Un personaje que, desde los márgenes, optó por luchar por la república
Criado en Carmen de Patagones y Montevideo, a los 30 años Mitre desembarca en Buenos Aires y se suma a la campaña contra Rosas
M. T.
Nadie elige dónde ni cuándo nacer, pero el escenario en que Bartolomé Mitre llegó al mundo no deja de exhibir dos curiosas coincidencias, sucedidas pocos días después de su alumbramiento en la ciudad de Buenos Aires el 26 de junio de 1821. La primera es el diferido funeral público de Manuel Belgrano, fallecido el año anterior en medio de una crisis de gobernabilidad que lo privó de sus merecidos homenajes. La segunda es la designación de Bernardino Rivadavia como ministro de Gobierno de Buenos Aires, devenida en provincia autónoma luego de la caída del poder central en 1820.
Se trata, sin duda, de coincidencias fortuitas y contingentes, pero cargadas de una fuerte dimensión simbólica si consideramos que, décadas más tarde, Mitre cerraría la edición definitiva de su Historia de Belgrano y de la independencia argentina con la narración de ambos acontecimientos. Las páginas finales del último capítulo estuvieron dedicadas a esbozar los principales logros del plan de reformas liderado por Rivadavia, entre los cuales destacaba haber echado las bases de “un verdadero gobierno republicano” fundado en el sistema representativo, la libertad y el progreso. Y en el epílogo se ocupó de describir en detalle la apoteosis de aquellos tardíos funerales que representaron el inicio del proceso de construcción del héroe, consagrado definitivamente al panteón de padres de la patria en su magna obra historiográfica.
Mitre plasmaba así dos operaciones memoriales simultáneas. Por un lado, la que con mucho éxito –y en torno a la figura de Belgrano– se erigió en el mito de los orígenes de la nación en la década revolucionaria. Por el otro, la que establecía en 1821 la primera estación de una genealogía: la de la tradición liberal y republicana que “consolidó el núcleo de la nacionalidad argentina”, aunque su futura organización quedara en suspenso por “las dolorosas pruebas que aún tenía que vencer en el desenvolvimiento de su revolución interna”. La superación de esas “pruebas”, marcadas por cuatro décadas de fragmentación territorial e intensas disputas políticas, terminaría colocando a Mitre como primer presidente electo de una República Argentina unificada (1862-1868).
"El contraste entre el pueblo que habitaba el niño Mitre y su ciudad natal, aspirante a ocupar el papel de la Atenas del Plata, no podía ser mayor"
Un punto de llegada difícilmente imaginable para el pequeño Bartolomé que experimentó de lejos los eventos que él mismo narrara y celebrara en su adultez, y que transformaron la fisonomía de Buenos Aires durante la llamada “feliz experiencia”. Primogénito de un matrimonio con anclaje en las dos orillas del Río de la Plata –la rama paterna era oriunda de la Banda Oriental y la materna de origen porteño– vivió su primera infancia en Carmen de Patagones. Allí fue destinado su padre como ministro del Tesoro en 1822 y allí nacieron sus dos hermanos varones, Federico y Emilio. El poblado, surgido como un fuerte en 1779 y convertido en lugar de reclusión de condenados comunes y presos políticos luego de la revolución, estaba ubicado en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires, en una inestable frontera que mantenía estrechos vínculos con los pueblos indígenas de la zona. A comienzos de la década de 1820, el censo registraba apenas 500 habitantes de origen hispano-criollo y 66 indios tehuelches.
El contraste entre el pueblo que habitaba el niño Mitre y su ciudad natal, aspirante a ocupar el papel de la Atenas del Plata, no podía ser mayor. Las reformas rivadavianas se hacían particularmente visibles en la modernización de la vida urbana, social y política de la capital de la provincia, mientras la campaña asistía a un intenso proceso de expansión ganadera que trastocaba los vínculos sociales y étnicos preexistentes, especialmente en las zonas de frontera. Desde ese espacio en los “márgenes”, Bartolomé presenció por primera vez un enfrentamiento armado que le dejó una viva impresión. Aquel enfrentamiento fue uno de los episodios de la guerra que las provincias del Río de la Plata libraron contra el Imperio del Brasil por la larga disputa que se mantenía en torno a la Banda Oriental. El tratado de paz firmado en 1828 otorgó la independencia a la República de Uruguay y marcó el fin de la vida de la familia Mitre en Patagones, trasladada ese año a la capital del flamante Estado Oriental.
Bartolomé pasó sus años de juventud en Montevideo. Allí nació su hermana menor, Edelmira, contrajo matrimonio con Delfina de Vedia, se formó en la Academia Militar y adquirió sus primeras experiencias intelectuales y políticas. Experiencias estrechamente articuladas a las redes locales montevideanas y muy pronto a las de los exiliados de la otra banda del río, que abandonaban el clima opresivo impuesto por el régimen de Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires y el resto de la Confederación. Aunque en aquella coyuntura resultaba difícil distinguir los conflictos internos de los externos en las dos márgenes del Río de la Plata, cabe preguntarse cuándo optó Mitre por participar en la lucha antirrosista para crear la República Argentina. O en todo caso, ¿cuándo optó por hacer suya la causa de los exiliados de un territorio que había dejado de pequeño y al que no lo unía mucho más que los recuerdos de aquel rincón lejano y aislado al que solo se accedía por mar?
"Cuando desembarcó para participar de la campaña que derrocó a Rosas en 1852, regresaba con 30 años de edad a una ciudad que le era prácticamente desconocida"
Eduardo Míguez, en la reciente y aguda biografía que le dedicó al personaje –Bartolomé Mitre. Entre la Nación y la Historia (Edhasa, 2018)– se plantea este interrogante y sostiene que “no es fácil saber exactamente cuándo ni por qué Mitre decidió que su carrera política debía estar unida a la patria de su nacimiento y no a la de su crianza y sus mayores”. No obstante, el autor data esa decisión al promediar 1839, siguiendo la pista de algunos testimonios epistolares. Para entonces, Bartolomé era un joven de 18 años que elegía un rumbo para su vida. Las razones por las cuales optó por esa alternativa pueden ser muy variadas y difíciles de escrutar. Sin embargo, como sugiere Míguez, no se trató de un rumbo autoevidente.
Naturalizar esa decisión crucial es naturalizar que el destino de las naciones rioplatenses y las identidades políticas estaban fijados de antemano. Por cierto que Mitre historiador fue quien más contribuyó con esta última naturalización, al presentar el derrotero posrrevolucionario como un camino inexorable de despliegue y consolidación de la nacionalidad argentina. Hoy sabemos que ese camino fue el resultado de una tortuosa empresa colectiva cuyo punto de llegada era incierto e imprevisible. Pero, además, lo que estaba lejos de vislumbrarse en el niño que habitó Patagones para arribar luego a Montevideo era el papel que en esa empresa cumpliría el propio Mitre. Cuando desembarcó para participar de la campaña que derrocó a Rosas en 1852, regresaba con 30 años de edad a una ciudad que le era prácticamente desconocida. La ciudad que había rendido los pomposos homenajes fúnebres a Belgrano y en la que desarrollaría su intensa y larga vida como político, militar, periodista e historiador.
La autora es miembro del Instituto de Estudios Críticos en Humanidades / Universidad Nacional de Rosario-Conicet
Nadie elige dónde ni cuándo nacer, pero el escenario en que Bartolomé Mitre llegó al mundo no deja de exhibir dos curiosas coincidencias, sucedidas pocos días después de su alumbramiento en la ciudad de Buenos Aires el 26 de junio de 1821. La primera es el diferido funeral público de Manuel Belgrano, fallecido el año anterior en medio de una crisis de gobernabilidad que lo privó de sus merecidos homenajes. La segunda es la designación de Bernardino Rivadavia como ministro de Gobierno de Buenos Aires, devenida en provincia autónoma luego de la caída del poder central en 1820.
Se trata, sin duda, de coincidencias fortuitas y contingentes, pero cargadas de una fuerte dimensión simbólica si consideramos que, décadas más tarde, Mitre cerraría la edición definitiva de su Historia de Belgrano y de la independencia argentina con la narración de ambos acontecimientos. Las páginas finales del último capítulo estuvieron dedicadas a esbozar los principales logros del plan de reformas liderado por Rivadavia, entre los cuales destacaba haber echado las bases de “un verdadero gobierno republicano” fundado en el sistema representativo, la libertad y el progreso. Y en el epílogo se ocupó de describir en detalle la apoteosis de aquellos tardíos funerales que representaron el inicio del proceso de construcción del héroe, consagrado definitivamente al panteón de padres de la patria en su magna obra historiográfica.
Mitre plasmaba así dos operaciones memoriales simultáneas. Por un lado, la que con mucho éxito –y en torno a la figura de Belgrano– se erigió en el mito de los orígenes de la nación en la década revolucionaria. Por el otro, la que establecía en 1821 la primera estación de una genealogía: la de la tradición liberal y republicana que “consolidó el núcleo de la nacionalidad argentina”, aunque su futura organización quedara en suspenso por “las dolorosas pruebas que aún tenía que vencer en el desenvolvimiento de su revolución interna”. La superación de esas “pruebas”, marcadas por cuatro décadas de fragmentación territorial e intensas disputas políticas, terminaría colocando a Mitre como primer presidente electo de una República Argentina unificada (1862-1868).
"El contraste entre el pueblo que habitaba el niño Mitre y su ciudad natal, aspirante a ocupar el papel de la Atenas del Plata, no podía ser mayor"
Un punto de llegada difícilmente imaginable para el pequeño Bartolomé que experimentó de lejos los eventos que él mismo narrara y celebrara en su adultez, y que transformaron la fisonomía de Buenos Aires durante la llamada “feliz experiencia”. Primogénito de un matrimonio con anclaje en las dos orillas del Río de la Plata –la rama paterna era oriunda de la Banda Oriental y la materna de origen porteño– vivió su primera infancia en Carmen de Patagones. Allí fue destinado su padre como ministro del Tesoro en 1822 y allí nacieron sus dos hermanos varones, Federico y Emilio. El poblado, surgido como un fuerte en 1779 y convertido en lugar de reclusión de condenados comunes y presos políticos luego de la revolución, estaba ubicado en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires, en una inestable frontera que mantenía estrechos vínculos con los pueblos indígenas de la zona. A comienzos de la década de 1820, el censo registraba apenas 500 habitantes de origen hispano-criollo y 66 indios tehuelches.
El contraste entre el pueblo que habitaba el niño Mitre y su ciudad natal, aspirante a ocupar el papel de la Atenas del Plata, no podía ser mayor. Las reformas rivadavianas se hacían particularmente visibles en la modernización de la vida urbana, social y política de la capital de la provincia, mientras la campaña asistía a un intenso proceso de expansión ganadera que trastocaba los vínculos sociales y étnicos preexistentes, especialmente en las zonas de frontera. Desde ese espacio en los “márgenes”, Bartolomé presenció por primera vez un enfrentamiento armado que le dejó una viva impresión. Aquel enfrentamiento fue uno de los episodios de la guerra que las provincias del Río de la Plata libraron contra el Imperio del Brasil por la larga disputa que se mantenía en torno a la Banda Oriental. El tratado de paz firmado en 1828 otorgó la independencia a la República de Uruguay y marcó el fin de la vida de la familia Mitre en Patagones, trasladada ese año a la capital del flamante Estado Oriental.
Bartolomé pasó sus años de juventud en Montevideo. Allí nació su hermana menor, Edelmira, contrajo matrimonio con Delfina de Vedia, se formó en la Academia Militar y adquirió sus primeras experiencias intelectuales y políticas. Experiencias estrechamente articuladas a las redes locales montevideanas y muy pronto a las de los exiliados de la otra banda del río, que abandonaban el clima opresivo impuesto por el régimen de Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires y el resto de la Confederación. Aunque en aquella coyuntura resultaba difícil distinguir los conflictos internos de los externos en las dos márgenes del Río de la Plata, cabe preguntarse cuándo optó Mitre por participar en la lucha antirrosista para crear la República Argentina. O en todo caso, ¿cuándo optó por hacer suya la causa de los exiliados de un territorio que había dejado de pequeño y al que no lo unía mucho más que los recuerdos de aquel rincón lejano y aislado al que solo se accedía por mar?
"Cuando desembarcó para participar de la campaña que derrocó a Rosas en 1852, regresaba con 30 años de edad a una ciudad que le era prácticamente desconocida"
Eduardo Míguez, en la reciente y aguda biografía que le dedicó al personaje –Bartolomé Mitre. Entre la Nación y la Historia (Edhasa, 2018)– se plantea este interrogante y sostiene que “no es fácil saber exactamente cuándo ni por qué Mitre decidió que su carrera política debía estar unida a la patria de su nacimiento y no a la de su crianza y sus mayores”. No obstante, el autor data esa decisión al promediar 1839, siguiendo la pista de algunos testimonios epistolares. Para entonces, Bartolomé era un joven de 18 años que elegía un rumbo para su vida. Las razones por las cuales optó por esa alternativa pueden ser muy variadas y difíciles de escrutar. Sin embargo, como sugiere Míguez, no se trató de un rumbo autoevidente.
Naturalizar esa decisión crucial es naturalizar que el destino de las naciones rioplatenses y las identidades políticas estaban fijados de antemano. Por cierto que Mitre historiador fue quien más contribuyó con esta última naturalización, al presentar el derrotero posrrevolucionario como un camino inexorable de despliegue y consolidación de la nacionalidad argentina. Hoy sabemos que ese camino fue el resultado de una tortuosa empresa colectiva cuyo punto de llegada era incierto e imprevisible. Pero, además, lo que estaba lejos de vislumbrarse en el niño que habitó Patagones para arribar luego a Montevideo era el papel que en esa empresa cumpliría el propio Mitre. Cuando desembarcó para participar de la campaña que derrocó a Rosas en 1852, regresaba con 30 años de edad a una ciudad que le era prácticamente desconocida. La ciudad que había rendido los pomposos homenajes fúnebres a Belgrano y en la que desarrollaría su intensa y larga vida como político, militar, periodista e historiador.
La autora es miembro del Instituto de Estudios Críticos en Humanidades / Universidad Nacional de Rosario-Conicet
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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