sábado, 12 de marzo de 2022

LA BENDICIÓN DE DIOS Y LA PAZ PARA UCRANIA


Hitler y Putin
Jorge Faurie y Andrés Cisneros
El brutal ataque ruso a Ucrania nos instala en un escenario del siglo XIX, cuando diferencias entre naciones aún se resolvían demasiado frecuentemente por la fuerza. Una cosa es creer que se tienen razones y otra muy distinta es tratar de imponerlas por las armas. Nosotros lo vivimos con Galtieri, el mundo lo vivió con Hitler y de nuevo ahora con Putin. Gran Bretaña en 1833 y Putin hoy primero poblaron territorios ajenos con habitantes propios y luego se apresuraron a “defender” a esa población trasplantada cuando chocó con quienes antes vivían allí.
Esta locura de hoy hace recordar, en forma alarmante, la ocupación por Hitler de los Sudetes checos, que fue seguida por la anexión de Austria y la invasión de Polonia –repartida desvergonzadamente con la Rusia comunista de Stalin–, abriendo las compuertas de la terrible Segunda Guerra Mundial, cuyo devastador desarrollo y trágicas consecuencias marcaron indeleblemente el siglo pasado, aun hasta nuestros días. Stalin no combatió a Hitler y el nazismo, se alió con él y solo entraron en guerra cuando luego Alemania invadió Rusia territorialmente. La lucha por los valores la dejó a cargo de Occidente.
Como Hitler ayer, Putin trasunta un rasgo común a todos los “superhombres” que, al decir de Borges, son tan retrógrados que siempre terminan teniendo su futuro por detrás. Pero por ahora ha conseguido poner a los líderes mundiales ante el dilema de comportarse como Chamberlain o como De Gaulle, esperando a un Churchill que sea capaz de hacernos enfrentar a la barbarie rediviva.
El presidente Zelenski denunció “nos dejaron solos” y, mientras los ucranianos se inmolan en incontables muestras de coraje, sus vecinos y aliados parecen rodar en una zaranda que evite arriesgar soldados propios en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, aunque finalmente, con lento impulso de EE.UU., parecen ir articulando una posición común para enfrentar al Oso moscovita .
Al igual que Hitler con la Paz de Versailles, Putin alimenta el nacionalismo de los rusos recordando la humillación de la caída de la URSS y el florecimiento liberal que los expone a la peligrosa ejemplaridad de la democracia.
Putin ganó un cruento primer round pero, recordando a Napoleón, las bayonetas sirven para todo menos para sentarse sobre ellas y su ocupación de Ucrania ya ha ingresado en tiempo de descuento para cerrar cuanto antes las negociaciones.
Rusia no es el país más grande del mundo por casualidad; en toda su historia no ha hecho sino someter a sus vecinos. A favor de su poderío nuclear, la fenecida Unión Soviética pudo coleccionar un collar de Estados subordinados que le sirvieron de colchón militar, pero la caída del Muro de Berlín hizo que la casi totalidad de esos “rehenes estratégicos” rompieran esa dependencia, dejando las fronteras rusas expuestas a la atracción de la libertad democrática de esos renacidos Estados que gradualmente se occidentalizaban, peligro mortal para el sovietismo.
Occidente subestimó la reacción del orgullo ruso cuando volvió a rodear a Rusia con los mismos países que habían sido sus vasallos, pero esta vez aliados con Occidente e incluso con catorce de ellos ya miembros de la OTAN. Ahora, la opción de incorporar a las neutrales Suecia y Finlandia a esa Organización podría convertirse en otro ejercicio de riesgoso bumerán.
Se ha dicho que el desmembramiento de Ucrania por Rusia no puede compararse con el despojo en Malvinas, porque ocurrió en el siglo XIX, cuando el derecho internacional aún estaba en construcción. Sin embargo, estamos hablando de relaciones internacionales, algo más amplio que el derecho internacional y allí ambas acciones son perfectamente comparables. Gran Bretaña en 1833 y Putin hoy coinciden en imponer su voluntad expansionista mediante una fuerza no provocada.
Esta gangrena de dictadores, que se sienten habilitados para emplear la violencia, ya ha hecho metástasis por medio mundo incluyendo, lamentablemente, a nuestro propio continente. Lo que debe entenderse es que, al igual que ante Hitler, hoy debemos decidir en qué clase de mundo queremos vivir. Mientras tanto, el canciller argentino declara que no debemos tomar partido.
El daño que esta agresión de Putin causa al sueño de una humanidad que pudiera ser, cada día, menos brutal y más comprometida con los valores de libertad y respeto por la humanidad y sus derechos tomará décadas en repararse. El precio de la libertad es la eterna vigilancia.

Excanciller y exvicecanciller de distintos gobiernos argentinos

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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