miércoles, 4 de septiembre de 2019
EL ANÁLISIS DE JOAQUÍN MORALES SOLÁ,
Los días que vivimos en peligro
Joaquín Morales Solá
El presidente que está es un político que no debería atemorizar a nadie. El presidente que podría sucederlo, Alberto Fernández, es un político que respeta las reglas básicas de la economía. Sin embargo, la Argentina vive momentos de temor colectivo propios de países que ya pasaron por todos los infiernos. En esas condiciones, Macri debió optar el miércoles entre una reestructuración impuesta de la deuda pública o reinstalar el cepo a la venta de dólares. Prefirió la reestructuración. Haber levantado el cepo es la última bandera que le queda. La reestructuración no es catastrófica para el volumen de la deuda total. Son solo unos 10.000 millones de dólares cuyos pagos se postergaron para más adelante, sin quita de capital ni de intereses. Pero no fue voluntario de parte de los acreedores. El resto de la deuda, la que vence el año que viene, puede tener también una postergación de pagos, pero debe ser aprobada por el Congreso.
Tampoco fue una decisión imprevista y sorpresiva para el Gobierno. Poco después de las elecciones primarias, altos funcionarios de la administración aceptaban que seguramente el país debería reprogramar los pagos de su deuda de corto plazo. Es decir, de la deuda que vence en el actual mandato de Macri. "La del mediano plazo será una decisión del próximo gobierno", aclaraban. Macri decidió enviar la de mediano plazo al Congreso con el propósito de que surja de ahí una ley con esas postergaciones aprobadas por el oficialismo y la oposición.
La decisión de la oposición se demora porque aspira a reestructurar los plazos de la deuda, también sin quita de capital ni intereses, según un proyecto propio cuando sea oficialismo, si es que lo es. Alberto Fernández prefirió el silencio hasta ver el proyecto que enviará el Gobierno al Congreso. Un buen mensaje consistiría en un proyecto elaborado conjuntamente por oficialistas y opositores. Lo cierto es que la decisión de la administración de Macri, reformulada varias veces luego, provocó una salida de dólares de cajas de ahorro hacia cajas de seguridad, y una crisis importante en los fondos de inversión por falta de liquidez. Los fondos de inversión son una industria con muchos empleados, que nadie tuvo en cuenta cuando se tomaron esas medidas. Después del anuncio de la reprogramación de los pagos, perdieron una parte de sus activos. Cuando ya un daño significativo estaba hecho, la administración modificó algunos aspectos de su decisión para no seguir perjudicándolos.
Para hacer el desordenado ajuste que hizo en el último año y medio con Dujovne, era preferible haberlo hecho en su momento con Melconian, que tiene ideas más ordenadas.
Una virtud del nuevo ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, es que describe la realidad tal como es. Eso lo diferencia de su antecesor, Nicolás Dujovne, que nunca dejó de hacer promesas optimistas que no se cumplieron. Lacunza, en cambio, es valorado hasta por los opositores. "Es un buen técnico y una buena persona. Eso nos hace difícil el trabajo a los opositores", explicó un albertista. Visto a la distancia, el gradualismo fue el error original del Presidente, que termina en estos días con la explosión de una bomba tardía. Es probable que la receta de Carlos Melconian (hacer al comienzo el ajuste necesario de todos los déficits que dejó Cristina Kirchner) haya sido dura para los primeros días de un presidente. Pero la receta opuesta es más dura aún para tiempos en que el Presidente debe revalidar su cargo en complicadísimas elecciones para él. Con palabras más directas: para hacer el desordenado ajuste que hizo en el último año y medio con Dujovne, era preferible haberlo hecho en su momento con Melconian, que tiene ideas más ordenadas. Sea como fuere, el Presidente está como está: esperando un "milagro" electoral en medio de una crisis cambiaria y con una economía nuevamente paralizada. La teoría de los asesores electorales (Jaime Durán Barba, el primero) de que la gente votaría por razones políticas y no económicas se estrelló en la primera curva de la carrera. Ese error es lo que lo convirtió a Alberto Fernández, para sorpresa hasta de él mismo, en el más probable próximo presidente argentino.
Los cruciales 5400 millones de dólares del Fondo Monetario ya no dependen de la burocracia del organismo, aunque en la semana que se inicia vendrá una misión técnica para auditar los números precisos de la economía. Un funcionario sincero aseguró que el Fondo tendrá tantas razones para decir que sí como para decir que no. Reclamarle una decisión final a la burocracia en tales condiciones es pedir demasiado. Solo podría funcionar, si es que funciona, el "teléfono rojo", según la metáfora de algunos economistas. Del otro lado del teléfono rojo está Donald Trump. Trump tiene categorías implacables sobre ganadores y perdedores. No perdona a los perdedores. Su amigo Macri ha perdido de mala manera una elección. Pero Alberto Fernández forma parte, por ahora, de la franja política latinoamericana que el jefe de la Casa Blanca desea ver lejos del poder. Nadie sabe qué pesará más en la cabeza de Trump, si la derrota o la ideología.
Dicen los que hablan con los dos que la relación de Macri y Alberto Fernández es como la de un matrimonio que se está divorciando. Solo miran la culpa del otro. Es peor que un divorcio, porque nunca hubo matrimonio. Ambos cultivan un recelo personal tan viejo como intenso. Debajo de ellos está la angustia de los argentinos. Alberto le complicó más las cosas con el Fondo al Presidente cuando escribió un documento culpando al organismo de los descalabros argentinos. Profundizó y agravó esa teoría en un reportaje al influyente diario The Wall Street Journal. Está, como abogado de formación que es, juntando elementos para una futura negociación con el Fondo por la reestructuración de la deuda con el organismo. Más que perjudicar a Macri, cree que está limpiando de maleza su propio camino.
Alberto Fernández le reprocha a Macri la salida del sistema financiero de 36.000 millones de dólares
La solución que imaginan la política y sectores económicos es un acuerdo entre Macri y Alberto Fernández sobre cuestiones elementales de la economía. Sueñan con una reunión parecida a la que hubo en 2002 entre el entonces presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso y el candidato favorito a sucederlo, Lula da Silva. Lula redactó luego una "carta a los brasileños", que él mismo leyó, en la que tranquilizó a todo el mundo. Algo, no menor, es distinto aquí: ni Macri es Cardoso ni Alberto es Lula. En tren de comparaciones, debe aceptarse que cualquiera de los dos argentinos es ahora mucho mejor que Jair Bolsonaro. Alberto tiene además un argumento formal, que también es real: élno es presidente electo del país y debe pasar todavía por las elecciones del 27 de octubre. Nadie sale del campo de juego en medio del partido. El propio Macri no ha bajado los brazos como candidato presidencial. Aunque lo que espera es un "milagro", ese hombre no está resignado a la derrota. De hecho, en una de sus varias conversaciones telefónicas, Alberto le pidió al Presidente que les hiciera bajar el tono contra él a Elisa Carrió y a Miguel Ángel Pichetto. "A Carrió no la controla nadie y Pichetto es autónomo", le respondió el Presidente. El combate sigue.
Alberto reprocha a Macri la salida del sistema financiero de 36.000 millones de dólares. No son los dólares del Fondo, porque el Banco Central usó reservas solo para frenar el alza del dólar. Y también compró dólares. Son operaciones entre privados, en las que influyen más las exportaciones que las reservas. Macri le recuerda que durante los años de los Kirchner se fueron del sistema 85.000 millones de dólares. Los dos tienen razón porque hay un fenómeno que ningún gobierno controla. Los argentinos ahorran en dólares en el exterior, en cajas de seguridad, en el colchón o en cualquier covacha. La razón los asiste, con la historia como testigo.
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