viernes, 17 de enero de 2020

LA OPINIÓN DE CLAUDIO JACQUELIN,


En busca de resultados, Martín Guzmán será superministro

Claudio Jacquelin
El período de gracia no es eterno. Al Gobierno le está llegando la hora de empezar a mostrar resultados económicos de su gestión. El objetivo es regido por los principios de la navegación a vela: lograr la mayor sustentación con la menor resistencia. No es sencillo.
Por eso, busca que algunas medidas surtan efecto, que los acreedores externos, empezando por el FMI, sean flexibles, que el Congreso termine de aprobar algunos proyectos de ley y concluir con el diseño organizacional del área económica para poner en marcha y coordinar un programa que no sea solo una suma de decisiones coyunturales.
Los próximos indicadores del Indec reflejarán lo ocurrido en el primer mes de gestión de Alberto Fernández y el impacto de las decisiones iniciales. Los números, aunque quizá algo mejores que los de diciembre, distarán de ser buenos.
Ya asumieron en la Casa Rosada que la inflación de enero rondará el 4%. El elevado porcentaje tendrá la (auto)justificación del efecto inercial provocado por la situación heredada y el aliciente de que será algo más bajo (unas décimas) que el del mes anterior. La explicación será insuficiente si ese índice no es el pico y a partir de allí no comienza a constatarse una firme tendencia decreciente.
En el Gobierno evitan difundir cualquier pronóstico respecto de la evolución de los precios, pero el objetivo es que el acumulado durante el primer trimestre no supere el 9 por ciento de incremento, según reconocen en estricto off the record en los principales despachos de la Casa Rosada. Entre los muchos propósitos de diferenciación con la administración macrista está el de no fijar metas de inflación. Pero que las hay, las hay.
La complejidad de la situación y la experiencia de la administración anterior urgen (y aterran) al Gobierno, tanto como para acelerar el proceso de reestructuración y rediseño del área económica.
La toma de decisiones se encuentra en la administración albertista casi tan fraccionada como en los primeros años del macrismo. Para contrarrestar los efectos no deseados de esa fragmentación, el ministro de Economía, Martín Guzmán, será ungido próximamente como coordinador del gabinete económico, según reveló  uno de los integrantes de la mesa chica presidencial. Formalmente, Fernández tendría así el superministro con el que siempre soñó contar. En la última reunión del equipo económico empezó a probarse el traje. Pronto se verá cómo le calza.

Abocado hasta ahora a la cuestión financiera, con la reestructuración de la deuda con los acreedores externos al tope de su agenda, el economista repatriado de la Universidad de Columbia tiene por misión elaborar un plan económico de mediano plazo, que es lo que había prometido presentar a los pocos días de su asunción.
La postergación es explicada desde el ala política de la administración como una consecuencia de que las discusiones por la deuda solo comenzarán esta semana. Una manera de devolverle la pelota al FMI, que la semana reclamó un proyecto de mediano y largo plazo.
En la Casa Rosada insisten en que de la dirección que tome esa negociación dependerá el proyecto macroeconómico. Las amigables manifestaciones expresadas hasta acá tanto por el Gobierno como por el Fondo Monetario Internacional no se traducen aún en montos, plazos ni intereses. No son siquiera una carta de intención. Las barajas empezarán a mostrarse mañana. A partir de allí podrá desplegarse una hoja de ruta más certera.
En lo inmediato, ya pudo verse que Guzmán está dispuesto a jugar fuerte. Cuarenta y ocho horas antes del primer round con el FMI, que dará señales también a los acreedores privados, el ministro anticipó que la Nación no saldrá al rescate de la provincia de Buenos Aires para que pueda afrontar un vencimiento previsto para dentro de 12 días.
Su declaración desplomó los bonos bonaerenses por temor a que esas expresiones anticipen un default, pero en el Gobierno argumentan que es parte de la estrategia de negociación con los acreedores basada en la premisa de no pagar deudas bajo las condiciones que se fijaron durante la administración macrista, pero manteniendo la voluntad de pago. Los acreedores miran con recelo y también hacen su juego. Los contendientes empezaron a medirse. El gobierno de Axel Kicillof mira desde el ringside, con inquietud y ansiedad.
Tranquilizar la economía fue la máxima con la que asumió Guzmán. En el balance del primer mes, la Casa Rosada pinta ese casillero de color verde. Pero saben que es apenas el comienzo.
El desafío que implica lograr ese objetivo se amplifica al sumársele la promesa y la intención de reactivar el consumo, al tiempo que se busca contener y bajar la inflación. Precios Cuidados dista de ser suficiente.
No es casual que en el temario de proyectos de ley para ser tratados en sesiones extraordinarias se encuentre la creación del Consejo Económico y Social. Tampoco, las gestiones que en paralelo se siguen haciendo para que lo presida Roberto Lavagna, quien continúa sin definirse. Lo volvió a admitir durante el fin de semana Alberto Fernández en una entrevista. La esfinge bronceada del exministro sigue siendo un enigma.
Si bien el objetivo que pretende asignársele al organismo será discutir políticas de mediano y largo plazo, nadie imagina que quede fuera de las cuestiones más calientes de la coyuntura: precios y salarios marchan a la cabeza.
El Gobierno por ahora confía más en los sindicalistas que en los empresarios, pero considera satisfactorias las primeras respuestas. Las reacciones mesuradas a medidas que impactan en la rentabilidad de algunos sectores se cuentan entre los logros del derrotero de la embarcación oficial. Creen haber logrado mejorar la sustentación con poca resistencia de los afectados.
Falta saber ahora si los representantes de los trabajadores aceptarán moderar sus demandas de recomposición salarial. La adscripción al peronismo de la mayoría de los dirigentes sindicales es la ventaja comparativa con la que cuenta Fernández.
El ministro de Trabajo, Claudio Moroni, apuesta a contar con esa tolerancia a la que riega con promesas a futuro que se parecen a cuestiones de fe solo para creyentes. Prometió, con habilidad discursiva, que este año los salarios no sufrirán retrasos frente a la inflación y que hasta podrían tener una mejora real. No hablaba de la pérdida de poder adquisitivo acumulada, que tanto reclamaban hasta hace nada los ahora mansos sindicalistas. No parece ser fruto de una distracción estival.
La oposición, en tanto, tampoco ha ofrecido mayor resistencia. La nave va. Ahora, el capitán Beto tendrá que empezar a demostrar que es capaz de llegar a buen puerto.

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