sábado, 1 de diciembre de 2018

EL HOMBRE QUE SE INVENTÓ A SI MISMO....NO DEJES DE LEERLO

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La larga y sinuosa lucha de Pepe Eliaschev con su inquietante mentor



Jorge Fernández Díaz dio inicio leyendo un capítulo de El hombre que se inventó a sí mismo que tiene como protagonistas a José ‘Pepe’ Eliaschev y Bernardo Neustadt.
“Lanny” Hanglin tenía 14 años cuando quedó fulminado por el polémico contenido de Nosotros. Y su hermana le envió una carta a Bernardo Neustadt cuando éste condujo una emisión donde los empresarios recibían ciertas críticas.
“Lanny” y Virginia eran hijos de un empresario; el periodista le respondió la misiva y luego los visitó en su casa. Rolando Hanglin padre compartía con Bernardo sus ideas desarrollistas, lo hizo rápidamente amigo suyo y se convirtió en uno de sus auspiciantes.
“Lanny”, que comenzó a participar como panelista en los programas de Bernardo, había demostrado inclinaciones por el periodismo desde el Colegio Nacional Buenos Aires, donde era compañero de promoción de Pepe Eliaschev y Mario Sábato.
Pero cuando su padre falleció y hubo que salir a trabajar, Hanglin recurrió a Neustadt y éste permitió que hiciera tareas menores en la producción de “Incomunicados”, Donde verdaderamente se convirtió en redactor fue en la revista Todo. De esa época, recuerda algunas cosas fundamentales:
*”Bernardo se transformó en un periodista empresario cuando lo echaron del diario. Ese momento le pareció, como a todos nos ocurre cuando perdemos el trabajo, directamente el fin del mundo. Ahí tuvo que empezar de cero y aprender a ser empresario de sí mismo. Se hizo rico y triunfó como nadie en esta profesión, y eso lo consiguió gracias a una derrota. Dicen que sin una de esas derrotas, nunca se puede cortar el cordón umbilical”.
*”Tenía una táctica: siempre que caía algún político en desgracia, o un presidente era derrocado, o se le pedía la renuncia a un ministro, Bernardo lo llamaba y lo seguía. Nunca lo daba por muerto”.
*”En la redacción, tenía un carácter difícil. No se llevaba bien con los jefes y secretarios. Los volvía locos. A veces quería esto, a veces lo otro. Siempre les estaba cambiando algo”.
Un día los verdaderos dueños de la revista enviaron telegramas de despido, pese a las protestas de Neustadt, y “Lanny” siguió su carrera por su cuenta.
Regresó al tiempo, pero ya a las oficinas que Bernardo abriría en Defensa al 500, donde se editó durante muchos años Extra, una publicación propia con algún tipo de influencia en la clase política y empresaria.
Allí hubo problemas de convivencia y, luego de un irregular periodo, Hanglin volvió a emigrar, pero esta vez hacia Editorial Atlántida.
La relación entre ambos quedó bastante alicaída, pero volvió a fortalecerse cuando en 1978 Rolando quiso radicarse en España y le pidió a Neustadt contactos y cartas de recomendación. Bernardo, con quien tantas veces había discutido en aquella redacción pequeña y asfixiante, no lo defraudó.
La vuelta al pago significó el comienzo de una nueva etapa para Hanglin, quien pasó del menudeo al protagonismo y gozó entonces, en la Argentina, de los mejores años de su profesión:
—Yo había aprendido de Bernardo una técnica en la que él es un maestro: el mix. Mezclar los temas, combinar una pincelada de espectáculos con una de fútbol, con una de política, con una de costumbres. Si hay una escuela llamada Bernardo Neustadt, ésta se caracteriza por el tono intimista de la conversación, por un discurso no culto, sino entendible y efectista. Unos más y otros menos, todos nosotros somos imitadores de esa técnica.
Cuando cumplió sus cincuenta años de periodismo profesional y realizó una fastuosa fiesta donde no faltaba ningún hombre del poder, Bernardo proclamó públicamente a Hanglin su delfín y heredero. Pero después pasó alegremente a desheredarlo y a encumbrar, en su lugar, a Daniel Hadad y a Marcelo Longobardi.
Para ese entonces, ya el estilo de Hanglin se correspondía más con Mareco que con Neustadt, y este último había tomado el exitoso giro como un alejamiento de los preceptos bernardianos que quizás íntimamente creía haber inculcado.
La relación siguió relativamente bien a pesar de que había fenecido esa heredad, y pese a que hasta el más sumiso de los “discípulos” suele tener de vez en cuando algún choque con el “maestro” por alguna cuestión menor.
Un ejemplo de ello fue cuando se estrenó un filme argentino en el que su protagonista resultaba ser un periodista peligrosamente parecido a Bernardo Neustadt.
A Hanglin le pareció muy cómica la trama y comentó en el aire las peripecias de ese hombre impaciente y siempre apurado que no tenía tiempo para nada.
Pero lo hizo llamando al personaje “Bernardo”, de una manera más inocente que jocosa. Al rato, sonó el teléfono Y Neustadt en persona quiso saber de qué se trataba:
—Me cuentan que me estás criticando por radio.
“Lanny”, con la sangre helada, le dio las explicaciones del caso.
—Ah, porque una señora amiga me llamó Y me dijo: “Tu amigo Hanglin se está riendo de vos”.
—No, yo me reía de la película, Bernardo.
Con Bernardo nadie juega. Ni sus delfines, ni sus herederos ni sus amigos. Bernardo siempre pasa la factura. Y el caso Eliaschev es una prueba contundente de ello:
*”Yo era compañero de, promoción y correrías de Rolando Hanglin. Nosotros pertenecíamos a un grupo con muchas inquietudes. Éramos activistas políticos, poetas, escritores y hacedores de publicaciones estudiantiles. Toda una actividad que hoy en día rescato muchísimo. Me da pena que `Lanny’ se retracte de esa época. Yo la veo críticamente, pero siento que éramos muchachos muy sanos, enamorados de la política y la literatura. Hacíamos una revista que se llamaba Para hoy y que planteaba la incomunicación generacional, la educación sexual y otros temas absolutamente vanguardistas. Todo con una línea sartreana y procastrista, aunque sentíamos desprecio por la Unión Soviética. Éramos, esencialmente, anarcoides, y por eso nos seducía Trotsky, sin ser trotskistas”.
*”Efectivamente, a través del padre de Hanglin conocimos a Bernardo Neustadt y participamos en aquellos paneles en televisión, donde desde nuestra juventud juzgábamos y ametrallábamos a preguntas a personajes como Emilio Hardoy, Oscar Alende o Rogelio Frigerio. Cuando abrió Todo, en las oficinas de Cangallo y Junín, se me dio la primera oportunidad de hacer periodismo profesional. Mi primer sueldo como redactor cronista era de 10.000 pesos”.
*”Para el lanzamiento de la revista recuerdo que se hizo un ágape en el Salón Dorado del Plaza Hotel. Se había confecciona-do, para la ocasión, un folleto donde cada integrante de la redacción debía presentarse y escribir lo que quisiera. En las flamantes máquinas Olivetti, escribí una carilla y media. Neustadt, al leerla, me mandó llamar, me dijo que estaba escrita como los dioses y que, a partir de ese momento, yo iba a ganar 12.000 pesos. Me había revaluado a partir de esos simples párrafos don-de un muchacho de 19 años contaba quién era, qué significaba su viejo —que había fallecido ese mismo ario—, cómo era su novia, qué gustos tenía, cuáles eran sus libros preferidos”.
*“Duramos nueve meses y nos indemnizaron cuando Todo cerró. Luego colaboré incidentalmente con Extra, una revista mensual que pagaba muy poco. Bernardo, por aquella época, era un tipo frío, seco, distante. Nunca afectuoso, ni exuberante. Se comparaba con Timerman, pero sólo para mortificarse. Por no haber Podido crear una escuela de muchachos que pudieran seguir su Carrera reivindicando al iniciador. Él permanentemente expresaba ese resentimiento. Un rasgo que demostraba su gran vulnerabilidad”.
También corrido por la Triple A, Eliaschev viajó a Venezuela y luego vivió su exilio en los Estados Unidos. Cubrió, para una importante empresa periodística italiana, la guerra civil en Nicaragua y desde Panamá salió por primera vez para Radio Mitre comentando el suceso, a instancias de Julio Lagos, quien también había colaborado en Todo. A la décima llamada por teléfono, el productor del programa, Jorge Fernández Costa, le dijo:
—Pepe, nos gusta mucho tu trabajo. Vos vivís en Nueva York. ¿Querés ser nuestro corresponsal?
Trescientos dólares por mes. Corría 1979, en la Argentina reinaba Videla, recién se ponía en marcha el satélite, no existía la CNN y Pepe Eliaschev vivía frente a las Naciones Unidas: desde su ventana fue relatando la llegada de Fidel Castro, del Papa y de Yasser Arafat.
Y el éxito de aquellas transmisiones resultó espectacular e inesperado. Cuando Lagos se fue a radio El Mundo, Julio Moyano le ofreció a Pepe dos mil dólares y un pasaje a Buenos Aires para que siguiera con su rutina, aunque esta vez para el programa que conduciría Bernardo Neustadt.
—Él se pegó entonces una típica calentura bernardiana —recuerda hoy aquel corresponsal—. Descubrió que yo era Gardel. Hay un reportaje en Radiolandia donde llega a decir que yo era el periodista más completo que había dado la Argentina. La rutina consistía en que me llamaba a las seis de la mañana. Yo tenía, a esa hora, el Washington Post y el New York Times leídos, y le interpretaba todo. Entrevisté así a Edward Kennedy cuando era palabra prohibida para la Junta Militar. La manera de venderme y presentarme que tenía Neustadt era maravillosa. Nadie me ha presentado así.
La esposa de Eliaschev viajó por aquellos días a Buenos Aires y se entrevistó con Bernardo.
—No se les ocurra volver —le advirtió el periodista—. Tu marido es demasiado talentoso como para trabajar en un medio como éste.
Pepe llegó en marzo. Neustadt le mandó un remise al aeropuerto, lo llevó al estudio de Mitre y lo entrevistó en el aire. Salieron juntos a la calle. Bernardo, sin darle respiro, le dijo parando un taxi:
—Te vas ya mismo a verlo a Fernando Marín. Vas a ser corresponsal de un programa de televisión en los Estados Unidos.
Pepe no conocía a Marín. Fue hasta las oficinas de Corrientes y Cerrito, se presentó de parte de Neustadt y los responsables de “Videoshow” le ofrecieron cinco mil dólares, el alquiler de un departamento en Nueva York y un camarógrafo de tiempo completo para que enviara notas “calientes” desde el Primer Mundo.
Bernardo compartía, por entonces, la conducción de ese programa con Enrique Llamas de Madariaga. Su generosa actitud permitió que Eliaschev se convirtiera en una especie de celebridad:
—Me hizo en aquellos meses un enorme espacio. Y siempre se lo voy a agradecer. Hablar desde los Estados Unidos y tocar permanentemente el tema de los derechos humanos no eran poca cosa. Radio Mitre era estatal. Yo me ingeniaba siempre para abordar temas que en aquella época no se podían ni mencionar. Durante seis meses nunca recibí presiones.
Todas las mañanas sonaba en casa de Eliaschev el teléfono y una productora de Neustadt le susurraba invariablemente al oído:
—Hola, plomo. Salís al aire.
Un día de setiembre, la productora dijo:
—Hola, Pepe. Hay problemas.
Bernardo Neustadt tomó el tubo y le anunció:
—No sé qué pasa, pero hay una traba para que salgas al aire. Dejame averiguar a ver de qué se trata.
Al segundo día, Pepe Eliaschev tomó conciencia, de que había sido prohibido. Radio Mitre era manejada por el Ejército, y un simple memorándum lo había dejado afuera.
Viajó a Canadá para “Videoshow” y, con una excusa periodística, pidió salir en vivo desde el aeropuerto de Montreal. La idea era probar hasta dónde llegaba la prohibición. A la mañana siguiente, según cuenta el propio Eliaschev, Llamas de Madariaga le preguntó por línea privada:
—Pepe, ¿te levantaste a la mujer de algún comodoro? Acá hay un quilombo con vos impresionante.
“Bernardo resintió muchísimo el programa”, asegura hoy aquel inquieto corresponsal. “Nunca dijo en el aire la razón verdadera de mi ausencia. `¿Dónde estará Pepe?’, se preguntaba de tanto en tanto. Un día me llamó y me contó que había hablado con el general Viola y que éste le había dicho: `Lo que los servicios prohíben, no lo podemos tocar’. Se me achacaba haber viajado a Cuba, lo cual era cierto, y que yo era comunista, lo cual era falso. Así terminó el año ’80, con un Bernardo Neustadt diciendo por teléfono: `Lo siento, Pepe, todo esto me duele y perjudica’. Un día me envió una carta firmada con el seudónimo ‘Margarita’, en la que destacaba ‘mi insobornable actitud frente a la libertad’. La Argentina vivía aterrorizada por el miedo y Neustadt no era un valiente”.
Con la llegada de la democracia, Eliaschev regresó al país y debutó en televisión con “Badía y Compañía”. Para el día del periodista, en julio de 1984, se armó una producción en la que el invitado central era Bernardo Neustadt. Para hacer un contrapunto, Eliaschev —acusado irracionalmente alguna vez por sectores del “progresismo” de haber sido empleado de Neustadt durante la dictadura— invitó a Santo Biasatti, Silvína Walger y Gabriel Levinas, por entonces director de El Porteño. Es decir, tres personajes que cubrían buena parte de ese mismo periodismo progresista.
Esa tarde, Bernardo entró a Canal 13 por la calle Cochabamba. Pepe lo recibió, cámara en mano, y Neustadt no reprimió el abrazo ni el entusiasmo:
—Vine de Ushuaia directamente para estar aquí.
Luego Biasatti, Walger y Levinas lo pulverizaron por haber sido un periodista que no denunció la falta de derechos humanos ni la censura. Bernardo, golpeado y circunspecto, salió por la misma puerta por la que había entrado.
—Nunca pensé que me ibas a hacer una zancadilla así —murmuró mirando directamente a los ojos de Eliaschev, ese hijo pródigo que supuestamente lo había traicionado pero que alguna vez volvería al redil.
Quedó flotando en todos la sensación de que la venganza no tardaría en llegar, pero el hombre de “Tiempo Nuevo” eligió, un año después, hacer las paces.
—En el ’85 me llama a mi casa —cuenta Pepe—. Me empieza a decir que está harto de levantarse tan temprano y trabajar tanto, y que su sueño seria llegar a las ocho de la mañana y que alguien arrancara a las seis. Yo estaba en Splendid. Bernardo me proponía lo que siete años después haría con Hadad. Le dije que no, a pesar de que era tocar el cielo con las manos. No acepté una relación filial con Bernardo, tal como él quería. Yo, con eso, me hubiera convertido en su delfín.
La esperada revancha de Bernardo Neustadt, agotada ya aquella instancia de seducción, se produciría recién un año después, cuando en “Cable a tierra” Eliaschev salió a preguntar sobre la relación entre el tamaño del pene y el goce sexual de las mujeres, y fue atacado crudamente por todos los sectores.
—Bernardo se dedicó entonces a hablar con gente diversa y a preguntarle: `¿Y a usted le parece?’. Me mató. Luego en el ’88 los radicales me rajaron de ATC y cuando intenté, para defenderme, un espacio de televisión vía Clara Mariño, su eterna productora, Bernardo sólo me invitó al cable, que era como jugar en el Nacional B.
En 1989 Pepe fue designado por Carlos Grosso al frente de Radio Municipal. Tenía un programa semanal que se llamaba “Cable a la radio” y un día decidió invitar a Bernardo Neustadt.
Era la época en que Bernardo se estaba separando de su penúltima mujer. Parecía más gordo que de costumbre, deprimido, destruido por la vida.
Olvidó viejos rencores y llegó solo, cansado Y resignado al mano a mano que le proponía aquel ex redactor cronista que se había iniciado en Todo con un sueldo de 12.000 pesos, que había conocido sus días de gloria en Radio Mitre y con el que se había desencontrado a lo largo de todos aquellos años de lealtades, ingratitudes, principios y contradicciones.
En un momento de esa charla, por única vez en toda Su trayectoria, Bernardo Neustadt, el último de los hombres duros, Se largó a llorar en público.
—Ante cada atardecer, me pregunto cuántos me quedan, Pepe.
A Pepe se le hizo un nudo en la garganta.

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