Las redes nunca se toman vacaciones, y vos tampoco
¿Disfrutar del viaje o vivir buscando la selfie perfecta? Trabajamos para Internet también cuando intentamos desconectarnos
Hubo en tiempo en que descansar era también desconectarse; ya no más
Ariel Torres
Hacía varios años que no me tomaba vacaciones. La última vez fue en 2017, y tuve tanta suerte que en el medio de mi descanso detonó la bomba Cambridge Analytica en Facebook. En fin, gajes del oficio.
Luego de eso, y por un número de motivos que exceden por mucho la cuestión laboral, diseñé un plan que me parecía razonable: tomarme días aislados, aquí y allá, en lugar de dos o tres semanas seguidas. Obviamente, no funcionó. En realidad, funcionó mal, y luego de cinco años y una pandemia, mi estado mental era semejante al de un boxeador contra las cuerdas, siete segundos antes de caer desvanecido.
Así que respiré hondo, admití mi fracaso en la administración del tiempo libre y volví al esquema clásico. Como en otros tiempos, mi plan era desconectarme –sobre todo, de la avalancha de noticias cotidiana– e intentar reducir los niveles de cortisol al mínimo indispensable.
Ahora no era tan fácil descartar el teléfono como cinco años atrás. Ya saben cómo es. Apagar el celular y meterlo en un cajón se siente como cortar el soporte vital de un astronauta
Suspendí el programa que, de lunes a lunes, me muestra unos 300 titulares de tecnología por día en mis pantallas, me saqué el reloj, y entonces le tocó el turno al celular. Ejem. Esto no me lo esperaba. Me quedé mirando el aparatito. Notable que 140 gramos tengan semejante peso específico en la vida de un adulto. Me puse a pensar cuándo antes en la historia de la civilización algo tan pequeño había sido tan indispensable. Y los ejemplos que vinieron a mi mente no tenían nada que ver con la significación de un smartphone. Pero dejo eso para otra columna; hay mucho paño para cortar ahí.
La cuestión es que ahora no era tan fácil descartar el teléfono como cinco años atrás. Ya saben cómo es. Apagar el celular y meterlo en un cajón se siente como cortar el soporte vital de un astronauta. El astronauta vendríamos a ser nosotros, claro.
Raro, porque hasta hace relativamente poco (hagamos 15 años) salir a la calle sin celular todavía era aceptable (aceptable, no confortable). Hoy te da pánico. WhatsApp es el principal responsable; nos guste o no, la creación de Jan Koum, hoy en manos de Meta (o sea Facebook), es el vinculante social por excelencia. Nadie te llama sin antes mandarte un WhatsApp, y si lo hacen ya sabés que es para venderte algo. O es una verdadera urgencia. ¿Qué hacer? Dejé el teléfono a mano, aunque, al revés que en días normales (¿dije normales?), logré alejarme varios metros sin sentir que mi vida corría peligro. Cierto, estoy exagerando un poquito. Pero solo un poquito.
Además de WhatsApp está el hecho de que el celular ha venido a reemplazar tantos instrumentos más o menos necesarios para la vida cotidiana que da miedo. Es cámara, filmadora, brújula, grabador, teléfono, calendario, agenda de contactos, pronóstico meteorológico, cuentapasos, reloj, álbum de fotos, diccionario, temporizador, calculadora, enciclopedia, biblioteca con 500 libros, cajero automático, cronómetro, credenciales varias, método de pago, asistente de conducción, de salud y de entretenimiento, guía de aves, estrellas, plantas, restaurantes, museos y cines, y es, vaya, también un mini cine o un televisor en miniatura. Si sumo todo eso (y unas 50 ítems que quedaron en el tintero), el teléfono no pesa 140 gramos, sino más de 2 toneladas.
Para poner a WhatsApp en modo vacaciones hay que activar la función "Mantener los chats archivados", un ajuste que permite ocultar las notificaciones de nuevos mensajes de forma temporal
Además, las empresas de Internet han invadido nuestro tiempo libre tanto como han invadido nuestra privacidad. Por lo tanto, la respuesta automática de Fuera de Oficina –un eufemismo para Estoy de Vacaciones– ya no es viable en tiempos de redes sociales. No habían pasado 24 horas de mi reluciente y recién estrenado receso cuando un colega me hizo una consulta por un contacto y otro quiso saber si podía llamarme para hablar en un programa de radio. Los mensajes directos de Twitter se me acumularon en unos pocos días, y como algunas son personas queridísimas, decidí responder. Ya sé, está mal. “¿Qué pasaría, me dije, si estuvieras en la montaña, sin señal? ¿Cómo contestarías?” No sirve reprenderse a sí mismo, sépanlo. Y además era solo el principio.
Dicho fácil, se ha vuelto impracticable avisarles a todos tus contactos que estás de vacaciones. ¿Acaso un posteo? Podría ser peor, porque vas a tener likes y comentarios que responder. Es más, como anuncié en mi última columna que me tomaba unos días, también recibí (y agradezco) mensajes aconsejándome que me deshiciera del teléfono y descansara. Los recibí en el teléfono, claro está. Paradojas de la modernidad.
Pero hay otro daño colateral. En los lugares de veraneo, cada desayuno, almuerzo y cena van precedidos por una foto para Instagram o la red de moda, y el andar a la caza del lugar para la selfie ganadora lleva más tiempo y esfuerzo que un trabajo convencional. A veces con resultados trágicos.
Por supuesto, abrí los Ajustes del celular, fui a Notificaciones y recorrí el listado de apps para desactivar una por una todas las alertas. Hasta que me di cuenta de algo terrible. Me resultaba mucho más estresante no saber si podía haberme llegado algún mensaje importante que tolerar los ruiditos y vibraciones casi permanentes que produce mi teléfono. Así que dejé todo como estaba. Y volví a la pileta.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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