Domenica pone el rewind de su vida y se ríe con ganas. "Si yo te contara?". Y la sonrisa se le llena de dientes blancos. Hoy, por suerte para ella, tiene tiempo para sonreír. Y ganas de contar esa década larga y furiosa entre los 30 y los 41.
Año 2008, aquel del crack financiero desatado por la quiebra de Lehman Brothers. Domenica tenía un trabajo soñado que en poco tiempo la convertiría en millonaria. Y por eso estaba dispuesta a darlo todo. Cuando se dice todo, es todo, y eso incluía ser escrupulosamente cuidadosa con la principal variable que le aseguraría el éxito: su tiempo.
"En la banca de inversión no te podés distraer. Un minuto te puede costar decenas de millones". Y Domenica no se distraía: vivía día y noche para su trabajo. O, dicho con más precisión y justicia, vivía los 365 días del año pendiente de las necesidades de su empresa, que puede parecer, pero no es necesariamente lo mismo que vivir pendiente del trabajo.
En la cultura estadounidense, muy especialmente en la neoyorquina, comer es una inaceptable pérdida de tiempo que muy pocos pueden permitirse. Dama práctica y de instinto potente, Domenica encontró la manera de ser tan neoyorquina como el más neoyorquino de los neoyorquinos. Una evolución tan veloz como esperable, porque, como se sabe, los neoyorquinos más auténticos y feroces son aquellos que llegaron del extranjero. Era el caso de Domenica, nacida en Argentina.
Por sus manos pasaron durante años miles y miles de millones de dólares, operaciones financieras de delicadísima arquitectura y muchos negocios resueltos en la twilight zone, ese momento que no es ni día ni noche, pero en el que los mercados bullen en Tokio, Shanghai o Singapur. Las órdenes de compra o venta llegaban a la computadora en su oficina de la zona sur de Manhattan y los dedos y la mente de Domenica resolvían todo a la velocidad de la luz. Los millones se esparcían entre todos los involucrados y, tarde o temprano, nutrían también su bolsillo.
Por eso es que Domenica no podía distraerse, no podía perder tiempo. Durante una década vivió así, obsesivamente enfocada y con el celular abierto 24/7. "Me levantaba a las 5 de la mañana y no desayunaba. A las 5.30 me subia a la bici en Midtown y en 15 minutos estaba en Wall Street. Iba al gimnasio de 6 a 7 para hacer una hora de spinning. Me duchaba y a las 7.15 ya estaba trabajando. Tomaba un café, quizás un scon. Tenía también una bolsa en mi cajón en la que a veces metía la mano y sacaba cereales. Si había mas hambre buscaba golosinas en los cajones de mis compañeros".
Las sopas eran la salvación de Domenica. "En 15 minutos almorzaba. Me conocía cada sopa de cada día, y sufría cuando tocaba la de pollo, porque no me gustaba. Y así seguía hasta las diez de la noche. Si te quedabas despues de las 19.30 te daban una cena, despues de las 21, un auto te llevaba a casa. Muchos se quedaban hasta tarde por la cena y el auto, básicamente los solteros. Cuando salía compraba una ensalada de huevo abajo y la comía en casa. Eso sí, tomaba muchos batidos y vitaminas. Los fines de semana era difícil descansar, me llevaba trabajo a casa. Y en la noche del domingo ya miraba la Bolsa de Tokio, que podía explotarte todo".
La dama de la sonrisa blanca tenía siempre una valija lista para subirse a un avión. No la facturaba, iba con ella en la cabina. Adentro, vestidos que no se arrugaran, un par de zapatos y artículos de maquillaje. "Era como George Clooney en 'Up in the air'. Sabía exactamente qué hacer y dónde ir en cada aeropuerto para no perder un minuto. Volaba siempre en business, lo que hacía todo más fácil. Llegué a tener 700.000 millas. Esa era la parte buena, pasajes gratis a todos lados".
Viajar era inevitable, pero lo que el banco de Domenica quería en realidad, era que sus empleados pasaran la mayor parte del tiempo posible en la torre de vidrio en el sur de Mahattan. "En el banco teníamos todo lo que necesitábamos. Médicos de varias especialidades, masajistas, guardería, cuartos para dormir siesta, para rezar, para amamantar... Y un gimnasio y un spa, claro. Un gimnasio más grande que la mayoría de los gimnasios de Nueva York, lo que ya es mucho decir".
Aunque el gimnasio energizara, muchos necesitaban aditivos para sostener el ritmo. Y una vez al año (nunca más desde 2008), el banco organizaba una fiesta masiva que terminaba inevitablemente en descontrol. Todo, en el contexto de un Gran Hermano que controlaba cada mail que pasaba por sus computadoras. Si se escribía "sexo" o "porno", el mail se bloqueba, no salía.
"Pienso en todo, pienso en que para el gimnasio sólo tenías que traer tus zapatillas y en que el banco te daba hasta la ropa para entrenar. Remera blanca o gris, shorts azules o grises y medias blancas. Parecía el uniforme de una prisión".
¿Parecía? Lo era. "Un día dejé todo y me fui tres semanas a Brasil a hacer kitesurf. Hoy tengo una nueva vida".
S. F.
"Pienso en todo, pienso en que para el gimnasio sólo tenías que traer tus zapatillas y en que el banco te daba hasta la ropa para entrenar. Remera blanca o gris, shorts azules o grises y medias blancas. Parecía el uniforme de una prisión".
¿Parecía? Lo era. "Un día dejé todo y me fui tres semanas a Brasil a hacer kitesurf. Hoy tengo una nueva vida".
S. F.
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