lunes, 25 de abril de 2022

¿QUIÉN QUIERE UNA PONZOÑA COMO AMIGO ?


Cristina, cada vez más sola


Sergio Suppo


Poder judicial
Basta con mirar bien y escuchar con atención a Cristina Kirchner. La centralidad que sus fieles le atribuyen es cada vez más una ilusión que una realidad.
La realidad de la vicepresidenta no es otra cosa que una decadente muestra de su obsesión por zafar de la Justicia, la inocultable división del territorio político que comanda y la debilidad de una gestión que le arruina el presente y le destruye el futuro.
"La ancestral creencia de que el peronismo nunca puede ser derrotado alimenta la superstición que impide a muchos ver lo evidente: hay un oficialismo en crisis y en retirada"
El reino kirchnerista está en ruinas. Y sus protagonistas recelan hasta de sí mismos, alineados por la visión conspirativa que en otros tiempos tan buenos resultados produjo para sumar adhesiones. Ya no funciona tan bien el viejo recurso de simplificar con sospechas situaciones complejas.
La ancestral creencia de que el peronismo nunca puede ser derrotado alimenta la superstición que impide a muchos ver lo evidente: hay un oficialismo en crisis y en retirada, y una jefatura en retroceso que intenta supervivir con maniobras de juego corto y argucias de medio pelo. Son los hechos.
En las últimas semanas, regresó al primer plano el enfrentamiento del kirchnerismo con la Corte. Es parte de una vieja secuencia que se arrastra desde que el matrimonio Kirchner llegó de Santa Cruz con la intención de extender a toda la Justicia el dominio absoluto que había impuesto sobre los jueces y fiscales santacruceños. No era allá, en el sur, una mera expresión absolutista, sino una acción de preservación del poder y de la capacidad de actuar sin controles que Néstor Kirchner tenía incorporada como parte esencial de su funcionamiento político.
"Cuando se describe en la Argentina la crisis del Poder Judicial pocas veces hay una mirada sobre las justicias provinciales"
Todo debe ser dicho. Kirchner no inventó esa desviación. Cada cacique provincial actuó de manera más o menos similar, al extremo de que todavía hoy las justicias locales son, en el mejor de los casos, una extensión de los deseos del poder político de turno.
Cuando se describe en la Argentina la crisis del Poder Judicial pocas veces hay una mirada sobre las justicias provinciales, allí donde los ciudadanos recurren con mucha mayor asiduidad que a los estrados de la Justicia Federal.
Cristina compartió la misma ambición de conquista que su marido y la acentuó hasta el extremo de la obsesión cuando, al despuntar su primer mandato, empezaron a acumularse causas judiciales que la incriminan y buscan establecer el monumental circuito de recaudación ilegal que hubo desde que empezó la presidencia de los Kirchner. Más de 15 años de una cruzada desde el propio trono político de la Argentina ha fracasado. Con altibajos, Cristina nunca logró domesticar a jueces y fiscales que se empeñan en hacer su trabajo.
Cristina llevó al país al borde de una crisis institucional crónica antes y después de todo porque quiere zafar de sus causas. Cuando los enredos, como los del Consejo de la Magistratura o los choques con la Corte, cobran mayor intensidad siempre conviene recordar ese dato básico y elemental.
La vicepresidente desnuda su impotencia con maniobras de efecto inmediato al precio más alto que el beneficio. En una semana intentó que un juez de primera instancia borrara un fallo definitivo de la Corte remando contra el más elemental principio piramidal de todo sistema judicial. Horas después recurrió a la avivada de dividir el bloque del Senado para birlarle un lugar a la oposición en el Consejo de la Magistratura.
La jugada tiene un efecto político inmediato sin que se conozcan aún sus consecuencias definitivas. El gol con la mano que gritó Cristina y con ella sus fanáticos obró el milagro de unificar a los opositores y dividir todavía más a los bloques oficialistas. En este último caso no es la fractura inventada por ella, sino la que deriva de las diferencias que ya separan al sector de la vicepresidenta de quienes se refugian en el destartalado gabinete de Alberto Fernández.
Hasta el ubicuo Sergio Massa tomó distancia del “descuidismo” kirchnerista respecto de los miembros del Congreso ante el Consejo de la Magistratura y nombró a una diputada opositora ante el reclamo del bloque oficialista de que no había llegado a tiempo para replicar la jugada que Cristina llevó a cabo en el Senado.


Los fuegos de estas horas son parte del mismo incendio que desvela a la vicepresidenta. Convencida de la máxima yabranista de que quien tiene el poder puede hacer cualquier cosa, a Cristina se le corporizaron todos los fantasmas de la condena y la cárcel no bien vio que las elecciones parlamentarias del año pasado podían ser un adelanto de otra salida del poder nacional el año próximo.
Más por experiencia que por principios válidos, Cristina tiene buenas razones por las que estar preocupada. En la Argentina, quedar fuera del mando supone para cualquier dirigente perder capacidad de maniobra ante los tribunales. Hay un dato duro que ya no puede soslayarse. La Justicia construyó anticuerpos en los últimos 15 años a fuerza de ser sacudida por presiones constantes de la familia Kirchner.
Las apariciones de Cristina solo en el tema en el que más le ajusta el zapato la retratan ajena a los dramas que conducen a la derrota electoral. La distancia que pretende imponer sobre el rumbo de su propio gobierno es un ensayo sobre el que también es evaluado su liderazgo en las mismas filas del oficialismo.
El vuelo corto de las últimas horas, como su fallida orden de tratar de bloquear el acuerdo con el sistema financiero global, presenta a Cristina lejos del poder que sueña tener y que ya perdió. Tal vez, en forma definitiva.

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