miércoles, 21 de febrero de 2018

PENSAMIENTOS COMPLEJOS


La envidia tiene que ser uno de los sentimientos con peor prensa. En el imaginario se vincula con personajes de ficción malvados como el Grinch o la reina Ravenna, se lo considera un rasgo personal poco deseado y también es asociado con el color verde (por eso expresiones como green with envy), ya que la mitología dicta que este estado provoca una generación tal de bilis que su color se evidencia de esta manera en la piel del envidioso. Sin embargo, todo esto ocurre si se lo observa desde un solo punto de vista.
Sucede que otra mirada habilitada por nuevas lecturas desde las ciencias sociales plantea que la envidia puede ser un sentimiento útil que aporte tanto al mejoramiento personal (estudios que lo relacionan con un mejor rendimiento, creatividad y autosuperación en el individuo), como al bien común. ¿Puede acaso algo que ocasiona malestar y frustración traer consigo algún efecto positivo? Envidiar puede ser una actitud corrosiva a la larga y si no se canaliza bien, pero en su forma y dosis justa algunos se atreven a sugerir que hasta es conveniente.
Una gran diferencia existe, aunque no lo creamos, en la manera en que procesamos aquellas situaciones en donde nos sentimos menos o en desventaja con respecto a otros. Si bien los especialistas detectan dos grandes reacciones, admiración y envidia, la primera vista como algo noble y la segunda como algo inherentemente malo, no todos los sentimientos de envidia son creados de la misma forma. Así como hay un estrés bueno y malo, según Richard Smith, un psicólogo de la Universidad de Kentucky que comenzó a estudiar este tema en los 80, existen dos clases de envidia. Investigaciones recientes muestran que incluso el lenguaje no es concluyente cuando se trata de hablar de la envidia, y que en varios idiomas como el polaco, el holandés y otros, no hay solo una forma de referirse a la misma, ya que es una emoción compleja y que puede tener diferentes acepciones según cómo lo viva la persona.
La envidia en sí misma surge de la combinación de dos variables. Por un lado, la relevancia: envidiamos aquello que nos significa algo personalmente; por el otro, la similitud, en tanto envidiamos aquello que podemos medir o comparar con nosotros o lo que tenemos.
Por estos dos motivos es que por lo general envidiamos gente cercana o de nuestra misma "liga" por decirlo de algún modo, y en aspectos que nos interesan y nos tocan de cerca. En cambio cuando admiramos lo hacemos pensando en situaciones más inalcanzables o idealizadas, desde cierta distancia. Para envidiar la clave es pensarnos o imaginarnos en el lugar del otro ("Yo podría estar ahí" o "Yo podría hacerlo mejor").
Pero es justamente este último rasgo, advierten algunos expertos, lo que puede devenir en la llamada good envy (buena envidia) en tanto estimula la competencia y la superación. En un artículo de The New Yorker la periodista especializada en ciencia Maria Konnikova cita precisamente un paper realizado por la Universidad de California que captura a la perfección este efecto, titulado apropiadamente "Inspirados por la esperanza, motivados por la envidia". Un estudio de 2011 realizado sobre la base de 500 adultos encontró que la gente que experimentaba envidia aumentaba su habilidad para prestar atención, memorizar, ponderar detalles y otras facultades cognitivas.



En otros tests de este estilo el efecto de predisponer a la gente a ciertas ideas tuvo una clara correlación con sus sentimientos y con lo que eran capaces de hacer: aquellos que expuestos a la idea de que con trabajo duro es posible mejorar, experimentaron una envidia buena que los movilizó a cambiar y mejorar. Por el contrario, los que fueron expuestos a otras (que los logros son innatos o por pura suerte), tienden a admirar a la distancia y esforzarse menos.
Pero entonces, ¿cuál es la diferencia entre la buena envidia y la admiración? ¿Acaso la frase "sana envidia" provendrá de esta diferenciación entre mala y buena? El eufemismo "envidia sana" se usa para expresar que la admiración o el deseo que se tiene sobre una persona o situación es positivo. En este sentido, la envidia benigna es similar a la admiración, aunque sus resultados sean diametralmente opuestos: que una genere bienestar en la persona que lo experimenta, mientras que la otra no deja de ser una añoranza que puede traer malestar o incomodidad. Sin embargo, lo cierto es que cuanto más cercana es la realización de la falta o la mediocridad, más motivados podemos estar a cambiarnos. En suma, el Grinch que llevamos dentro, puede ser más el más persuasivo de todos.
¿Un bien social?
Por otro lado, el escritor James Suzman, autor el libro Afluente without abundance, plantea algo que a priori puede parecer contra intuitivo: la psicología evolutiva muestra cómo la envidia puede ayudar a moldear comunidades fuertes y altamente cooperativas. Según Suzman, la envidia jugó un rol fundamental en las antiguas sociedades de cazadores, si bien advierte también que esta rama de la psicología intentó desde siempre conciliar nuestras pulsiones más bajas (envidia, codicia) con las emociones más nobles (altruismo, generosidad), y por eso la existencia de teorías como el "gen egoísta" (que plantea que no existe el altruismo ya que todo lo que hacemos tiene una cuota de interés personal) y otras tantas.
"Tradicionalmente se han opuesto los sentimientos negativos como la envidia o los celos a las pulsiones altruistas, ligados al interés por el otro y al espíritu solidario. El individualismo versus lo gregario. Ahora bien, los sentimientos humanos son de una gran complejidad y nadie está exento de sentimientos llamados negativos ni positivos. Me parece que no habría que reificar ninguno de estos sentimientos de manera aislada, sino ver cómo se entrelazan para que sean a la vez útiles al interés personal y al colectivo. No existe la pureza de sentimientos, en el ser humano coexisten emociones encontradas. El ser humano no puede existir si no es en relación al otro", remarca el Dr. Juan Eduardo Tesone, miembro de APA y de la Sociedad Psicoanalítica de París, proponiendo una mirada más integral y ante explicaciones binarias.
Suzman da como ejemplo a las tribus de cazadores-recolectores del Kalahari, en donde los rasgos como la envidia siempre sirvieron para mantener sociedades igualitarias sin líderes oficializados. El legitimar hablar mal de otros y relativizar sus logros, permitió que no se endiosara y que no se generan diferencias entre los cazadores más habilidosos y el resto, promoviendo la humildad y la generosidad de compartir los recursos.
La envidia, esta "mano invisible" que regía la economía social de estos clanes, es la que hoy permite que "tomemos placer en ver a los poderosos caer, que respetemos la humildad, que se eduque a los niños para que sepan compartir desde chicos, y explica por qué nos sentimos incómodos ante la ostentación", explica entre otras cosas.
"El interés narcisístico y el interés general pueden oponerse pero también pueden potenciarse creativamente, todo depende del entramado afectivo de cada uno. Y en ese entramado conviene diferenciar lo que se siente de lo que se actúa. Tener envidia es algo humano e innegable desde la infancia. El ser humano se diferencia por su capacidad de vivir en sociedad, integrando en su singularidad sentimientos negativos y positivos que no lo destruyan ni destruyan al otro. Es en una relación creativa que los sentimientos negativos son integrados en un vínculo que beneficie al yo y al otro", concluye Tesone.
Así que ya se saben: ni totalmente buenos o totalmente malos, todos podemos sentir al monstruo verde de la envidia pujando por salir, pero también es posible que entendiendo ese sentimiento y de dónde proviene podamos potenciarnos con él.

L. M.

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