viernes, 2 de septiembre de 2016

EL ÉXITO

¿Se acuerdan de la película con Michael Fox? En su doble vida de repartidor de correspondencia y supuesto ejecutivo encontraba algo así como el éxito en la vida (contar más sería un spoiler). Pero, ¿qué es de verdad el éxito? ¿Se puede medir, contar, repartir, heredar? ¿Y hay una ciencia del éxito?
Como siempre, hablar de la ciencia de. suele ser una exageración, pero hay algunos datos inquietantes sobre lo que diferencia a la gente exitosa de. todo el resto de nosotros. Hay algo de genética, de cultura, y mucho de trabajo y de ambiente. También hay algo de política en el sentido más clásico y simplista: por un lado, el individuo que va trepando por la escala del éxito y, por otro, una sociedad capaz de proveer las bases para el desarrollo de todos. En la base del éxito hay cimientos de oportunidades sociales: está claro que para realizarse mejor conviene tener las necesidades bien resueltas. Y si no hay cuna de oro, siempre está la tentación de los anaqueles de autoayuda en la librerías: Cómo triunfar en la escoba de quince, Cómo ser exitoso en una fiesta con ayuda de los sándwiches de mortadela y así sucesivamente. La verdad es que lo máximo que puede aportar esta Alta Literatura es a despertar algo de sentido común en los lectores. porque la ciencia y la razón no pasan por allí.


La pregunta podría ser si el éxito viene de fábrica o lo vamos construyendo. Más allá de que la verdad es siempre algo intermedio, hay evidencias para ambos extremos. Hay estudios que siguen a personas desde que nacen hasta que son adultos, y tratan de determinar la bases de por qué a algunos les va bien (valgan la itálica, ya que esto es bastante relativo) y a otros no. Uno de los estudios más famosos es de 2013, y hurgó en las variaciones genéticas de unas 126.000 personas para compararlas con cuán bien les iba en términos educativos. La combinación de algunas de estas variantes de los genes (algo determinado por un índice poligénico) era capaz de explicar un. 2 por ciento de los logros académicos de la gente. Está bien, parece poco, pero en un mundo altamente competitivo, ese pequeño impulso puede hacer una diferencia. Hace poco se repitió el hallazgo en Nueva Zelanda, y los que traían un perfil genético específico de fábrica también demostraron una vida más exitosa (es hora de decirlo: ¡más dinero!). Ojo: estas variantes hereditarias no se relacionaron con estar más satisfecho con lo logrado -quizá nos ponen la vara un poco más alta-.
Pero el que hizo historia con esto de que llevamos el éxito en la sangre es un tal Lewis Terman, quien a principio de 1920 comenzó un seguimiento de unos 1500 chicos con alto coeficiente intelectual (y algún día hablaremos sobre la dimensión y utilidad de este índice). Y los termitas cumplieron: ya adultos, estos exniños prodigio habían escrito artículos, libros, patentes de invención y, en promedio, ganaban más que otros de su generación. Pero un cuarto de ellos siguieron una vida común y anodina (y quizá feliz) y, a diferencia de otros niños menos inteligentes, ninguno ganó un Premio Nobel. Hacia el final del estudio, luego de décadas de seguimiento, estaba claro que esta medida de inteligencia no era un buen predictor del éxito futuro.


Otro experimento ya clásico (y busquen los videos en youtube de marshmallow experiment) torturaba a chicos para que aguantaran y no se comieran un delicioso malvavisco hasta que volviera un investigador. que se hacía esperar. Unos años más tarde, los que supieron aguantarse las ganas tendieron a ser más exitosos que los impulsivos que se deleitaron a puro mordisco.
Lo que es seguro es que, más allá de los genes, el ambiente en que vivimos, nuestra casa, papá, mamá, la buena comida, son fundamentales para el secreto de nuestro éxito. Hasta cierto puntos, los incentivos y la motivación también influyen, lo mismo que la receta más antigua de trabajo, trabajo, trabajo; aun el más talentoso necesita mucha práctica para llegar a algo parecido a la perfección. Allá lejos están nuestros sueños: nada impide salir a perseguirlos.

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