino di Giovanni
El texto de Roberto Arlt narra el fusilamiento del militante anarquista italiano Severino Di Giovanni durante la dictadura de Uriburu el 1º de febrero de 1931 que presenció como cronista. “Viva la anarquía” gritó Di Giovanni antes de que lo acribillaran de ocho balazos.
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He visto Morir…

Por Roberto Arlt
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
“..de acuerdo a las disposiciones… por violación del bando… ley número…”
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
“..artículo número…ley de estado de sitio… superior tribunal… visto… pásese al superior tribunal… de guerra, tropa y suboficiales…”
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
“..estamos probando… apercíbase al teniente… Rizzo Patrón, vocales… tenientes coroneles… bando… dése copia… fija número…”
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
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“..Dése vista al ministro de Guerra… sea fusilado… firmado, secretario…”
Habla el Reo.
-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor…
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
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Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

[de Aguafuertes Porteñas]

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