Familia viajera. Cómo visitar 60 países con poco presupuesto
Con cuatro hijos, una economía espartana durante todo el año, mucha investigación y puntilloso diseño, los Giusiano cumplieron el sueño de recorrer los destinos más remotos
Alejandro Rapetti
Desde muy chico Eduardo Giusiano siempre quiso viajar. Le llamaban la atención los lugares lejanos, los místicos, los exóticos. Esos que aparecían en los libros de Emilio Salgari, de Julio Verne. Se imaginaba parado en las pirámides de Egipto, en la muralla china, en la India.
Para su esposa Alejandra, en cambio, su sueño era formar una gran familia. Juntos integraron sus sueños, el desafío que tomaron como modo de vida y desarrollaron a través del tiempo. Eduardo y Alejandra tienen cuatro hijos y todos han recorrido 60 países en los cinco continentes.
Eduardo y Alejandra son chaqueños. El es ingeniero, tiene 65 años y trabaja empleado en relación de dependencia; Alejandra se formó como profesora preelemental, aunque su pasión es el arte. Tiene 53 años y un emprendimiento de artesanías pintadas a mano y mosaiquismo.
La primogénita, Sofía, nació en 1996, y en su primer cumpleaños partieron en la primera travesía a Medio Oriente. De ese primer viaje vino Sabrina, que nació en 1998 y cuatro días después de su primer cumpleaños partieron hacia el Lejano Oriente con la meta de andar en bicicleta en la muralla china. Matteo fue encargado en Cuba y nació en 2001 y unos años después, con la llegada de Tomás, quedó conformada la familia.
Por entonces decidieron contar sus experiencias en una web que dio vida a un logo y estilos propios donde se presentaban como familia viajera (familiaviajera.com.ar).
“Todos han tenido una vida normal (casa, perra, abuelos, cumpleaños, escuela), y los viajes como legado en vida. Familia Viajera no se planificó, es la evolución de este par de sueños. Eso sí, hay un punto que nunca cambió, que es el sentirnos viajeros y no turistas. Para nosotros el turista es el que pasa, va, ve, y sigue su camino. El viajero es el que trata de involucrarse, aunque sea por un momento, en esa cultura local, el que trata, aunque sea con un hecho chiquitito, de llevarse algo o brindar algo a su paso. Y lo que aprendimos también es que no está ligado al tiempo, pueden ser segundos en la vida que te cambian y te quedan grabados en el corazón”, señala Giusiano.
Más allá de los obstáculos ligados a los recursos necesarios para llevar adelante cada proyecto, al principio tuvieron que manejar con recelo el armado de cada viaje. Partir a “esos lugares” con bebés, fue traumático para su entorno más cercano. “Salvo para mi mamá que me entendía, y luego mis hermanos que me apoyaron, el armado de los viajes fue casi secreto. Los comunicábamos solo unos días antes de partir. Recuerdo un domingo cuando anunciamos que el miércoles partíamos a China. Y más adelante el armado del viaje a Egipto durante el cual los chicos preguntaban “¿Cuándo podemos contar?” , luego de la India estaban todos curados de espanto y el armado de los viajes pasó a ser también algo que compartir”, cuenta Giusiano, para el que todo sigue siendo un proceso de aprendizaje.
Con el transcurso del tiempo su forma de viajar fue evolucionando de distintas maneras, desde técnicas de todo tipo sobre la planificación, el equipamiento, el entrenamiento y todo lo relacionado a la “ingeniería” operativa de familia viajera hasta la “evolución espiritual”, más relacionada con el propósito de esos viajes.
“En esta instancia, los viajes dejaron de ser sólo viajes y pasaron a ser una pequeña misión de acercar culturas, abrir mentes, minimizar paradigmas a través de nuestras propias vivencias. Nace aquí también la apertura a compartir, salir del confortable anonimato y exponerse un poco a juicios e interpretaciones, pero el propósito lo valía”, sigue Giusiano, que plasmó las experiencias de sus viajes en dos libros: Guardianes de Sueños. Memorias de una familia Viajera (2017) y el flamante Guardianes de Sueños II. La aventura sin fin.
Y añade: “Acorde al crecimiento de la familia en cuanto a sus edades, las limitaciones laborales del momento, la economía y el destino propuesto, la época del año a seleccionar y los tiempos de duración del viaje, el diseño se cambiaría y adaptaría las veces que fuera necesario hasta cerrar un proyecto viable”.
Ante la pregunta sobre cómo financian los viajes, responde: “No hay un secreto, hay una sumatoria de pequeñas y sistemáticas acciones. Antes que nada, no somos nómades, son travesías diseñadas militarmente con un muy arduo trabajo atrás de planificación para conseguir las conexiones necesarias tanto aéreas como humanas para poder ir ensamblando al menor costo posible cada pieza. Hay un proceso de aprendizaje y entrenamiento de años que lleva a lo que defino como: “toma de riesgo” que baja los costos y que por dar un ejemplo es jugarse a tomar servicios de un desconocido en la otra parte del mundo o comprar pasajes en una web asiática en aerolíneas impronunciables”.
Asegura que el foco familiar es clave, que de dejan de lado muchas cosas, no existe el fin de semana largo o cualquier cosa que distrajera fondos del proyecto general de ese año. No habla de privación es sino de elección. “Muchos quedarían sorprendidos de la cantidad de dinero en pequeñas cosas prescindibles que anualizado implica un monto considerable. El manejo económico financiero familiar ha sido siempre espartano, el propósito lo valía. Podría agregar que la alimentación en viaje es onda supervivencia, que siempre usamos la misma ropa, que nuestras valijas datan de 2008, que hemos pasado Navidad o Año Nuevo dentro de un avión porque era más económico. A veces ni yo mismo sé cómo hemos logrado hacer lo que hicimos.”
Nunca dejaron de lado trabajos y estudios por los viajes. Mientras los chicos iban al secundario, la época de partida era la más apropiada según el destino en cuanto a clima y costos. En los colegios presentaban un pedido formal con compromisos de estudio a cumplir antes, durante, y después del viaje. “Se me viene a la mente la imagen de Sofía trabajando en un escrito en un tren en Moldavia”.
Cuando fueron universitarios, se concentraron los viajes sobre fin de año. Esto significaba que debían focalizar los viajes en el hemisferio sur (época de verano) y /o prever algún equipo adicional para frío. Los viajes más largos fueron de unas 6 semanas máximo y los más cortos de 3 semanas aproximadamente.
Con respecto a los destinos que los marcaron, Giusiano asegura que hay un antes y un después luego del viaje a India: “Algo se movió en nuestro interior, pero no puedo responder qué ni por qué, creo que viene ligado a una evolución. El último viaje a África occidental fue otro gran aprendizaje, todo lo que podía fallar, falló y de lo previsto para ver y vivenciar, nos tocó vivir parte de su realidad de vida diaria. En todo viaje lo que no ha dejado de sorprender es la naturalidad con la que toman mis hijos, como cuando uno nace aceptando la diversidad como algo normal, natural y bello. Uno simplemente se sumerge en ella y la disfruta.”
Eduardo Giusiano
“Todos han tenido una vida normal (casa, perra, abuelos, cumpleaños, escuela), y los viajes como legado en vida”
“Salvo para mi mamá, que me entendía, y luego mis hermanos, que me apoyaron, el armado de los viajes fue casi secreto. Los comunicábamos solo unos días antes de partir”
“Los viajes dejaron de ser solo viajes y pasaron a ser una pequeña misión de acercar culturas, abrir mentes, minimizar paradigmas a través de nuestras propias vivencias”
“No somos nómades, son travesías diseñadas militarmente con un muy arduo trabajo atrás de planificación para conseguir las conexiones necesarias tanto aéreas como humanas para poder ir ensamblando al menor costo posible cada pieza”
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