Big Rip, de Ricardo Romero
Una ficción desmesurada sobre el fin del mundo
J. M. B.
″Así es como acaba el mundo: no con un estallido, sino con un lamento”, dicen unos célebres versos de T. S. Eliot. Aunque en Big Rip sí hay explosiones, incluso un Gran Bombardeo que establece de modo más o menos concluyente un antes y un después, las palabras del poeta de La tierra baldía ilustran bien el núcleo de la pesadilla moderna, y a la vez atemporal, que el argentino Ricardo Romero (Paraná, 1976) narra en su última y desmesurada novela.
El término del que se apropia el título (Big Rip) tiene un linaje científico y apunta a la dispersión, al desmembramiento. Esa es la característica literal y metafórica desde la que Romero –autor entre otras novelas de El síndrome de Rasputín y El conserje y la eternidad– imagina el fin de casi todo lo conocido, con los seres humanos convirtiéndose en islas a la deriva, náufragos de una existencia a la que no tiene sentido buscarle un orden o lógica últimos.
Poco menos que imposible de sintetizar, Big Rip parte en principio de tres ejes argumentales. El centro de la novela lo ocupa la amistad entre dos jóvenes outsiders –que luego se transformarán en otros–, dos solitarios que simpatizan a partir del silencio que los circunda: un empleado de una agonizante sucursal del correo y un tatuador tartamudo. Pero también está el viejo que vive en un monoambiente, con su vaso de lava, al que atraviesan todas las historias del mundo y parece el dios empobrecido y derrotado de una película de Wim Wenders. Y también, Pripián, protagonista de la segunda parte, que vive como puede y reflexiona hasta donde no puede sobre esa realidad desgarrada.
No solo por su colosal extensión –bien se la puede considerar una novela de mil páginas– sino también por la disolución espacio-temporal de la trama en una ciudad extrañada e infinita, Big Rip es una apuesta extrema, de esas que la literatura siempre pide a gritos. Como tal, implica enormes riesgos. Por un lado, Romero es consciente de que necesita abrumar a sus lectores para que la devastación se impregne en su ánimo, para que la experiencia de lectura resulte salvaje y lúdicamente agotadora. En eso reside uno de sus triunfos. Al mismo tiempo, en la idea programática, tan deudora de la literatura de Thomas Pynchon, de que casi cualquier cosa puede suceder, la lectura se torna por momentos paradójicamente pasiva. Solo queda rendirse entonces a los avatares caprichosos de la peripecia que en Big Rip incluye gente que se diluye o resucita, lugares que aparecen o desaparecen, los amores imposibles del dúo protagónico, el amor real pero demencial de Pripián con la señora Coombe o la transmutación del viejo en otras mil almas mientras se pregunta si todavía, allá afuera, sigue habiendo una ciudad.
Big Rip
Por Ricardo Romero
Alfaguara
811 páginas, $ 2999
″Así es como acaba el mundo: no con un estallido, sino con un lamento”, dicen unos célebres versos de T. S. Eliot. Aunque en Big Rip sí hay explosiones, incluso un Gran Bombardeo que establece de modo más o menos concluyente un antes y un después, las palabras del poeta de La tierra baldía ilustran bien el núcleo de la pesadilla moderna, y a la vez atemporal, que el argentino Ricardo Romero (Paraná, 1976) narra en su última y desmesurada novela.
El término del que se apropia el título (Big Rip) tiene un linaje científico y apunta a la dispersión, al desmembramiento. Esa es la característica literal y metafórica desde la que Romero –autor entre otras novelas de El síndrome de Rasputín y El conserje y la eternidad– imagina el fin de casi todo lo conocido, con los seres humanos convirtiéndose en islas a la deriva, náufragos de una existencia a la que no tiene sentido buscarle un orden o lógica últimos.
Poco menos que imposible de sintetizar, Big Rip parte en principio de tres ejes argumentales. El centro de la novela lo ocupa la amistad entre dos jóvenes outsiders –que luego se transformarán en otros–, dos solitarios que simpatizan a partir del silencio que los circunda: un empleado de una agonizante sucursal del correo y un tatuador tartamudo. Pero también está el viejo que vive en un monoambiente, con su vaso de lava, al que atraviesan todas las historias del mundo y parece el dios empobrecido y derrotado de una película de Wim Wenders. Y también, Pripián, protagonista de la segunda parte, que vive como puede y reflexiona hasta donde no puede sobre esa realidad desgarrada.
No solo por su colosal extensión –bien se la puede considerar una novela de mil páginas– sino también por la disolución espacio-temporal de la trama en una ciudad extrañada e infinita, Big Rip es una apuesta extrema, de esas que la literatura siempre pide a gritos. Como tal, implica enormes riesgos. Por un lado, Romero es consciente de que necesita abrumar a sus lectores para que la devastación se impregne en su ánimo, para que la experiencia de lectura resulte salvaje y lúdicamente agotadora. En eso reside uno de sus triunfos. Al mismo tiempo, en la idea programática, tan deudora de la literatura de Thomas Pynchon, de que casi cualquier cosa puede suceder, la lectura se torna por momentos paradójicamente pasiva. Solo queda rendirse entonces a los avatares caprichosos de la peripecia que en Big Rip incluye gente que se diluye o resucita, lugares que aparecen o desaparecen, los amores imposibles del dúo protagónico, el amor real pero demencial de Pripián con la señora Coombe o la transmutación del viejo en otras mil almas mientras se pregunta si todavía, allá afuera, sigue habiendo una ciudad.
Big Rip
Por Ricardo Romero
Alfaguara
811 páginas, $ 2999
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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