martes, 10 de mayo de 2016

DOLOR


Cuando el cuerpo duele, todo cambia. Ya citaba Freud que "en la estrecha cavidad de su muela dolorida se recluye el alma toda". El dolor modifica el paisaje, redistribuye energías y enfoques, a veces desespera y, además, genera movimientos en el entorno que siempre son significativos.



Hay muchas líneas de pensamiento médico, psicológico y hasta filosófico y espiritual acerca de lo que es el dolor físico, su cura y significado. Algunas de ellas no trazan una frontera tan clara entre lo que es el alma y el lugar corporal que duele, y tienen en cuenta factores anímicos que hacen a la cuestión. Otras perspectivas, en cambio, son más proclives a trazar fronteras tajantes entre lo que es cuerpo "puro", y el "resto" de las cosas humanas.

Sabemos que, en muchos casos, el dolor se atempera cuando viene la cura física, lisa y llana. Una vesícula que duele porque está en mal estado deja de doler cuando se va, cirugía mediante. Un esguince de tobillo duele hasta que deja de ser esguince y vuelve a ser sólo "tobillo". Cuando las cosas retoman su cauce, el dolor disminuye o deja de existir. En otras ocasiones, cuando no entendemos el verdadero origen del dolor, lo que hacemos es atacar lo visible de éste, algo entendible y necesario en muchas ocasiones, aunque implica el riesgo de que el dolor sólo se corra de lugar para hacerse notar en poco tiempo de nuevo.
El dolor duele más cuando no le vemos camino de salida, y duele menos cuando, aun existiendo como tal, entendemos qué es, hacia dónde va y para qué nos sirve. Como tal, no es un "error de diseño" de nuestra humanidad, sino que es un aviso de que algo no anda bien y hay que arreglarlo.



Algunas veces el dolor es producto de alguna enfermedad grave, y su energía cruda e impiadosa es agónica más allá de que existen quienes ahondan en lo espiritual para ofrecerle sentido y así atemperar el sufrimiento que, inclusive, en ocasiones vence la fuerza de los analgésicos.

También están los casos en los que, aunque no es grave desde lo físico, el dolor se impone desde el misterio, como ocurre, por ejemplo, con las personas con migraña o aquellas diagnosticadas con fibromialgia, que no terminan de saber qué es lo que les pasa, pero les duele igual y deben convivir con eso.
Es verdad que hay casos en los que la toma de conciencia acerca del componente emocional de un dolor lo cambia radicalmente. Pero es verdad también que en otras ocasiones eso no ocurre.



Esto se dice porque alguna literatura acerca del dolor puede generar una suerte de culpa, porque como el tema tiene un sustrato psicológico al que, con razón, muchas líneas de abordaje otorgan gran importancia, el no encontrar ese sustrato para sanar hace que el doliente, cuando se entiende mal lo antedicho, se transforme en el principal acusado de su propio calvario. Y eso está mal; no debe ocurrir que el que siente el dolor sea acusado de producirlo "a propósito", aunque sea desde el inconsciente.
Cuando el cuerpo duele mucho, vemos la crudeza de la vida. A la vez, vemos cuánto se ha hecho para sanar lo que él denuncia con su existencia. Si bien es inapelable, igualmente marca un camino dentro del cual, aunque no queramos, aprendemos algo imprescindible.



Verdad es que nada de esto que decimos importa al que sufre el dolor agudo y sólo quiere salir de eso y nada más. Habrá que encontrar la forma de que eso que desea ocurra, evitando desesperar, hurgando, en la medida de lo posible, en lo más hondo del significado físico y anímico del penar.
Para el caso, hay algo claro: el cuerpo no es una "cosa", y, cuando sufre, en ese sufrir se expresa toda la humanidad de quien lo vivencia, y pone a prueba el registro más profundo de la fuerza que los humanos podemos tener.

M. E. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.