lunes, 20 de febrero de 2023

INFLACIÓN EN SUBA


La resistencia de los sectores más golpeados por la inflación
La suba de precios del 6% de enero reflejó una realidad que se tornó más aguda y que impacta de lleno en los bolsillos más ajustados del conurbano bonaerense, el bastión electoral del peronismo
 Juan Cruz Andrada y Federico G. del SolarLa Feria Rocamora, en Laferrere, testigo de los cambios de consumo en sectores medios y bajos
La persistencia del alza de precios, que se constató en el aumento del 6% en enero, obliga a las familias de clase media y baja del Gran Buenos Aires a implementar “estrategias de resistencia” ante el desplome de su poder adquisitivo. Paradójicamente, esta delicada situación económica y social ocurre en el territorio donde tiene más apoyo electoral el oficialismo.
“Lo justo y necesario”, dice Georgina Sheiffi mientras recorre con su chango los puestos de la Feria Rocamora, en Laferrere, partido de la Matanza. Su hijo de 25 años, con quien vive, le regaló la campera rosa de la Juventus que pasea con orgullo por las casi 7 cuadras en las que se estira la feria. Allí, no hay ningún producto en venta que desentone. “Hasta el cajón de un muerto se consigue acá”, resume Sheiffi que pese a recibir la colaboración de su hijo y tener dos trabajos, debe ceñirse a un estricto esquema de compra semanal: $5000 para “lo justo y necesario” en la Feria Rocamora. Familias, parejas, y jubilados se vuelcan sobre los puestos buscando precios y ofertas. Sheiffi dice sentir la inflación día a día, pero la sorpresa se la llevó a fines del año pasado cuando quiso programar su habitual viaje a la costa.
“Siempre me iba con una amiga por 15 días a Mar del Plata. Sin tirar manteca al techo, salíamos a comer, íbamos al teatro, al cine”, relata. Ante los nuevos precios de 2023 tuvo que rediseñar el viaje. “Sumamos a dos más para dividir gastos y nos fuimos las cuatro a un monoambiente por una semana”, relata y agrega: “Comimos todos los días en el departamento”.
Lejos de los porcentajes y los decimales, Sheiffi trata de explicar la inflación. “Hoy 1000 pesos son 100 pesos”, describe.
Tras la leve desaceleración de los precios en diciembre, el 6% de inflación registrado en enero cayó como un baldazo de agua fría para el Gobierno. Concluida la tregua inflacionaria, el ministro de Economía, Sergio Massa, -anticipándose al anuncio del Indec- comenzó a apurar la ampliación de Precios Justos incluyendo otros alimentos básicos como la carne, pero también poniéndole un tope de incremento a otros sectores como las cuotas en colegios privados. Mientras tanto, las agrupaciones sindicales comenzaron a golpear las puertas del Ministerio de Trabajo de Kelly Olmos para exigir actualizaciones salariales mayores al 60% anual sugerido desde el Palacio de Hacienda.
En medio de este contexto, el poder adquisitivo se desploma y las familias de clase media y baja son las más golpeadas. Según el director y economista jefe de Invecq Consulting, Matías Surt, los trabajadores informales (no registrados) fueron los que más poder de compra perdieron en los últimos cinco años. “Comparando el último trimestre de 2022 con el mismo período de 2017, la evolución del salario cayó 18% en empleados privados y registrados. El empleado público, en el mismo período, cayó 22% y en trabajadores informales está 40% abajo. Eso te marca que los trabajadores peor ubicados en la escala de ingresos son los más golpeados”, señaló en diálogo con la nacion.
“No alcanza”, dice Rocío Farías una madre soltera de 23 años que recorre la feria de Oro Verde, en Virrey del Pino, partido de La Matanza, el corazón de los votantes históricos del peronismo. Farías cobra un plan Alimentar y atiende una verdulería que alterna su funcionamiento entre en el Mercado Central y la feria sobre la que ahora pasea. Los cajones de verdura le ocupan cuatro puestos en la feria y por lo menos 12 horas del día. Los días en los que trabaja, Farías administra sus idas al baño: por cada una de ellas, los dueños de la casa frente a la cual instala la mercadería le cobran $50, y al final del día, junto con los cuatro puestos que alquila, asegura, “se sienten”. Dependiendo el día, Farías hace entre $2000 y $3000. Su hijo de 3 años, aparece y desaparece zigzagueando entre las improvisadas mesas comerciales de la plaza.
“El año pasado pude pagar una niñera pero no la pude sostener, ya se me fue muy arriba. Ahora lo llevo a todos lados”, describe. A la lucha diaria contra la suba de los precios, se suma la inseguridad. Hace dos semanas, mientras trabajaba en la feria, entraron a su casa y le robaron la heladera y las camas. “Una cama sale $7000 pesos, son 3 días de trabajo. Y sin comer”, se lamenta la madre.
“En las familias se genera -sobre todo en las mujeres- una cansancio físico y psíquico”, sostiene Ariel Wilkis, sociólogo y antropólogo del dinero. “La preocupación y aflicción por tener que conseguir el dinero para cuidar, alimentar y educar a la familia. En contexto de inflación, eso se acelera mucho más”, sostiene el especialista.
Para Surt, “el nivel de inflación en Argentina tiene una base del 6%” y puede variar por “factores estacionales”. “Está demostrado que los controles de precio no sirven para bajar la inflación. Pueden tener impacto marginal, en algún mes o producto particular. Sin embargo, todo sube, y sube en un mes diferente. Y si en el medio tenés algún ruido o sucede lo que pasó ahora con la carne, que se estaban liquidando muchas vacas (y el precio se mantenía) y ahora se empiezan a retener -sumado a las sequías- son factores particulares que pueden hacer que la inflación esté un poco más baja que el 6%, como en diciembre, y después tenés meses como febrero que probablemente la inflación esté en 6.5% o capaz cerca del 7%”, explicó Surt que asegura que “Massa no tiene un plan de estabilización”.
Cualquier porcentual inflacionario que arroje el mes de febrero por arriba del 5,2, llevaría la inflación interanual a los tres dígitos. Si el pronóstico de Surt se materializa, los festejos del gobierno por no tocar el 100% de inflación anual en diciembre serían solo un recuerdo.
Resistencia
“Está ‘incomprable’”, dice Hugo sobre la carne, a la salida de un supermercado sobre la ruta 205, en Llavallol. El jubilado, que prefiere no dar su apellido, se quedó largos segundos obstruyendo la salida del comercio mientras observaba el ticket con los precios de lo que había comprado. Con el ceño fruncido, disparó “me cobraron 500 pesos el kilo de tomate”. En el mercado central, el tomate se consigue por la mitad, pero aún así no registra el movimiento de otros años. Los pocos clientes que recorren la nave minorista aseguran que el viaje “ya no rinde tanto” y los comerciantes, que los micros que traían gente de los distintos municipios ya no están operando.
“Están pensando en cerrar”, dice Vanesa sobre los dueños de la carnicería el Estribo, en uno de los puestos de la nave minorista. La atiende hace 7 años y afirma que el flujo de gente se redujo muchísimo. “Hace un par de años atrás no dábamos abasto”, dice y señala un pasillo sin gente. Para esa hora, cerca de las 16, era normal haber atendido alrededor de 150 personas. Hoy su planilla indica que los clientes fueron solo 30. “Dos más dos es cuatro. No hay con qué”, acota otro empleado moviendo el dedo gordo por sobre los otros. “El sueldo quedó muy abajo. La gente sigue llevando los mismos cortes, pero en menor cantidad”, explica para más detalle.
Guillermo Oliveto, especialista en consumo, señala que la estructura socioeconómica del Gran Buenos Aires se compone casi en su totalidad con la ausencia de la clase alta: 32% clase media, y 65% clase baja. En ese espectro, describe, el consumo es de “dientes apretados”. “Es más de resistencia. Allí hubo que desarrollar múltiples estrategias para optimizar el dinero y los consumidores se vieron forzados siempre a elegir. Tenían muy claro que no podían todo lo que querían”, describe.
A la salida de un supermercado en Monte Grande, Cristina Leggi, una jubilada que vive con su hijo de 30 años, refrenda lo señalado por Oliveto. “No compro más facturas. $70 pesos cada una, no se puede”, y completa: “Solo ofertas y la marca más barata”.
En una línea similar a la de Oliveto, Wilkis, remarca la vuelta de otras dinámicas de intercambio en aquellas familias con sueldos que no resisten las cuatro semanas. Además, Wilkis advierte una expansión en la toma de deudas. “Cuando empezó a aumentar la inflación, detectamos que las familias no llegaban al día 10 del mes. Estamos observando mucha rotación de deuda, es decir, se paga una deuda e inmediatamente se toma otra”, explica.
“La inversión desaparece y se reduce la capacidad monetaria de la familia. Hay una reducción en el consumo, pero hay un umbral mínimo que no puede traspasarse”, explica. El investigador del Conicet señala que las deudas toman formas múltiples: con el comercio del barrio, con un familiar, con una tarjeta de crédito o con un prestamista. “También estamos observando un crecimiento en las dinámicas de trueque”, sostiene. Con el apoyo de la virtualidad y las plataformas de Internet, la actividad cobró mayor dinamismo. La nota saliente, según Wilkis, es que los productos que se intercambian son los “elementos básicos de los hogares”.
Desde otro ángulo, Vanesa, desde su puesto en El estribo, describe la gravedad de la situación inflacionaria con una imagen cruda que su llegada al trabajo le devuelve todos los días en la mañana. Hace más de un año, asegura, que está habituada a observar, en los alrededores del Mercado, gente revolviendo la basura en busca de las sobras del gran centro de comercio. “Esto es nuevo”, advierte.

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