jueves, 3 de marzo de 2022

ASAMBLEA LEGISLATIVA 2022


Discurso de campaña y autocelebratorio

Claudio Jacquelin
Si el albertismo no hubiera muerto tantas veces antes de nacer, el mensaje presidencial de apertura de sesiones ordinarias 2022 debería interpretarse como el del lanzamiento emancipatorio de esa corriente nonata y su respectiva plataforma de gobierno para los dos últimos años de mandato.


Con esos antecedentes, sin embargo, corresponde reducirlo a un mensaje autocelebratorio (o autodefensivo) y repleto de buenas intenciones, que ofician de anticipada campaña para un incierto intento de reelección de Alberto Fernández en 2023. Imposible no advertir la inocultable pretensión de eludir el síndrome del pato rengo que siempre aqueja a los presidentes en el ocaso de mandatos sin mayores conquistas, desafiados interna y externamente.
Fue, por eso mismo, un mensaje que, en lugar de despejarlos, dejó expuestos como nunca límites, debilidades y fragilidades de la gestión de Fernández, subrayados por la imposibilidad de enviar al Congreso el acuerdo con el FMI (que sigue en discusión, como debió admitir el Presidente), y por la estruendosa ausencia de Máximo Kirchner. La autoindulgencia celebratoria y las fabulosas promesas no lograron opacar los problemas irresueltos y la fragmentación oficialista que lo acosan. Todo lo contrario.
En el cierre de la alocución, Fernández explicitó su propósito y la necesidad de saltearse etapas que lo extrapolen a un futuro imaginario desde este complejo presente. Admitió allí sin vueltas que la fuerza que lo llevó a la presidencia ya no existe como en sus orígenes y que está obligado a reinventarse dentro de un nuevo espacio. Tanto esfuerzo y atención puso en ese pronunciamiento que se olvidó de cumplir con el rito de expresar la fórmula con la que se deja abierto el período de sesiones ordinarias.
“Hay que sacar la utopía del pasado y volver a ponerla en el futuro”, concluyó en lo que puede interpretarse no solo como un relanzamiento sino también como un homenaje póstumo al kirchnerismo con el que el cristicamporismo lo confronta a cada paso.
Allí radican algunas de las grandes incógnitas que dejó abiertas Fernández en su penúltima presentación ante la Asamblea Legislativa. ¿A quienes intentó interpelar y a quiénes se propuso convocar con tales palabras? ¿Con quiénes cuenta o pretende contar para transitar el futuro? Inmediato y mediato.
Los hechos muestran que hasta aquí no ha construido ninguna base de sustentación propia ni ha alcanzado logros que la cimenten. Aunque haya sostenido que el país ya ingresó en un “sendero virtuoso”. Fernández suele ser más audaz con las palabras que con las acciones. No fue la excepción.
Tampoco su discurso explicó cómo conseguirá alcanzar los fabulosos resultados que prometió con los proyectos anunciados, que, por lo demás, siguen siendo una suma de medidas aisladas sin ningún plan que las sistematice y las articule. Las inconsistencias siguen incólumes, también en la dimensión económica.
Por lo pronto, aunque sobreactuó la mesura en el tono de su discurso, las palabras del Presidente no hicieron más que terminar de romper puentes con la oposición para lograr el apoyo que demanda en el tratamiento parlamentario del acuerdo con el FMI. Y, como si eso fuera poco, reveló su intención de hacer corresponsable de las consecuencias a quienes voten el entendimiento: “Será el acuerdo de todos”, dijo, al tiempo que se reservó el rol de “poder administrador”. Casi un mero ejecutor. Demasiado explícito, quizás, para semejante pretensión de no pagar costos y quedarse con la renta presunta.
El ataque a los cambiemitas pareció un gesto de audacia excesiva, confiando en la división opositora, cuando todavía carece de alguna certeza al respecto y, sobre todo, desconoce cuántos de los propios le darán su avala la hora el acuerdo con el FMI. Por eso, no pudo ofrecer precisiones sobre el entendimiento. En el FDT son demasiados los que siguen mirando de reojo o están en contra. Más ahora que, como reconoció el Presidente, la suba de tarifas será superior al tope que el cristicamporismo había fijado como aceptable.
Por eso, toda la presentación de Fernández se pareció demasiado a un extenso manual de expresiones de deseos de una hora y cuarenta minutos de duración. Como un largometraje. Por eso, también debió sabreactuar “albertismo”, después de su primer discurso, en 2020, en el que interpretó el rol del equilibrista del siempre complicado circo interno, y del segundo, en 2021, en el que se mostró más cristinista que nunca, para cohesionar la coalición gobernante en el año electoral. Ninguno de esos papeles le depararon satisfacción y mucho menos le pavimentaron el futuro.
Por eso, ahora prometió que no habrá ajustes, sino expansión, gasto y obras públicas. Ni sometimiento a imposiciones externas. Ni reforma laboral, ni jubilatoria, ni, ni, ni…. Promesas. O construcción de ilusiones.
Fernández podrá tratar de compensar la ausencia del hijo de su vicepresidenta con la fragmentación que desnudó en público el interbloque de Juntos por el Cambio, con el retiro de los legisladores amarillos, que se entregaron dócilmente a la provocación, sobreactuando indignación ante una imputación que nada tuvo de novedosa ni de imprevisto.
Sin embargo, el favor que le hicieron los opositores (o el daño que estos se hicieron a sí mismos al abandonar el recinto) no es equiparable en términos prácticos para su administración con el desaire que decidió resaltar Máximo Kirchner. Más aún cuando tampoco estuvo en el Congreso otro de los principales referentes de La Cámpora que ocupa un cargo más que relevante en el gabinete nacional. Wado de Pedro eligió ausentarse oportunamente para hacer una gira por el exterior, que en mucho se pareció a una instalación personal en el ámbito internacional. Aunque sigue siendo ministro del Interior.
La actitud de los legisladores de Pro, cuestionable en el plano democrático y de nulo efecto político concreto, difícilmente le depare al Gobierno algún provecho tangible para resolver los desafíos que lo esperan en lo inmediato.
Solo puede aspirar a que se trate de un anticipo de conflictos más serios dentro de la coalición opositora, más allá de las conocidas diferencias existentes en las distintas facciones cambiemitas, que se potenciaron con el show de ayer y no aplaca un comunicado de ocasión, pero que no preanuncian ninguna ruptura. Todo es a futuro. Incierto.
Más concreto es que difícilmente el Presidente y su gobierno puedan suturar las heridas internas que anidan en el oficialismo con las diatribas a la oposición, los medios de comunicación y la Justicia. Ese es, en definitiva, el corpus permanente de todas sus presentaciones ante el Congreso y en las tribunas ante su parcialidad. Fuegos de artificios en algunos casos, balas de fogueo en otros y amenazas a los enemigos comunes, destinados a tratar de cohesionar el siempre desafiante frente interno. Pero, al final de cuentas, más dañino en el registro simbólico institucional que exitoso para la consolidación de su autoridad.
A pesar del énfasis y el tiempo que el Presidente le dedicó a recitar su catálogo de logros y promesas, es en el propio espacio interno donde siguen sin aceptarlos o considerarlos suficientes para rendirse ante su autoridad y encolumnarse.
La reciente derrota electoral, a la que Fernández prefiero eludir, el resultado de las encuestas respecto de la gestión del gobierno y de las expectativas de futuro, así como los cuestionamientos y desafíos explícitos e implícitos de los propios parecen hablar de otro país que no estuvo en el discurso presidencial. No todo es culpa de los medios hegemónicos.
Los recortes de la realidad y la edición sesgada de los hechos sobre la realidad internacional también expusieron los límites y las singulares visiones del Presidente, tanto como los intentos por congraciarse con sus censores frentetodistas, empezando por Cristina Kirchner.
La tibia crítica a la sangrienta invasión rusa de Ucrania fue matizada con la exclusión de toda mención al agresor Vladimir Putin y la referencia a la salvadora llegada de la vacuna Sputnik. Dos de cal y una de arena. Al mismo tiempo, decidió omitir cualquier mención al apoyo de Estados Unidos para destrabar la discusión con el FMI. Y concluyó con el reconocimiento a China, que “siempre nos ha apoyado”, al anunciar la ampliación del préstamo swap) para mejorar las más que exiguas reservas del Banco Central.
Tal vez, en este terreno también pueda advertirse otro intento de eludir el presente, para entregarse al sueño de un futuro más promisorio o más beneficioso. El declive de Occidente es un hecho, pero tal vez se esté saltando demasiados pasos y corriendo un alto riesgo de quedar a contrapié. Más aún en medio de una guerra, que puede tener efectos negativos para la economía nacional, desatada por un régimen autocrático, que niega valores y principios con los que la Argentina democrática se identifica. Y a los que el propio Fernández dice adherir. No son contradicciones secundarias.
La realidad (nacional e internacional) es más compleja y menos feliz que la que el Presidente dibujó con su mensaje.
Suele ser el pecado original de los discursos de lanzamientos de gobiernos y candidaturas. Pero Alberto Fernández ya ha consumido más de la mitad de su mandato.
El discurso se pareció demasiado al lanzamiento de un intento de reelección
Fernández dibujó un presente y un futuro más promisorio aún que el que ven los propios

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.