lunes, 2 de enero de 2023

AL MARGEN


La frase del año tiene cuatro palabras
— por Héctor M. Guyot
En una vida que se acelera, las transiciones se acortan. Ya no hay pausa entre una cosa y otra. Esos intervalos vacantes, tan necesarios para discernir en qué medida la vida que estamos llevando es efectivamente nuestra y no una carambola determinada por circunstancias ajenas, ya casi no existen. No hay tiempo para pensar, como decía el estribillo de una vieja canción de Dylan. O para ser, sin tener que hacer. Esas pausas son a nuestra existencia lo que las plazas o los bares a las ciudades: la posibilidad de salir del flujo para mirarlo todo desde cierta distancia. La vida respira al ritmo de los ciclos, pero la ausencia de transiciones adormece nuestra percepción de los cambios y decolora la realidad. Todo nos empieza a dar lo mismo.
Disculpen la filosofía barata. Es que la Navidad pasó demasiado rápido, sin hacer ruido, y ahora estamos a un día del Año Nuevo y no siento en el cuerpo esa sensación de nuevo comienzo o de posibilidad que suele llegar con la inminencia del estreno de otro almanaque. Tampoco tengo una clara conciencia del año que se va. Y me resisto a que todo se convierta en una repetición monocorde de lo mismo. En lo personal, si vuelvo la mirada a 2022, podría rescatar la publicación de una novela y un viaje al exterior para visitar a mis hijas. Eso, en el plano de los hechos. ¿Y en el otro? Estamos cambiando permanentemente, como el día o la flor, solo que no nos damos cuenta. ¿Qué cambios produjo en mí el año que hoy despedimos?
En la esfera colectiva, inescindible de la íntima, me pasa algo parecido. Me cuesta hacer un repaso mental de los hechos que marcaron el año y solo tengo presente los últimos. Este es un balance que podría compartir con los lectores, pienso. A fin de cuentas, buena parte de los pesares y las alegrías de este año las compartí con ellos, así como ellos, en el foro, compartieron lo suyo conmigo. Estiro la mano para abrir el cajón más bajo de mi escritorio. Allí voy guardando los recortes de estas columnas, aunque muchas veces me olvido de hacerlo. Un repaso por las que escribí durante el año podría llenar, de modo azaroso, los vacíos de mi memoria.
Una de las primeras, de enero, me devuelve a las vacaciones de Luana Volnovich, directora del PAMI, y su pareja en una exclusiva isla caribeña, donde repusieron fuerzas para seguir adelante con la revolución nac&pop. Cerca, en Managua, durante la asunción del dictador nicaragüense Daniel Ortega, el embajador Daniel Capitanich estrechaba lazos con Venezuela, Cuba e Irán.
En febrero, Putin lanzó su invasión a Ucrania, pocos días después de que Alberto Fernández le ofreciera nuestro país como “puerta de entrada a América Latina”. Este fue un año en que los autócratas de izquierda y de derecha perseveraron en su empeño de destruir las democracias. “Putin invade Ucrania en nombre de la libertad. Cristina Kirchner pelea con los jueces en nombre de la Justicia”, escribí entonces.
En marzo llegó el discurso del Presidente en la Asamblea Legislativa. Allí se indignó con la voracidad del capitalismo y la “indecencia de los poderosos”. En medio de un ataque a la oposición, el senador Cornejo le llamó la atención. “Yo no miento, Alfredo, me conocés”. Este fue el año en el que Fernández, un auténtico Zelig de las pampas, se quedó definitivamente sin palabra.
En abril, me lo recuerda otra columna, llegó la condena a ocho años de cárcel por corrupción contra Sergio Urribarri, exgobernador de Entre Ríos. Fue gracias a una fiscal valiente, Cecilia Goyeneche, que destapó un escándalo de contrataciones truchas que involucraba a todo el sistema político. La Justicia argentina, tantas veces cobarde, empezaba a asumir con mayor decisión su rol esencial dentro de la república.
Saltamos a septiembre. Allí tenemos el atentado contra Cristina Kirchner, aún no esclarecido, que el oficialismo intentó asociar al alegato del fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad. Poco antes, a fines de agosto, el fiscal había pronunciado la frase del año: “Es corrupción o justicia”. A principios de este mes, tras un juicio en el que la sociedad pudo acceder al despliegue de la prueba y a los alegatos de las partes, habló la Justicia. Y el tribunal condenó a la vicepresidenta a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos por defraudación al Estado.
Ya más cerca, y en la estela de un Mundial que nos devolvió a alegría, la Corte ordenaba al Gobierno devolverle los fondos birlados a la Ciudad. El peronismo más rancio (hay que ubicar aquí al kirchnerismo) y el Presidente respondieron con el desprecio al Estado de Derecho: no acatarían el fallo.
Hasta aquí, los hechos. ¿Qué cambió? Creo que el país empezó a recorrer el camino que lleva a vivir más cerca de la verdad, tras permanecer demasiado tiempo atrapado en la irrealidad del relato. Es decir, en algún momento de 2022 la Argentina modificó su trayectoria y puso proa hacia otro horizonte. Permítanme el atrevimiento de esta esperanza en un día en el que todos, cuando expire para dar paso al nuevo año, levantarán la copa y expresarán los mejores deseos. Salud
Creo que el país empezó a recorrer el camino que lleva a vivir más cerca de la verdad, tras permanecer demasiado tiempo atrapado en la irrealidad del relato

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