Manu Ginóbili: “Tengo la suerte de que no necesito hacer un gran esfuerzo para no meterme en quilombos”
DANIEL ARCUCCI
y JUAN M. TRENADO Esta entrevista se publicó originalmente en el 20 de agosto de 2013.
La cita es a la diez. Y a las diez en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, el metro y 98 centímetros de Manu Ginóbili atraviesa la puerta de la Sala San Martín, en el segundo piso del Hotel Panamericano. No es algo excepcional ni tampoco algo nuevo. La puntualidad es uno de los rasgos que caracterizan a este hombre desde que comenzó a hacerse notorio, hace ya más de una década, y ahora, cuando a los 36 años apenas cumplidos empieza a transitar los últimos peldaños de su carrera. Hacia eso apuntará esencialmente la charla, a este momento crucial de su vida, pero no fue necesario convenirlo de antemano. Con Manu no son necesarias esas condiciones.
–Te has pasado los últimos años tomando decisiones en la cancha. Muchas veces, arriesgadas. ¿Cómo fue decidir entre seguir jugando y retirarte?
–Durante el final de la temporada, en medio de los playoffs, lo pensé mucho. Estaba podrido, por decirlo de algún modo. No había tenido un desgarro en toda mi vida y sufrí tres en cuatro meses. Estaba bastante mala onda, saturado. Y pensé en el retiro. Si bien no estaba convencido, se lo planteé un par de veces a mi mujer. Pero cuando me recuperé físicamente, empecé a sentirme un poco mejor. Terminó la temporada, hice ese miniduelo de 48 o 72 horas después de la final y no me sentí retirado. Sabía que me faltaba algo, que todavía quería jugar.
–En esas charlas con tu mujer, ¿cómo proyectabas el futuro en el caso de decir “hasta acá llegué”? ¿Le tuviste miedo a la decisión?
–Pensaba que un año de relax me podía tomar, seguro. De desintoxicación basquetbolística. Pasar mucho tiempo acá, en la Argentina. Y después, con la pelota parada, analizar qué camino tomar. Pero en ese momento tenía ganas de decir: “Terminó, basta de tener que ponerme en forma constantemente, de la presión, de pensar si mi gamba aguanta”. Después vas cambiando, te das cuenta de que el tiempo lo vas a tener, de que todavía hay fuego cuando juego y lo quiero seguir disfrutando.
–¿Qué pesaba más? Porque del básquetbol no estabas ni estás saturado.
–La parte física. El hecho de estar siempre rehabilitándome, poniéndome en forma porque vengo de una lesión Cuando tengo que jugar con el freno de mano puesto porque vengo de un desgarro. Eso me fue cansando, me costó. Cuando estoy bien y estoy jugando la paso bien. Pero los problemas físicos me sacaron.
–Este año, como nunca, se te vio débil.
–Muchas veces, este año, me dijeron que me vieron susceptible, débil, vulnerable. No tengo por qué esconderme.
No es que soy menos hombre porque me siento así o porque jugué mal. Sí, ¿qué problema hay? Me van a criticar. Bueno. Yo juro que di absolutamente todo lo que tengo y traté de ganar como siempre. A veces se da y a veces no se da. No me pongo colorado ni se me van a caer las jinetas por decirlo. Me sentí vulnerable y lo comuniqué. No tenía por qué no hacerlo. Es la realidad. Es la primera vez que me siento de esa manera.
–¿Cómo fue convivir con las críticas por primera vez en tu carrera?
–Extraño. Uno se entera por leer los diarios o por terceros, pero en los playoffs [las finales de la NBA, contra Miami Heat, que San Antonio perdió], por ejemplo, estoy aislado y no me entra una bala. No leo nada, no miro un resumen. Nada. Entonces no me llegaba, tenía las críticas mías. Sé lo que puedo jugar y lo que estaba dando. Pero cuando me empezaron a llegar preguntas de un determinado tono, ahí dije: “Algo debe estar pasando, me deben estar criticando, porque si no, no me preguntarían esto”. Me fui dando cuenta de que estaban diciendo que no estaba en mi nivel y fue raro. Sobre todo en época de playoffs. Me había pasado en otros momentos, cuando tenía una lesión, cuando decían que no era el mismo, que lo mejor de Ginóbili ya había pasado. Esta vez fue en los playoffs. Fue raro y por momentos dolió. Porque uno tiene un ego bien desarrollado y tenía el orgullo de decir que en playoffs nunca di menos de lo esperado. Tenía esa credibilidad en mi trayectoria. Este año me pasó y me dolió.
–¿Te motivan las críticas?
–Un poquito, sí. No puedo decir que pasa generalmente. Porque la verdad es que no la metí en todos los playoffs. Quería llevarme el mundo por delante y no podía. Los dos momentos más duros, después del partido 4 y del partido 6, volví y tuve mis dos mejores partidos. Por momentos sirvió, pero no pude mantener esa determinación, ese enojo.
–¿Creés que a este equipo, en esta circunstancia, se lo va a recordar a pesar de la derrota?
–No, a largo plazo no. Pero los que fuimos parte del grupo no lo vamos a olvidar, porque no puede ser tan frágil la línea entre la frustración y el éxtasis. Sería ilógico. Uno trata de buscar calma por ese lado.
–¿Y eso influyó en tu decisión de seguir? ¿En la continuidad está el desquite?
–No siento que vuelvo por la revancha. Vuelvo porque disfruto cuando estoy bien, no cuando estoy lesionado. Cuando pasan esas cosas es cuando quiero terminar y dedicarme a otra cosa. Cuando estoy sano y juego 30 minutos sin pensar en eso, lo hago por el placer de tener a [Tony] Parker, [Tim] Duncan y [Gregg] Popovich a mi lado. Lo paso bien, tengo la misma pasión de siempre. No es que tengo ahora ganas de ir por Lebron James o quiero volver a mi 40% de efectividad... Bah, no sé cuánto tiré. No es espíritu de revancha.
–Y cuando finalmente llegue el momento de retirarte, ¿qué imaginas de tu vida?
–Tengo bastantes curiosidades, pero no sé qué voy a hacer a ciencia cierta. Soy un tipo con muchas inquietudes a varios niveles. Me gustaría estar de alguna manera ligado al básquetbol. Pero no full time. Creo que mi amplia experiencia en tantos lugares y haber jugado en una franquicia como la que estoy, me dan credibilidad como para compartir mi experiencia y mis proyectos en otro lado, pero no sé cómo todavía.
–¿Descartás el mundo de los medios o de la política?
–No, no descarto nada. Tampoco digo que sí, pero no sé si descartarlo. Soy curioso en todo aspecto. Me gusta conocer gente. Por ser quien soy tengo esa posibilidad. Conocer gente a la que, seguro, le gustaría escuchar mis historias, mi experiencia, mis anécdotas y generar encuentros. Es algo que me apasiona, conocer gente de distintos años. Después del retiro, los primeros tiempos serán de una vida de readaptación, no basquetbolística, y después no sé para qué lado terminaré orientándome.
–¿Dónde pensás vivir?
–Siempre evaluamos con mi mujer volver a Bahía Blanca. Veremos, no está escrito en piedra, pero nuestra idea ha sido siempre volver. Estar con nuestros afectos, lo consideramos importante para nosotros y para nuestros hijos. Posiblemente me quede la casa de San Antonio unos años. Voy a ir y volver, porque los lazos son muy fuertes.
–Este año todo en vos pareció distinto. Hasta las vacaciones.
–No. Fueron similares a las de siempre. Apenas termina la temporada vamos una semana a alguna playa y después a Bahía Blanca. Eventualmente vengo a Buenos Aires pero la mayor parte del tiempo la paso en Bahía. Cada año que vuelvo lo disfruto más. Tengo muy buenos amigos. Tengo una vida social que en San Antonio no tengo. Allá es más de “búnker familiar”. Acá es mucho más amplia, a mis hijos les encanta y a nosotros también. A veces nos sobrepasamos. Porque pasamos de ocho meses de estar solos a tener un abanico de reuniones y amistades que te sobrepasa. Pero la pasamos muy bien.
–Muchos jugadores de fútbol eligen quedarse en Europa, incluso en equipos menores, por no vivir en la Argentina, poniendo en la balanza la situación del país. ¿Vos no lo ves así?
–La Argentina nunca va a ser Australia ni Finlandia. Es pura idiosincrasia latinoamericana. Podemos estar un poquito mejor este año o un poquito peor, pero somos Argentina. Salvo que pase algo como en 2003 o 2004 [tuvo que vivir con custodia porque lo alertaron de posibles secuestros a sus familiares], que fue algo más delicado. Y cuando tenés ese miedo... Pero Bahía no es una ciudad peligrosa. Si uno toma ciertos recaudos, no entra tanto en la ecuación la parte seguridad, que es lo que te puede hacer cambiar. Si la educación está un poco mejor o un poco peor... No creo que a los 9 años de un nene eso le vaya a marcar el futuro. Creo que la contención afectiva es más importante. Ojo: no culpo para nada a los que se van a vivir a otros lugares. Cada uno toma la decisión que cree mejor para su familia.
–¿Cuánto te cambió la paternidad?
–Me cambió sobre todo en el pospartido. En el prepartido sigo siendo el mismo loquito de siempre. Por ahí no tanto en cuanto a las rutinas, lo estricto de mis horarios. Si mis hijos me piden que les lea un libro más, lo hago. El durante, no; sigo siendo orientado y concentrado. Pero el después, que para mí era una euforia o sufrimiento, dependiendo del resultado, ahora se niveló mucho. Ellos de local vienen a todos los partidos. Tiraste uno de 10 y perdiste por 30 y ellos vienen de la misma manera que si ganaste por 50 y metiste 40. No saben lo que hace el papá, ni por qué puede estar contento o triste. Es una inocencia distinta que te nivela... Se nota en el auto, a la ida o a la vuelta. La ida era silencio sepulcral o escuchando mi música, poco diálogo. Termina el partido. Si se ganó, normal, gentil, simpático. Si perdía, no decía palabra. Bufaba. Mi mujer lo recuerda bastante seguido. Hoy, termina el partido y estoy haciendo un masaje y ya empiezo a escuchar las voces de los dos enanos en los pasillos, vienen corriendo con el pijamita y ya está. No te puede durar el enojo. Emocionalmente me nivelaron. Hace cinco años o diez quedar eliminado de una final así hubiera sido dramático; ahora fueron 48 horas, y la vida continúa.
–En un momento de la charla dijiste la frase “por ser quien soy”. Acá se te ha puesto a la altura o incluso por encima de Fangio, De Vicenzo, Vilas, Maradona, Monzón. ¿Cómo convivís con eso?
–No lo analizo. Cuando se empezó a hablar de eso, allá por 2005, me cambió. No me lo imaginaba. Nadie se pone ahí solo, pero cuando te lo mencionan... Que te pongan ahí en la historia de un país con tantos éxitos deportivos... Se fue dando, lo fui escuchando. Yo sólo viví a Diego de todos los que se nombran. No sé qué gestaron en la gente De Vicenzo, Monzón o Vilas. Lo llevo con orgullo, me hace tomar un poco más de dimensión sobre quién soy y lo que puedo significar para la gente que me saluda o me pide un autógrafo.
–¿Alguna vez te pesó que te tomen como ejemplo?
–Sí. Tengo la suerte de que no necesito hacer un gran esfuerzo para no hacer cagadas, para no meterme en quilombos. Pero hay momentos en que no tenés ganas de ver gente. Le pasa a cualquiera. Querés estar solo. Estoy con mis hijos, en un parque, y me piden una foto... No es el momento. Además, te están sacando tu tiempo con ellos. Pero, bueno, ahí es donde pensás que por ahí ese chico que te lo pide vivió cosas importantes viéndote jugar, ese contacto de 15 segundos con vos es todo lo que va a saber de vos en la vida. Cómo hayas interactuado en ese tiempo queda grabado en su memoria. Es injusto, pero hacés un esfuerzo. La primera vez que lo escuché fue de Jordan. Me imagino yo en esa situación. Si yo hubiera visto a Jordan en el 92, primero me meaba y después lo hubiese ido a saludar y ese intercambio me hubiese marcado de por vida.
–Cuando alguien dice “por las actitudes que tiene, Ginóbili no parece argentino”, ¿cómo te suena?
–Es muy raro. Pero posiblemente no voy de la mano de los otros referentes del deporte argentino. Aunque Leo Messi es un caso similar. No digo que soy igual a Leo. Él es el mejor indiscutido del deporte más popular del mundo. Pero lo que quiero decir es que Messi también tiene otro modo de hablar, de comportarse. Así que si somos dos que no parecemos argentinos, tenemos una concepción distinta de lo que es ser un argentino. Uno es como es. No podés decir “los argentinos son así” o “los americanos son así”. Somos 40 millones de personas, hay de todo tipo.
Su tipo, en todo caso, está bien claro en pequeños gestos. No necesita llevar reloj para ser consciente de los tiempos ni apurar la charla para saber que ya se va terminando. Hay otro compromiso por delante. Una movida solidaria encabezada por Juan Carr a la que se sumó con gusto y convicción. “¿Ustedes saben cuánto se tarda desde acá?”, le pregunta no una sino tres veces a su equipo. “No puedo hacer esperar a toda esa gente...” Entonces se irá y llegará. Siempre puntual.
La cita es a la diez. Y a las diez en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, el metro y 98 centímetros de Manu Ginóbili atraviesa la puerta de la Sala San Martín, en el segundo piso del Hotel Panamericano. No es algo excepcional ni tampoco algo nuevo. La puntualidad es uno de los rasgos que caracterizan a este hombre desde que comenzó a hacerse notorio, hace ya más de una década, y ahora, cuando a los 36 años apenas cumplidos empieza a transitar los últimos peldaños de su carrera. Hacia eso apuntará esencialmente la charla, a este momento crucial de su vida, pero no fue necesario convenirlo de antemano. Con Manu no son necesarias esas condiciones.
–Te has pasado los últimos años tomando decisiones en la cancha. Muchas veces, arriesgadas. ¿Cómo fue decidir entre seguir jugando y retirarte?
–Durante el final de la temporada, en medio de los playoffs, lo pensé mucho. Estaba podrido, por decirlo de algún modo. No había tenido un desgarro en toda mi vida y sufrí tres en cuatro meses. Estaba bastante mala onda, saturado. Y pensé en el retiro. Si bien no estaba convencido, se lo planteé un par de veces a mi mujer. Pero cuando me recuperé físicamente, empecé a sentirme un poco mejor. Terminó la temporada, hice ese miniduelo de 48 o 72 horas después de la final y no me sentí retirado. Sabía que me faltaba algo, que todavía quería jugar.
–En esas charlas con tu mujer, ¿cómo proyectabas el futuro en el caso de decir “hasta acá llegué”? ¿Le tuviste miedo a la decisión?
–Pensaba que un año de relax me podía tomar, seguro. De desintoxicación basquetbolística. Pasar mucho tiempo acá, en la Argentina. Y después, con la pelota parada, analizar qué camino tomar. Pero en ese momento tenía ganas de decir: “Terminó, basta de tener que ponerme en forma constantemente, de la presión, de pensar si mi gamba aguanta”. Después vas cambiando, te das cuenta de que el tiempo lo vas a tener, de que todavía hay fuego cuando juego y lo quiero seguir disfrutando.
–¿Qué pesaba más? Porque del básquetbol no estabas ni estás saturado.
–La parte física. El hecho de estar siempre rehabilitándome, poniéndome en forma porque vengo de una lesión Cuando tengo que jugar con el freno de mano puesto porque vengo de un desgarro. Eso me fue cansando, me costó. Cuando estoy bien y estoy jugando la paso bien. Pero los problemas físicos me sacaron.
–Este año, como nunca, se te vio débil.
–Muchas veces, este año, me dijeron que me vieron susceptible, débil, vulnerable. No tengo por qué esconderme.
No es que soy menos hombre porque me siento así o porque jugué mal. Sí, ¿qué problema hay? Me van a criticar. Bueno. Yo juro que di absolutamente todo lo que tengo y traté de ganar como siempre. A veces se da y a veces no se da. No me pongo colorado ni se me van a caer las jinetas por decirlo. Me sentí vulnerable y lo comuniqué. No tenía por qué no hacerlo. Es la realidad. Es la primera vez que me siento de esa manera.
–¿Cómo fue convivir con las críticas por primera vez en tu carrera?
–Extraño. Uno se entera por leer los diarios o por terceros, pero en los playoffs [las finales de la NBA, contra Miami Heat, que San Antonio perdió], por ejemplo, estoy aislado y no me entra una bala. No leo nada, no miro un resumen. Nada. Entonces no me llegaba, tenía las críticas mías. Sé lo que puedo jugar y lo que estaba dando. Pero cuando me empezaron a llegar preguntas de un determinado tono, ahí dije: “Algo debe estar pasando, me deben estar criticando, porque si no, no me preguntarían esto”. Me fui dando cuenta de que estaban diciendo que no estaba en mi nivel y fue raro. Sobre todo en época de playoffs. Me había pasado en otros momentos, cuando tenía una lesión, cuando decían que no era el mismo, que lo mejor de Ginóbili ya había pasado. Esta vez fue en los playoffs. Fue raro y por momentos dolió. Porque uno tiene un ego bien desarrollado y tenía el orgullo de decir que en playoffs nunca di menos de lo esperado. Tenía esa credibilidad en mi trayectoria. Este año me pasó y me dolió.
–¿Te motivan las críticas?
–Un poquito, sí. No puedo decir que pasa generalmente. Porque la verdad es que no la metí en todos los playoffs. Quería llevarme el mundo por delante y no podía. Los dos momentos más duros, después del partido 4 y del partido 6, volví y tuve mis dos mejores partidos. Por momentos sirvió, pero no pude mantener esa determinación, ese enojo.
–¿Creés que a este equipo, en esta circunstancia, se lo va a recordar a pesar de la derrota?
–No, a largo plazo no. Pero los que fuimos parte del grupo no lo vamos a olvidar, porque no puede ser tan frágil la línea entre la frustración y el éxtasis. Sería ilógico. Uno trata de buscar calma por ese lado.
–¿Y eso influyó en tu decisión de seguir? ¿En la continuidad está el desquite?
–No siento que vuelvo por la revancha. Vuelvo porque disfruto cuando estoy bien, no cuando estoy lesionado. Cuando pasan esas cosas es cuando quiero terminar y dedicarme a otra cosa. Cuando estoy sano y juego 30 minutos sin pensar en eso, lo hago por el placer de tener a [Tony] Parker, [Tim] Duncan y [Gregg] Popovich a mi lado. Lo paso bien, tengo la misma pasión de siempre. No es que tengo ahora ganas de ir por Lebron James o quiero volver a mi 40% de efectividad... Bah, no sé cuánto tiré. No es espíritu de revancha.
–Y cuando finalmente llegue el momento de retirarte, ¿qué imaginas de tu vida?
–Tengo bastantes curiosidades, pero no sé qué voy a hacer a ciencia cierta. Soy un tipo con muchas inquietudes a varios niveles. Me gustaría estar de alguna manera ligado al básquetbol. Pero no full time. Creo que mi amplia experiencia en tantos lugares y haber jugado en una franquicia como la que estoy, me dan credibilidad como para compartir mi experiencia y mis proyectos en otro lado, pero no sé cómo todavía.
–¿Descartás el mundo de los medios o de la política?
–No, no descarto nada. Tampoco digo que sí, pero no sé si descartarlo. Soy curioso en todo aspecto. Me gusta conocer gente. Por ser quien soy tengo esa posibilidad. Conocer gente a la que, seguro, le gustaría escuchar mis historias, mi experiencia, mis anécdotas y generar encuentros. Es algo que me apasiona, conocer gente de distintos años. Después del retiro, los primeros tiempos serán de una vida de readaptación, no basquetbolística, y después no sé para qué lado terminaré orientándome.
–¿Dónde pensás vivir?
–Siempre evaluamos con mi mujer volver a Bahía Blanca. Veremos, no está escrito en piedra, pero nuestra idea ha sido siempre volver. Estar con nuestros afectos, lo consideramos importante para nosotros y para nuestros hijos. Posiblemente me quede la casa de San Antonio unos años. Voy a ir y volver, porque los lazos son muy fuertes.
–Este año todo en vos pareció distinto. Hasta las vacaciones.
–No. Fueron similares a las de siempre. Apenas termina la temporada vamos una semana a alguna playa y después a Bahía Blanca. Eventualmente vengo a Buenos Aires pero la mayor parte del tiempo la paso en Bahía. Cada año que vuelvo lo disfruto más. Tengo muy buenos amigos. Tengo una vida social que en San Antonio no tengo. Allá es más de “búnker familiar”. Acá es mucho más amplia, a mis hijos les encanta y a nosotros también. A veces nos sobrepasamos. Porque pasamos de ocho meses de estar solos a tener un abanico de reuniones y amistades que te sobrepasa. Pero la pasamos muy bien.
–Muchos jugadores de fútbol eligen quedarse en Europa, incluso en equipos menores, por no vivir en la Argentina, poniendo en la balanza la situación del país. ¿Vos no lo ves así?
–La Argentina nunca va a ser Australia ni Finlandia. Es pura idiosincrasia latinoamericana. Podemos estar un poquito mejor este año o un poquito peor, pero somos Argentina. Salvo que pase algo como en 2003 o 2004 [tuvo que vivir con custodia porque lo alertaron de posibles secuestros a sus familiares], que fue algo más delicado. Y cuando tenés ese miedo... Pero Bahía no es una ciudad peligrosa. Si uno toma ciertos recaudos, no entra tanto en la ecuación la parte seguridad, que es lo que te puede hacer cambiar. Si la educación está un poco mejor o un poco peor... No creo que a los 9 años de un nene eso le vaya a marcar el futuro. Creo que la contención afectiva es más importante. Ojo: no culpo para nada a los que se van a vivir a otros lugares. Cada uno toma la decisión que cree mejor para su familia.
–¿Cuánto te cambió la paternidad?
–Me cambió sobre todo en el pospartido. En el prepartido sigo siendo el mismo loquito de siempre. Por ahí no tanto en cuanto a las rutinas, lo estricto de mis horarios. Si mis hijos me piden que les lea un libro más, lo hago. El durante, no; sigo siendo orientado y concentrado. Pero el después, que para mí era una euforia o sufrimiento, dependiendo del resultado, ahora se niveló mucho. Ellos de local vienen a todos los partidos. Tiraste uno de 10 y perdiste por 30 y ellos vienen de la misma manera que si ganaste por 50 y metiste 40. No saben lo que hace el papá, ni por qué puede estar contento o triste. Es una inocencia distinta que te nivela... Se nota en el auto, a la ida o a la vuelta. La ida era silencio sepulcral o escuchando mi música, poco diálogo. Termina el partido. Si se ganó, normal, gentil, simpático. Si perdía, no decía palabra. Bufaba. Mi mujer lo recuerda bastante seguido. Hoy, termina el partido y estoy haciendo un masaje y ya empiezo a escuchar las voces de los dos enanos en los pasillos, vienen corriendo con el pijamita y ya está. No te puede durar el enojo. Emocionalmente me nivelaron. Hace cinco años o diez quedar eliminado de una final así hubiera sido dramático; ahora fueron 48 horas, y la vida continúa.
–En un momento de la charla dijiste la frase “por ser quien soy”. Acá se te ha puesto a la altura o incluso por encima de Fangio, De Vicenzo, Vilas, Maradona, Monzón. ¿Cómo convivís con eso?
–No lo analizo. Cuando se empezó a hablar de eso, allá por 2005, me cambió. No me lo imaginaba. Nadie se pone ahí solo, pero cuando te lo mencionan... Que te pongan ahí en la historia de un país con tantos éxitos deportivos... Se fue dando, lo fui escuchando. Yo sólo viví a Diego de todos los que se nombran. No sé qué gestaron en la gente De Vicenzo, Monzón o Vilas. Lo llevo con orgullo, me hace tomar un poco más de dimensión sobre quién soy y lo que puedo significar para la gente que me saluda o me pide un autógrafo.
–¿Alguna vez te pesó que te tomen como ejemplo?
–Sí. Tengo la suerte de que no necesito hacer un gran esfuerzo para no hacer cagadas, para no meterme en quilombos. Pero hay momentos en que no tenés ganas de ver gente. Le pasa a cualquiera. Querés estar solo. Estoy con mis hijos, en un parque, y me piden una foto... No es el momento. Además, te están sacando tu tiempo con ellos. Pero, bueno, ahí es donde pensás que por ahí ese chico que te lo pide vivió cosas importantes viéndote jugar, ese contacto de 15 segundos con vos es todo lo que va a saber de vos en la vida. Cómo hayas interactuado en ese tiempo queda grabado en su memoria. Es injusto, pero hacés un esfuerzo. La primera vez que lo escuché fue de Jordan. Me imagino yo en esa situación. Si yo hubiera visto a Jordan en el 92, primero me meaba y después lo hubiese ido a saludar y ese intercambio me hubiese marcado de por vida.
–Cuando alguien dice “por las actitudes que tiene, Ginóbili no parece argentino”, ¿cómo te suena?
–Es muy raro. Pero posiblemente no voy de la mano de los otros referentes del deporte argentino. Aunque Leo Messi es un caso similar. No digo que soy igual a Leo. Él es el mejor indiscutido del deporte más popular del mundo. Pero lo que quiero decir es que Messi también tiene otro modo de hablar, de comportarse. Así que si somos dos que no parecemos argentinos, tenemos una concepción distinta de lo que es ser un argentino. Uno es como es. No podés decir “los argentinos son así” o “los americanos son así”. Somos 40 millones de personas, hay de todo tipo.
Su tipo, en todo caso, está bien claro en pequeños gestos. No necesita llevar reloj para ser consciente de los tiempos ni apurar la charla para saber que ya se va terminando. Hay otro compromiso por delante. Una movida solidaria encabezada por Juan Carr a la que se sumó con gusto y convicción. “¿Ustedes saben cuánto se tarda desde acá?”, le pregunta no una sino tres veces a su equipo. “No puedo hacer esperar a toda esa gente...” Entonces se irá y llegará. Siempre puntual.
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