jueves, 13 de octubre de 2022

CAPTURA Y MUERTE DEL CHE


El militar que capturó al Che Guevara. Quisieron matarlo, fue preso y hoy carga con el peso de la historia
Gary Prado es boliviano, escribió un libro y es constantemente buscado por periodistas y agentes de inteligencia de todo el mundo
Mariano Chaluleu
Gary Prado, de 84 años, tiene casi cien cuadros colgados de las paredes de su estudio, pero en ninguno aparece una foto del Che. Periodistas, colegas y amigos le han preguntado, sorprendidos, por qué no atesora ninguna imagen del argentino, si fue él quien lo capturó, fue él quien le habló por última vez antes de que fuera ejecutado y también fue él quien, durante más de una década, guardó el reloj Rolex del guerrillero más famoso del siglo XX. Pero le baja el tono a esos hechos: “La captura del Che es apenas un incidente pequeño de media página en los libros de historia”, dice . Y añade: “He hecho cosas más importantes”.
“Este tema no termina más, pero uno se acostumbra”, descarga. Es que, a pesar de que hoy se cumplen 55 años del día en el que él y su pelotón pusieron fin a la aventura del Che en Bolivia al detenerlo, el tema lo rodea como si hubiera ocurrido ayer. Cada aniversario redondo –lustros, décadas–, cientos de periodistas lo llaman para entrevistarlo. Siempre dice que sí. A veces, el asunto lo arrastra hacia situaciones más complejas. Un día, unos diplomáticos de la embajada cubana en La Paz lo visitaron en su casa; se habían hecho pasar por noteros de un canal cubano. “Solo querían hablar”, recuerda, “me querían evaluar, solo tenían curiosidad”.
Prado decidió que quería entrar al Ejército boliviano cuando tenía apenas 15 años, y nunca imaginó que a los 29 años sería el líder del pelotón que acorralara a Guevara en la selva de La Higuera. Lo recuerda triste, desnutrido y rendido. Mucho menos pensó que luego tendría la oportunidad de preguntarle por su excursión por África, o de dialogar sobre táctica militar con él y conocerlo un poco mientras le ofrecía un cigarrillo y un café. Pero fue eso lo que le tocó.
Años más tarde, sufrió un intento de asesinato por esos hechos. También fue herido de bala en una confusa situación (quedó en silla de ruedas) y hasta fue preso durante el gobierno de Evo Morales, quien llegó a acusarlo de ser el que fusiló al guerrillero a sangre fría. “Fue una corrección política, un montaje disparatado”, explicará más adelante. Llegó a incursionar en la política y hasta fue embajador boliviano en el Reino Unido y en México. Aunque ni siquiera en esas etapas se salvó de los intentos de escrache o los ataques violentos “por ser el que capturó al Che”.
Prado, a sus 13 años, se enamoró de lo mejor del ejército. En 1952, su padre, que también era militar, fue enviado como agregado a la embajada de Bolivia en Londres. Viajó toda la familia y vivieron allí dos años, durante los cuales asistieron a numerosos eventos de gala y almuerzos diplomáticos. “Fue el año que más me marcó. Me impactó mucho ver a esa Inglaterra recién salida de la Segunda Guerra Mundial. Imaginate, todavía había racionamiento de comida”, cuenta. Allí hizo el servicio premilitar: “Usaba uniforme, pero uniforme inglés”, ríe. Todavía faltaban unos meses para regresar a Bolivia, pero ya sabía qué quería hacer de su vida: ingresar al colegio militar. Y allí fue.
Una vez graduado tuvo un breve intento de especialización en el área hípica del ejército. “Practicábamos bastante y competíamos en los concursos hípicos que había en la fuerza”, explica. Pero las urgencias lo llevaron a hacer carrera en inteligencia. “En 1962 vino a Bolivia una comitiva estadounidense para darnos un curso de operaciones contra las guerrillas como preparación para lo que se veía venir en el continente”, cuenta. Prado nunca se consideró acérrimo odiador de la guerrilla. Pero sí la veía como una invasión extranjera. Desde el día uno, su trabajo fue combatirla, con mucho desconocimiento y más desventajas.
–¿Estaban al tanto de la estrategia con la que la guerrilla planeaba ingresar al Che a Bolivia?
–Absolutamente no. El ejército fue sorprendido cuando unos trabajadores de una compañía petrolera vieron salir del río a tres hombres barbudos con armas que sacaban plata y la ponían a secar al sol. El Che ya estaba en Bolivia.
“Al principio hubo tres emboscadas fatales. Teníamos tropas sin preparación, soldados locales que no habían tenido una instrucción especializada. Bolivia era un país pobre, no teníamos posibilidades de renovación de material militar. Seguíamos usando el armamento de la guerra del Chaco mientras que ellos tenían armas automáticas. Había un desequilibrio muy fuerte”, recuerda.
–¿Cuáles fueron las primeras medidas que tomaron los altos mandos?
–La primera decisión fue aislar la zona que ellos ocupaban. Pero no era fácil, la “zona” eran 40 mil hectáreas de puro monte y selva. Luego, el gobierno dialogaba con los campesinos del Chaco. Les enseñaba que había una invasión externa, comunista y que el país no quería eso, y que los bolivianos tenían que pelear contra los comunistas.
–En su libro usted describe que Guevara tenía mucha dificultad para reclutar a los campesinos bolivianos de la zona. ¿Por qué le sucedía eso?
–Por las características psicosociales de los campesinos. Eran muy bolivianos de corazón y habían peleado en la guerra del Chaco. Eran muy cercanos al presidente René Barrientos, que los visitaba mucho. El Che les hablaba de recuperar sus tierras, pero ellos ya eran propietarios de esas tierras desde hacía años... En esos 9 meses de operaciones, la guerrilla no consiguió un solo recluta. Eso demuestra la poca capacidad de convocatoria que tenían. Además los guerrilleros querían darles clases de quechua a las personas de esos pueblos, y ellos hablaban guaraní o español, no estaban interesados.
Con el correr de los meses y los años, el Che y sus soldados fueron perdiendo fuerza. Llegaron a ser menos de 50 hombres deambulando sin rumbo por la selva, comiendo caballos, mulas y lo que hubiese para cazar y mendigándole a los campesinos de la zona por refugio y abrigo. El revolucionario, en su bitácora, escribía: “Los últimos días de hambre han mostrado una debilitación (sic) del entusiasmo”.
Prado describe esto en La Guerrilla Inmolada, su libro, en el que reconstruyó los últimos días del revolucionario argentino hasta el 9 de octubre de 1967, el día en el que fue fusilado en La Higuera. Lo capturó el batallón del militar boliviano en la quebrada del Churo, luego de bloquearles todas las salidas y superarlos ampliamente en número. “Ellos eran 16, nosotros 650”, detalla.
El guerrillero narró en su diario que, a veces, cuando se cruzaban con civiles, debían apresarlos o convencerlos de una manera u otra de que no los delatasen. Una línea de lo que escribió el 7 de octubre de 1967 –un día antes de que lo atrapasen– contaba: “Una vieja que iba pastoreando sus chivas entró en el cañón en el que habíamos acampado y hubo que apresarla [...] Se le dieron 50 pesos con el encargo de que no fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas”.


Una jornada después, Prado envió a sus patrullas en búsqueda de los guerrilleros. Un campesino llamado Pedro Peña había notificado que vio pasar a los partisanos y el ejército quería anticiparles los pasos. Peña se había escondido y esperado hasta el amanecer para darle esa información al Ejército. Aproximadamente a las 9 de la mañana, dos soldados que él ubicó estratégicamente para bloquear un escape le gritaron “¡Aquí tenemos dos!”. Uno era Guevara, el otro era Willy Cuba. En ese momento, el argentino utilizó la reconocida frase “No me maten, soy el Che; les valgo más vivo que muerto”.
El comandante a cargo de esos dos soldados debía asegurarse de que, en efecto, ese fuese el Che. Entonces le pidió que extendiese la mano izquierda, donde, tal como les habían dicho, se observaba una cicatriz que se había indicado como una señal de identificación. El combate continuó hasta la media tarde. Los capturados fueron amarrados a un árbol y llevados 20 metros monte abajo, al puesto de comando.
–El Che escribió en su diario que varios de sus soldados estaban mal de ánimo y que él tenía comienzos de edemas en las piernas. ¿Notó todo eso?
–Efectivamente. Estaba prácticamente al límite de sus capacidades físicas. Tenían poca comida; se comían caballos, mulas de la zona, salían a cazar pero en esa zona no había nada para cazar, la vida silvestre estaba reducida.
–¿Llevaban muchas cosas con ellos? ¿Qué les extrajeron?
–Tenían una cámara fotográfica y varios rollos de película sin revelar. Hicimos un inventario. También había una pistola 9 mm, dos libros sobre socialismo, US$3000 y 8000 pesos bolivianos que dividimos entre los soldados por orden del comandante; también llevaban mapas, ollas con huevos... Y claro, el diario del Che.
Un diálogo que nunca olvidará
Momentos después del combate, los dos guerrilleros fueron llevados a la escuelita de La Higuera. Se ubicó a Chang en un aula y a Guevara en otra. Gary Prado fue el último hombre que dialogó con él. En La Guerrilla
Inmolada reconstruyó esas conversaciones, que, según recuerda, “fueron varias charlas de cinco minutos cada una”. A continuación, algunos fragmentos destacados. –Gary Prado: ¿Cómo se siente?
–Ernesto Guevara: Bien, me pusieron una venda y aunque siento algo de dolor, no se puede evitar, ¿no?
–GP: Lamento que no tengamos un médico con nosotros, pero de todas maneras mañana a primera hora vendrá el helicóptero y será llevado a Vallegrande, donde podrá ser atendido mejor.
–EG: Gracias, me imagino que deben estar ansiosos por verme allí.
–GP: Seguramente. ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?
–EG: Sí. Hay algo más, pero no sé cómo decirlo.
–GP: Dígalo, no tenga reparos.
–EG: Tenía conmigo dos relojes que fueron quitados por los soldados... Uno es mío y el otro de Tuma, uno de mis compañeros.
–GP: Acá los tiene. Guárdelos. Nadie se los quitará.
Guevara le pidió a Prado que se los cuidara porque eran muy notorios y se los podrían quitar nuevamente. Prado aceptó.
–GP: Me interesa conocer de primera mano el por qué de esta acción tan disparatada... –EG: Desde su punto de vista, tal vez... –GP: Tengo la impresión de que se equivocó desde el principio al elegir Bolivia para su aventura.
–EG: La revolución no es una aventura [...] Tal vez fue un error elegir Bolivia. La decisión no fue totalmente mía, otros compañeros también participaron.
–GP: ¿Fidel?
Guevara no quiso ahondar. Se limitó a responder: “Otros compañeros y otros niveles”.
Después, Prado debió ir a atender diligencias. Cuando volvió al día siguiente, el guerrillero había sido fusilado. El certificado de defunción, firmado por los doctores Moisés Baptista y José Martínez, indicó que el cuerpo había llegado a la localidad de Vallegrande el 9 de septiembre a las 5.30 de la mañana con “múltiples heridas de bala en el tórax y las extremidades”. Sus restos fueron trasladados en helicóptero, en una camilla que iba atada entre los patines de aterrizaje.
–Prado, ¿se quedó con ganas de seguir la charla?
–Yo estaba con sentimientos de alivio. Tenía 29 años, esposa, hijos. Quería que se acabara eso, volver a mi casa. Había corrido mucho riesgo, muchos oficiales habían muerto. “¡¡Basta, no quiero más!!”.
–¿Qué pudo saber sobre el momento del fusilamiento?
–En la escuela, el comandante de la división recibió la orden y les dijo a los siete suboficiales presentes: “Necesito voluntarios”. Todos levantaron la mano. Usted, allá... dijo, señalando la habitación en donde estaba el Che. Y disparó sin más. No hubo discursos de despedida como se llegó a decir, nada de eso. El encargado fue Mario Terán Salazar (fallecido en marzo de este año).
–¿Habló con Terán alguna vez?
–Sí. Le pedí que nunca hiciera publicidad ni entrevistas. ¿Para qué se iba a amargar la vida?
–En anteriores entrevistas usted dijo que fue un error matar al Che porque eso permitió que “naciera el mito”. ¿Sigue sosteniendo esa opinión? ¿Cree que se podría haber hecho algo distinto?
–No había posibilidades... Yo conversé esto años después con el general Alfredo Ovando, el jefe de las fuerzas armadas de ese entonces. Yo estaba escribiendo mi libro y le pregunté cómo se había tomado esa decisión. Me dijo que se reunieron el presidente, el jefe de Estado Mayor y él. Analizaron la situación y primero pensaron en un juicio. “Va a ser un alboroto”, dijeron. “Va a terminar condenado a 30 años de cárcel, porque acá no hay pena de muerte“. Tampoco había dónde ponerlo, no había cárceles de máxima seguridad en Bolivia. El presidente dijo: “Ejecutémoslo, yo asumo la responsabilidad”.
–¿Es cierto que lo quisieron matar en Brasil
–Sí, es verdad. Yo estaba haciendo un curso en la Escuela de Estado Mayor en Río de Janeiro. Estaba en un colectivo, volviendo a casa con un compañero de curso, un militar alemán. Él se bajó una parada antes que yo; lo siguieron tres hombres y lo mataron a balazos. Una de las hipótesis de la policía fue que me buscaban a mí y que se confundieron. Años después, dos de ellos murieron, y, el que quedó vivo, confesó. Pertenecía a una célula ligada a movimientos socialistas.
Prado cuenta que más adelante le entregó el Rolex del Che al cónsul de Cuba en La Paz para que se lo hiciera llegar a la familia. Nunca supo si lo recibieron. La historia se teje siempre de conjeturas y misterios.

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