Entre dos tapas brota un mundo nuevo. En las páginas de los libros pop up todo adquiere movimiento y volumen, los escenarios son espacios dinámicos que despliegan situaciones que pasan, una tras otra, para asombrar al lector. Son artefactos que estallan delante de los ojos como si tuvieran vida y proponen una interacción que difiere de la relación que se establece con los libros tradicionales. Si bien los pop up tienen una enorme dimensión lúdica, no son los chicos, sino los adultos, quienes más los disfrutan, aunque tengan historias infantiles.
En contraste con los libros digitales y la proliferación de plataformas de lectura en distintas pantallas, el pop up es un formato que requiere el contacto físico: son objetos concretos para tener entre las manos y maravillarse con los matices de los colores. Entre tanta tecnología, aquí se impone la de la ingeniería del papel, al servicio de inventar formas novedosas de narrar historias. Pero aquello que fascina requiere un trabajo artesanal que encarece su precio, porque todavía, en su mayor parte, no se hacen industrialmente.
En contraste con los libros digitales y la proliferación de plataformas de lectura en distintas pantallas, el pop up es un formato que requiere el contacto físico: son objetos concretos para tener entre las manos y maravillarse con los matices de los colores. Entre tanta tecnología, aquí se impone la de la ingeniería del papel, al servicio de inventar formas novedosas de narrar historias. Pero aquello que fascina requiere un trabajo artesanal que encarece su precio, porque todavía, en su mayor parte, no se hacen industrialmente.
La historia de los pop up se remonta ciento cincuenta años atrás. Ese término lo inventaron los americanos, "es la idea de un libro que explota, sorprende y exhala movimiento", describe Pablo Medina, fundador de la biblioteca La Nube, ubicada en Jorge Newbery 3537. Pero en verdad los pioneros fueron los alemanes, que los llamaban libros con movimiento. Hubo dos precursores: Lothar Meggendorfer, un pintor e ilustrador que a partir de nociones de matemática y física, realizó para sus hijos, en ocasión de las Navidades, el primer libro en 1887, titulado El circo internacional. "Es un artefacto en el que al pasar cada página se forma un escenario por capas, diferentes decorados, personajes. Unos años después de él, Ernest Nister, en Nuremberg, armó libros más refinados, con nuevas técnicas, movimientos tipo mariposa de apertura y cierre y partes desplegables donde las páginas adquieren volumen", cuenta Medina.
En movimiento
En la Argentina, en los últimos años se publicó y distribuyó material muy interesante. En 2018 se publicó Carancanfunfa, un libro pop up de tango, realizado y editado por Julia Lazarte y Román Krup. "Se hacen ediciones a pulmón con una distribución limitada y pocos ejemplares", analiza Medina. En 2017, salió Paddington, Londres desplegable (Riverside Agency), un hermoso libro en edición de coleccionista, con ilustraciones de Joanna Bill y Olga Baumert. Está basado en la película Paddington 2, estrenada el último jueves. Paddington es un oso que vive con la familia Brown y cuando Mr. Gruber descubre un maravilloso libro para regalarle a la tía Lucy para su cumpleaños, Paddington hará extraños trabajos para poder comprarlo.
Además se publicó Océano (Libros del Zorro Rojo), de Anouck Boisroberet y Louis Rigaud. "Este libro se agotó muy rápido, pero como es una coedición no se puede reimprimir, tiene limitaciones funcionales", comenta García Schnetzer, director de la editorial. Desde la librería Calibroscopio, los últimos libros que importaron son El jardín de las mariposas (Kókinos), de Philippe Ug, y 9 meses, ilustrado por Jean Marc Fiess, de la misma editorial. En Rosario se publicaron Latitas y Caserío (Libros Silvestres): el primero, realizado por Federico Tinivella y Paula Schenone; y el segundo, por Laura Oriato y Carolina Musa.
Paz Tamburrini, docente de artes visuales, ilustradora y grabadora argentina, publicó libros pop up y realiza talleres de libros extraordinarios hace varios años. Según ella, "el público que participa es diverso: escritores, editores, titiriteros e ilustradores, pero también físicos, ingenieros y contadores". Por otro lado, García Schnetzer destaca que "los consumidores de libros pop up son adultos porque son objetos muy delicados y frágiles que necesitan de la presencia de una persona mayor para que los chicos interactúen". Con un punto de vista similar, Medina señala que "no están pensados para un público infantil". Sin embargo, remarca que es una contradicción porque "es raro que no haya pop up con narraciones para adultos cuando ese es el verdadero público".
Con las nuevas tecnologías se ha reinventado el formato. "El avance de la lectura en diferentes pantallas quizá produjo un pequeño resurgir, porque el pop up no se puede replicar de forma digital, es pura materia", dice el director de El Zorro Rojo. Además plantea que hay una muy buena incorporación de los smartphones, ya que "muchos libros nuevos tienen calados en el medio y con la luz del teléfono se proyectan, con el movimiento y la sombra, diferentes imágenes y se juega más con el volumen, los planos y la ilusión óptica".
Todos aquellos que están inmersos en este mundo coinciden en las dificultades de hacer libros pop up por su costo. "Son objetos con mecanismos, solapas, lengüetas, agujeros, lacas y brillantinas, que requieren procesos de imprenta específicos, maquinarias particulares y mucho trabajo artesanal", subraya Tamburrini. "No hay un consumo masivo -recalca Medina-. La mayoría son coleccionistas y la producción está concentrada en China".
La relación entre lo visual, desplegable y el texto no siempre se da de la misma forma. Detalla Tamburrini: "Algunas veces la incorporación del pop up no aporta en realidad nada a la dimensión narrativa; otras nos sería imposible pensar ese libro sin los aspectos materiales. Esos son mis favoritos, difíciles de encontrar y también de idear, pero cuando aparecen, se agradecen".
Color local
A partir de la década del cuarenta del siglo pasado, este tipo de libros se empiezan a hacer en la Argentina. "Acá empieza la editorial Abril, de Boris Spivacow, con el ilustrador Oscar Blotta y textos escritos por Germán Berdiales", describe Medina. Entre 1945 y 1960 existieron pequeñas editoriales que hicieron este tipo de libros. "Editorial Sigmar compró derechos y tuvo algunos títulos -cuenta el dueño de La Nube- y hubo otra editorial, que todavía se desconoce quiénes eran, que hacían libros carrusel que se abrían y cerraban formando una calesita: un símbolo emblemático de Buenos Aires". Con el paso de los años, a finales de los sesenta, Medina remarca el trabajo realizado por Nelly Oesterheld, la hermana de Germán.
Hágalo usted mismo: una guía para iniciarse
Talleres gratuitos de Paz Tamburrini durante febrero para chicos y adultos.
Taller de pop up para chicos. Miércoles 14, a las 15. En la Biblioteca La Reina Batata, en 11 de Septiembre 1801.
Taller de papercut para adultos. Jueves 15, a las 15. En la biblioteca Martín del Barco Centenera, Venezuela 1538.
Taller de pop up para chicos. Viernes 23, a las 14.30. En la Biblioteca Enrique Banchs, en Av. Caseros y Urquiza, en Parque de los Patricios. Ambas actividades son gratuitas.
Taller de papercut para adultos. Viernes 23, a las 17.30. Biblioteca Carlos Guido y Spano, Güemes 4601.
J. P. B.
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