Silvia Bulla_ “El mercado laboral es cada vez más exigente y los problemas en la educación restringen las oportunidades”
La presidente de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) advierte que la cuestión educativa tiene que estar en el foco de las políticas de la Argentina; su visión sobre el rol de las empresas en la crisis
POR Silvia Stang
Se define como una apasionada por la cuestión de la educación e insiste en la necesidad de abordar los problemas de ese ámbito desde varios frentes, con involucramiento de la dirigencia empresaria incluida, porque en las falencias del mundo de las aulas está parte de la raíz de los alarmantes índices de la realidad social. “Hay una correlación directa entre la pobreza y los malos resultados académicos o la falta de terminalidad educativa”, afirma Silvia Bulla, quien días atrás fue designada presidente de la Asociación Cristina de Dirigentes de Empresa (ACDE).
Bulla es licenciada en Estadística por la Universidad Nacional de Rosario, preside el Consejo Empresario Argentino para el Desarrollo Sostenible, es directora de Recursos Humanos para América Latina de IFF (International Flavors and Fragrances) y presidente de Danisco y Solae Argentina. En ACDE sucede a Gonzalo Tanoira, vicepresidente del directorio de la firma de cítricos San Miguel.
En diálogo , la directiva sostuvo que en su gestión buscará darle mayor alcance geográfico a la asociación, integrada por 800 personas, además de impulsar programas de formación y acompañamiento para la inclusión laboral, y de “hablar mucho más de evangelización” en las empresas y en la sociedad.
–En un momento como el actual, ¿qué significa concretamente para una empresa o para un dirigente empresario comportarse con responsabilidad?
–Es un momento para estar muy centrados en la misión y en el propósito de cada empresa, para que cada acción tenga que ver con la esencia de los valores de las personas, de los cuales se nutren las instituciones. La realidad exige mucha responsabilidad al momento de actuar. Hay contextos de comunidades muy particulares y el impacto de lo que hacen las empresas o los empresarios siempre es muy alto. Los empresarios son quienes generan trabajo y lo sostienen, son quienes hacen crecer las inversiones. Las acciones tienen consecuencias y, por tanto, los contextos más desafiantes hacen mucho más necesario asentarse en los valores.
–La incertidumbre lleva al cortoplacismo, ¿se postergan hoy determinadas decisiones?
–Cuando planifican, las empresas tienen que pensar en el largo plazo. Para algunas, largo plazo es un período de 10 años, para otras, un período de 5 años y, para otras, generaciones completas. La mirada de largo plazo es imprescindible. Una empresa que invierte en el país no lo hace pensando en un trimestre, lo hace pensando en que esa inversión va a prosperar y en que va a tener retornos a lo largo del tiempo. En años adversos, y pienso ahora en las empresas relacionadas con el agro o en algunas que están muy afectadas por la situación actual, realmente no pueden tomar decisiones pensando en este año. A veces nos pasa esto de tener años más difíciles, y son momentos de solidificar clientes, de salir a buscar mercados. Hay que mirar cada momento con una perspectiva de más largo plazo. Tengo más de 30 años de trabajo en empresas y conozco distintas coyunturas y las oportunidades que tiene el país; cuando uno mira el largo plazo lo puede ver un poco más claro.
–De la coyuntura, ¿cuáles son los temas que más preocupan?
–Muchos. Las instituciones, la justicia, el funcionamiento de nuestras empresas en este contexto. Cuando aparecen estos momentos un poco más desafiantes es cuando volvemos a la visión de nuestros socios fundadores, que está muy relacionada con el bien común, con la paz social, con estar en lugares donde tenemos algo para decir y podemos acompañar a la sociedad. Y nos acompañamos entre nosotros, para mirar las oportunidades en medio de una tormenta.
–En medio de las tormentas, desde el Gobierno se suele responsabilizar al empresariado, o a una parte del empresariado, de problemas como la inflación.
–Siempre puede pasar que cuando hay problemas busquemos culpables. Eso es común en la naturaleza humana. Pero los empresarios están ahí, dando trabajo y siguiendo todos los acuerdos que tenemos que seguir para que nuestros trabajadores puedan tener un poder adquisitivo apropiado con esta inflación tan alta. A veces se mira una parte. Cuando hoy por hoy el Papa habla de los empresarios, habla de los que él asimila al buen pastor de la parábola del Evangelio, al pastor que da la vida por sus ovejas y que sale a buscar a la oveja perdida, al pastor que está desde muy temprano mirando que todos estén bien. El papa Francisco asocia esa figura a la de un empresario preocupado por el ser humano, que considera a quienes trabajan en su organización como personas a cuidar y no como un factor económico. En ACDE hablamos mucho de las personas de nuestras empresas y hablamos de la sociedad y de la necesidad de impactar. Hoy la pobreza es muy alta y queremos pensar cada vez más en programas para incluir a muchas más personas en el mercado laboral. Es parte de la agenda.
–¿De qué manera concreta abordan ese tema?
–Tenemosunprogramaquesellama Enlazando Oportunidades, que está enfocado en el trabajo con grupos vulnerables y que busca ayudar a la inclusión laboral a través del vínculo con organizaciones sociales que trabajan en la temática. También estamos con planes de mentorías, con el objetivo de dar oportunidades a personas que hace mucho tiempo que no están teniéndolas [ACDE trabaja en conjunto con IDEA en un plan de formación para emprendedores de bajos recursos, a quienes se les da capacitaciones específicas, que contemplan un coaching]. Hace años que las instituciones trabajamos en colaboración en algunos temas, para amplificar la posibilidad de generar un impacto en la sociedad. Creo que eso es muy bueno. Existe eso de que los empresarios muchas veces no son vistos como personas de bien, pero están los que tienen muchísima predisposición y voluntad para ser cada vez más inclusivos y tener empresas cada vez más abiertas. Yo diría que hay un movimiento creciente de empresas y de personas a cargo de las empresas que se mueven en ese sentido y, finalmente, eso les redunda en mejores resultados. En el caso de ACDE es parte de la forma de ser de los socios, que estamos muy ceñidos al pensamiento humanista cristiano, pero nos encontramos con muchos empresarios que, desde otros lugares, comparten los mismos principios y los valores.
–En materia laboral y concretamente en cuanto a la necesidad de que se genere más empleo, ¿cree que debería haber un cambio legislativo para promover que haya más puestos formales? Hoy avanza más la ocupación informal.
–No es un tema solo de legislación, sino que está muy vinculado a la educación. Hay muchísimas leyes que garantizan tener una educación de altísima calidad, pero muchas veces en la práctica eso no se da. El marco institucional es muy importante para que lleguen oportunidades y para que las empresas que están instaladas se mantengan. La institucionalidad es un requisito y también lo es la previsibilidad. Está también el tema de cómo promover a los emprendedores y facilitarles el camino; hoy hay una compleja carga tributaria que tienen que soportar.
–¿Qué expectativas tiene para la economía del país en el corto plazo, sobre todo teniendo en cuenta la importancia que usted le da al factor de la previsibilidad?
–Este es un año electoral y todo está dentro de esa órbita. Nuestra mirada hoy está especialmente puesta en qué tipo de liderazgos y en qué tipo de propuestas necesita el país. Desde ACDE podemos acompañar en esta etapa, una etapa que es de espera –pero no de espera pasiva–, haciendo las preguntas correctas para que los candidatos nos muestren qué tienen para ofrecer en temas fundamentales, como la economía, la institucionalidad, la educación, la seguridad y el narcotráfico. Nuestra mirada está puesta en cómo posicionar nuestras preguntas y cómo tener el espacio de conversación para que haya claridad sobre las propuestas.
–¿Y qué tipo de liderazgo político necesita la Argentina?
–En nuestro encuentro anual [que se desarrollará el 27 y el 28 de junio] vamos a hablar del tema. Nosotros lo llamamos el liderazgo para servir al bien común. Se están dando discusiones importantes y nos gustaría que el protagonista sea el bien común que queremos alcanzar. Un tema específico en el que estoy muy involucrada es el de la educación, es un tema que nos preocupa y del que nos tenemos que ocupar. Hoy no solo pasa que muchos chicos no terminan la escuela, sino que muchos terminan y no saben leer o no entienden lo que leen. Soñamos con que haya cada vez más personas con empleo formal, pero es un problema que solo 16 de cada 100 chicos terminan la secundaria [un informe del Observatorio Argentinos por la Educación concluye que, de cada 100 chicos que empiezan la primaria, 53 llegan al último año de la secundaria en el plazo estipulado, pero solo 16 lo hacen con conocimientos satisfactorios en lengua y matemática]. El mundo del conocimiento exige cada vez más habilidades y con el problema de la educación se restringen las oportunidades. Hay programas que se pueden hacer entre toda la comunidad. Necesitamos unimos para modificar rápidamente la realidad. Necesitamos estar a tono para responder a un mercado laboral cada vez más exigente. Hay una correlación directa entre pobreza y malos resultados académicos y falta de terminalidad y tenemos que romper ese círculo vicioso, es un imperativo vinculado con la equidad social, que lleva a cuestionar muchas cosas.
“Hay una relación directa entre el nivel de pobreza y el mal resultado académico o la falta de terminalidad educativa”
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Es hora de darle prioridad a la justicia social
Gilbert F. Houngbo*
El 1° de mayo, Día del Trabajo, conmemoramos el aporte que hacen los trabajadores de todo el mundo. Es una ocasión para el orgullo, la celebración y la esperanza. Y es particularmente especial tres años después de la crisis del Covid-19, a la que le siguió una coyuntura de inflación, conflictos y crisis de abastecimiento de alimentos y combustible. No obstante, las promesas de renovar y “reconstruir mejor” hechas en la pandemia no se cumplieron hasta ahora para la gran mayoría.
A escala mundial, los salarios reales bajaron sustancialmente, la pobreza creció y las disparidades parecen estar más arraigadas que nunca. Las micro y pequeñas empresas se han visto particularmente afectadas por los sucesos y muchas han tenido que cerrar.
Muchas personas también consideran que sus sacrificios para hacerle frente al Covid-19 no se han visto reconocidos. Estiman que sus voces no se escuchan lo suficiente. Esta situación, unida a la percepción de una falta de oportunidades dio lugar a una inquietante desconfianza. No tendría por qué ser así.
Seguimos siendo dueños de nuestro destino. Pero, si queremos forjar un mundo nuevo, más estable y equitativo, debemos ir por un camino diferente, por una opción que le confiera prioridad a la justicia social. Creo que esto no solo es viable, sino también primordial para fomentar un futuro sostenible y estable. Pero, ¿cómo lograrlo?
En primer lugar, nuestras políticas y acciones deben centrarse en las personas y tener el objetivo de lograr su bienestar material y su desarrollo espiritual en un entorno de libertad y de dignidad, con seguridad económica e igualdad de oportunidades. Este enfoque no es nuevo, sino que se estableció y se acordó tras la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la Declaración de Filadelfia suscrita en 1944 por los miembros de la OIT.
En ese documento visionario se fijaron los principios rectores de los sistemas económicos y sociales, no para orientarlos exclusivamente a fomentar tasas de crecimiento específicas u otros objetivos estadísticos, sino para atender las necesidades y las aspiraciones de las personas. Ello conlleva abordar la desigualdad, aliviar la pobreza y fomentar la protección social básica.
La forma más eficaz de lograrlo es con empleo de calidad, para que las personas puedan subsistir por sí mismas y forjar su futuro, en consonancia con el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 8 sobre “trabajo decente para todos”.
Esto significa afrontar de manera realista las transformaciones estructurales de largo plazo: garantizar que las tecnologías contribuyan a crear y promover el empleo; hacer frente de forma eficaz a los retos que plantea el cambio climático y ofrecer el trabajo, la formación profesional y el apoyo necesarios para facilitar la transición, con el objetivo de que los trabajadores y las empresas se beneficien de un nuevo contexto con bajas emisiones de carbono. Por último, se debe considerar la transformación demográfica como un “dividendo” –no como un problema–, mediante la adopción de medidas de apoyo que abarquen la calificación, la migración y la protección social.
También debemos volver a evaluar la estructura de nuestros sistemas sociales y económicos, para facilitar este nuevo enfoque de fomentar la justicia social y evitar un “círculo vicioso” de desigualdad e inestabilidad. Debemos fortalecer las instituciones y organizaciones del trabajo para que el diálogo social sea eficaz y cohesionado. Y es necesario revisar las legislaciones y normativas que afectan al mundo del trabajo, para que sean pertinentes y estén al día, con miras a proteger a los trabajadores y fomentar las empresas sostenibles.
Debemos comprometernos de nuevo con la cooperación y la solidaridad internacionales. Debemos redoblar nuestros esfuerzos y propugnar una mayor coherencia política, en particular en el marco del sistema multilateral, a tenor de lo dicho por António Guterres, secretario general de Naciones Unidas.
Por eso, necesitamos una Coalición Mundial por la Justicia Social. La coalición permitirá la creación de una plataforma que facilite la colaboración de un conjunto de organismos internacionales y partes interesadas. Propugnará la justicia social como factor fundamental para la recuperación global y le dará la prioridad necesaria en el marco de las políticas y acciones nacionales, regionales y mundiales.
Esto nos permitirá forjar un futuro centrado en las personas.
Tenemos la oportunidad de transformar el mundo en lo económico, lo social y lo medioambiental. Aprovechémos la para avanzar en la creación de sociedades equitativas y resilientes que promuevan la paz y la justicia social a largo plazo.ß
El autor es director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
Gilbert F. Houngbo*
El 1° de mayo, Día del Trabajo, conmemoramos el aporte que hacen los trabajadores de todo el mundo. Es una ocasión para el orgullo, la celebración y la esperanza. Y es particularmente especial tres años después de la crisis del Covid-19, a la que le siguió una coyuntura de inflación, conflictos y crisis de abastecimiento de alimentos y combustible. No obstante, las promesas de renovar y “reconstruir mejor” hechas en la pandemia no se cumplieron hasta ahora para la gran mayoría.
A escala mundial, los salarios reales bajaron sustancialmente, la pobreza creció y las disparidades parecen estar más arraigadas que nunca. Las micro y pequeñas empresas se han visto particularmente afectadas por los sucesos y muchas han tenido que cerrar.
Muchas personas también consideran que sus sacrificios para hacerle frente al Covid-19 no se han visto reconocidos. Estiman que sus voces no se escuchan lo suficiente. Esta situación, unida a la percepción de una falta de oportunidades dio lugar a una inquietante desconfianza. No tendría por qué ser así.
Seguimos siendo dueños de nuestro destino. Pero, si queremos forjar un mundo nuevo, más estable y equitativo, debemos ir por un camino diferente, por una opción que le confiera prioridad a la justicia social. Creo que esto no solo es viable, sino también primordial para fomentar un futuro sostenible y estable. Pero, ¿cómo lograrlo?
En primer lugar, nuestras políticas y acciones deben centrarse en las personas y tener el objetivo de lograr su bienestar material y su desarrollo espiritual en un entorno de libertad y de dignidad, con seguridad económica e igualdad de oportunidades. Este enfoque no es nuevo, sino que se estableció y se acordó tras la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la Declaración de Filadelfia suscrita en 1944 por los miembros de la OIT.
En ese documento visionario se fijaron los principios rectores de los sistemas económicos y sociales, no para orientarlos exclusivamente a fomentar tasas de crecimiento específicas u otros objetivos estadísticos, sino para atender las necesidades y las aspiraciones de las personas. Ello conlleva abordar la desigualdad, aliviar la pobreza y fomentar la protección social básica.
La forma más eficaz de lograrlo es con empleo de calidad, para que las personas puedan subsistir por sí mismas y forjar su futuro, en consonancia con el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 8 sobre “trabajo decente para todos”.
Esto significa afrontar de manera realista las transformaciones estructurales de largo plazo: garantizar que las tecnologías contribuyan a crear y promover el empleo; hacer frente de forma eficaz a los retos que plantea el cambio climático y ofrecer el trabajo, la formación profesional y el apoyo necesarios para facilitar la transición, con el objetivo de que los trabajadores y las empresas se beneficien de un nuevo contexto con bajas emisiones de carbono. Por último, se debe considerar la transformación demográfica como un “dividendo” –no como un problema–, mediante la adopción de medidas de apoyo que abarquen la calificación, la migración y la protección social.
También debemos volver a evaluar la estructura de nuestros sistemas sociales y económicos, para facilitar este nuevo enfoque de fomentar la justicia social y evitar un “círculo vicioso” de desigualdad e inestabilidad. Debemos fortalecer las instituciones y organizaciones del trabajo para que el diálogo social sea eficaz y cohesionado. Y es necesario revisar las legislaciones y normativas que afectan al mundo del trabajo, para que sean pertinentes y estén al día, con miras a proteger a los trabajadores y fomentar las empresas sostenibles.
Debemos comprometernos de nuevo con la cooperación y la solidaridad internacionales. Debemos redoblar nuestros esfuerzos y propugnar una mayor coherencia política, en particular en el marco del sistema multilateral, a tenor de lo dicho por António Guterres, secretario general de Naciones Unidas.
Por eso, necesitamos una Coalición Mundial por la Justicia Social. La coalición permitirá la creación de una plataforma que facilite la colaboración de un conjunto de organismos internacionales y partes interesadas. Propugnará la justicia social como factor fundamental para la recuperación global y le dará la prioridad necesaria en el marco de las políticas y acciones nacionales, regionales y mundiales.
Esto nos permitirá forjar un futuro centrado en las personas.
Tenemos la oportunidad de transformar el mundo en lo económico, lo social y lo medioambiental. Aprovechémos la para avanzar en la creación de sociedades equitativas y resilientes que promuevan la paz y la justicia social a largo plazo.ß
El autor es director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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