El beso inolvidable. De símbolo romántico a un problema para el autor
La emblemática foto que tomó Robert Doisneau en París le trajo dolores de cabeza durante más de 30 años
Constanza Bengochea
Al término de la Segunda Guerra Mundial el mundo estaba deseoso de señales que representaran una vuelta a la normalidad. Con esa premisa, la revista Life encargó al fotógrafo francés Robert Doisneau una serie de fotografías que capturaran el espíritu de París luego del conflicto bélico.
En junio de 1950, la revista estadounidense publicó, junto con otras imágenes similares, Le baiser de l’hôtel de Ville (El beso del ayuntamiento), que mostraba la naturalidad con la que los parisinos se besaban en cualquier lugar de la ciudad. Algo poco frecuente para esa época. Aunque la foto es considerada un símbolo del romanticismo parisino, no fue hasta tres décadas después que alcanzó el éxito.
Doisneau había logrado capturar “el momento de pasión de una pareja” con el beso de dos jóvenes que se abrazan frente al edificio del ayuntamiento de París, mientras los peatones pasan indiferentes a su lado. Los especialistas catalogaron la fotografía como un perfecto ejemplo del “fotoperiodismo espontáneo”.
Lo curioso de esta historia, además de su fama tardía, es que el éxito de la fotografía se convirtió en un dolor de cabeza para Doisneau: durante los años siguientes distintas parejas reclamaron ser los protagonistas de la imagen y el autor, en la última etapa de su vida, terminó envuelto en una gran polémica que, según sus hijas, repercutió en su salud y lo llevaron a la muerte.
Cuando la imagen fue publicada pasó desapercibida. La foto integraba una serie fotográfica de la nota titulada “Speaking of pictures”. No fue hasta el comienzo de los años 80 que un editor republicó la imagen que comenzó a venderse como póster.
Rápidamente se convirtió en uno de los afiches fotográficos más vendidos. Los adolescentes querían en su habitación la imagen que inmortalizaba la magia del amor. Se sumaron postales, calendarios y publicidades con la imagen. En poco tiempo vendió medio millón de ejemplares, algo inusual en ese entonces para una foto.
En 1983, Doisneau dijo a su biógrafo lo que recordaba de la célebre instantánea: “No es fea, pero se nota que es fruto de una puesta en escena, que se besan para mi cámara”. Esas palabras tal vez adelantaban el final y la verdadera historia de la imagen, porque Doisneau era conocido en el mundo de la fotografía como un experto de la “imagen robada a la realidad”.
A la par del éxito, llegaron los reclamos. Un sinfín de personas aseguraban ser las protagonistas de la emblemática foto y Doisneau recibió centenares de cartas. Una pareja, los Lavergne, fueron los más insistentes. Escribieron a la hija de Doisneau, Annette, y aseguraron ser los amantes de la foto. Aunque Doisneau no lo negó ni confirmó, decidieron llevar su reclamo a los juzgados con el ánimo de recibir un porcentaje de los beneficios generados por los derechos de imagen.
En el medio de la polémica, irrumpió la actriz y modelo Françoise Bornet, que aseguró ser la protagonista junto a su novio de aquel entonces, Jacques Carteaud. “No me importaba permanecer en la sombra, pero me irritó la desvergüenza de los Lavergne. Doisneau nos eligió a mí y a Jacques. Ambos estudiábamos arte dramático”, dijo.
Mientras avanzaba el juicio, Doisneau, que hasta entonces se había mantenido inmutable, decidió hacer una revelación. Dijo que los amantes eran Bornet y su novio Carteaud. Según sus dichos, habría visto a la pareja en un cafetería y les pidió que posaran para él en la calle.
“Nunca me hubiera atrevido a fotografiar a gente de esa forma. Enamorados que se besuquean en la calle raramente son parejas legítimas”, dijo Doisneau.
Frente a la confesión del autor, en 1993, la Justicia rechazó el reclamo de los Lavergne, aunque los problemas legales para el fotógrafo no terminaron. Ahora era Bornet quien quería una parte de los beneficios de la imagen. Pero su reclamo también fue rechazado. Doisneau aportó pruebas de que, en su tiempo, había pagado la suma acordada, que incluía una copia de la fotografía que él mismo envió a Bornet. “Las pocas veces que he utilizado modelos siempre les pagué”, dijo indignado.
De todas formas, Bornet obtuvo su provecho. En 2005 subastó la fotografía autografiada que Doisneau le había enviado después de la toma y, para su sorpresa, la puja alcanzó los 185.000 euros.
Por otra parte, la confesión de Doisneau inició una encendida polémica acerca del valor documental de la fotografía. Todas estas cuestiones trajeron mucho sufrimiento a Doisneau, que falleció a los 81 años, un año después de que se resolviera el conflicto.
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