domingo, 9 de septiembre de 2018

EL CELULAR Y LA ESCUELA


¿Celulares, sí o no? Una pregunta que atraviesa las aulas y la discusión teórica
Tras la prohibición del uso de dispositivos móviles en las escuelas francesas, crece la discusión sobre cómo conciliar el recurso por excelencia del siglo XXI con los tiempos lentos del aprendizaje y la necesidad de concentración
Cuando vuelvan a clase el 3 de septiembre, los estudiantes franceses estarán más livianos. Una decisión del presidente Emmanuel Macron, ratificada en la Asamblea Nacional a fines de julio, les impedirá usar celulares, tablets y relojes inteligentes salvo autorización expresa. La medida comprende a los menores de 15 años; cada instituto decidirá si la adopta en los cursos superiores. El oficialismo argumenta que los dispositivos móviles "provocan numerosas disfunciones incompatibles con la mejora del clima escolar" y que "pueden ser nefastos al reducir la actividad física y limitar las interacciones sociales". Mientras la oposición sugiere que se trata de una sobreactuación, el ministro de Educación Jean-Michel Blanquer advierte: "Proteger a los niños y adolescentes es nuestro papel principal, y esta ley lo permite".
Resultado de imagen para CELULARES EN LAS ESCUELAS
"La idea de prohibir el celular tiene que ver con la tradición de la escuela-santuario'", dice Iván Schuliaquer, doctor en Ciencias Sociales (UBA) y en Ciencias de la Comunicación (Universidad Sorbonne Nouvelle). En línea con el sociólogo François Dubet, recuerda que "en Francia se cambió al cura por el maestro. Cuando se separó la Iglesia del Estado, el que antes traía la palabra de Dios empezó a traer la del saber". Para esta perspectiva, la escuela debe abstraerse de las tentaciones cotidianas. Pero no todos están tan convencidos.
Todo a un clic
"Tenemos un problema con las tecnologías, que están permanentemente captando nuestra atención -advierte Inés Dussel, doctora en Educación y especialista en temas de escuela y cultura digital-. Todos nuestros clics se convierten en datos que se venden y la atención se mercantiliza". En este contexto, la normativa francesa llama a pensar soluciones sistémicas. El celular escenifica el choque de dos lógicas: por un lado, la atención flotante y la gratificación inmediata de las pantallas; por el otro, la búsqueda de un conocimiento que -antes y ahora- demanda esfuerzo, concentración y confrontación con dificultades diversas.
Resultado de imagen para CELULARES EN LAS ESCUELAS
El teléfono "genera expectativas contrarias al clima que debe haber en la escuela para que se cumplan los objetivos pedagógicos", decía hace una década Daniel Filmus, entonces ministro de Educación. Las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe acordaban con la línea prohibicionista. Todos parecían motorizados por cierta desesperación: la novedad había colonizado la atención de los alumnos y colapsado las capacidades docentes. Las clases se estaban volviendo ingobernables.
Combinar la lógica introspectiva de lo escolar con la velocidad de lo digital, todo un desafío
Hoy esa dependencia es un fenómeno ampliamente documentado. El Centro de Investigaciones Pew, un think tank con sede en Washington, revela que el 46% de los ciudadanos dicen que no pueden vivir sin sus smartphones. La psicóloga Jean Twenge, especializada en diferencias generacionales, avisó el año pasado que su uso continuo está llevando a los adolescentes "al borde de la peor crisis de salud mental en décadas". Los centennials asoman como una generación solitaria y dislocada: la vida en las pantallas se asocia a privaciones de sueño, problemas de razonamiento, ansiedad y susceptibilidad a las enfermedades.
La visión apocalíptica ganó más fundamentos en 2015, cuando una investigación de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres demostró que, después sacar los celulares del aula, las notas de los exámenes mejoraban un 6,4%, porcentaje que trepaba al 14,2% entre los de rendimiento más bajo. "Los peores estudiantes se distraen más fácilmente, mientras que los mejores son capaces de concentrarse en lo que sucede en el aula, independientemente de la presencia de los móviles", confirma Guillermo Jaim Etcheverry, presidente de la Academia Nacional de Educación, que revisó el estudio.
Imagen relacionada
Sin embargo, las autoridades nacionales no parecen dejarse impresionar por la evidencia extranjera. "El celular permite la expansión de las capacidades mentales. Si está integrado a la vida social, cultural y profesional, ¿por qué no integrarlo a la escuela?", pregunta Florencia Ripani, directora nacional de Innovación Educativa. Desde este punto de vista, si los estudiantes "se aburren en el aula", las instituciones tendrían que esforzarse para interpelarlos a partir de su cotidianidad inmediata. "El teléfono debe pensarse como un espacio de producción de conocimientos, no de distracción", advierte la funcionaria.
Guillermina Tiramonti, investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), coincide: "Sirve para investigar, producir y sistematizar información en cualquier asignatura. Con las mismas herramientas que usan para chatear, los alumnos pueden trabajar y pasarla bárbaro. Aquí prohibir no funciona. Cuando se prohibió el celular en la provincia de Buenos Aires, los chicos lo usaban bajo el pupitre".
El teléfono volvió oficialmente a fines de 2016, cuando Alejandro Finocchiaro -entonces director general de Cultura y Educación, hoy ministro nacional- presentó una plataforma online de contenidos para estudiantes y docentes. El eslogan "Traé tu propio dispositivo al aula" tenía una contracara incómoda: la conectividad alcanzaba apenas al 25% de las 14.683 escuelas bonaerenses. Las autoridades se habían comprometido a llegar al 100% para este año, signado por episodios más urgentes y dramáticos.
Lejos de la celebración acrítica, Dussel tampoco cree en la prohibición por sí misma, una posición que consolidó después de visitar dos escuelas de la Ciudad de México. "En una artística pública, donde permitían el uso del celular, los chicos solo los usaban en clase cuando les decían los maestros. ¿Por qué? Porque estaban interesados en lo que pasaba", explica. Otro colegio, de gestión privada, los prohibía: "Vigilaban todo el tiempo a los chicos y la directora decía: ?Tengo una caja con celulares carísimos y si me los roban la responsable soy yo'. Por otro lado, al día siguiente los padres les compraban otro teléfono a sus hijos". La medida abría conflictos, potenciaba el estrés y agregaba el sabor de lo prohibido al objeto de deseo.
Resultado de imagen para CELULARES EN LAS ESCUELAS
A partir de los años 90, las iniciativas privatizadoras desterraron de la Argentina el imaginario de la escuela-santuario, que hasta entonces había alimentado las ambiciones de igualación y ascenso social. La fragmentación empezó a generar algunos efectos colaterales positivos: una combinación de libertad y experimentación que no estaba en los planes de nadie. "Las escuelas públicas perdieron el miedo a incorporar otro tipo de gestión de la social, que tiene que ver con acercarse a las familias, generar cierto grado de complicidad con los y las estudiantes, trabajar con lo que traen", remarca Schuliaquer. Esa comunicación micro habilitó negociaciones por debajo de la regulación oficial.
Sintonía fina
La dinámica es explícita en el Carlos Steeb, una escuela de gestión privada en el barrio porteño de Villa Santa Rita. En sus clases de Formación Ética y Ciudadana, María Rosario Casanova promueve la idea del teléfono como herramienta. Este año, cuando abordó el tema del fascismo, pidió a los alumnos que lo usaran para buscar la historia detrás de la película La ola. Más tarde, cuando le preguntaron si podía haber dos constituciones en un mismo país, los alentó a investigar esa posibilidad ahí mismo. Salvo algunos vistazos furtivos a las redes, todos cumplieron con el pacto: lucían conectados y entusiasmados. "Uno de nuestros objetivos es el uso responsable de las tecnologías - confirma Silvia Beati, directora de estudios del nivel medio-. A algunos profesores les cuesta más; hay que ayudarlos a que no peleen contra el celular, que no sea algo que los desgaste". El otro desafío excede al aula: "A los alumnos les falta tiempo de estar sentados. Les cuesta aceptar estar tres horas mirando carpetas, estudiando y repasando, rutinaria y sistemáticamente". Casanova coincide. Algunos chicos le cuentan que no dejan el teléfono hasta bien entrada la madrugada.
Imagen relacionada
Entonces, ¿qué hacemos con los celulares, que no nos sueltan y que no queremos soltar? "La tecnología tiene que favorecer los procesos de enseñanza y aprendizaje, que son culturalmente ricos, complejos y profundos", dice Dussel. Y propone una solución doble: construir acuerdos entre alumnos, familias y docentes, tanto como promover una discusión pública respecto a lo que está pasando y lo que queremos que pase. Esa sintonía fina podría alentar preguntas cruciales para la construcción del conocimiento. ¿Qué significa buscar información hoy? ¿Qué implica dejar los hallazgos en manos de Google? ¿Cómo contribuyen los medios digitales a iluminar -o a oscurecer- los debates? "Son cuestiones centrales cuando se piensa en el valor de enseñar ciencia, historia y matemáticas en la era de la posverdad", plantea la especialista. Cuestiones que exceden el enfoque binario de permitir o prohibir los dispositivos que tomaron nuestras vidas por asalto.
Algunas experiencias exitosas
Florencia Ripani, directora nacional de Innovación Educativa, asegura que la posesión de celulares entre alumnos de escuelas secundarias "es universal". En la primaria, tres de cada cuatro egresados tienen el suyo. En las evaluaciones Aprender 2017, el 74% de los 900.000 estudiantes respondieron que les gustaría que la escuela enseñe o aborde los usos de nuevas tecnologías. "A veces se trata de generar movilidad de abajo hacia arriba", explica la funcionaria, que antes de desembarcar en el Ministerio de Educación gerenció proyectos digitales para la BBC. En esta línea, cita a la Maratón de Robótica y Programación, que busca el desarrollo de soluciones a problemas relacionados con la contaminación y el derecho a un ambiente sano. Ya participaron más de siete mil alumnos.
Imagen relacionada
Las visiones "no apocalípticas" buscan incorporar la tecnología al trabajo pedagógico
"Los celulares son laboratorios de recursos de ciencias", agrega Ripani, que también destaca dos proyectos surgidos en las aulas del interior. A fines de 2015 los alumnos de quinto año del Colegio Nacional de Ushuaia presentaron Testcoholemia, una aplicación para calcular el índice de alcoholemia de una persona y prevenir el consumo excesivo, que además dispone de una investigación sobre el problema y una agenda con teléfonos de emergencia, taxis y remises. Durante las horas de Biología, los adolescentes fueguinos investigaron sobre toxicología, aprendieron diseño de aplicaciones y pusieron el desarrollo a disposición de los usuarios de Android y iOS. Por su "innovación e inclusión significativa de las nuevas tecnologías", la OEA y Microsoft premiaron su idea entre otras 4400 propuestas.
El desarrollo estudiantil de aplicaciones tuvo otro hito a principios del año pasado, cuando los alumnos de tercer año de la Escuela Técnica N°1 de Bragado volvieron a recurrir a la tecnología QR para diseñar un circuito turístico autoguiado para la ciudad bonaerense. Después de aprender los detalles en la materia Lenguaje Tecnológico, colocaron códigos en 34 puntos de interés. Una vez escaneados, llevan a una ficha en la página web del municipio con imágenes, videos, textos y audios descriptivos. Desde entonces, locales y visitantes pueden saber más sobre la historia y el presente de lugares como el aeródromo, centros culturales, bibliotecas, clubes, escuelas, iglesias, paseos, edificios públicos y plazas. "Es una herramienta potente y versátil que puede adaptarse a cualquier uso", celebró el director Pablo Cortez.
P.C. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.