domingo, 9 de septiembre de 2018

LA OPINIÓN DE JORGE OSSONA

Solo una nueva dirigencia capaz de dejar atrás a las elites parasitarias de hoy podrá poner en marcha la reintegración que el Gran Buenos Aires necesitaResultado de imagen para jorge ossona
Jorge Ossona

Con sus más de diez millones de habitantes distribuidos en sus treinta y cuatro municipios, inscriptos, a su vez, en tres cordones circulares, el conurbano bonaerense constituye la expresión por antonomasia del curso económico, social y político del país durante el siglo XX y los desenlaces electorales del país contemporáneo. También denominado "Gran Buenos Aires", no es sino el producto de la extensión de una mancha urbana que, luego de la crisis de 1930, desbordó las fronteras de la Capital Federal de manera incontenible configurando uno de los conglomerados urbanos más grandes del planeta.
Mosaico actual de fenómenos socioculturales fragmentados, fue, sin embargo, en sus orígenes, el producto de una composición social homogénea e integrada, continuadora de aquella comenzada por la inmigración aluvional desde 1880. Resultó de la trasmutación que supuso en la pampa húmeda la crisis de la agricultura exportadora a raíz de la Gran Depresión de 1930; un proceso particularmente traumático en un país cuyos pioneros habían cifrado allí las esperanzas de su realización.
En el curso de solo una década y media, sus descendientes se transformaron en los trabajadores de una industria sustitutiva de las importaciones que nuestro menguado saldo exportador no pudo seguir comprando. Sus resultados cuantitativos fueron de por sí elocuentes: de los 8000 inmigrantes internos anuales hacia mediados de los años 30 se trepó a casi 120.000 durante la Segunda Guerra y la posguerra. Todos ellos sumaron un millón de nuevos residentes en un anillo suburbano que creció de 3,5 millones de habitantes, hacia 1936, a 4,5 millones, según el censo de 1947.
Los 400.000 asalariados de 1936 se duplicaron en 1943 hasta alcanzar el millón hacia fines de los años 40. El 50% eran trabajadores industriales textiles y metalmecánicos concentrados preferencialmente en el primer cordón, constituido, de norte a sur, por los partidos de Vicente López, San Martín, Morón, La Matanza, Avellaneda, Lanús y Quilmes. Dos factores tendieron, por último, a homogeneizar sus experiencias en una densa subcultura urbana: la sindicalización, en principio, comunista, arrancada de cuajo por el golpe militar de 1943 y transformada, luego, en peronista, y la reproducción de nuevas barriadas merced al loteo de viejas estancias y quintas, aunque más deficientemente planificadas que sus precursoras de la Capital.
Aun así, este movimiento social y espacial acentuó los trazos gruesos de la etapa anterior. Hacia 1960, algunos estudios sociológicos consignaban que el 50% de los nacidos en hogares obreros ya habían ingresado en el vasto espectro de las clases medias merced a la calificación de oficios mejor remunerados. Se terminó entonces de consolidar un mundo compacto de pequeños y medianos industriales, obreros, empleados, comerciantes y profesionales de experiencias compartidas en clubes, plazas, centros comerciales, escuelas públicas y una densa vida barrial.
Confluían allí los más consolidados con aquellos en ascenso, aunque mancomunados por una tácita ideología común cimentada en el trabajo y la educación. También, en patrones culturales compartidos que abarcaban desde la organización familiar hasta la salud, la alimentación y el tiempo libre difundidos por revistas, radionovelas, películas, publicidad y, ya en los años 60, programas televisivos de variada índole.
Pero esta promisoria aventura colectiva no dejó de exhibir sus claroscuros. El optimismo del ascenso estuvo flanqueado por la ansiedad acentuada por los ciclos de una economía de bases endebles. Su principal indicador fue un proceso inflacionario endémico con su saga de aventureros en procura de fortunas fáciles y rápidas. El ingreso, a su vez, en una etapa industrial más compleja y capital intensiva protagonizada desde los 60 por ramas como la automotriz, la siderúrgica y la química básica purgó a muchas plantas procedentes de la anterior y ajustó a otras tantas respecto de los nuevos patrones tecnológicos.
Los desequilibrios se expresaron en diferentes planos. Un nuevo flujo de inmigrantes internos del nordeste y del noroeste le dio un nuevo impulso a la conurbación. Se extendió en dos nuevos cordones, aunque a instancias de "villas miseria" cuya transformación en barrios resultó más trabajosa que en la etapa anterior. Esta dinámica se alineó con niveles educativos más bajos respecto de los requeridos por las nuevas industrias. Eso supuso un punto de partida más precario en el sector de la construcción y los servicios domésticos de formalidad irregular.
Las nuevas clases medias, por su parte, tendieron a segregarse en núcleos urbanos en cuyos cascos sobresalieron los edificios de propiedad horizontal construidos precisamente por trabajadores provincianos recién llegados y atendidos por sus esposas e hijas como mucamas. La explosión educativa de carreras secundarias y universitarias no se ajustó al crecimiento menguante desde los años 70, generando experiencias de ascenso frustradas. Cundió, así, una sensación de pesimismo que, conjugada con la nueva brecha generacional, atizó la radicalización política de los 70 y su fatídico desenlace.
Fue en ese contexto que se ingresó progresivamente en la descomposición del orden social construido durante el medio siglo anterior. La crisis del Estado y la subsiguiente quita de subsidios y protección a las actividades industriales durante los años 80 y 90 fueron desafiliando trabajadores. Estos debieron buscar modalidades alternativas de subsistencia mediante trabajos precarios cuya remuneración insuficiente debió ser complementada por redes de asistencia barrial. Apareció, entonces, una pobreza social de contornos desconocidos asistida mediante ayudas alimentarias y programas focalizados administrados por intendentes municipales. La autoridad semidespótica de muchos tendió a reproducirse concéntricamente hacia abajo dando sustento a su reconocimiento colectivo como "barones del conurbano".

La mancha urbana prosiguió su curso, pero los clásicos loteos fueron sustituidos por ocupaciones compulsivas de tierras. En sus asentamientos se vertebró el denso entramado entre la burocracia municipal y los referentes sociales y territoriales encargados de la administración tercerizada de la subsistencia. En algunas zonas, esto se plasma en franquicias procedentes de la supresión de las funciones estatales básicas para habilitar actividades ilegales que abarcan desde el trabajo esclavo de inmigrantes indocumentados hasta la producción y el tráfico de estupefacientes que alimentan una violencia cotidiana diseminada.
A la distinción laboral que separa a los contingentes integrados de los marginados se les suman otras cimentadas en devociones integrales. Proceden del fútbol, la música, el origen provincial o inmigratorio, o bien de nuevas religiosidades cuyos emblemas se graban en el cuerpo como signo de entregas totales y comunitarias. Cada barrio pobre suele subdividirse en regiones tácitas de convivencias tan tensas como aquella que los separa de los de una clase media también escindida y a la defensiva por la inseguridad.
Mundos de calles frecuentemente no pavimentadas, carentes de agua corriente y de cloacas, sin servicios de recolección de residuos, incinerados en basurales a cielo abierto, "enganchados" a la red eléctrica y donde no ingresan ni ambulancias ni patrulleros. Limítrofes, a su vez, con otros en los que las clases medias acomodadas y altas residen en urbanizaciones cerradas. La escisión se reproduce en los servicios educativos, de salud, en los centros de diversión y esparcimiento y hasta en los cementerios.
Hasta aquí los dos movimientos socioculturales del conurbano durante el siglo XX. Un verdadero big bang que ojalá describa, en lo que resta del actual, una nueva reintegración ajustada a sus propias claves históricas. Solo posible merced a la iniciativa de una verdadera clase dirigente que sustituya a las elites parasitarias.

Historiador

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