lunes, 21 de marzo de 2022

MI IDENTIDAD UCRANIANA....QUE DIOS PROTEJA A SU PATRIA


La identidad ucraniana, porosa e inclusiva, se fortalece en la adversidad
Una escritora nacida en Ucrania narra su cambiante relación con su país de origen
Zanna SloniowskaUna mujer, con el rostro maquillado con la bandera de Ucrania, en una protesta
Hace unos años, después de dar una charla en una pequeña ciudad polaca, un hombre se acercó a la mesa donde estaba sentada. “¿En qué idioma sueña?”, me preguntó. “En todas las lenguas que hablo”, respondí con sinceridad (soy básicamente trilingüe). “Usted es una persona sin identidad”, respondió con un ligero aire de condena.

Sonreí. Su comentario no era inusual: había escuchado distintas versiones de lo mismo muchas veces en los años que pasaron desde que me mudé a Polonia. Al parecer, solo había una forma adecuada de ser polaco y una forma de pronunciar las palabras polacas. Sin embargo, había algo que, como otros polacos criados con un estrecho sentido de la identidad nacional, no entendía. Soy de Ucrania y la identidad ucraniana es porosa, inclusiva, de múltiples capas y, sobre todo, una obra en proceso.
Nací en Leópolis en 1978. Entonces, en la Unión Soviética, la ciudad había pertenecido a Polonia durante casi 400 años y había sido un lugar donde convivían polacos, ucranianos, judíos y armenios. En mi juventud, estaba impregnada de esta identidad fronteriza y me consideraba una persona que se encontraba en la intersección de culturas, sin estar nunca totalmente vinculada a una de ellas. Por eso, cuando cayó la Unión Soviética, no me interesó mucho el nuevo Estado ucraniano. En cambio, anhelaba ver París, Roma y Madrid, con sus iglesias y museos, aunque eso significara pasar hambre, dormir en parques y pedir que gente que no conocía me llevara en su coche.
Después de mis viajes, quise establecerme en algún lugar y elegí Polonia, cumpliendo el sueño de mi abuela de vivir en el país. Ni siquiera lo llamé emigración; al fin y al cabo, mi ciudad natal solo estaba a unos 300 kilómetros de distancia. Pero después de que Polonia ingresó a la Unión Europea en 2004, la frontera entre los dos países, que antes era tan fácil de pasar, se llenó de alambre de púas.
Empecé a soñar con la abolición de la frontera. Si Ucrania formara parte de la Unión Europea, por ejemplo, podría volver a apreciar mi identidad fronteriza y las cosas podrían parecerse un poco a la Segunda República Polaca, el Estado de entreguerras en el que convivían polacos, ucranianos y otras nacionalidades.
En aquel momento, no me consideraba realmente ucraniana. Era de Leópolis; hablaba ruso, polaco y ucraniano, y vivía en Polonia: eso me parecía suficiente. Pero en 2004 estalló en Ucrania la Revolución Naranja, que expresaba no solo la oposición de los ucranianos a la corrupción, sino también, quizá más profundamente, sus anhelos europeos. Me encontré, por primera vez en mi vida, sosteniendo la bandera azul y amarilla. Fue la concepción de mi identidad ucraniana, dijo un amigo.
En 2014, otra revolución se extendió por las calles de Kiev. Con epicentro en Maidán, la plaza central de la ciudad, los manifestantes exigieron con valentía que el gobierno revirtiera su decisión de abandonar un acuerdo de asociación con Europa y se comprometiera con una vía pro-occidente. Las cosas se tornaron violentas y algunos manifestantes pacíficos –casi cien– fueron asesinados. Esto, que se conoció como la Revolución de la Dignidad, dio origen a mi identidad ucraniana.
Miles de mis compatriotas se trasladaron a Polonia tras las manifestaciones y la anexión de Crimea por parte de Rusia. Taxistas, peluqueros, médicos y profesores empezaron a hacer que el áspero susurro de la lengua polaca se volviera alargado y melodioso. Los tabúes históricos seguían ahí, pero también las relaciones amorosas, los negocios y los niños ucranianos-polacos recién nacidos. La estricta frontera de la UE seguía ahí, pero el espíritu de una renovada Segunda República Polaca también flotaba en el aire.
Ahora, el mestizaje y la fusión de los dos países ha alcanzado nuevos niveles. Desde el primer día de la invasión rusa, mi celular ha sonado casi sin interrupción. Casi no había un amigo o conocido polaco que no expresara su solidaridad o no estuviera dispuesto a invitar a los refugiados a su casa, ni uno que no quisiera conducir, alimentar, curar, dar, apoyar. Ha sido una asombrosa avalancha de sentimientos de compañerismo. Fue como la fiebre de un nuevo amor: de pronto, las banderas ucranianas estaban por todas partes.
La frontera también ha cambiado. Ahora los ucranianos pueden cruzar sin documentos, sin pruebas de Covid. Pueden llevar a sus mascotas. Pueden hacer llamadas gratuitas y tener boletos de tren gratis. Cuando cruzan la frontera, todas las puertas de Polonia están abiertas para ellos. Los polacos incluso han empezado a traducir sus dibujos animados al ucraniano, para ayudar a los niños refugiados a reírse y relajarse después de las noches que han pasado escuchando las sirenas que alertan sobre los ataques aéreos.
El propio significado de la palabra “ucraniano” está cambiando en Polonia. Antes contenía matices como, por ejemplo, “el oriental” o “el hombre del pueblo” o incluso “hombre salvaje”. Ahora suena diferente. Cuando se pronuncia la palabra, oigo “el valiente guerrero” y “nuestro hermano”. Para los que dejan su vida atrás bajo la presión de los bombardeos y los ataques, un saludo fraternal parece precisamente lo más adecuado.

Novelista ucraniana-polaca y autora de The House With the Stained glass Window

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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