Delincuentes con pincel en el codicioso mundo del arte
La falsificación de obras mueve cifras millonarias y no es sencillo encontrar a los responsables; los eslabones intermedios en el tráfico ilegal de esta clase de bienes poseen capital cultural, dinero y múltiples conexiones
M. O. y V. M.
Cuando el gran coleccionista de arte Domenico de Sole, expresidente de la reconocida casa de subastas Sotheby's y director ejecutivo de Gucci Group, llegó a su casa encontró a su esposa temblando. No podía articular palabra, el golpe emocional la había quebrado: la pintura de Mark Rothko que colgaba en la pared, y por la que habían pagado millones, era falsa. La escena corresponde a Made You Look: una historia real sobre el arte falsificado, el imperdible documental de Netflix que indaga en una de las estafas más grandes del mercado del arte de los últimos tiempos. A nivel mundial, por el volumen de dinero que se maneja, la falsificación de obras -que se enmarca en el tráfico ilegal de bienes culturales- se ubica en el tercer puesto del ranking delictivo, después del tráfico de drogas y el de armas. El documental del director Barry Avrich -no es la primera vez que el canadiense ingresa con su cámara en este mundo- pone el foco en cómo la prestigiosa galería de Nueva York Knoedler & Company ganó 80 millones de dólares vendiendo 60 obras falsas de Jackson Pollock, Mark Rothko y Robert Motherwell, entre otros pesos pesados del expresionismo abstracto. La magnitud de esta estafa, que comenzó en 1995, resulta aún hoy impensada: llegaron a engañar al Museo Metropolitano de Nueva York (MET) y al Louvre. También devino cliente incauto el coleccionista J.P Morgan. Un dato ilustra la gravedad del caso: la National Gallery de Londres le pidió a Knoedler & Company dos de esas aparentes pinturas de Rothko para incluirlas en el catálogo razonado del artista, especie de biblia donde se consignan todas sus obras (auténticas claro).
Una pintura falsa de Rothko por la que se pagaron millones. Netflix
El escándalo no sólo conmocionó al mundo de la cultura, sino que evidenció un modus operandi que pasó por alto todo tipo de alertas. Con el testimonio de Ann Freedman (exdirectora de la galería), los abogados de todas las partes, coleccionistas, críticos, periodistas de Vanity Fair y de The New York Times, el fundador de New York Art Forensics e investigadores del FBI, la película desnuda cómo se validan las obras y cómo opera la alta sociedad en la construcción de un engaño millonario. Consultados los especialistas en este tipo de crimen coinciden en que se trata de personas avezadas. A diferencia del caso de las armas y las drogas, los eslabones intermedios en el tráfico ilegal de esta clase de bienes poseen capital cultural, dinero y múltiples conexiones: investigarlos y atraparlos no resulta sencillo. En la estafa de Knoedler & Company, una experta ladrona de guante blanco fue clave: Glafira Rosales, que con sus modales y estilo engañó a entendidos y se hizo pasar por una ignota art dealer, llegó sin previo aviso a la galería cargando una pintura de Rothko envuelta precariamente en cartones. Su historia sobre la procedencia de esa obra y de otras decenas que llevaría luego era incomprobable.
Beltracchi lideró una banda en Alemania que llegó a colocar un Campendonk fraudulento en una subasta de Christie's
Además de los análisis técnicos, la investigación bibliográfica y con expertos, la procedencia –provenance como se denomina en el mundo del arte a la historia de propiedad de una obra– es central para determinar su autenticidad: a través de ella es posible rastrear el camino que hizo desde el último dueño hasta el taller del artista. Pero debido a la falta de documentación y a la informalidad del mercado, no siempre es factible establecer esta trazabilidad.
¿Quiénes son los artífices de estos nuevos originales que logran engañar a los más entendidos? Virtuoso, Pei Shen Qian, un artista chino que al llegar a EE.UU. aprendió en la Liga de Estudiantes de Arte en Nueva York las técnicas de los maestros del expresionismo que luego imitaría, hizo todas las pinturas que vendió Knoedler & Company.
Mark Landis, un pintor norteamericano que adulteró su propia biografía para gozar de brillo oropel, hizo cientos de obras, desde escenas religiosas del siglo XV hasta pinturas de Picasso, para regalarlas a museos y galerías estadounidenses como si fuera un coleccionista millonario y generoso. “Fue un impulso para impresionar a mi madre. Siempre admiré a los coleccionistas ricos en la televisión regalando pinturas a museos”, reconoció Landis, cuya historia aborda el documental Art and Craft.
Desde el cine argentino de ficción, Mi obra maestra, con Guillermo Francella y Luis Brandoni, del guionista Andrés Duprat (director del Museo Nacional de Bellas Artes) con dirección de su hermano Gastón, aborda falsificaciones que incluyen fechas fraguadas y biografías apócrifas. Y en El artista, otra historia de los Duprat, con un elenco integrado por Alberto Laiseca, León Ferrari, Rodolfo Fogwill y Horacio González, un enfermero que trabaja en un geriátrico desata una estafa inescrupulosa, que, al mismo tiempo, evidencia cierto esnobismo del ambiente del arte local.
La lista de embusteros famosos incluye a Wolfgang Beltracchi, quien lideró una banda en Alemania que ganó millones con falsificaciones de grandes artistas y hasta llegó a colocar un Campendonk fraudulento en una subasta de Christie's.
John Myatt, un gris profesor de arte que nació en Reino Unido en 1945, pintó cientos de obras como grandes maestros del siglo XX. Engañó a marchantes de Londres y Nueva York, y casas de remate. Tras cumplir su condena en 1999, hoy vende a través de su página web “falsificaciones genuinas”: pinturas originales al estilo de artistas famosos. Participó en programas de televisión y, según afirma en su página, asesora a la policía, al Sotheby's Institute y al Museo de Arte de San Diego sobre fraude artístico.
El falsificador John Myatt cumplió su condena y hoy sigue vendiendo desde su página web
Tras emigrar desde Hungría a Estados Unidos en 1946 sin éxito como artista, Elmyr de Hory se convirtió en uno de los mayores falsificadores del siglo XX, con cientos de obras que llegaron a los museos. F de falso (1973), film de Orson Welles -se puede ver en la web y vale la pena-, se sumerge en su vida. “¿El verdadero escándalo no es acaso el propio mercado?”, lanzó Hory en una entrevista en 1973. Una pregunta que vuelve como latigazo con las nuevas revelaciones sobre Salvator Mundi atribuido a Da Vici. “En un mero plano artístico -decía este falsificador- desearía considerarme como un intérprete. Al igual que se ama a Bach a través de Óistraj, se puede amar a Modigliani a través mío”.
En La luz negra, premiada novela de la argentina María Gainza, el personaje de Enriqueta Macedo, perito autentificadora del Banco Ciudad, hace la misma reflexión cuando se pregunta: “¿Una buena falsificación no puede dar tanto placer como un original?”.
La Argentina, tierra fértil para la falsificación En la Argentina, en general, el falsificador no copia una obra existente, sino que copia el estilo (composición y temática) creando un supuesto nuevo original. Entre los más falsificados figuran Stephen Robert Koek Koek, Antonio Berni, Benito Quinquela Martín, Molina Campos, Pérez Celis, Raúl Soldi, Emilio Pettoruti, Rómulo Macció, Luis Felipe Yuyo Noé y Ernesto Deira.
“Desde hace 20 o 30 años hay miles de obras falsas mías circulando. También hacen ropa y carteras con imágenes de mis obras y hasta muñecas: todas cosas que jamás autoricé”, cuentaMarta Minujín. “Ya no me fijo en nada más, ni me importa. No voy a hacer nada, no voy a perder mi tiempo”, dice en un alto de su agenda imparable.
Para las obras de Julio Le Parc, el atelier del artista emite en forma exclusiva a nivel mundial los certificados de autenticidad. El maestro de la luz y el movimiento vio obras suyas falsas en varias oportunidades, en la Argentina, Francia e Italia. Pero un caso supera los límites de la impunidad. “Un importante coleccionista francés que se especializa en arte latinoamericano vino a mi estudio y bajó tres obras de su camioneta. Me decía: Las tenés que firmar, ¡firmá, firmá! Y yo le dije: Pero esto no lo hice yo”, recuerda en diálogo con este diario desde su estudio en Cachan, en las afueras de París. Sin importarle la respuesta de Le Parc, el hombre continuó insistentemente con sus requerimientos absurdos y violentos. “Era una copia mala de un estudiante de Bellas Artes –dice el artista–. No tenía nada que ver conmigo”.
Sin vacilar ni decir una palabra, Antonio Berni entró en una galería porteña, descolgó una por una las obras y se las llevó. Nadie se interpuso: eran falsas. “Eran imitaciones burdas, yo las tuve un tiempo”, hace memoria José Antonio Berni, el hijo del artista. Otro Berni ilegítimo cayó en manos de Federico Klemm. Lo compró en un remate de una importante casa en Nueva York. “Cuando me mostraron la obra en la fundación me corrió un frío por la espalda. Como quien anuncia la muerte de un pariente cercano, le comuniqué que no era un Berni”, evoca ahora el hijo del artista. Tiempo después, en una reconocida galería de la calle Florida, se topó con una pintura de Juanito Laguna que jamás hizo su padre. Contrarreloj, con una escribana dejó constancia de que la obra era falsa, pero la galería hizo caso omiso y vendió la pintura.
“De Berni -cuenta desde Madrid Inés Berni, presidenta del Archivo y la Fundación Antonio Berni- los más falsificados son los collages, los retratos y los paisajes hechos con arpillera, que se venden en Mercado Libre”. En esa plataforma también es frecuente encontrar pequeñas obras atribuidas a Gyula Kosice, comenta Max Kosice, nieto del artista, al frente de la Fundación que lleva su nombre. Con Berni el caso llegó a tal punto que si tiene que dar un consejo José Antonio no lo duda: “Eviten comprar los pasteles de chicos criollos (imitaciones de trabajos de los años 50 y 60)”.
La proliferación de imitaciones de Alberto Greco en galerías y casas de subastas llevó a Julián Mizrahi, director de la galería Del Infinito, a contratar un perito calígrafo que se especializó en la línea y letra del artista, cuyas obras se presentan actualmente en dos muestras en simultáneo. La galería entrega un “certificado científico de autenticidad”.
“Greco es muy falsificado sobre todo en Europa. No falsifican una obra de Picabia porque todas las miradas van a estar puestas ahí. Con trabajos chicos de Greco, en remates ganan 3 o 4 mil euros y están felices”, dice Mizrahi, quien hace 20 años investiga y colecciona la obra del artista.
Además de consultar con el autor o sus familiares (o la fundación a cargo de la obra) y realizar una investigación bibliográfica exhaustiva, la galería Del Infinito entrega al comprador la provenance de la obra (en los casos en que puede rastrearse) y un certificado llamado condition report (donde una experta analiza en detalle en qué condiciones se encuentra la pieza).
Uno de los golpes más duros al tráfico de estos bienes en nuestro país se logró en 2015 al desbaratar una banda que falsificaba a Salvador Dalí, Carlos Páez Vilaró, Pedro Figari, Antonio Berni, Pérez Celis, Miguel Victorica, Benito Quinquela Martín, Lino Spilinbergo, Leopoldo Presas, Eduardo Sívori, Carlos Alonso, Florencio Molina Campos, Raúl Soldi, Stephen Robert Koek Koek, Juan Carlos Castagnino, Cesáreo Bernaldo de Quirós, entre muchos otros. “En el allanamiento encontramos 230 obras falsas. La investigación nos llevó ocho meses”, explica Marcelo El Haibe, Director General de Coordinación Internacional de la Policía Federal (Interpol).
En el allanamiento en la casa en San Isidro donde operaba la banda secuestraron una máquina para cortar y ensamblar marcos, diez certificados de autenticidad en blanco de importantes galerías, cinco máquinas de escribir de distintas marcas y tipos de letras para hacer los certificados y un papel en blanco con la firma de Quinquela Martín. “Compraban diarios antiguos para pegar en la parte de atrás del cuadro”, apunta El Haibe sobre esta banda que creó una estructura aceitada.
Al Banco Ciudad llegan muchas pinturas para analizar su autenticidad e incorporarlas a las subastas, ahora online por la pandemia del coronavirus. Varias quedan allí después de que le informan telefónicamente a la persona que dejó una pieza que “el banco se abstiene de tomarla para el remate”. “Se dan cuenta de que detectamos que era falsa y no vienen nunca más a buscarla”, dice José Luis Martínez, experto en subastas de la institución financiera, quien señala que antes destruían estas piezas que no retiraban, pero ahora las donan a Interpol para que integren una futura galería de obras falsas que funcionará dentro del Museo de la Policía Federal (ya cuenta con unas 350 ejemplares).
En Givoa (grupo interdisciplinario de valuación de obras de arte, con sede en San Pablo y Buenos Aires), Gustavo Perino coordina investigaciones con peritos, historiadores de arte, restauradores y científicos. “Los informes periciales abordan en simultáneo el eje contextual histórico, el técnico - estético y el material”, dice.
Cinco obras incautadas
por Interpol Argentina
¿Cómo se determina que son falsas?
En un depósito del Departamento Protección del Patrimonio Cultural Interpol de Barrio Parque se acumulan casi 800 obras de arte apócrifas envueltas y precintadas, con una causa judicial en marcha. Serán parte de un "museo de arte falso" creado para concientizar sobre este delito. Confeccionamos una breve galería con cuadros incautados desde 2012, en la que se consignan los elementos que denotan su falsedad de acuerdo a información técnica brindada por los peritos en arte de Interpol.
ANTONIO BERNI. “Marta”
La clave está en los colores de la mejilla y del cuello de la figura femenina. Jamás Berni hubiera pintado con semejante desprolijidad. Si bien el artista era de pinceladas densas, nunca fueron groseras. El dibujo es verosímil, pero el terminado es absurdo dada la fractura del color.
SALVADOR DALÍ. “ Sin título”
La firma no es la de Dalí. Además el artista manejaba la fluidez del trazo y la capacidad de evocar una forma con una pincelada continua.
En la pierna del jinete, las articulaciones no están resueltas.
La pata anterior izquierda del caballo no tiene verosimilitud y Dalí estaba atento a estos detalles. Ese miembro contradice el movimiento de los otros tres, los paraliza.
RÓMULO MACCIÓ. “Sin título”
Hay un fondo que podría tener cierta similitud a cómo pintaba Macció, sin embargo se observan chorreaduras de pintura. Es una copia muy burda.
QUINQUELA. “ Sin título”
Se puede aproximar a sus primeras obras, no es tan evidente la copia. Además hay obras de Quinquela que tienen defectos. Pero acá la proa del barco en primer plano está mal resuelta y la del barco de atrás es deficiente.
Esto es imposible que le hubiera pasado a él, que pintó barcos hasta el hartazgo, los hacía de memoria. Las sombras no son creíbles, la peor es la del velero.
RAÚL SOLDI. “Figura rumana”
La pierna izquierda está deformada, desproporcionada, algo que Soldi jamás habría hecho. En una pierna respetó las proporciones y en la otra no. La pincelada del piso es extraña, no se comprende lo que está pasando. Soldi manejaba bien el color, era sutil, pero aquí vemos una figura burda que pisa sobre algo pobre y brutal.
Para constatar que se trata de un auténtico Benito Quinquela Martín, los especialistas introducen una aguja en un sector con carga matérica. “Si sale una especie de juguito (pintura líquida), es falsa ya que por el tiempo transcurrido tiene que estar seca”, explica Sebastián Boccazzi, director desde hace 20 años de la casa de subastas Roldán. Esa era una de las principales técnicas para detectar fraudes del pintor boquense hasta que los delincuentes se dieron cuenta: comenzaron a usar óleo mezclado con yeso para que la materia se seque.
A las obras de Mario Sanzano,un pintor cordobés impresionista que no alcanzó lugar destacado en el arte argentino, le borran la firma y la suplantan por la de Fernando Fader. “Cuando hay dudas –dice Boccazzi– se usa la uz ultravioleta para determinar si la firma fue adulterada. Si es necesario hacer análisis con una técnica más invasiva, se consulta con el propietario de la obra”.
“Antonio Seguí se asombra al ver sus obras falsificadas. Me dice: ¿cómo puede ser que me falsifiquen estando vivo?”, cuenta Boccazzi. Cuando se prepara para un remate -según el caso, se incluyen lotes de piezas que van desde el siglo XIX hasta hoy- reconoce que siempre está muy atento porque un 30 por ciento de lo que le envían no es original. Antes de incluir los cuadros en una subasta, trabaja con un consejo de expertos que los evalúa para realizar un certificado de autenticidad. Si hay dudas -no necesariamente quiere decir que tengan la certeza de que es ilegal- no salen a la venta. Si el artista vive, el comité en primera instancia siempre lo consulta. Se analiza también si las obras están incluidas en libros y catálogos, y la composición y la paleta de colores. Piden facturas de compra y certificados de autenticidad (aunque muchas veces los dueños de las obras no los tienen debido a la informalidad que experimentó este mercado o porque las heredaron sin documentación). Y finalmente, cuando se entregan certificados, hay que estar muy atentos: pueden ser apócrifos. El falsificador acecha. A no bajar la guardia ni la mirada.
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