martes, 17 de noviembre de 2020

INTIMIDADES DE SCHUBERT, STRAUSS Y CHOPIN


Para saber más
Viaje de invierno” de Schubert. Anatomía de una obsesión Autor: Ian Bostridge Editorial: Acantilado
Los cantantes, algunos de ellos, saben también escribir. Bastarían para probarlo los varios libros del barítono Dietrich Fischer-Dieskau y la soprano Lotte Lehmann. El tenor inglés Ian Bostridge pertenece a esa familia y su estudio sobre el
Winterreise de Schubert es un ejemplo de cómo la práctica artística (Bostridge grabó y cantó infinidad de veces el ciclo y lo conoce del derecho y del revés) puede derivar en teoría, en un examen atento de cada canción. Dice Bostridge en la introducción : “Viaje de invierno es, incontestablemente, una gran obra de arte que debería formar parte de nuestra experiencia común en la misma medida en que lo son la poesía de Shakespeare y Dante, los cuadros de Van Gogh y Pablo Picasso”. Quien quiera escucharlo, además de la suya, puede buscar la de Fischer-dieskau con Jörg Demus, o la de Mark Padmore y Paul Lewis. Para la última sonata para piano de Schubert se impone un único nombre propio: Sviatoslav Richter.
El viaje de otoño de Franz Schubert
El compositor austríaco murió en el departamento, muy modesto, de su hermano, en los suburbios de Viena
Qué hizo Franz Schubert, además de morirse, en los casi tres meses que pasó en la casa de su hermano Ferdinand? Había llegado el 1° de septiembre de 1828 al departamento que estaba, y está todavía, en el segundo piso del edificio de la Kettenbrückengasse 6 de Viena. Le habían prescripto el aire más limpio de lo que entonces era el suburbio de la Innere Stadt para tratarse de una presunta fiebre tifoidea, aunque se estima que había contraído sífilis hacia 1822 o principios de 1823 (“mi estado de salud no me permite salir de casa”, dice en una carta de febrero), pero la conexión entre estas patologías no es evidente ni puede probarse, y como sea la pintura fresca del edificio recién construido agravó el cuadro. La bibliográfica médica es enorme e innecesaria; dejemos mejor al filisteo el esclarecimiento de la causa de muerte. Más noble es el examen de esos meses.
¿Qué hizo Schubert, además de morirse, en el departamento de la Kettenbrückengasse 6, antes Firmiangasse? Corrigió las pruebas de imprenta del Winterreise, terminó la Sonata en si bemol D. 960, tomó clases de contrapunto con Simon Sechter, escribió acaso su último
Lied, “Taubenpost” (Paloma mensajera), leyó, como se contó mil veces, a James Fenimore Cooper. 
El 12 de noviembre, una semana ante de la muerte, le escribió a su amigo el poeta Franz von Schober: “Estoy enfermo. Ya hace once días que no como ni bebo nada; camino sin fuerza, tambaleante, de la silla a la cama y de la cama a la silla […] Sé tan amable y ayúdame en esta situación tan desesperada con algo de lectura. De Cooper he leído: El último de los mohicanos,
El espía, El piloto y Los colonos. En caso de que tuvieras algo más de él, te ruego que me lo dejes en lo de la señora Von Bogner, en el café”.
Son tres ambientes, en un edificio habitado ahora por vecinos vagamente fantasmales que uno se cruza en la escalera. El cuarto en que murió Schubert es tan modesto como todo en ese lugar. El cuarto en que se muere no puede ser sino modesto. La ventana da a la calle. Hay que imaginarse la luz de ese día, que es tal vez lo único que no habrá cambiado en todos estos años.
En una carta que le mandó el 21 de noviembre a su padre, Ferdinand discute la decisión de enterrar al hermano Franz en el cementerio de Währing, donde el año anterior había sido enterrado Beethoven (actual Schubertpark con dos cenotafios): “La noche que precedió a su muerte me dijo, ya casi inconsciente: ‘Te pido que me lleves a mi habitación, no me dejes en este rincón en la tierra, ¿no merezco un lugar encima de la tierra?’” Ferdinand quiso tranquilizarlo con la noticia de que estaba en el mismo cuarto en el que había estado siempre. Franz respondió: “No es cierto. No es el lugar donde está Beethoven”. A él fueron sus últimos pensamientos. El sonámbulo Schubert pensaba en el arquitecto Beethoven (la comparación pertenece al pianista Alfred Brendel). En la última sonata de Schubert, la condición fragmentaria se agiganta y hace del contraste y de la desintegración una variedad de la continuidad, sujeta por otra parte a un plan tonal y motívico implacable. El sonámbulo sabía a dónde iba, y por qué elegía aquello que elegía. Dice una estrofa del poema de Johann Gabriel Seidl, el que usó Schubert para “Die Taubenpost”. “No necesito ya escribir cartas/ Le doy las lágrimas mismas/ Seguro que no las aguanta/ pero me sirve con empeño”. La tercera persona es la paloma. Un poco así se escucha el último Schubert, punto intraducible, correlato además de la luz de esa ventana en la que va a ser siempre noviembre.
P. G. 


El Danubio Azul, su piano y otros recuerdos de Strauss


Impactante. En la sala principal se luce el piano que la casa Bösendorfer le regaló en 1896
Un elegante y discreto edificio de fachada beige en el norte de Viena revela con banderas en el frente que allí vivió Johann Strauss hijo, el más recordado de la dinastía de compositores asociados a los años dorados del imperio austríaco. La dirección es Praterstrasse 54, sobre un boulevard cercano al célebre parque Prater.
En el departamento que Strauss habitó entre 1863 y los primeros años de la década siguiente, reina el silencio, pero cada visitante lleva sin duda una música inolvidable en los oídos: El Danubio Azul, que compuso aquí en los años en que era director musical de Baile de la Corte.
La casa conmueve: entre sus salones se puede revivir algo del aire de aquellos tiempos. El rey del vals y de las operetas que entretenían a la corte de Viena vivió aquí con su primera esposa, la mezzosoprano Hetty Treffz. Vida y obra se pueden recorrer en paralelo en las habitaciones de amplios ventanales, pisos de roble y paredes forradas en sedosas telas donde se exhiben numerosos objetos personales, manuscritos y otros documentos.
En la sala principal impacta un gran piano que la casa Bösendorfer le regaló en 1896; otros instrumentos son un órgano que se cree que Strauss usaba por las noches, ya que podía tocarse muy bajo, y un violín Amati del siglo XVII. Partituras, fotos familiares, retratos de distintas épocas y sobre todo un lugar especial para escuchar su música completan la experiencia.
P. D. 



Chopin quería curarse la tos en el lugar más bello de Mallorca

Suerte. Los turistas le sacaron brillo a la nariz del busto del compositor
Mallorca, la mayor de las Baleares, recibió por prescripción médica la vista de Fréderic Chopin para pasar una temporada: tan famoso como la dieta mediterránea es el clima de esta isla a la que llegó el compositor buscando reparo del invierno de París y un alivio para su delicada salud. Tuvo que hacer su derrotero antes de parar con George Sand, su compañera, y los hijos de ella, en Valldemossa. Es que en 1838, una tos persistente como la suya despertó temor en el vecindario y, en definitiva, obligaron al músico y los suyos a abandonar la primera morada, en la vieja Palma. Estas experiencias, más tarde, quedarían inmortalizadas en las páginas de Un invierno en Mallorca, que escribió la autora francesa, y en varias partituras como los preludios que corresponden a ese período en la Cartuja de Valldemossa.
 En aquel monasterio, con cuartos llamados celdas, está la habitación N°4 de Chopin, que conserva el mobiliario y la distribución original. También conservan el piano sobre el cual compuso una polonesa y una mazurca, y algunos documentos que terminan de transportar al visitante del a los tiempos en que se narra esta historia. “Ahora, querido amigo, gozo un poco más de la vida, estoy muy cerca de lo más bello del mundo, soy un hombre mejor”, se lee en una carta.
 Aunque Chopin permaneció allí solo un invierno, el museo convoca a tal cantidad de gente que al busto de bronce de la entrada le “pelaron” la nariz de tanto tocarlo en busca de una inexplicable buena suerte.

C. B. 

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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