La historia tenía otro papel para Fernández y Massa
Férreamente unidos hubiesen sido el contrapeso ideal del kirchnerismo en el Frente de Todos, en procura de una estabilidad perdida hace rato
Pablo Sirvén
En el cierre del Coloquio de IDEA, el presidente Alberto Fernández embistió indirectamente contra su mentora, Cristina Kirchner, al preguntarse en voz alta frente a los empresarios, con el solo afán de enaltecer su gestión: “¿Alguien les pidió un centavo para hacer obra pública?”. Y también: “¿Alguien usó la AFIP para que se metan en las empresas de aquellos que nos critican?”
La primera pregunta resultó una atrevida mojada de oreja a la vicepresidenta en el peor momento de su vía crucis judicial: antes de fin de año habrá sentencia en la causa Vialidad, que la tiene sentada en el banquillo de los acusados. La segunda es otro estiletazo que sugiere y deja picando que en anteriores administraciones kirchneristas hubo aprietes de ese tenor. “Y nadie los mandó a espiar” pudo parecer un tiro por elevación a las imputaciones que en esa materia se le hacen al gobierno de Mauricio Macri, pero también tenía resonancias para CFK.
¿Qué cabe esperar de esta bravata presidencial? Nada, absolutamente nada, más allá de los previsibles malestares que se producen en las filas kirchneristas. O sí: un mayor internismo tóxico que complicará aún más una gestión tan ineficiente.
Si este episodio hubiese ocurrido al poco tiempo de asumir Alberto Fernández como presidente podría haber tenido otra relevancia, porque se hubiese entendido como una auspiciosa declaración de independencia inicial de su jefa política. Tres años después, ya sabemos que Fernández puede afirmar algo a la mañana y a la tarde contradecir lo anterior, sin ningún problema. Y que sus palabras no suelen traducirse en hechos. Además, ya es muy tarde para desmarcarse. Pero, lamentablemente, demasiado temprano para seguir otro año así, acumulando problemas sin resolverlos.
El “volvemos mejores”, finalmente fallido, con el que el Frente de Todos engañó a sus votantes en 2019, terminó siendo un mecanismo inviable de conducción administrativa y política. Pero no tanto, paradójicamente, por el kirchnerismo en sí, del que no cabía esperar, por su propia naturaleza, una mejora en lo que se refiere a comportamientos democráticos y de consensos, tan alejados de sus maneras autocráticas de ejercer el poder, sino por el proceder de los otros dos socios de la coalición, el presidente Alberto Fernández y el ahora ministro de Economía, Sergio Massa, que en lo que va de esta frustrada experiencia, si bien nunca chocaron de frente, siempre actuaron a cierta distancia, sin unir jamás sus fuerzas de verdad, algo que parecía del todo lógico dadas ciertas similitudes en sus anteriores recorridos políticos.
Veamos: en las dos últimas elecciones presidenciales, el “factor Massa” fue decisivo para que, en 2015, sin proponérselo, facilitara la llegada al poder de Mauricio Macri (al dividir el voto peronista) y para que, en 2019, inclinara la balanza, al convalidar, ya como aliado, el engendro de Cristina Kirchner –la fórmula Fernández-Fernández, con ella misma como vice– que se materializó en el lánguido cuarto gobierno kirchnerista que estamos atravesando.
Alberto Fernández tampoco se quedaba atrás en los variados aportes que venía haciendo ya desde los albores de este siglo para remozar al peronismo con una audaz reingeniería como cofundador exitoso del kirchnerismo en 2002/03 y con sus intentos posteriores como armador de fórmulas encabezadas primero por el propio Massa y después por Florencio Randazzo.
Fernández y Massa vuelven al redil K en 2019 solo por el afán de ganar, aun cuando tras ser ambos jefes de Gabinete de gobiernos kirchneristas, se alejaron y marcaron fuertes disidencias con aquello de lo que habían sido parte sustancial. Hasta hoy, en las redes sociales, todavía se exhuman viejos videos donde se los ve como feroces fiscales del cristinismo.
No supieron, no quisieron o no pudieron cumplir con el papel que la historia les reservaba para esta crucial etapa política: ser juntos –férreamente juntos– el contrapeso interno del kirchnerismo, no necesariamente agresivo, ya que el internismo constante y corrosivo, como se puede observar, invalida cualquier tipo de gestión estable y racional, pero sí como un freno estabilizador que marcara límites claros desde un comienzo al sector más virulento de la coalición.
Massa, mientras estuvo al frente de la Cámara de Diputados, procuró mantenerse a prudente distancia de sus dos principales aliados y solo cultivó ciertas afinidades con el máximo delfín de la señora de Kirchner, una manera de hacer equilibrio y preservarse de la lucha sórdida, y después desatada, entre ambos Fernández.
La riesgosa misión que ahora lleva adelante para tratar de salvar del naufragio a la economía tiene un móvil más personal que no fascina precisamente a sus socios: ser el próximo presidente de la República.
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