miércoles, 30 de junio de 2021

LA PARTE Y EL TODO


El imprevisible voto de los desesperados
SERGIO SUPPO




Siempre fueron indecisos, ahora van de la tristeza a la desesperación. Votaron detrás de una ilusión, hicieron una apuesta para salir de la crisis que los tenía hartos. Eligieron cambiar y votaron a Mauricio Macri en la segunda vuelta. Cuatro años después, defraudados por los ajustes, los tarifazos, la recesión y la inflación, creyeron que Cristina había cambiado y que Alberto Fernández sería el presidente que terminaría con la grieta.
Volvieron a equivocarse. El coronavirus los expuso frente al desmanejo del nuevo gobierno, el encierro les hizo perder el pequeño negocio de toda la vida o ese trabajo al que se habían aferrado con tenacidad. Y la recesión, unida a la perpetuación de la pandemia, los acorraló como nunca antes.
El mundo electoral ha vuelto a girar para llegar al mismo lugar. Solo aparentemente al mismo lugar; en realidad, están varios escalones más abajo.
Como cada dos años, ese territorio de gente que fue indecisa y que ahora tiene las esperanzas rotas vuelve a ser la franja en disputa. Es una franja más o menos parecida, pero cada vez más agotada por el castigo de la adversidad económica y los errores de los sucesivos gobiernos.
Los fragmentos políticos que dejó el estallido de 2001 ya se rearmaron hace tiempo en dos bandos enfrentados. Cuando se oyen lamentos sobre la grieta que separa a kirchneristas de antikirchneristas conviene recordar que no es otra cosa que la versión exacerbada del viejo encono bipartidista que agitó la vida política del país durante al menos dos tercios del siglo pasado.
Donde había partidos establecidos, ahora hay retazos de aquellas fuerzas, dirigentes sueltos y acuerdos más o menos transitorios. Al final del camino, con diferencias ajustadas a realidades líquidas y situaciones fugaces, la Argentina vuelve a tener dos bloques enfrentados.
La dinámica de los hechos, los aciertos y los errores, las circunstancias y las fracturas les dan suspenso a esos frentes. Nunca, ni antes ni ahora, esas fracciones lograron concretar un juego de suma cero. No son el total del electorado, pero sí, entre el 80 y el 90 por ciento de los votantes.
Hay ciudadanos que migran, se van y regresan, y hasta apuestan por terceras variantes con más o menos posibilidades. En los últimos seis turnos electorales, el cambio de opinión de esos votantes habilitó giros políticos importantes, derrotas y triunfos de las grandes fuerzas opuestas.
La reunión de un grupo desarticulado pero enojado de votantes derrotó a Néstor Kirchner en 2009 en la provincia de Buenos Aires, pero dos años después, su viuda renació con el célebre 54 por ciento que la hizo creer eterna. Duró poco la ilusión; dos años más tarde, en 2013, Sergio Massa se fugó del kirchnerismo y armó un frente electoral que frustró esa intención.
También fue efímero el sueño a la presidencia de Massa, que, de ser número puesto para suceder a Cristina, en 2015, terminó tercero en la primera vuelta. Mauricio Macri se valió de siete de cada diez votos massistas para derrotar ajustadamente a Daniel Scioli.
Massa regresó con Cristina para posibilitar la actual reunificación del peronismo y, en parte, propiciar el regreso del kirchnerismo con Alberto Fernández como mascarón de proa.
¿Es entonces el exintendente de Tigre el hombre clave que inclina la balanza? No. El nombre del actual presidente de la Cámara de Diputados estuvo en las boletas en determinados momentos que hicieron pensar que tenía ese poder.
Lo que en realidad logró Massa en esas elecciones fue reflejar la disidencia del peronismo en el principal distrito electoral del país, como un destello póstumo de la representación original que ese partido tuvo alguna vez: sectores de trabajadores sindicalizados, pequeños comerciantes y empresarios subordinados a una cierta idea de orden político y social.
Con formaciones alternativas solo en los extremos de ambos espacios mayoritarios, la idea de buscar indecisos no coincide esta vez necesariamente con la tradicional persecución del centro político que intentan las fuerzas que se enfrentan en todas las elecciones.
Si es verdad que está en construcción, una vez más, un espacio del peronismo alternativo, no existe todavía una expresión que tiente a los votantes defraudados tanto por Macri como por Alberto/cristina.
El dilema entonces será más para esos votantes que para las fuerzas que irán en su búsqueda. La vicepresidenta se está encargando de garantizar el voto duro del empobrecido conurbano bonaerense, de la misma manera que los referentes de Juntos por el Cambio buscan reafirmar los valores que los unen con sus seguidores más fieles.
Lo que todavía no aparece es un registro que sintonice con la desesperación de los que, habiéndose valido toda la vida por sí mismos, terminaron de perder lo que tenían en los últimos años.
Es casi un indulto el que necesitan de esos votantes los candidatos que irán en su búsqueda. A quién perdonar quizá sea la decisión que termine pesando antes que a quién apoyar cuando, entre tantas desgracias, las urnas sean un espacio impredecible para descargar el drama de cada uno y de todos.

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