lunes, 7 de marzo de 2022

METIDITA LA KKKK


La mano aviesa de Cristina, haciendo lío

Carlos M. Reymundo Roberts
Estamos engualichados. Engualichados: dícese de los países que tienen que atravesar circunstancias dramáticas cuando están conducidos por gente manifiestamente inhábil. Solo una conjura de demonios puede hacernos enfrentar, bajo el reinado de los Fernández, el combo de Covid, deuda con el Fondo Monetario y desparramo planetario por la guerra infame del zar Putin.
En el mismo paquete meto a los dos: presi y vice. Desde las sombras, calladita pero activísima, ella ha sido incluso más dañina que él, lo cual ya es mucho mérito: Alberto odia perder en ese terreno. Cubramos al profesor con un manto de piedad. Primero, porque en el reparto de dones se quedó retrasado, o dormido, o consideró que no era una instancia importante, y al llegar le tocó recoger migajas; después, porque Cristina conocía esa debilidad de origen, sabía que su amigo era ofrecido como producto de segunda selección, y así y todo urdió la patraña de hacerlo presidente. Ahora está aún más pesarosa que nosotros. Pesaroso/a: dícese de la persona que es consciente de haber elegido al peor de la fila.
Cómo no vamos a ser misericordiosos con Meme: fue Cristina la que borró del recetario cualquier vacuna que viniera del imperio y le ordenó, después de cerrar trato con Putin, ir de compras a Moscú; claro, la Sputnik, rechazada como veneno en los países a los que viajan los argentinos, no nos llegó en tiempo y cantidad porque antes había que vacunar a las tropas de aire, mar y tierra que iban a invadir Ucrania. Fue Cristina, desde el primer momento, la que consideró que cualquier acuerdo con el FMI que no fuera no pagar, o pagar hacia el final de los tiempos, era un delito de lesa popularidad. Fue por ella, para calmar su ira, que él se arrojó a los pies de Putin y le prometió serle fiel tanto en la prosperidad como en la adversidad, tanto si respetaba a sus opositores o los exterminaba, tanto en la paz como si se le ocurría desatar una guerra colonialista. Ella, siempre ella. Detrás de todo está ella, y a él ya lo ha dejado atrás. Le leo los labios: “¡No se les ocurra volver a votar a este tipo!”.
"El rosario de mentiras del profesor en su discurso merecía un poco más de complicidad y respeto de la vicepresidenta"
Compadecerse de Alberto es la obligación de la hora. Como muy pocos argentinos interrumpieron el feriado del martes para escuchar el discurso en el Congreso, me permito pintar un poco el cuadro. El Presidente tuvo que enfrentar gritos, rechiflas y la intempestiva retirada de la bancada de Pro, y que no lo acompañaran ni Máximo Kirchner, ni varios de los diputados de La Cámpora, ni algunos de sus ministros, ni la mayoría de los gobernadores peronistas; pero el peor flagelo fue tenerla al lado a Cristina: estoico, soportó sus mohines, que se riera y jugara con sus jopos en pleno minuto de silencio por las víctimas del Covid y de la guerra, que le diera órdenes, que asintiera con la cabeza cuando dijo que no era infalible, que hablara cuando él estaba hablando, que terminara sacándole el micrófono. El rosario de mentiras del profesor merecía un poco más de complicidad y respeto.
Lo increíble es que Alberto no haya logrado su aprobación después de dedicarle el discurso casi enteramente a ella. Algunos de los párrafos más vehementes, al borde del grito, fueron aquellos en los que defendió el acuerdo con el Fondo, pero tuvo la gentileza de no mirarla. A él no le leí los labios, sino el pensamiento: “Cris, no me podés hacer tanto bolonqui porque vas a tener que pagar un aumento de 130% en la luz y el gas de tus departamentos de Recoleta y Puerto Madero”. En la Argentina “se acabaron los tarifazos”, dijo, también levantando la voz. Qué presencia de ánimo, qué arrojo se necesita para presentar subas de hasta 130% como un triunfo frente al ajuste desalmado que reclamaban los desalmados del FMI. ¿Pedían más del 130%? Menos mal que se interpuso Alberto. Por eso, pido para él clemencia. Está muy bien sincerar las tarifas, ya era hora, pero a Macri todavía le duelen los clavos de cuando lo crucificaron por hacerlo. “Se acabaron los tarifazos”. Tremenda frase, acaso la más audaz de su interminable anecdotario. Ya me la imagino en pancartas, spots de campaña y, por supuesto, en los libros de historia; en seminarios y tesis, en el manual del buen bribón. Y me imagino las carcajadas en el staff del Fondo. A Cristina le causó gracia el minuto de silencio y no ese anuncio. Una amarga.
Otros amarguetis son los de Pro que abandonaron el recinto: se perdieron los momentos más desopilantes, falsedades dichas con gran solemnidad, revoleo de cifras y promesas, ovaciones inverosímiles. Replicaron el gesto de Máximo, de La Cámpora, y le hicieron el juego a la vice, que hizo una mueca de aprobación cuando los vio irse. Era la oportunidad de marcar diferencias, no de asimilarse a ellos. No insistan: ser oposición cerril del Presidente es una disciplina que solo se aprende en el Instituto Patria. Y las buenas lecciones antisistema las da Milei. Lo mejor hubiese sido quedarse hasta el final y aplaudir. Aplaudir que por fin había terminado.

Me gusta que esta columna haya salido con ese tono seriote que la distingue. Para reírse, en YouTube está el discurso completo.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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