miércoles, 23 de junio de 2021

LA KK ENVEJECE Y LA VENGANZA ES EL FRACASO DE TODOS


Incongruente propuesta de CFK: más estatismo de un Estado fracasado
Curiosa la estrategia de Cristina, en un país sin moneda que giró hacia el “progresista” encubrimiento de dictadores

Sergio Berensztein


El kirchnerismo y la reforma de salud....Alfredo Sábat
Uno de los rasgos más nítidos de influencia sobre una sociedad es la capacidad para definir la agenda pública. ¿Qué temas predominan en la conversación ciudadana? ¿Qué sesgos o ejes conceptuales prevalecen en las corrientes de opinión? En una democracia, una multiplicidad de actores compiten por imponer sus criterios o inclinar la cancha en función de sus prioridades e intereses. Se trata de un proceso dinámico, fluido y con peculiar importancia en contextos electorales: pueden moldear las preferencias de los electores y, de ese modo, condicionar los programas de los diferentes candidatos. Los medios de comunicación cumplen un papel preponderante, aunque jamás monopólico, y tanto los gobiernos como el resto de los protagonistas políticos son factores esenciales en una puja en la que nunca todos piensan lo mismo: existe una fragmentación de audiencias, una pluralidad de voces y una natural asincronía, incluso un desacople, entre la deliberación y la política pública. Esto fue estudiado por la teoría del agenda setting, impulsada hacia finales de los 60 por los académicos Max McCombs y Donald Shaw en la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill. Tuvo gran popularidad en las décadas siguientes y su legado llega hasta nuestros días.
Alberto Fernández se empeña a diario, y con una inusual eficacia para un presidente con tan escasos logros, en devaluar su credibilidad y alimentar la escabrosa creatividad de las usinas de memes. En parte como consecuencia de eso, irrumpió CFK en un contexto dominado –especialmente en la provincia de Buenos Aires– por el pesimismo respecto del curso de la economía, la preocupación por la inseguridad y una mezcla de resignación, miedo y desconsuelo por la situación sanitaria. Su intención es clara: consolidar su atribulada base electoral para evitar que se siga desmembrando, incrementándose el número de desencantados. Habiendo sobrecumplido Guzmán con un ajuste fiscal que pagaron fundamentalmente los votantes de JxC y luego de haber postergado el acuerdo con el FMI, queda margen de maniobra para aumentar el gasto público de cara a las elecciones. Frente a la cuestión de la inseguridad, Cristina espera seguir sacando rédito de Sergio Berni, su comodín en la materia, con quien fastidia de paso a un presidente cuya principal pesadilla sería que lo ungiera como primer candidato a diputado. “¿De este gobierno?”, preguntó un Berni sonriente ante esta perspectiva.
En algunos sectores del viejo peronismo bonaerense se especula con un revival de las famosas listas testimoniales de 2009: para frenar una eventual debacle electoral y ante la ausencia de candidatos alternativos que ofrezcan una pizca de competitividad, tal vez la vicepresidenta se vea forzada a poner toda la carne en el asador. ¿Incluyéndose a sí misma? “Si la cosa se complica, va a necesitar los fueros”, afirmó un ex funcionario K. ¿Daniel Scioli? Nadie lo descarta, pero podría, igual que María Eugenia Vidal, regresar a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Este operativo “retorno al pago” de porteños relocalizados como gobernadores bonaerenses debería reducir el enojo de Emilio Monzó, ofendido por el irrefrenable desembarco de Diego Santilli, principal ariete de Horacio Rodríguez Larreta para extender su liderazgo más allá de la General Paz y disputar “de visitante” más espacios de poder. Hostigado y ninguneado por Macri y sus acólitos durante toda su gestión, Monzó en teoría también trabaja para el proyecto presidencial de Larreta, pero aspira a ser candidato a gobernador. Además, continúa liderando cómodamente los sondeos incluso en el Gran Buenos Aires (“¿quieren hacerlo al Pelado presidente?”, se escuchó en el Instituto Patria cuando bajó la orden de reabrir las escuelas). Sin embargo, las internas de Pro podrían incrementar las chances de Facundo Manes, impulsado por un radicalismo que imagina en él un candidato con el cual recobrar protagonismo y poner en valor la profusa red partidaria que aún conserva en la provincia, en particular en el interior.
Manes, médico de profesión, podría capitalizar su formación y capacidad de comunicación frente al tendal que dejan la pandemia y la patética performance de la Argentina, que quedó aún más evidente por culpa del ranking elaborado recientemente por Bloomberg. La operación que intenta CFK, si tiene éxito, puede curiosamente acotar todavía más las chances de que el Frente de Todos transite estos comicios evitando los trastornos con los que ella misma fantasea luego de sus charlas con intendentes y de revisar los sondeos que forzaron el súbito pragmatismo de Kicillof y su gabinete. En efecto, su plan para estatizar el sistema de salud, incluyendo obras sociales y prepagas, desvía el foco de atención e hiperpolitiza con connotaciones ideológicas extremas la temática sanitaria, utilizando el escenario impuesto por el Covid-19 como pretexto para solicitar, en su clásico tono conciliador preelectoral, que no se politice la pandemia. No es para menos: la campaña electoral comenzará a recalentarse justo cuando la Argentina supere el trágico umbral de los 100.000 muertos. Curioso que frente a tamaño fracaso del Estado, Cristina proponga más estatismo en un país sin moneda, donde el Gobierno prefiere no medir el desastre que la mortal combinación de caprichos y sindicatos hicieron de la educación y en el que la política exterior ha girado hacia el “progresista” encubrimiento de dictadores bananeros.
Los númenes intelectuales de la hipervicepresidenta parecen ignorar lo ocurrido en el pasado con proyectos parecidos. Al menos, en dos experiencias relativamente recientes. A comienzos de la gestión Clinton, la primera dama, Hillary, quedó al frente de un proyecto que aspiraba a refundar las bases de la estructura sanitaria norteamericana, siguiendo el modelo canadiense. No solo no prosperó, sino que desencadenó tal vigorización del movimiento conservador que derivó en la revolución republicana de Newt Gingrich y su “Contrato con América”, incluyendo una debacle electoral demócrata de medio término en 1994 que entregó el control de ambas cámaras al Partido Republicano, un hecho que no se producía desde hacía 40 años. La reacción antiprogresista creció exponencialmente, impeachment a Clinton mediante, constituyendo el principal antecedente del posterior Tea Party y, ciertamente, moldeando la candidatura de George W. Bush. El segundo caso es el más exitoso Obamacare, que acaba de superar otro embate en la Justicia, pero que derivó en una espectacular derrota legislativa en noviembre de 2010, cuando comenzaron a cuajar una fuerte reacción anti- Estado/gobierno que constituye unas de las principales vertientes de lo que un lustro más tarde conformó el fenómeno Trump. Conclusión: meterse con el sistema de salud, que en muchos de los países, incluyendo la Argentina, consume aproximadamente el 10% del PBI, puede desencadenar reacciones de notable magnitud. “Una 125 urbana”, la catalogó Willy Kohan.
Asfixiar al sistema de salud privado e intervenir en las obras sociales sindicales puede incrementar aún más la conflictividad en el tramo crucial de la campaña electoral. Pero, sobre todo, podría generar un portentoso incentivo para financiar las campañas de candidatos opositores, no solo JxC (o como termine llamándose luego de su necesario rebranding), sino sobre todo el peronismo disidente. Curioso destino de los gobernantes argentinos, que más temprano que tarde se convierten en los jefes de campaña de sus respectivos adversarios.

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