miércoles, 6 de marzo de 2019

LA OPINIÓN DE PABLO SIRVÉN


¿Nace un nuevo Macri en cuna hostil?
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Pablo Sirvén
Nunca fueron fáciles las asambleas legislativas para Mauricio Macri . Son las reglas del juego distintas y arbitrarias que hacen natural lo que no lo es: Cristina Kirchner , como presidenta, podía hablar tres, cuatro horas y no volaba una mosca por más que elevara a niveles de epopeya su conducción del Estado y aunque varios de los datos que vertía en esas elocuentes y kilométricas piezas oratorias fueran ostensiblemente falsos. Tampoco la interrumpían cuando gustaba escrachar desde ese tan solemne estrado a personas con nombre y apellido (y hasta con foto, como hizo con el fiscal Ricardo Sáenz, tácita incitación a agredirlo).
A Macri, que siempre habló mucho menos (el viernes lo hizo durante 59 minutos), ese trámite en clima hostil se le fue haciendo cada vez más arduo.
Como si no fuese suficientemente complicado ser el gobierno no peronista que está llegando al fin de su mandato por primera vez en 91 años, luego de haber sorteado una crisis financiera colosal como la del año pasado, y expuesto a constantes minorías parlamentarias (con lo cual nunca pudo implementar a fondo el plan económico que tenía previsto), el comportamiento de buena parte de la oposición durante su discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso se pareció al de barras bravas desatadas, un desorden sin igual de gritos e insultos que fueron motivo de conversación posterior como algo nunca visto por políticos de distintos partidos y tan experimentados en las lides legislativas como Miguel Ángel Pichetto y Gerardo Morales.
Las sorprendentes diferencias en el respeto para escuchar a Macri y a la viuda de Kirchner se mantienen aun cuando ella ya no es presidenta y solo sea senadora multiprocesada. Con pocas horas de diferencia, y en el mismo ámbito (el Congreso), contó con la prerrogativa de salirse del libreto de la reunión preparatoria del Senado para dirigir a esa cámara un discurso de autodefensa por su complicada situación judicial. Nadie tampoco osó interrumpirla. Así Cristina Fernández gozó de un estimable silencio y esmerada atención en la Cámara alta aun cuando, al presentar una cuestión precisamente "de privilegio", aseguró no contar con ninguno (siendo que tiene una orden de detención en suspenso precisamente por el "privilegio" de la protección que goza, por ser senadora, de beneficiarse con la postergación de esa decisión judicial hasta tanto no la confirme la Corte Suprema). Sin embargo, nadie se rio. Ni tampoco hubo burlas ni insultos.
Modales bien contrastados y naturalizados: Cristina Kirchner puede decir lo que se le canta, sin conceder jamás la más mínima autocrítica, frente a una audiencia silenciosa y atenta, en tanto que a Macri se lo somete a un fuego verbal inédito, por más que reconozca algunos pocos errores propios. ¿Se le tiene miedo a la expresidenta? ¿El actual mandatario no merece ni siquiera un elemental respeto para que, al menos, se escuche lo que tiene para decir?
Esto es al margen de la calidad, las omisiones o las falencias que pudo tener el último discurso presidencial, que debe ser discutido a posteriori de su emisión por todas las fuerzas políticas y expresiones periodísticas que quieran, incluso de manera muy severa si lo consideran conveniente. No se está hablando aquí de esa libertad, que está fuera de discusión, sino del derecho del Presidente de emitir su mensaje sin mayores interrupciones y el de los ciudadanos de escucharlo sin interferencias inapropiadas.
Cierto es que las investiduras presidenciales en Occidente vienen perdiendo el respeto reverencial que solían tener hasta no hace muchos años. El barro virtual de las redes sociales y su total ajenidad a las más elementales reglas de cortesía y educación han terminado permeando en el mundo real y no solo Macri sufre esas consecuencias: también Emmanuel Macron, en Francia, o Donald Trump, en Estados Unidos (aunque hay que reconocer que en este último caso, el magnate norteamericano aporta mucho de su cosecha para degradar la institucionalidad). Claro, nadie se atreve a desafiar a los presidentes chino y ruso cuando hablan. Y más cerca, tiene sus costos enfrentar hoy mismo a Nicolás Maduro en Venezuela. Algo parecido sucedía aquí cuando mandaba la viuda de Kirchner y ese temor perdura casi como acto reflejo.
Macri, que, como hincha y dirigente de Boca, ha visto mil y un partidos bravos en la Bombonera nunca vivió una experiencia de hostilidad tan sostenida y manifiesta como la que debió soportar el viernes no solo por parte de sus adversarios más acérrimos, sino incluso también por los insólitos embates estentóreos de la diputada frustrada de Cambiemos Joanna Picetti, que no pudo asumir por una denuncia de violencia familiar, y cuya irregular presencia en el recinto se debió a picardías de la bancada kirchnerista.
La mirada de Macri se fue endureciendo, tomaba agua constantemente y buscaba explicaciones con comentarios al oído de Gabriela Michetti y de Emilio Monzó, que lo escoltaban en el estrado principal de la Cámara baja, hasta que se cansó, interpeló a quienes más lo atacaban y terminó el discurso hecho fuego. Nace un nuevo Macri

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