Retratos de familia. Sobre En-camping car, de Ivan Jablonka, y ¿Quién te crees que eres?, de Alice Munro
Suele mirarse con nostalgia la antigua armonía doméstica, como si las familias ruidosas, la comida casera y los vínculos indestructibles fueran una especie de paraíso perdido. "Todas las familias felices se parecen, pero cada familia es infeliz a su manera", escribe León Tolstoi en el comienzo de Ana Karenina. En el siglo XIX el escritor ruso advertía ya el otro lado, sombrío y brutal, de algunas aspiraciones familiares. Tolstoi exploró como nadie con su protagonista adúltera las contradicciones individuales, la rigidez social y, sobre todo, el drama de perseguir los deseos personales en contra de los mandatos sociales.
En otro clásico de la época, Middlemarch, de George Eliot (seudónimo con el que firmaba la escritora inglesa Marian Evans), Dorothea encarna los cuestionamientos a la tradición. El efecto es similar al de Ana Karenina, aunque los personajes de Eliot tienen otra clase de sueños. A través de las contradicciones entre los sentimientos y las acciones, la novela explora el lugar de la mujer, la religión, la política, la maternidad y la educación dentro del seno familiar.
Desde entonces se tejieron innumerables genealogías novelísticas, pero, con los cambios de época, siempre existen territorios novedosos que explorar (como, de aquí a futuro, puede pensarse, las novelas con familias monoparentales u homoparentales). En la reciente y reveladora autoficción En camping-car, Ivan Jablonka (París, 1973) construye el retrato de su familia, narrando las diversas vacaciones en una casa rodante hechas en su infancia. O esa es al menos la excusa de la que parte el historiador y escritor francés para desplegar su curiosidad sociológica. Dicho de otra manera, Jablonka habla de sus vacaciones infantiles para retratar los efectos del tiempo en la sociedad. Lo curioso de su abordaje es que las anécdotas familiares son solo los mojones que le permiten adentrarse en las convenciones que dan forma a las costumbres, incluso las más privadas. En una historia que tiene mucho de ensayo, el autor de Laëtitia o el fin de los hombres va de las publicidades de autos a las entradas de un diario de viaje. De ese modo, reflexiona sobre su herencia familiar, sobre la vida de los judíos sobrevivientes luego del genocidio y sobre las aspiraciones personales como formas encubiertas de imposiciones de mercado.
No es novedad que el grupo familiar -como ocurre en el libro de Jablonka- permita explicar fenómenos sociales diversos. Es algo que se repite en la novela moderna. La Primera Guerra Mundial, la irrupción del psicoanálisis y la caída de los grandes relatos religiosos impulsó a los escritores del siglo XX a aventurarse en los ámbitos domésticos para encontrar las respuestas que lo público ya no podía darles. La serie de familias que forman parte hoy del imaginario colectivo tiene como novela clave a Los Buddenbrook (1901), de Thomas Mann, que cuenta la historia de cuatro generaciones de comerciantes, inspirada en su propia familia y, al mismo tiempo, describe minuciosamente el declive de la burguesía.
Las expectativas familiares fueron cambiando con el avance del siglo pasado. El estadounidense John Cheever, por ejemplo, ya en el corazón del siglo XX, logra captar en sus cuentos lo silenciado de ese mundo privado. Basta leer relatos como "Adiós, hermano mío" o "El nadador" para dar con parejas desencantadas, tardes junto a la pileta con mucho alcohol y la insatisfacción de seres que parecen haber alcanzado todos los sueños, y sin embargo, están desahuciados. También J. D. Salinger se interesó en lo familiar: en sus dos últimos libros figuran los varios hermanos de la familia Glass, ácidos e inteligentísimos, que enfrentan a su manera las hipocresías de una sociedad.
¿Y en América Latina? El realismo mágico, por ejemplo, se ocupó también de contar historias de clanes familiares. Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez, narra en esa clave la historia de los Buendía, que generación tras generación reflejan las ida y vueltas de la historia latinoamericana. Hoy resulta imposible pensar una familia de la literatura en castellano sin recordar a ese coronel que parado frente al pelotón de fusilamiento recuerda el momento cuando su padre lo llevó a conocer el hielo.
Quizá la italiana Natalia Ginzburg sea la que haya fundado un género con Léxico familiar (1963), al reconstruir la historia de su propia familia a partir de frases que se repetían en el ámbito doméstico. Con una simpleza que se vuelve estilo, le da forma al pasado y trata de reorganizar, desde su presente, los recuerdos. Hay drama, pero nunca tragedia. Los suyos condensan la historia de casi un siglo en Europa, y a la vez, la autora descubre la invención de una lengua propia.
En las voces de la memoria anida en gran medida la identidad familiar. Alice Munro (Ontario, 1931), una de las maestras del relato breve, es uno de los mejores ejemplos actuales de cómo se pueden imaginar esas voces. Se dice que cada uno de sus cuentos traza el arco de una vida como si fuera una novela. Lo curioso es que los diez cuentos reunidos en ¿Quién te crees que eres? -traducidos por primera vez ahora al castellano- conforman de manera brillante, al recorrer cuarenta años de la vida de Rose y su madrastra Flo, el retrato de una familia disfuncional. Un padre ausente; la madre muerta; una madrastra vulgar, a veces cruel, otras justiciera; y un entorno de privaciones le dan al afán de superación de Rose un carácter heroico. Ni celebración de la maternidad, ni sacralización de la pobreza. Tan solo la posibilidad de sobrevivir de manera individual a los conflictos que hoy son el eje de los reclamos feministas. ¿Quién te crees que eres? se publicó en 1978, pero, como pasa tantas veces con la literatura, parece haberse adelantado a muchas cosas.
¿Quién te crees que eres?
Alice Munro
Lumen
Trad. E. Vázquez
308 págs./$899
En camping-car
Iván Jablonka
Anagrama/Libros del Zorzal
Trad. A. Blanco
184 págs./$695
V. B.
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