Andrés Duprat: “Hiperintelecutalizar el arte es un error terrible”
Es director del Museo de Bellas Artes y, además, guionista de “Mi obra maestra” y de otras películas de éxito en las que refleja irónicamente el mundo en el que trabaja.
Andrés Duprat liquida de un sorbo el café. En el ventanal de su oficina se recorta el frente de la Facultad de Derecho. Hay mesas de vidrio, sillas blancas y negras, alfombra gris: un encierro de colores neutros. Aquí está el arquitecto que a los 27 años asumió como director del museo de Bellas Artes de Bahía Blanca, ciudad en la que vivió mucho tiempo. A partir de 1995, dirigió el museo de Arte Contemporáneo de esa ciudad. Entre 2002 y 2004, se instaló en Buenos Aires para dirigir el Centro de Arte de una empresa de telefonía. El primer cargo público llegó en 2005, cuando lo nombraron director de Artes Visuales del Ministerio de Cultura de la Nación. En 2007, Duprat concursó para ganarse el puesto de director del Museo Nacional de Bellas Artes, pero su proyecto quedó un punto abajo del mejor. La revancha llegó en 2015: volvió a presentarse y ganó.
A esa altura ya había escrito el guión de ocho películas, todas realizadas por la dupla Cohn–Duprat. El “Duprat” del binomio es su hermano Gastón. Y ya había sido premiado: el Sur y el Cóndor de Plata al Mejor Guión Original por El hombre de al lado, por ejemplo. Una vez en el cargo de director del Bellas Artes, obtuvo el Premio Platino por su trabajo en El ciudadano ilustre. Una editorial acaba de publicar un libro con tres guiones de su autoría, los dos ya nombrados y El artista. “Pero no soy un académico del guión. Sí soy un director de museo profesional. Acá no programo las muestras que quiero”, dirá Duprat.
Toma distancia del arte contemporáneo. Explica que perdió sintonía con las producciones emergentes, que donde había total sinergia con los nuevos lenguajes ahora hay una necesidad de estar lejos de lo urgente. A la vanguardia la mira de reojo, pero igual la observa. Así que, le enviamos un link a un video: APES**T, de la dupla Beyoncé y Jay–Z, The Carters. El clip es una pieza en sí misma: la pareja, vestida de lujo, posa entre la obras del Louvre en una suerte de empoderamiento negro. “Muy buena idea haber elegido el contexto de un museo como el Louvre. Logran un efecto polisémico complejo, y muy atractivo, con aristas históricas, formales y políticas. Me gustó el diálogo y el contrapunto entre las imágenes del canon pictórico occidental en relación con una propuesta contemporánea tanto en la música y en la letra, como en la coreografía y el vestuario”, contestará Duprat por mail, luego de la entrevista.
¿Por qué vamos al museo?
Porque hay piezas que nunca vas a poder llevarte a tu casa. Pensémoslo así: si te gusta un escritor, comprás su libro, vas a escucharlo a una conferencia.Acá hay un Van Gogh (se refiere a Le Moulin de la Galette) y obvio que ni vos ni yo podríamos comprarlo en diez generaciones. Es una obra única. Hay muy poca gente con plata que pueda tener un Van Gogh y disfrutarlo en el living de su casa. Entonces nosotros, la mayoría, vamos al museo.
¿Cuánto tiempo hay que mirar una obra?
El que te permita vivir una experiencia sensible. El museo propone un clima sin distracciones. Colabora la calidad del espacio, las salas bien iluminadas que haga hincapié en las obras, y el silencio. Se trata de contemplar.
¿Los guías matan la experiencia?
No, la información importa. Pero creo que hay una hiperintelectualización de las artes visuales y parece que es la única forma de acercarse. Cuenta de eso da la cantidad de críticos de arte, curadores, mediadores… Es como que nunca más un persona puede estar frente a un cuadro si no tiene a un experto al lado. Eso es un error terrible.
¿Qué proponés, entonces?
Mirar y disfrutar. Una obra es la expresión de una persona, no hay que ser un erudito. Conectarás más o menos, te dejará con dudas, esa es “la” experiencia. ¿O nos preguntamos qué quiso decir Charly García en tal tema? ¡No importa! Son preguntas distractivas, despistes para no enfrentarnos a la obra.
Y vos, que estás cargado de información, ¿qué mirás?
Trato de desaprender. El hiperconocimiento, a veces, no te permite dedicarle tiempo, energía y sensibilidad a una pieza. Aparece una especie de frigidez profesional que no te permite conectar porque sabés un montón.
¿Para qué sirve el arte?
¿Para qué carajos es el arte? ¿Qué función tiene? Uno no lo sabe muy bien... Digamos que es una expresión humana que acontece en la historia y está buenísimo. Además, no tiene las mismas reglas que otras disciplinas en las que necesitás un título, donde hay escalafones, en las que dependés de otro para crecer. El arte está fuera de norma. Acontece, sucede, te sacude. Te interpela y te hace crecer. El arte incomoda.
¿Y quién dice “esto es arte, esto no”?
Por suerte, nadie.
El ciudadano ilustre se llevó varios premios.
¿Seguro?
Bueno, no hay una institución que dice qué es y qué no es arte. Hay una convención: primero debe haber alguien que se yerga como artista y que otros acuerden. Después está el tema que rodea al fenómeno de la creación, que vendría a ser el epifenómeno del arte: lo festivo, lo frívolo, un universo filoso...
Sos crítico del “mundo del arte”.
Sí, porque lo conozco bien y soy parte. El “mundo del arte” puede ser pesado y cargoso, y a mí me gusta y lo elegí.
¿Nunca te interesó estar del lado de los que exponen obras?
En mi caso, cubro mi cuota creativa escribiendo guiones, ése es mi modo de expresión.
Mi obra maestra, la última película aún en cartel.
¿Qué es lo conecta tus historias?
Escribo sobre lo que conozco. Las películas que hice con Mariano (Cohn) y Gastón (Duprat) están atravesadas por la arquitectura y las artes visuales, pero también por la gente de clase media ligada a la cultura. Escribo lo que quiero. No soy un académico del guión.
¿El artista, el primero que hiciste, fue pensado como una película?
No, era un ensayo sobre arte que iban a leer cien tipos como mucho. Gastón y Mariano ya hacían televisión y cine más experimental, lo charlé con ellos y salió esa historia de ficción.
¿Y El hombre de al lado?
Me pasó a mí. Yo no vivo en una casa tan linda como la que proyectó Le Corbusier en La Plata, pero mi vecino abrió una ventana en la medianera. Yo pensé que lo arreglaba en cinco minutos, aparte con la chapa de ser arquitecto... Pero el tipo era de otro planeta, me descolocó. Muchas líneas de Daniel (Aráoz, el actor que interpreta a Víctor, el vecino) son de él: “Yo nací acá, voy a morir acá”. Cada vez que nos encontrábamos para discutir, me ganaba. Operaba con culpa y con sutileza.
¿Supo de la película?
No sé, nunca lo blanqueamos. La ventana la hizo igual. Me llevo bien con él, eh.
En El ciudadano ilustre hay algo más que una mirada impiadosa sobre el arte y la literatura.
Esa cosa del argentino y el lugar de origen, ¿no? “Este es de acá, es mío.” Es chauvinista y es nefasto. Creo que somos muy hostiles con las celebridades. Charly (García) es lo más grande que hay, el Estado debería subvencionarlo, por todo lo que dio, alegría y esperanza a una generación a la que hizo pensar. En la Argentina somos caníbales con las celebridades.
El vecino, quizás, no se enteró, ¿pero alguien se sintió ofendido por alguna de tus películas?
Para nada. El “mundo del arte” puede ser vanidoso y frívolo, pero a la vez es profundísimo, muy interesante. Jamás se pondría en una posición estúpida de ofenderse por una mirada crítica. El “mundo del arte” es cinturón negro en autocrítica: sabe cómo deglutir a sus detractores y los termina incorporando.
¿Por qué la obra de un autor muerto vale más que en vida, que es lo que planteás en tu último filme? ¿Cuánto hay de snobismo en la muerte?
Hay una lógica en pensar que la obra de un autor que muere podría subir de precio ya que se vuelve finita (al no existir la posibilidad de que haya nuevas piezas). Y el hecho de haber un número limitado de piezas les podría otorgar mayor valor de venta. Esto estimula el mito o la idea de la muerte como posibilidad de valorización de una obra artística, que es lo que se plantea en Mi obra maestra. Aunque no siempre sucede de esa manera y a veces la obra de un autor que muere se va perdiendo en el tiempo y perdiendo su valor.
¿Entrás en crisis, como tus personajes, durante el proceso de escritura de los guiones?
En El artista, el protagonista deja misteriosamente de pintar. En El hombre de al lado, el diseñador deja de atender sus asuntos por los problemas con su vecino, y en El ciudadano ilustre, el escritor se encuentra en un vacío creativo después de ganar el Nobel. Es cierto que se enfrentan a crisis creativas. No recuerdo que me haya sucedido algo así, escribo muy relajadamente y en forma continua. Pero quizás sea un fantasma que me espera para atacarme en algún momento. Espero que no.
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