Alberto y Cristina, jaqueados por la crisis de liderazgo
Fernando Laborda
Con diferentes matices, los últimos días demostraron que a los distintos sectores de la coalición que gobierna la Argentina solo los une la desesperación. Hace meses que Alberto Fernández y Cristina Kirchner han dejado de trabajar en equipo, y la incertidumbre política que despierta su conflicto personal se ve acrecentada por un simple hecho: el Presidente nunca fue un líder y la vicepresidenta está experimentando, día tras día, el ocaso de su liderazgo.
La desesperación de Alberto Fernández por retornar al centro de la escena y evitar convertirse en un prematuro pato rengo explica que, en sus mensajes públicos, se anime a coquetear con la posibilidad de su reelección o, como días atrás en José C. Paz, a desacreditar a quien “quiere hacernos creer que en 2023 estamos perdidos”, en indirecta referencia a la propia vicepresidenta.
Solo la desesperación del gobierno nacional para conseguir donde sea y como sea recursos que permitan continuar financiando prácticas populistas puede explicar el tan desatinado como insólito proyecto oficial para gravar la “renta inesperada”. Una iniciativa que, además de atentar contra la seguridad jurídica y constituir una doble imposición tributaria, desalentaría el emprendedorismo, la generación de riqueza por vías legítimas y la creación de fuentes de trabajo. La improvisación en materia económica no solo quedó expuesta en esa iniciativa; también, en una inquietante frase presidencial: “Iremos viendo cómo atacamos la génesis de la inflación”.
Solo la exasperación por su situación judicial, más allá de su conocida obsesión por controlar a jueces y fiscales, permite interpretar la inédita y controvertida maniobra de Cristina Kirchner de forzar la división del bloque oficialista de senadores con el fin de birlarle una silla en el Consejo de la Magistratura a la oposición.
El primer mandatario solo tuvo conocimiento de la maniobra urdida por Cristina Kirchner a través de las redes sociales. Aunque el jefe de Gabinete, Juan Manzur, respaldó la decisión de los senadores, allegados a Alberto Fernández aseguran que la jugada de la vicepresidenta no le agradó: señalan que la calificó como “innecesaria” y sostuvo que lo que debieron hacer tanto Cristina como Sergio Massa, en su carácter de titulares de ambas cámaras legislativas, era pedir a la Corte Suprema una prórroga del plazo fijado para sancionar la nueva ley que determine cómo debe componerse el órgano que interviene en el proceso de selección y remoción de magistrados. Pero la vicepresidenta, con su particular estilo, se anticipó a todos.
Hasta la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti, desacreditó la jugada de Cristina Kirchner cuando, pretendiendo justificarla, dijo que los dirigentes de Juntos por el Cambio “nos tienen habituados a este tipo de trampas de la democracia”.
Sin embargo, el jefe del Estado optó por el silencio, escudándose en que el Poder Legislativo es un poder independiente del Ejecutivo. Lejos en el tiempo quedaron sus críticas a Cristina Kirchner, formuladas allá por 2012, cuando acusaba a la entonces presidenta de la Nación de estar “renegando” del funcionamiento que ella misma le impuso al Consejo de la Magistratura y de “decirles desembozadamente, por cadena nacional, a los argentinos que ella tiene un interés concreto en el resultado de una causa judicial” y de plantear “que quiere que se designe en un juzgado, donde está la causa por la que ella tiene interés, a un juez que le garantice el resultado que ella quiere”. También quedó como un reque, cuerdo la oposición que Fernández manifestó a un aumento del número de miembros de la Corte Suprema de Justicia de cinco a nueve, como el que ahora busca imponer el cristinismo. “La Corte debe tener cinco miembros, lo otro es fantasía”, afirmaba el actual presidente de la Nación en 2016, al tiempo que cuestionaba la idea zaffaroniana de incrementar aquel número para dividir al máximo tribunal en salas.
Si la Corte respondiera hoy al Gobierno, nadie estaría pensando en semejante reforma. También parece claro que instalar de nuevo una reforma judicial ayuda a desviar la atención de los principales problemas de la agenda ciudadana, que pasan por las penurias económicas de los argentinos y por una inflación en marzo, alcanzó un récord en los últimos veinte años y que, de acuerdo con las estadísticas de los primeros días de abril que se manejan en el Indec, continuaría siendo elevadísima en el presente mes.
Al margen de la toxicidad que guía hoy la relación entre el Presidente y la vicepresidenta de la Nación, y de la admisión en la Casa Rosada de que Cristina Kirchner está hoy “más preocupada por salvar su legado que por salvar al Gobierno”, Alberto Fernández no parece dispuesto a echar de su gabinete a nadie que reporte al cristinismo, pese a las presiones que ha recibido de parte del propio equipo ministerial que reniega de la influencia de la expresidenta.
Aunque no faltan quienes, cerca de él, aseguran que no tolerará más desplantes públicos de ningún funcionario, el Presidente no quiere aparecer como el responsable de la fractura de la coalición oficialista.
Tampoco Cristina Kirchner parece decidida a hacerlo. Por un lado, porque ni ella ni los dirigentes de La Cámpora están dispuestos a abandonar las suculentas cajas del Estado que administran, como la Anses, el PAMI y las principales empresas con participación estatal. Por otro, porque recuerdan que cuando Carlos “Chacho” Álvarez renunció en el año 2000 a la vicepresidencia de la Nación y dejó el gobierno de Fernando de la Rúa, experimentó una caída en la consideración de la opinión pública de la que no se recuperó.
Las diferencias dentro del elenco ministerial siguen a flor de piel. Continúan siendo indisimulables las peleas del ministro Martín Guzmán con el secretario de Comercio, Roberto Feletti, y con el subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, quien recientemente volvió a cuestionar con duros argumentos el aumento tarifario, en cuya necesidad insiste el titular del Palacio de Hacienda. La confesión de Guzmán de que no le ha pedido al FMI una revisión de las metas fiscales irritó una vez más a sectores del cristinismo, donde cada alusión de Alberto Fernández y su séquito a su eventual reelección presidencial provoca nuevas indigestiones.
Los días posteriores a la Semana Santa pasaron sin los cambios de gabinete que algunos imaginaron. Pero la casa dista de estar en orden.
A pesar de la tensión que signa su relación con Cristina, el Presidente no dejó de prodigarle algunos guiños, como si estuviese convencido de que el inestable equilibrio que caracteriza a la coalición gobernante es preferible al riesgo de gobernar en soledad.
Por empezar, la representación de la Argentina en la Organización de Estados Americanos (OEA) se abstuvo de votar la suspensión de Rusia como país observador en ese organismo hasta que retire sus tropas de Ucrania, apoyada por la mayoría de los países del continente.
Por si esto fuera poco, el primer mandatario afirmó que los problemas en Venezuela se estaban “disipando” y que era momento de ayudar a ese país (léase, al régimen chavista). Se trató de una declaración, dirigida a justificar el retorno de un embajador argentino a Caracas, tan inoportuna que se produjo en el preciso momento en que la dictadura de Nicolás Maduro ordenaba la detención de Olga Mata y su hijo, Florencio Gil Mata, por haber subido a Tiktok un video humorístico con referencias críticas a figuras del gobierno venezolano. Se los acusó del insólito delito de “promoción al odio”, que contempla penas de hasta veinte años de cárcel. Los venezolanos no solo no son libres para elegir su propio destino. Ahora, ni siquiera pueden hacer chistes en las redes sociales
Los días posteriores a la Semana Santa pasaron sin los cambios de gabinete que algunos imaginaron. Pero la casa dista de estar en orden
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